La ciudad ofrece una gran
diversidad espacial que debe ser conocida, no solo como base para su correcto
diseño sino también para apreciarla convenientemente (calle y soportales en
Bolonia)
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“Espacio”
es una palabra tan genérica que requiere de adjetivos complementarios para precisar
su significado. Estos epítetos nos dirigen a entornos muy diferentes, como
sucede con los casos de “matemático”, “arquitectónico”, “interestelar”,
“vectorial”, “aéreo”, “informativo”, “natural” o “de n dimensiones”.
La ciudad es, desde luego, una cuestión de
“espacio”, de “espacio físico”, podríamos decir, acotando la palabra. Sobre
este “espacio físico”, del que tenemos un suficiente conocimiento intuitivo, proliferan
términos que suelen interpretarse como sinónimos sin serlo. Aparentemente las
nociones de “espacio urbano”, “espacio libre”, “espacio vacío”, “espacio
público”, etc. se refieren a una misma realidad cuando tienen matices
diferenciales.
En este artículo, proponemos una investigación sobre los distintos tipos de espacio que
encontramos en la ciudad con el
objetivo de descubrir los atributos principales del Espacio Urbano, su espacio por antonomasia. Para ello utilizaremos
unas variables que generan gradientes de “libertad”
(de movimiento) y permiten ordenar las diferentes categorías espaciales
existentes en nuestras urbes. Abordamos el tema en dos partes: en esta primera
planteamos los primeros análisis, dejando para la segunda parte las últimas aproximaciones y las conclusiones.
La ciudad, cuestión de espacio.
Aunque intuitivamente tenemos una aproximación
suficiente al significado de la palabra espacio,
el establecimiento de una definición satisfactoria no resulta sencilla. Esto es
así debido al carácter genérico del término, que acostumbra a necesitar de un
adjetivo complementario para precisarse. Por eso nos referimos al espacio con
epítetos como “matemático”, “arquitectónico”, “interestelar”, “vectorial”,
“aéreo”, “informativo”, “de n dimensiones”, etc. que nos dirigen a entornos de
significación muy diferente.
El “espacio interestelar” y
el “espacio geográfico” (la epidermis de la Tierra según Tricart) son dos
realidades distintas que comparten la primera palabra y se diferencian por la
adjetivación.
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No es nuestro objetivo teorizar sobre una definición
que, por otra parte, el propio diccionario advierte de su dificultad al ofrecer
catorce posibilidades distintas. Si aceptamos la más general, “extensión que contiene toda la materia
existente”, encontramos dos términos, materia
y extensión, que nos permiten centrar
la cuestión.
La primera palabra que nos interesa es “materia”. La definición de materia nos
refiere a todo aquello que en la naturaleza está dotado de masa. Nuestra percepción nos permite comprender intuitivamente la
noción de materia y aceptar que los seres humanos somos realidades “materiales”,
físicas.
Por su parte, la palabra “extensión” nos dirige hacia la noción de dimensión y, en consecuencia, a la distancia. Sobre estos términos podemos asentar otra noción
esencial, la de movilidad. La
distancia implica la percepción de entidades separadas, dotadas de una determinada
identidad y, en consecuencia, distinguibles e individualizables.
Nos dirigimos, por tanto, hacia el “espacio físico”, es decir, el integrado
por entes que cuentan con una materialidad (lo cual conlleva unas dimensiones y
por lo tanto una “ocupación” física) y que generan un sistema geoposicional que
lo define. Algunos de estos seres (nosotros, los humanos, entre ellos) disponen
de la capacidad de movimiento, de aproximarse o de alejarse, de desplazarse por
él, es decir de modificar su ubicación dentro de un entorno determinado.
Las definiciones que la física y las matemáticas han
realizado durante siglos y que acabaron concretándose en un conjunto
euclídeo-cartesiano-newtoniano (el espacio
de tres dimensiones) han satisfecho a todo el mundo durante mucho tiempo.
Coinciden, básicamente, con la percepción de la realidad que se muestra ante
nuestros ojos. No obstante, nuestro entorno no se capta como una construcción
“matemática” abstracta sino como algo que interpretamos (por ejemplo, percibiéndolo
en perspectiva, a través de la luz, o relacionándolo con nosotros mismos al
sentirlo grande, pequeño, agradable, desagradable, frío caliente, etc., sin
entrar en otros campos más “resbaladizos”, como es el del espacio imaginado o
los espacios de la memoria y los recuerdos).
Dentro del espacio físico, y evitando esas
consideraciones sobre la subjetividad, vamos a acotar nuestro interés al “espacio geográfico” (a la “epidermis de
la Tierra” como apuntó el geógrafo Jean Tricart). Nuestro espacio geográfico permite el movimiento de los
seres humanos en las direcciones horizontales (las apegadas a la tierra,
restringiendo la vertical, al menos teóricamente). No obstante, estas
traslaciones cuentan con ciertas limitaciones porque nos topamos con
restricciones producidas por accidentes naturales (como ríos, acantilados,
mares, montañas etc.), o por barreras físicas artificiales, producto de la
antropización del territorio (como la existencia de prohibiciones de acceso a
fincas particulares o los vallados de determinadas infraestructuras, como vías
de tren o autopistas).
Aunque realmente, lo que nos interesa es un tipo muy particular de espacio geográfico: la
ciudad. En ella todo es artificial (incluso lo aparentemente natural),
porque es un espacio creado a la medida del ser humano y se ha convertido en
nuestro principal escenario de convivencia. Incluso en este contexto tan determinado,
la palabra “espacio” aparece con calificativos diferenciales (como “espacio
arquitectónico”) y el tema se complica cuando nos dirigimos al exterior de la
arquitectura, donde descubrimos numerosos calificativos que, además, suelen utilizarse
como sinónimos cuando pretenden expresar cualidades diferentes. Esto sucede,
por ejemplo, si hablamos del “espacio de la ciudad” surgiendo, por ejemplo,
“espacio libre”, “espacio público”, “espacio urbano”, “espacio vacío”, etc.
La ciudad es un conjunto de
espacios heterogéneos (Sídney)
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Así pues, nos acercamos a una realidad muy compleja,
llena de matices diferenciales y de solapamientos, y por eso intentaremos el
ejercicio de caracterizar los diferentes
atributos de los espacios de la ciudad. El objetivo es ayudar a descubrir
sus posibilidades, cuestión importante, no solo como base para su correcto diseño sino también para apreciarlos
convenientemente. Para ello utilizaremos diferentes criterios de
categorización en tres aproximaciones sucesivas.
Primera aproximación: análisis binario de las cualidades masivas (y
los planos de figura-fondo)
La ciudad es un conjunto espacial porque integra en su interior diferentes configuraciones
de espacio. En un primer acercamiento
al conocimiento de esta diversidad, partiremos de un análisis binario, es decir un análisis de variable única en el que
solamente se aceptan dos estados (sí/no). Para ello recurriremos a la variable “masa”.
Esta es la aproximación más elemental a la realidad
urbana e identifica dos categorías físicas: la masa edificada y los espacios
vacíos (que de una forma bastante imprecisa suelen verse identificados
como “espacio arquitectónico” y “espacio urbano” respectivamente). Un ejemplo
de esta incorrección la encontramos en el “espacio vacío” (la ausencia de
“masa”), que es la calificación más amplia porque recoge todo lo no “ocupado”,
e incluye desde vacíos permanentes, como pueden ser calles o jardines hasta
vacíos temporales, como solares pendientes de edificación (y por lo tanto
asociables a la arquitectura).
Esquema de la clasificación
del espacio según una única variable (lleno-vacío)
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En cierto modo, lo
vacío anticipa una primera
posibilidad de movimiento, aunque esta afirmación sea discutible, porque
los edificios también ofrecen opciones de desplazamiento interior (pasillos,
salas, escaleras, etc.). No obstante, en esta primera aproximación elemental, vista
desde la óptica urbana, se supone que la arquitectura está “cerrada” y por lo
tanto resulta inaccesible. En consecuencia, solamente el espacio vacío estaría
“abierto” y podría albergar circulaciones ciudadanas. En cualquier caso, esta afirmación
sería cuestionada por el conocido Plano
de Nolli, como veremos más adelante.
Ciertamente, no siempre resulta fácil establecer la
frontera entre estos dos ámbitos espaciales. Incluso si pretende aplicar una
cierta “objetividad técnica”, siempre aparecen casos límite que ofrecen dudas
sobre su adscripción (podemos pensar en algunos intercambiadores de transporte,
conformados exclusivamente por una gran cubierta abierta por todos sus lados,
que sería un espacio “abierto” horizontalmente, pero techado y por lo tanto
“cerrado” verticalmente, una suerte de espacio “abierto/cerrado”
simultáneamente, que pone en duda su consideración como “vacío”).
Madrid (Intercambiador de la
Plaza de Castilla). Una gran marquesina abierta horizontalmente plantea dudas
sobre su adscripción a lo “lleno” o a lo “vacío” de los planos de figura-fondo.
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En cualquier caso, la noción de “vacío” en la ciudad es controvertida por otras muchas
cuestiones, propiciando interesantes debates que ponen sobre la mesa diversos
matices:
• Por ejemplo, Manuel Delgado apunta que “vacío
urbano es un oxímoron. Nada
urbano está vacío, porque está siempre lleno de sociedad. Si no, no es urbano”.
(Manuel Delgado. "Vacío urbano" es un oxímoron: el caso de Caballito, Buenos Aires. Blog Seres Urbanos, Planeta Futuro. EL PAÍS,
2016). Delgado, en su artículo, apunta una realidad
presente en muchas periferias de las grandes ciudades, en las que oficialmente
nada existe y en la realidad se encuentran ocupadas por personas que han
construido en ellas sus infraviviendas.
• En otro orden de cosas, también se habla del
“diseñar
el vacío” o de “diseñar en el vacío” (cuestiones a
las que nos referimos en un artículo anterior de este
blog).
• Incluso puede llegar a considerarse el “valor del vacío” haciendo
alusión a la valía inmobiliaria de los solares vacantes en la ciudad.
Al margen de estas polémicas, una de las grandes virtudes de esta clasificación es la expresividad de
su representación. Los planos que reflejan esta dicotomía son conocidos
como planos de “figura-fondo”. Son
imágenes en dos colores (generalmente blanco y negro) que separan nítidamente
los espacios ocupados por los edificios (los espacios “llenos”) de los no
construidos (los espacios “vacíos”). Aunque olvidan la tercera dimensión, entre
otras cuestiones importantes (obviando, por ejemplo, la diferencia entre las plantas
bajas y las plantas superiores que puede ser muy relevante), estos planos ofrecen
una impresión inicial muy comprensible sobre las ciudades y retratan la
“textura” de las diversas tramas urbanas (normalmente el negro es la “figura” y
se asocia a lo ocupado por las construcciones, quedando el blanco para el
espacio vacío, que sería el “fondo”).
Los planos de figura fondo
reflejan la “textura” de la trama urbana con gran expresividad. Arriba, Nueva
York; en el centro, Amsterdam; y debajo, El Cairo.
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Algunos
planos de “figura-fondo” interpretan la realidad para facilitar la comprensión de la ciudad
que representan y asignan cualidades masivas a determinados espacios vacíos
(comenzando por los mencionados solares pendientes de construir y siguiendo,
por ejemplo, con los patios interiores no construidos en una manzana o los
jardines privados perimetrales a una edificación). Con esta operación se
pretende asociarlos a la categoría de la arquitectura y poder así descartarlos
de los lugares de uso colectivo. Este matiz suele modificar el adjetivo “vacío” para pasar a denominarse “espacio
libre”. La variación es importante porque nos aparta de las cualidades materiales
y nos dirige a otros criterios que informan sobre su utilización. Así la
denominación “espacio libre” se convierte en un subconjunto del anterior (no en
un sinónimo), e informaría sobre la disponibilidad del mismo para la
concurrencia de cualquier ciudadano (al margen de otras consideraciones de
carácter jurídico que abordaremos en el apéndice final de la segunda parte
de este artículo).
Como puede deducirse, la noción de “vacío” lleva
implícita la posibilidad de movimiento por los espacios así caracterizados, pero,
como ya avanzábamos, su exclusividad fue cuestionada por uno de los principales hitos de la
historia de la cartografía: el Plano de Nolli. A finales del siglo XVIII, Roma
necesitaba una representación actualizada y, para ello, el municipio encargó al
arquitecto y topógrafo Giambattista Nolli
la confección de un nuevo plano de la ciudad. Para ese magnífico trabajo
contó con colaboradores tan extraordinarios como Piranesi. El resultado final
fue presentado en 1784 y no solamente se convirtió en el mejor plano realizado
sobre Roma hasta entonces (y superando en precisión y expresividad a buena
parte de los posteriores), sino que también marcó un nuevo rumbo para la
disciplina, suscitando, además, un
interesante debate sobre la naturaleza de los espacios de la ciudad.
El Plano de Roma realizado
por Giambattista Nolli es uno de los hitos de la cartografía que, además, abrió
un debate sobre la naturaleza del espacio urbano.
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Su
interpretación sobre los lugares “accesibles” para los ciudadanos, hizo que lo
que inicialmente debía ser un plano de figura-fondo
convencional, fuera más allá de la dicotomía entre lo construido y lo no
edificado para profundizar en el carácter de la arquitectura. Nolli “penetró”
en los interiores de los edificios que resultaban transitables libremente y los
incorporó como si fueran una parte más del espacio “vacío/libre” de la ciudad.
De la intuición de Nolli se desprende que los espacios de la ciudad (estén
“ocupados” o no por edificaciones) pueden ser estudiados según unos gradientes de libertad que informan
acerca de la disponibilidad de los mismos para los ciudadanos. Sobre esta base
se asienta la segunda aproximación.
Segunda aproximación: análisis doble según los gradientes de
accesibilidad.
La
accesibilidad, es la cualidad de un lugar que informa sobre la
posibilidad/disponibilidad del mismo para ser alcanzado/ocupado por el ser
humano en su movimiento. Así, la accesibilidad varía
según un gradiente de libertad que
va desde la máxima transitabilidad hasta la imposibilidad total debido a la
aparición de restricciones.
Jerusalén (Explanada de las
Mezquitas). Algunas ciudades tienen espacios de uso discriminado en función de
los grupos sociales o religiosos.
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Introducimos así un segundo tema de análisis: la libre circulación del ser humano
(por sí mismo o ayudado tecnológicamente). Como ya hemos comentado, en el
territorio descubrimos conexiones impracticables porque hay accidentes
geográficos (grandes barreras como cordilleras, ríos, mares, cañones, etc.)
que, aunque en algunos casos pueden ser salvados puntualmente, la mayoría de
las veces resultan insuperables para el ser humano. También hay barreras
artificiales infranqueables (como muros o murallas, e incluso autopistas o vías
de tren que se encuentran valladas en su recorrido). Algo parecido sucede en la
ciudad, concebida por el ser humano para sí mismo, donde encontramos
determinadas restricciones al movimiento generalizado, como cercados o como los
propios edificios, además de desniveles o ríos, por ejemplo (dejando de lado,
de momento, la imposibilidad física producida por las denominadas “barreras
arquitectónicas”, una cuestión menos conceptual y más vinculada al diseño
concreto de cada lugar).
Para esta segunda aproximación escogemos dos variables que llevan asociadas baremos limitativos del
movimiento. Nos referimos al uso del
espacio y a su estatus patrimonial. Los valores extremos que adoptan son designados
por las mismas palabras (“público” y “privado” en ambos casos) que, al
presentar un sentido doble, suelen generar confusiones que dificultan la comprensión
de la expresión “espacio público”.
Matriz con la clasificación a
partir de variables dobles (uso y propiedad)
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Por una parte, el estatus patrimonial asigna el carácter “público” a aquellos espacios cuya titularidad es demanial, es
decir, perteneciente al conjunto de la sociedad a través de las instituciones
creadas para ello; mientras que los establecidos como “privados” corresponderían a la propiedad de las personas
individuales (tanto físicas como jurídicas). En una primera instancia, podría
pensarse que la propiedad pública, propiedad de todos, no conlleva
restricciones al movimiento, cosa que la propiedad privada si tendría derecho a
hacer. No obstante, esto no es así en todos los casos y por eso requerimos la
variable funcional que informa sobre el “uso” de los espacios.
Respecto a este sentido
funcional, la variable se refiere a sus posibilidades de utilización, de
manera que lo estipulado como “público”
estaría (en principio) disponible para su uso indiscriminado por parte de los
miembros de la comunidad, es decir, con acceso libre para cualquiera de ellos,
sin distinción (y sin tener en cuenta la propiedad efectiva); por el contrario,
lo caracterizado como “privado” nos habla
de particularidad, de lo selectivo (llegando a lo individual, a lo propio e
íntimo), y como tal estaría sujeto a una serie de restricciones/limitaciones
más o menos amplias según los casos.
Los extremos de la gradación irían desde la máxima
accesibilidad (entendida como lo doblemente público, tanto respecto a su
propiedad como a su uso) a la inaccesibilidad completa (doblemente privada).
Por lo tanto, esta nueva clasificación adopta la forma de una matriz de doble
entrada que proporciona cuatro
resultados básicos:
•
Máxima accesibilidad (restricciones mínimas o
nulas): Espacios de propiedad
pública y uso público, sin restricciones, de libre concurrencia, como las calles y las plazas
•
Accesibilidad media (restricciones parciales)
que incluye dos categorías diferentes:
los espacios de propiedad pública y uso
privativo (por ejemplo, un el Ministerio de Hacienda), y los espacios de propiedad privada y uso público (por
ejemplo, un Centro Comercial).
•
Mínima accesibilidad (máximas restricciones)
representados por los espacios de propiedad
privada y uso privado (inaccesibilidad, máxima intimidad, por ejemplo, una
vivienda)
El problema de esta clasificación es que no
distingue entre lo edificado y lo que no lo está, cuestión que prepara la
siguiente aproximación, que abordaremos en la segunda parte de este artículo.
Estambul (Gran Bazar). Hay
espacios arquitectónicos que son accesibles y de uso público como denunció
Nolli en su plano de Roma.
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Muchas gracias por tan interesante artículo.
ResponderEliminarNo obstante, me permito señalar un matiz, a efectos de estimular la reflexión. Tratar del espacio es tratar, en principio, de una representación abstracta de algo concreto que es un lugar. Este lugar puede ser, después de Einstein, abordado como un campo físico, esto es, una estructura espacio-temporal. Tengo para mí que tal opción es mejor que tratar del espacio, sobre todo cuando uno inquiere en los modos en que las personas habitamos los lugares que constituimos física y existencialmente con nuestra habitación. Materia ésta de la arquitectura y del urbanismo.
Aparecen, cada tanto, ciertos problemas epistemológicos en su discurso, que adquirirían otro cariz si se desplazara su perspectiva desde el espacio al lugar.
Al respecto, lo invito a visitar mi blog:
teoriadelhabitaruruguay.blogspot.com
Saludos desde Montevideo.