La Seo de Zaragoza: ábsides románicos y muro mudéjar de
la Parroquieta (imagen de José Antonio Abad)
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Hay ciudades
que, en un momento determinado de su historia, han buscado un cambio de look radical. Las motivaciones
pueden ser diversas, existiendo causas políticas, económicas, religiosas, etc.,
pero, en cualquier caso, estas premeditadas y drásticas variaciones de identidad urbana son muy interesantes. Un
ejemplo es el de las ciudades que han pertenecido a los ámbitos religiosos cristiano
y musulmán y que han experimentado esas dos visiones diferentes del mundo. Muchas
de esas urbes, cuando pasaron de un contexto a otro, iniciaron procesos de
reconversión sustancial, que implicaron actuaciones urbanas trascendentales, tanto
físicas como simbólicas.
En esta
línea, vamos a repasar dos casos que, aunque similares, porque analizan la conversión de una ciudad islámica en una
ciudad cristiana, lo hacen distantes en el tiempo y con circunstancias
diferentes, lo que se traduce en mecanismos de intervención distintos. El
primer caso es español y se produjo en la Edad Media: la “cristianización” de Zaragoza. El segundo ejemplo es Belgrado, la capital serbia, que en el
siglo XIX quiso borrar sus huellas otomanas y aparecer como una ciudad
occidental europea. Abordamos el tema en dos artículos. En este, recalaremos en
Zaragoza y, en el siguiente, lo haremos en Belgrado.
“La forma de la ciudad
siempre es la forma de un tiempo de la ciudad; hay muchos tiempos en la forma
de la ciudad”
Aldo Rossi (La Arquitectura de la Ciudad, 1966)
Las ciudades reflejan la sociedad que las construye, pero
su dada su permanencia física en el tiempo, constituyen legados que pueden
estar alejados de los requisitos de otra sociedad que los reciba en el futuro.
El hecho de que sean depositarias de la memoria no siempre ha sido apreciado, y
esas herencias generan rechazo en la comunidad legataria, que suele impulsar cambios
radicales en el espacio ciudadano para borrar el recuerdo del pasado. Por eso,
hay ciudades que, en un momento determinado de su historia, han buscado un cambio de look radical. Las motivaciones
pueden ser diversas, existiendo causas políticas, económicas, religiosas, etc.,
pero, en cualquier caso, estas premeditadas y drásticas variaciones de identidad urbana son muy interesantes.
No obstante, la herencia nunca desaparece del todo. Es
recurrente la metáfora que relaciona la ciudad con los palimpsestos, aquellos antiguos manuscritos que reutilizaban
pergaminos anteriores y que, aunque estos habían sido borrados, todavía
conservaban rastros de las tintas previas. La ciudad no es una hoja en blanco y
ofrece la posibilidad de rastrear su pasado, aunque en determinados momentos,
la sociedad haya hecho esfuerzos por eliminar cualquier huella anterior
indeseada.
Un ejemplo de
ese intento de extirpación de la memoria, es el de las ciudades que han
pertenecido a los ámbitos religiosos cristiano y musulmán y que han experimentado
esas dos visiones diferentes del mundo. Muchas de esas urbes, cuando pasaron de
un contexto a otro, iniciaron procesos de reconversión sustancial, que implicaron
actuaciones urbanas trascendentales, tanto físicas como simbólicas.
Vamos a profundizar en dos casos
que sufrieron este intento de resetear
la ciudad buscando iniciar un nuevo rumbo. Son ejemplos muy diferentes, aunque similares, porque analizan la conversión de una ciudad islámica en una
ciudad cristiana. Son dos casos distantes en el tiempo y con circunstancias
diferentes, lo que se traduce en mecanismos de intervención distintos. El primero nos traslada a la España de la Edad
Media, en pleno proceso de “reconquista” de la península por parte de los
reinos cristianos. La ciudad de Zaragoza,
que había sido tomada por los árabes en el año 711 volvió a la órbita católica
en el 1118, fecha en la que se inició un proceso de “cristianización” que fue
largo y que afectó a la arquitectura, al espacio urbano y también a la
percepción simbólica de la ciudad.
El otro caso nos lleva a la Europa
Central del siglo XIX, cuando Belgrado se liberó del yugo turco y obtuvo la
independencia del Imperio Otomano en un proceso largo y turbulento. La capital
serbia había caído bajo el control de la Sublime
Puerta en 1521, con Solimán el Magnífico. Tras más de tres siglos
musulmanes, que habían transformado a la ciudad en una urbe oriental, Belgrado
buscó con esfuerzo su adscripción a la Europa Occidental, intentando borrar
toda huella de su pasado islámico.
Apunte sobre la base
a transformar: Saraqusta (Zaragoza musulmana)
El valle del
rio Ebro es uno de los enclaves geográficos fundamentales en la Península
Ibérica. Encajonado entre la cordillera de los Pirineos que actúa, por el norte, de istmo y frontera con el resto
del continente europeo, y el Sistema Ibérico
que, por el sur, marca el inicio de la Meseta
Central, el gran valle recorre el noreste peninsular comunicando el Mar
Cantábrico con el Mediterráneo. Por eso, siempre ha sido una zona de contacto
entre pueblos, lo cual favoreció el comercio y el intercambio cultural pero
también lo convirtió en escenario de intensas disputas.
Ubicación del Valle del Ebro en el noreste peninsular y
detalle de la situación de Zaragoza (punto rojo). (Dibujo base de Darío Marcos
Guinea).
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En su tramo
central, hay un punto concreto en el que el Ebro recibe las aguas de dos ríos, Gállego (por el norte) y Huerva (por el sur), generando un
entorno fértil, muy propicio para la agricultura. Así fue reconocido por sus
primeros pobladores, los sedetanos,
un pueblo íbero que, hacia el siglo III a.C., fundó en ese lugar, junto a la
desembocadura del río Huerva, un
asentamiento al que denominaron Salduie (o Salduba)
En esa misma
ubicación, en el año 14 a.C., el Imperio Romano levantaría una colonia que
recibiría el nombre de Colonia Caesar Augusta. El nuevo
asentamiento adoptó el trazado habitual de las ciudades de colonización romana,
un rectángulo delimitado por una muralla de aproximadamente 900 x 500
metros, organizado internamente por una serie de calles paralelas a los bordes que
componían una retícula ortogonal. Entre las vías interiores destacaban los dos
ejes centrales: el decumano máximo (las
actuales calles Manifestación, Espoz y
Mina y Mayor) y el cardo máximo (cuya ubicación es dudosa,
puesto que tradicionalmente los historiadores lo han situado en la actual calle
Jaime I o algo más al oeste de esta, pero
otras investigaciones lo ubican en el eje de las calles Bayeu y Santa Cruz). En
el cruce de estos dos ejes principales se situaba, normalmente, el nodo urbano principal,
el Foro, pero en Caesar Augusta hubo una excepción, ya que se situó en el cuadrante
noreste, cercano al río. En los extremos de estas dos calles preferentes se
abrían cuatro puertas: en el oeste, la Puerta
de Toledo; en el este, la Puerta de
Valencia; en el norte, la Puerta del
Ángel, y en el sur la Puerta Cinegia.
[Los datos arqueológicos todavía no han
arrojado suficiente luz para determinar con exactitud la posición del cardo
máximo y la excentricidad del Foro tampoco ayuda. La alineación con el Puente
de Piedra parece apoyar la candidatura de la calle Jaime I, pero tampoco hay seguridad de que esa posición fuera la
que tuvo antiguamente el puente romano. Por otra parte, la situación de la Puerta Cinegia contradeciría esta
propuesta en favor de la de Bayeu-Santa
Cruz. Los historiadores siguen investigando].
Esquema de Cesar Augusta sobre un parcelario actual. Se
indican con líneas naranjas el decumano máximo y las dos hipótesis de cardo
máximo.
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Aunque la
ciudad sufriría modificaciones notables a lo largo de los siglos, esa fue, en lo
esencial, la que encontraron los árabes. Estos habían atravesado el Estrecho de
Gibraltar en el 711 y tras derrotar a la monarquía visigoda, se hicieron, muy
rápidamente, con el control de casi toda la Península Ibérica. En el 714,
llegaron al valle del río Ebro, y conquistaron Caesar Augusta. Los árabes cambiaron el nombre de la ciudad por el
de Saraqusta,
un derivado de la denominación romana.
La
preeminencia regional de la ciudad les llevó a escogerla como capital de la que
sería la Marca Superior de Al-Andalus, un territorio de contención
contra los reinos cristianos del norte que gozó de una gran autonomía. La
ciudad adquiriría mayor importancia tras la descomposición del Califato de
Córdoba y el establecimiento de la Taifa
de Zaragoza (Reino de Saraqusta), que comprendía gran parte de los
territorios de la inicial Marca Superior.
Saraqusta convertiría el espacio intramuros de la ciudad hispanorromana en una medina
musulmana. Los árabes mantendrían la muralla existente y sus cuatro puertas,
con algún cambio terminológico: al norte, la Puerta del Puente; al este la Puerta
de Alquibla; al sur la Puerta de
Sinhaya (el arrabal que daría origen del término Cinegia); y al oeste, la Puerta
del Toledo.
En la medina,
sobre la antigua iglesia cristiana visigoda de San Vicente, que a su vez se
había ubicado en el antiguo foro romano, se construiría la mezquita aljama, el principal espacio religioso de la ciudad. Junto
a ella se ubicó el zoco, el mercado,
mientras que por el resto de la ciudad se distribuirían otras mezquitas, baños
públicos, etc. En la esquina noroccidental del recinto se levantó el alcázar musulmán, la sede del
gobernador (la zuda, en cuyo emplazamiento se levanta hoy la Torre de la Zuda). Extramuros, pero
próximos a las puertas estaban los cementerios (al contrario de lo que sucedía
en las ciudades cristianas contemporáneas).
Restitución de la mezquita aljama de Zaragoza, según
Javier Peña, con sobreposición de la planta de la Seo.
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Dentro de la
medina también se integraron barrios
para las minorías religiosas, judía y cristiana, en los que se permitió la
existencia de sinagogas e iglesias. Así, en el barrio de los mozárabes (los
cristianos que vivían en territorio musulmán), que estaba ubicado en el cuadrante
noroeste de la medina, se encontraba la iglesia de Santa María (en el mismo lugar donde siglos después se levantará la
Basílica del Pilar). Los cristianos
tendrían un segundo templo, la iglesia de las Santas Masas, que se encontraría extramuros, en el antiguo monasterio
de Santa Engracia. De la misma forma, en el cuadrante suroriental existiría una
“judería” con su sinagoga.
Saraqusta prosperaría, lo cual conllevó la
aparición de arrabales extramuros (el mayor de todos nacería al sur de la
muralla y sería conocido como Sinhaya).
Estos barrios exteriores acabarían integrándose relativamente en la vida urbana
gracias a la ampliación de la ciudad realizada a finales del siglo IX, que buscaba
reforzar la defensa de una ciudad que se veía amenazada por los reinos cristianos
del norte. Entonces se levantó un muro de tapial que incorporó esos arrabales, protegiéndolos,
y además permitió albergar espacio suficiente para explotaciones agrícolas y
edificaciones industriales (cuero, cerámica, tejidos, etc.). Ese recinto
dispondría de diversas puertas, entre otras, la Puerta de Sancho; la Puerta
del Portillo; o el Portón de Baltax
(en la actual Puerta del Carmen).
Esquema de Saraqusta con la medina en la ciudad romana
y los arrabales englobados en el muro de tapial que amplió el recinto urbano.
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Fuera de este
nuevo perímetro urbano, por el oeste, quedaba una extensa explanada (al-musara), muy utilizada por el ejército
y para ceremonias multitudinarias muy diversas. Allí se levantaría, durante el
periodo taifal, el palacio del rey, el Palacio
de la Aljafería. Ya en el siglo IX se había levantado en ese lugar una
torre defensiva (que sería denominada Torre
del Trovador desde el siglo XIX). Esta torre sería el embrión del Palacio
de la Aljafería, construido principalmente entre 1065 y 1081 por orden Al-Muqtadir,
el rey de la entonces Taifa de Zaragoza. Este palacio, que es una de las
cumbres de la arquitectura musulmana en la península junto a la Alhambra y a la Mezquita de Córdoba, es una construcción inspirada el
modelo sirio de planta cuadrada y torreones circulares, con espacio un central
tripartito, separando edificaciones y jardines.
Imágenes del Palacio de la Aljafería de Zaragoza.
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La “cristianización”
de Zaragoza.
Zaragoza fue
reconquistada en el año 1118 por los ejércitos cristianos del rey de Aragón,
Alfonso I el Batallador. Desde entonces comenzaría un proceso de
“cristianización” que pretendía recordar a la población el nuevo statu quo adquirido y hacer olvidar el
pasado musulmán. Fue un proceso largo, que tuvo diferentes etapas, más o menos
intensas en la búsqueda de su objetivo según las posibilidades de cada momento.
El proceso de “cristianización” de Zaragoza ha sido estudiado por el
catedrático de Historia Medieval (y reconocido escritor de novela histórica),
José Luis Corral. Su trabajo, “El
urbanismo de Zaragoza entre los siglos XII y XV: la cristianización de la
ciudad” (incluido en AA VV “Zaragoza,
espacio histórico”. Ed. Ayuntamiento de Zaragoza, 2005) es de gran interés.
Las
capitulaciones de la ciudad fueron condescendientes con los ciudadanos no
cristianos (musulmanes y judíos) de Saraqusta.
Su permanencia fue permitida, aunque muy condicionada jurídicamente (sobre todo
a los musulmanes) y acotada a diversos lugares (fuera del núcleo hispanorromano
y medina árabe, creando una “morería” y una “judería nueva”). No obstante, y
aunque parece que hubo muchos musulmanes que se quedaron en la que era su
ciudad y la de sus antepasados, otros muchos emigraron hacia el Levante Español,
todavía en manos islámicas. Con la partida de numerosas familias musulmanas (de
hecho, el arrabal de Sinhaya quedó
prácticamente despoblado), la ciudad perdió mucha población y tardaría tiempo
en ser repoblada. La causa fue que los candidatos cristianos estaban recelosos debido
a la posición fronteriza que la ciudad ocupaba dentro de una zona que todavía
no estaba pacificada. Para motivar la llegada de esos cristianos, el rey
Alfonso I otorgó fueros y categoría de “ciudad” a la que desde entonces sería
conocida como Zaragoza, que además vio restaurada su sede episcopal. La
ciudad comenzaría a recuperarse demográfica y económicamente a partir de
mediados del siglo XII.
Proceso de “expulsión” de la población del núcleo
central hacia el exterior, creando una “morería” y una “judería nueva” (esquema
de Darío Marcos Guinea).
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La pérdida de
población, que conllevó un declive urbano, hizo que, durante las primeras décadas,
la “cristianización” se limitara a las operaciones más necesarias y urgentes,
es decir, a la eliminación de las
mezquitas de la ciudad, que fueron transformadas en iglesias en algunos
casos y en otros derribadas. El caso más especial fue el de la Mezquita Aljama, la principal, que, inicialmente
sufriría modificaciones para adaptarla al culto cristiano pero que, al final, acabaría
siendo derribada para construir en ese solar una nueva Catedral del Salvador (conocida habitualmente por la Seo) que sería una de las grandes
obras del románico aragonés (aunque cuenta con partes góticas y una fachada
barroca). El nuevo edificio aprovecharía cimentaciones y materiales del
anterior templo y por eso ofrece singularidades respecto al modelo canónico de
iglesia medieval cristiana.
Las particularidades
de la Seo son compartidas con otras iglesias zaragozanas que se construirían
sobre la base de mezquitas anteriores. La reutilización supuso un cambio en la orientación de estas iglesias respecto
a la disposición canónica de los templos medievales cristianos, que se
orientaban en dirección este-oeste. Esto fue así porque las mezquitas
presentaban su eje hacia el sur (con alguna variación hacia el sureste) y, además,
se encontraban ubicadas en tejidos urbanos muy densos, hecho que complicaba una
eventual reorientación al obligar a grandes derribos en su entorno. Esto no
sucedió con las iglesias de nueva planta que se construyeron en entornos menos
densos, que se orientaron “correctamente”. Estas peculiaridades en la
orientación, herencia de las mezquitas “subyacentes”, pueden apreciarse en
casos como la iglesia de San Gil, la de
la Magdalena o la referida Seo del Salvador, por ejemplo.
No es la
única cuestión distintiva heredada de las mezquitas preexistentes ya que
también influyeron en la ubicación de los campanarios de las iglesias. En las
ciudades europeas sin pasado musulmán, las iglesias elevan sus torres en
función de criterios arquitectónicos. Así las encontramos en las fachadas
(habitualmente dobles) o elevándose en el centro del crucero (con una torre
única predecesora de las cúpulas que aparecerían posteriormente). Por el
contrario, las ciudades que tuvieron mezquitas suelen ofrecer otra estrategia
para ubicar las torres, inspirada en los alminares preexistentes (que en el
caso de las mezquitas recicladas
fueron conservados). Los alminares no se vinculan a la arquitectura sino a la
ciudad. Su ubicación, por lo general exenta respecto del volumen principal de
la mezquita, busca convertirse en referencia del barrio circundante, en una
estrategia tanto visual como efectiva, para que pueda ser escuchado el canto
del muecín llamando a la oración. Esta influencia, fue explicita en los casos
de las mezquitas que fueron reconvertidas (que quizá fueron seleccionadas por
disponer de alminares que cumplían perfectamente esa misión) pero también quedó
como recurso compositivo para otras iglesias de nueva construcción, de manera
que las torres-campanario se ubicaban en la posición que mejor les permitía
ejercer de fondos de ejes visuales en función del trazado de las calles (que en
algunos casos fueron rectificadas para enfrentarlas a las torres). Así, las torres campanario se convierten en
fondos de perspectiva en un recuerdo permanente del presente cristiano frente
al pasado islámico.
Las nuevas
iglesias serían la base para la reestructuración administrativa y funcional de Zaragoza, que quedó organizada en
“parroquias”, vinculando cada barrio a un templo de referencia, decisión
que empezaría a cambiar el funcionamiento interno de la ciudad. Las iglesias
parroquiales se convertirían en el centro de cada barrio. No solo por su imponente
presencia física, elevándose sobre el caserío contiguo, o por sus torres
campanario, sino también por la apertura de plazuelas enfrente de sus portadas
(en los casos en los que fue posible). Estas nuevas plazas serían el escenario
de muchos actos ciudadanos, tanto ceremoniales como políticos o de justicia y
buscaban dar representatividad a sus portadas, en las que se concentraban buena
parte de los mensajes del cristianismo triunfante. La Zaragoza medieval tuvo
quince parroquias: nueve denominadas mayores (Santa María la Mayor, San
Salvador, San Pablo, San Felipe, Santa Cruz, San Juan del Puente, Santa María
Magdalena, San Gil y San Jaime) y seis menores (San Lorenzo, San Juan el Viejo,
San Pedro, San Andrés, San Nicolás y San Miguel de los navarros). Además,
extramuros se encontraban Santa Engracia, que pertenecía a la diócesis de
Huesca, y Santa María de Altabás o del Arrabal, al otro lado del río, que no se
convertiría en parroquia hasta el siglo XVI.
Otra actuación
muy significativa, relacionada con esa estrategia de impregnar todo del sentido
cristiano, afectó al principal espacio urbano de la ciudad: el entorno de la antigua
mezquita que había albergado el Zoco de la ciudad islámica. La transformación
no fue tanto formal como funcional ya que esa
plaza de la nueva catedral perdería su misión comercial reconvirtiéndose en un
espacio ceremonial y representativo. Además, en las viviendas circundantes,
en las que habían residido los comerciantes musulmanes, pasarían a vivir los
clérigos cristianos y los eclesiásticos. El sustancial cambio modificó las
dinámicas urbanas simbolizando la radical variación efectuada por la ciudad.
Poco a poco
fueron apareciendo nuevas edificaciones
relevantes por su misión religiosa y también por su dimensión: los conventos.
En el interior de la antigua medina musulmana se instalarían los conventos
vinculados a las órdenes militares (del Temple, del Hospital y del Santo
Sepulcro) y en los arrabales (sobre todo junto a caminos y particularmente
junto a las puertas de acceso a la ciudad), los cenobios que dependían de las
órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios
y jerónimos) y conventos femeninos (de las Canonesas del Santo Sepulcro,
clarisas, predicadoras de Santa Inés). La
Iglesia como institución se hizo omnipresente. Como apunta José Luis Corral
en el estudio referenciado, la presencia de edificios religiosos en Zaragoza
sería muy abrumadora y, además, los constantes repiqueteos de las campanas de
las torres parroquiales recordarían, a todas horas, el cambio sufrido por la
ciudad.
Hubo otras
modificaciones de índole más práctica que afectaron al trazado urbano. La ciudad islámica, de calles sinuosas, densa y
laberíntica carecía de espacios públicos urbanos distribuidos. La actuación cristiana
abriría nuevas plazas derribando edificaciones que permitieran, como hemos
comentado anteriormente, dar aire y representatividad a las nuevas iglesias.
Pero también se rectificaron algunas de las vías intramuros.
Una de las
actuaciones netamente cristianas fue la creación de un nuevo barrio que seguía las pautas de trazado típicamente medievales y
que sería llamado Población del Rey (o
barrio de San Pablo, en referencia a
la parroquia que albergaba). Este ensanche, construido entre 1219 y 1217,
estuvo previsto para alojar artesanos, comerciantes y hortelanos del entorno y su
origen estuvo vinculado al nuevo mercado que se había instalado frente a la Puerta de Toledo. Su trazado mostraba la
retícula característica del medievo formada por alineaciones de dobles hileras
de manzanas iguales (de unos seis metros de anchura y veinticinco de
profundidad). En su centro se ubicaría la iglesia de San Pablo (con la orientación canónica hacia el este y entrada principal
por el sur, magnificada por una leve ampliación de la calle en ese punto que
manifestaba su presencia). En su extremo occidental se levantaría el convento
de los dominicos, con su gran plaza de predicación, otro de los hitos del nuevo
barrio.
Crecimiento medieval occidental de Zaragoza, denominado
Población del Rey o Barrio de San Pablo por la advocación de su parroquia
(imagen de Ramón Betrán Abadía).
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En el siglo
XIII, el paisaje urbano de Zaragoza era ya netamente cristiano, pero todavía se
incorporarían una serie de intervenciones
más simbólicas. Una de ellas fue la construcción de una iglesia de planta
de cruz griega en el punto central de la ciudad (la posición de esta iglesia es
uno de los avales hacia la consideración del eje Bayeu-Santa Cruz como
cardo máximo de Cesar Augusta). Según
esto, la Iglesia de la Exaltación de la
Santa Cruz, que estaría ubicada en el cruce del cardo y decumano máximos de
Cesar Augusta, supondría la presencia
de la cruz cristiana en el centro geométrico urbano y simbolizaría que Zaragoza
se había “crucificado”, en expresión de Corral.
Finalmente,
más allá de pequeñas actuaciones complementarias que se dispersaron por toda la
ciudad (como la instalación de capillas u hornacinas para estatuas de santos en
diversos puntos, como las puertas, que servían de recuerdo permanente para los
ciudadanos) se procedió a la “ocupación” simbólica del espacio urbano, a su “sacralización”
a través de numerosas procesiones
(religiosas principalmente, pero también ceremoniales) que se apropiaban de una
serie de recorridos que quedaban grabados en el inconsciente colectivo como
escenario de manifestaciones cristianas.
Durante muchos
siglos hubo convivencia entre las tres culturas monoteístas, cristiana, judía y
musulmana, aunque la sociedad dominante marginaba a las minoritarias. Así
sucedió cuando Zaragoza volvió a ser cristiana. Entonces, tanto judíos como mudéjares
(musulmanes residentes en territorio cristiano) se convirtieron en minorías controladas,
que disponían de un espacio acotado para vivir (juderías y morerías). Pero, en
1492, los Reyes Católicos firmaron el decreto de expulsión de los judíos y, en
1502, “recomendaron” a los mudéjares su bautismo cristiano, que fue declinado
por muchos. Ante este rechazo, los diferentes territorios hispanos irían,
paulatinamente, exigiendo la reconversión forzosa. Los mudéjares de Aragón
fueron obligados a bautizarse en 1526. En general, estos “cristianos nuevos” (también
llamados moriscos) constituyeron un
grupo social marcado y muy incomprendido. Nunca se confió en que su conversión
fuera verdadera y surgirían problemáticas muy variadas, algunas de las cuales
serían violentas (como la rebelión de los moriscos de las Alpujarras). La
Inquisición, con sus particulares métodos de actuación, protagonizaría las
difíciles relaciones en la sociedad española de aquellos tiempos. Finalmente,
en el año 1609, el rey Felipe III ordenó su salida de España, que se produjo
gradualmente hasta 1613. Los últimos moriscos de Aragón salieron en el año 1610, dejando una Zaragoza puramente
cristiana.
Zaragoza en 1808 no había superado los límites
medievales.
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Interesantisimo articulo
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