18 may 2019

Las “puertas del cielo” (algunas consideraciones tipológicas sobre la entrada a las iglesias cristianas)


La transición entre el espacio exterior profano y el interior sagrado es un acto trascendente en los templos cristianos, que es magnificado por toda la fachada. En la imagen, Notre-Dame de París.
Los templos cristianos suelen seguir modelos formales basados en la funcionalidad litúrgica y en sus rituales, así como en un depurado simbolismo, además de estar también muy influidos por el estilo o las posibilidades tecnológicas de cada periodo. El recurso a la tipología es cuestionable en muchas de las construcciones posteriores al siglo XIX, pero es una constante en las realizadas antes de ese momento. No obstante, aunque las plantas, las secciones o las fachadas de aquellos edificios religiosos respetaban en lo esencial el ideal teórico, presentaban importantes variaciones respecto al mismo.
Esta variedad puede apreciarse en uno de los actos con más carga simbólica en las iglesias: la transición entre el espacio exterior profano y el interior sagrado. El templo es considerado por los creyentes la casa de Dios y las puertas, convertidas así en una especie de acceso al cielo, pretendían representar esa acción tan trascendente.
En relación con esto, vamos a explorar la entrada en iglesias y catedrales. Para ello nos fijaremos en su fachada principal, en el imafronte, con una atención especial a tres elementos esenciales para su configuración: su relación con el interior, la eventual presencia de torres y el número de puertas. Sobre esas bases señalaremos dos categorías diferentes de portada con algunos ejemplos concretos.

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Los templos cristianos suelen seguir modelos formales basados en la funcionalidad litúrgica y en sus rituales, así como en un depurado simbolismo, además de estar también muy influidos por el estilo o las posibilidades tecnológicas de cada periodo. El recurso a la tipología es cuestionable en muchas de las construcciones posteriores al siglo XIX, pero es una constante en las realizadas antes de ese momento. No obstante, aunque las plantas, las secciones o las fachadas de aquellos edificios religiosos respetaban en lo esencial el ideal teórico, presentaban importantes variaciones respecto al mismo.
Esta variedad puede apreciarse en uno de los actos con más carga simbólica en las iglesias: la transición entre el espacio exterior profano y el interior sagrado. El templo es considerado por los creyentes la casa de Dios y las puertas, convertidas así en una especie de acceso al cielo, pretendían representar esa acción tan trascendente que dirigía desde la vida cotidiana a la presencia divina. Las puertas de iglesias y catedrales, y por extensión toda su fachada principal, adquirían una carga sobrenatural que se reflejaba en múltiples aspectos de su composición arquitectónica o de una elaborada iconografía escultórica (aunque una puerta siempre tiene doble dirección, variando su simbolismo en el caso de salida, pero esa es otra historia).
Interior de la iglesia de Saint-Denis en París, considerada la primera iglesia gótica.
La importancia de la entrada a los templos se veía afirmada por la relación correspondida entre estos y su entorno urbano. Por una parte, la arquitectura se magnificaba desde la ciudad por la existencia de un amplio espacio previo, escenario de ceremonias y lugar de acogida para la multitudinaria entrada y salida de los fieles en los oficios (al margen de otras cuestiones como puede ser su papel en la estructura urbana o su carácter como foco). Por otro lado, estas “plazas de la iglesia”, quedaban determinadas por la presencia majestuosa de la portada del templo (que, además, en muchos casos, seguía una determinada orientación) presidiendo y condicionando los movimientos y sentimientos de los transeúntes.
Fachada principal de la Catedral de Laon en Francia.
Desde luego, un templo cristiano puede tener más de una entrada, pero casi siempre, la principal es la que se sitúa a los pies de las naves, en el lado contrario a la cabecera del altar. Su denominación especializada es “imafronte”. Los pasos complementarios, en caso de existir, se solían situar en los extremos del crucero o en algún punto lateral. No obstante, hay excepciones a esta regla, encontrando iglesias que carecen de imafronte y su acceso se produce lateralmente dependiendo de su inserción urbana.
En relación con esto, vamos a explorar la entrada en iglesias y catedrales. Para ello nos fijaremos en su fachada principal, con una atención especial a tres elementos esenciales para su configuración: su relación con el interior, la eventual presencia de torres y el número de puertas. Sobre esas bases señalaremos dos categorías diferentes de portada con algunos ejemplos concretos.

Tres elementos para el análisis tipológico de imafrontes: naves, torres y puertas.
Las portadas eclesiales son creaciones típicas, en el sentido de que siguen varios modelos con unos rasgos fundamentales bien definidos a partir de los cuales se propone una casuística casi infinita. Hay unos cuantos elementos básicos sobre los que se apoyan esas variaciones, pero hay tres que resultan esenciales para la conformación general de las fachadas:
el primero es la revelación o no del espacio interior, es decir, si la fachada principal transmite la disposición de las naves del templo tanto en número como en altura,
el segundo, es la eventual presencia de torres integradas en la composición del imafronte, y
el tercero es la propuesta efectiva de aperturas para realizar la transición, es decir el número de puertas.
No obstante, hay más elementos típicos en una fachada sobre los que proponer variaciones y matices, como pueden ser los vinculados a cuestiones materiales, a la apertura de otros huecos (rosetones, ventanales, vacíos, etc.), o a especificidades de la composición (niveles, tramos, etc.).
La revelación del espacio interior (las naves del templo)
La amplitud del espacio interior de un templo está directamente relacionada con el número de fieles a los que sirve y también a las posibilidades económicas de dicha comunidad. Así, los pequeños pueblos suelen tener iglesias modestas y las ciudades templos de mayor tamaño, pero esta relación no es tan directa como puede parecer, existiendo excepciones sorprendentes en ambos casos. Independientemente de su ubicación, sí podemos fijar como extremos dimensionales de los templos cristianos de la antigüedad. Por un lado, estarían las humildes y recoletas ermitas o iglesias y por el otro las grandes construcciones catedralicias y abaciales.
Al margen de las necesidades de aforo o de la cantidad de recursos disponibles, el tamaño de los edificios también estuvo condicionado por la tecnología de la construcción y particularmente por las soluciones de cubierta. La cubrición de espacios tenía unos límites determinados por las longitudes de las vigas de los tejados o de los arcos de las bóvedas. Esto obligó a que las grandes superficies requirieran la disposición de líneas intermedias de apoyo para esas techumbres, que se concretarían en muros horadados o alineaciones de columnas que estructuraban el espacio en “naves”. Esta fue la solución recurrente en la arquitectura religiosa occidental y también en muchas mezquitas que respondían al modelo denominado “bosque de columnas” (aunque en algunos lugares de Oriente también se exploró el espacio único bajo cúpulas espectaculares basadas en los logros de los romanos).
La cubrición de una gran superficie exigió en la antigüedad disponer de alineaciones de columnas para solucionar las limitaciones dimensionales de las cubiertas. En la imagen, la mezquita de Córdoba, prototípica del modelo “bosque de columnas”.
Las iglesias cristianas de nave única, tanto las basilicales como las de crucero, irían creciendo a partir de la simetría central proponiendo tres naves o cinco, que son la práctica totalidad de los casos hasta la llegada de la modernidad (durante los siglos “góticos” fue habitual la ampliación de iglesias preexistentes o su derribo y sustitución en el mismo solar por un templo mayor).
Plantas de catedrales con diferente número de naves. De Izquierda a derecha: Gerona (una); Burgos (tres) y Toledo (cinco)
La configuración del espacio interior condicionaría la fachada principal, que se levantaba a los pies de los templos articulando el exterior (lo profano) con el interior (lo sagrado). Sobre esa relación se debatió acerca de la conveniencia de la revelación o de la sorpresa. De la deliberación nacerían dos categorías diferentes: las fachadas vinculadas, que optaron por la revelación, proponiendo una “fachada-sección” que replicaba en cierto modo la forma del corte transversal del edificio; y las fachadas autónomas que escogieron la sorpresa, ocultando la disposición interior tras una “fachada-telón”.
La iglesia de San Lorenzo dejó su fachada inconclusa y así sigue en nuestros días, revelando la volumetría del edificio, como una abstracta fachada-sección.

Las fachadas autónomas no revelan el interior del templo que se encuentra detrás de ellas. En la imagen, Saint-Denis de París. Arriba la fachada de la iglesia y debajo la sección del edificio.
La presencia de torres en fachada
Otra de las claves esenciales para la definición tipológica de las fachadas eclesiales es la eventual presencia de torres. La torre es un elemento muy característico de los templos cristianos dado que cumple una serie de importantes misiones.
Desde luego, la construcción vertical siempre ha representado el sueño humano de elevarse sobre situación terrestre acercándose al cielo. Las torres de muchas iglesias o los modernos rascacielos que compiten por el récord de altura son manifestaciones de aquel anhelo ancestral simbolizado en la desgraciada “Torre de Babel”. No obstante, esta ambición no es la única que explica la presencia de torres en los templos cristianos.
Las puntiagudas torres de la catedral del Marburgo, en Alemania, alcanzan los 80 metros de altura.
La torre es un hito visual que emerge como un menhir megalítico para convertirse en referencia principal del espacio circundante. Con la potencia de su imagen, sobresaliendo por encima de un caserío medieval de baja altura, la torre se transformaba en un “faro” capaz de dirigir los recorridos de los alrededores y de aglutinar tanto el entorno físico como a la comunidad que lo habitaba.
La torre era también un altavoz. Esta función de llamada también la encontramos en los minaretes musulmanes a los que sube el muecín para convocar con su voz a la oración de los fieles. Esta misión de atención y reclamo, en los templos cristianos la realizan las campanas, que se sitúan en lo alto de la torre para que su tañido sea mejor escuchado, aunque no es su única labor, porque su sonido puede ser un recordatorio de ciertos eventos (como fiestas o celebraciones), un “reloj” que marca las horas o también una alarma ante algún peligro.
Esto último enlaza con otra antigua función de las torres: la defensa. La torre elevada es la vigía del territorio. Desde su altura se podía inspeccionar el entorno avistando, por ejemplo, la llegada de posibles ataques, pudiendo avisar a los ciudadanos para que acudieran a protegerse.
Ahora bien, la ubicación de la torre-campanario con respecto al edificio es variada. La torre exenta es la disposición menos habitual y cuando aparece suele ser por influencia de las tradiciones musulmanas preexistentes (el alminar exento es característico de muchas mezquitas). Es más frecuente la torre única que emerge desde el volumen del templo en disposiciones variadas, desde las adosadas a un lateral hasta las que emergen del crucero o las que se ubican en la fachada principal, sea en una esquina o en el centro (los templos modestos solían de carecer de torre y las campanas se alojaban en espadañas).
La torre única, en las posiciones no centradas, es muy recurrente, pero “desequilibrante”. El afán de perfección espiritual que persiguió el gótico hizo que la simetría apareciera proponiendo una doble torre en fachada. En principio esa duplicidad no tendría sentido funcional ya que una torre resultaba suficiente para garantizar todos los cometidos encomendados (de hecho, muchas iglesias que tuvieron proyectadas dos torres acabaron construyendo solamente una por falta de recursos económicos y ante el hecho de haber dado respuesta a las necesidades, llegando a constituir una variante forzada). Pero la torre doble en fachada tuvo una importante misión añadida, a medio camino entre símbolo y utilidad: la de señalar y proteger la puerta. La doble mole vertical escoltaba el punto débil del acceso, algo que procedía de las fortalezas en las que las construcciones de puertas adquirieron bastante sofisticación. Esto fue particularmente importante en las iglesias-fortaleza, que reunieron lo religioso con lo militar, ya que, frente a ataques enemigos, concentraban en su interior a la población transformándose en un fortín defensivo.
La catedral de Lisboa (la Sé) es un paradigma de las iglesias-fortaleza medievales.
Así, la imagen de la doble torre potenciaría la transición desde el exterior al interior. Su formalización fue variada, adoptando desde rotundas volumetrías prismáticas hasta las que se cubrían con cubiertas muy apuntadas que figuraban flechas dirigidas al cielo. Su integración en las fachadas dio origen a una tipología específica de imafronte que, aunque se vería matizada por su relación con las naves del interior, se integraba en la categoría de fachada autónoma.
El número de puertas: funcionalidad y simbolismo de la transición.
La entrada en una iglesia es una necesidad y un acto trascendente, en la medida en que representa el paso de lo profano a lo sagrado. Los casos de una sola puerta son característicos de las pequeñas iglesias, aunque no exclusivamente. Los templos mayores muestran puertas duplicadas, triplicadas y quintuplicadas. El número de puertas está relacionado con aspectos funcionales y simbólicos. Los primeros suelen relacionarse con el número de naves para facilitar el tránsito de los fieles, pero esa relación no es directa como veremos más adelante, encontrando casos de todo tipo (excepto de más puertas que naves). Por eso, la utilidad no lo explica todo y es preciso el recurso a la componente simbólica.
La puerta única no requiere mucha más explicación dado que es la expresión más elemental de la necesidad de paso, independientemente de que luego se enfatice con toda una parafernalia de gestos arquitectónicos y escultóricos. Aunque la unicidad también era la alegoría monoteísta por excelencia (el número 1 representa a dios). De hecho, las iglesias más significadas que cuentan con un acceso único lo moldean con una gran elaboración escultórica llena de mensajes.
En ocasiones, la puerta única requería un tamaño importante y se enfrentaba al reto constructivo de abrir un hueco excesivo en el muro de fachada. El arco podía ser una solución constructiva pero dado que su tímpano se aprovechaba para representaciones iconográficas, se tenía el límite longitudinal del dintel y la única posibilidad para ampliar el acceso era situar un pilar intermedio: el parteluz, originando una puerta doble. Las dos puertas no son muy habituales en iglesias, aunque pueden encontrarse también en algunas por necesidades rituales o por la existencia de algún tipo de segregación funcional, como sucedía en ciertas iglesias de conventos femeninos en México DF)
Triple puerta en la catedral de Amiens.
La puerta triple fue la característica de los grandes templos. Por una parte, su justificación tiene una base funcional en el caso de existir tres naves interiores. Con esa disposición se facilitaban los flujos al contar cada una de las naves con acceso propio. No obstante, la puerta central es la principal y en ocasiones se mantiene cerrada para ser abierta únicamente en momentos especiales de forma que el público accede usualmente por las dos laterales. Una segunda justificación de carácter simbólico se sobrepondría a las recomendaciones funcionales. Las tres puertas representaban a la Trinidad, uno de los conceptos que más tardo en asentarse en el dogma cristiano por su dificultad de comprensión. Así, las tres puertas eran diferentes: la central mayor, representaba a dios-padre mientras que las dos laterales recordaban a la figura del hijo (Cristo) y al Espíritu Santo. No obstante, al margen de esa virtual trinidad divina, las puertas podían ser dedicadas a diferentes advocaciones, comenzando por la Virgen María y siguiendo por los diferentes santos a los que se consagrara el templo.
Las cinco puertas son poco frecuentes dado que muchas iglesias con cinco naves ofrecen un acceso triple. Su presencia es fundamentalmente funcional, aunque la numerología bíblica asigna al número 5 la representación de la gracia divina, el don que concede Dios a los humanos para ayudarles en su salvación. Son muy escasos los ejemplos que superan esa cifra, que queda reservada para edificios gigantescos como San Pedro del Vaticano.
Al margen del número de puertas, los accesos se complementaron con elaboradísimos programas iconográficos que la escultura se encargaba de materializar. Los mensajes y significados ensalzaban la trascendencia del ingreso en el “cielo”.
Alberti fusionó la noción de Puerta con la de Arco de Triunfo. En la imagen fachada de San Andrés de Mantua.

Modelos y formalizaciones.
Los imafrontes tienen diversos modelos en los que inspirarse. Hemos anticipado dos categorías generalistas: fachadas vinculadas y fachadas autónomas respecto al interior. En ellas hay clases diversas. Vamos a referirnos y a proponer ejemplos tanto de la primera con la fachada-sección como de la segunda con la fachada-telón de doble torre. No obstante, no son las únicas. Podemos citar desde los casos de integración de una torre única centrada en la fachada hasta el camino comenzado por León Battista Alberti, cuando fusionó formalmente la noción de Puerta con la de Arco de Triunfo clásico (Templo Malatestiano de Rímini o San Andrés de Mantua) que sería desarrollado durante el Renacimiento y el Barroco.
Fachada-sección
Las fachadas vinculadas son las que trasladan al exterior la realidad interior (y, en consecuencia, carecen de torres). Dentro de esta categoría destacamos la fachada-sección, un imafronte explícito cuya silueta recuerda la sección interior del edificio. En ellas se replican, con cierto nivel de abstracción, las naves del templo (una, tres o cinco) mostrándose en diferentes volúmenes que caen en cascada desde el centro más elevado hacia los laterales. Las articulaciones entre ellos son parte de la riqueza estilística de las variaciones.
El cuadro siguiente muestra algunos ejemplos de la categoría, relacionando el número de naves y el de puertas. El resultado es una matriz diagonal superior al no recogerse casos de templos con menos naves que puertas (por ejemplo, no se han encontrado muestras de iglesia de nave única con cinco puertas, aunque hay casos engañosos, como San Miniato al Monte en Florencia, porque a pesar de contar con tres naves y tres puertas, la composición exterior ofrece cinco módulos, tres ocupados por los accesos y dos cegados).

Fachada-sección (1 nave, 1 puerta). Izquierda, planta y fachada de Sant Adrián de Sásave en Borau (España). Derecha, planta y fachada de Saint-Pierre en Petit-Palais-et-Cornemps (Francia).

Fachada-sección (3 naves, 1 puerta). Izquierda, planta y fachada de San Giorgio Maggiore en Venecia (Italia). Derecha, planta y fachada de San Zenon en Verona (Italia).

Fachada-sección (3 naves, 3 puertas). Izquierda, planta y fachada de la catedral de Módena (Italia). Derecha, planta y fachada de la catedral de Bari (Italia).

Fachada-sección (5 naves, 1 puerta). Izquierda, planta y fachada de Saint-Sernin de Toulouse, (Francia). En este caso la amplitud requerida por la puerta obligo a plantear un acceso doble. Derecha, planta y fachada de San Abundio en Como (Italia).

Fachada-sección (5 naves, 3 puertas). Izquierda, planta y fachada de la catedral de Granada (España). Derecha, planta y fachada del Duomo de Pisa (Italia).

Fachada-sección (5 naves, 5 puertas). Izquierda, planta y fachada del Duomo de Milán (Italia). Derecha, Fachada-telón, planta y fachada de la basílica de San Juan de Letrán en Roma (Italia).

Fachada-telón de doble torre
Las fachadas autónomas son las que no reflejan directamente el interior del templo que se encuentra detrás de ellas (no trasladan la sección del edificio como en la categoría anterior, obviando las alturas y pendientes de las cubiertas de esas naves), aunque suelen referenciar la disposición de naves por una cuestión funcional. Pueden presentar configuraciones diversas, como las que adoptan forma de paralelepípedo. Aquí vamos a reseñar las fachadas-telón de doble torre. En ellas, dos torres flanquean el acceso condicionando una composición que se ve matizada por las puertas que se abran en ella.
La fachada con doble torre es muy característica del gótico, aunque ya se había utilizado en construcciones anteriores. Sirven como ejemplo de ello la iglesia de la abadía de Saint-Philibert, en la ciudad francesa de Tournus, en Borgoña, o la normanda iglesia abacial de Saint-Étienne de la Abadía de los Hombres de Caen. No obstante, el gran impulso del modelo (y del estilo gótico) sería Saint-Denis, cuya fachada principal de doble torre se realizó entre los años 1135 y 1140 (aunque paradójicamente no llego a completar la segunda torre).
El cuadro adjunto presenta ejemplos de la categoría con los mismos criterios que el anterior y por las mismas razones es, igualmente una matriz diagonal superior.
Fachada-telón de doble torre (1 nave, 1 puerta). Izquierda, planta y fachada de Sant Pablo en Valladolid (España). Derecha, planta y fachada de la Catedral de Angulema (Francia).

Fachada-telón de doble torre (3 naves, 1 puerta). Izquierda, planta y fachada de la Catedral de Magdeburgo (Alemania). Derecha, planta y fachada de la Catedral de Bristol (Reino Unido).

Fachada-telón de doble torre (3 naves, 3 puertas). Izquierda, planta y fachada de la Catedral de Jaén (España). Derecha, planta y fachada de la Catedral de Reims (Francia).

Fachada-telón de doble torre. Izquierda, (5 naves, 1 puerta), planta y fachada de St. Viktor en Xanten (Alemania). Derecha, (5 naves, 5 puertas) planta y fachada de la Catedral de Bourges (Francia).

Fachada-telón de doble torre (5 naves, 3 puertas). Izquierda, planta y fachada de la Catedral de Colonia (Alemania). Derecha, planta y fachada de Notre-Dame en París (Francia).



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