La Arlés romana (Arelate) se contrajo drásticamente
durante la Alta Edad Media, convirtiendo su Anfiteatro (Arènes) en la nueva
ciudad “fortificada”.
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La
caída del Imperio Romano de Occidente tuvo graves consecuencias para casi todas
sus ciudades. Las turbulencias políticas y las recurrentes invasiones produjeron
una inestabilidad generalizada que redujo drásticamente el comercio en el oeste
europeo, frenando en seco la prosperidad alcanzada e iniciando un imparable
declive urbano. Además, los saqueos se convirtieron en algo habitual y hubo
ciudades devastadas por las múltiples luchas mantenidas en aquellos primeros
años de la Edad Media.
Algunas
ciudades fueron abandonadas, aunque la mayoría resistió, asumiendo importantes
degradaciones del tejido urbano anterior. Entre estas, hubo ciertos casos muy
particulares porque los residentes buscaron
cobijo dentro de grandes construcciones imperiales que habían quedado vacantes,
reconfigurándolas como contenedores urbanos para olvidarse del resto del
casco.
Estas urbes sufrieron una contracción extrema,
ejerciendo la arquitectura como refugio de la ciudad. Los ejemplos de la
croata Split (Aspalatum), con la reconversión del gran Palacio de Diocleciano, o el de la francesa Arlés (Arelate),
reutilizando su anfiteatro, se
encuentran entre los más espectaculares.
La
caída del Imperio Romano de Occidente tuvo graves consecuencias para casi todas
sus ciudades. Las turbulencias políticas y las recurrentes invasiones produjeron
una inestabilidad generalizada que redujo drásticamente el comercio en el oeste
europeo, frenando en seco la prosperidad alcanzada e iniciando un imparable
declive urbano. Además, los saqueos se convirtieron en algo habitual y hubo
ciudades devastadas por las múltiples luchas mantenidas en aquellos primeros
años de la Edad Media.
Las
reacciones de los ciudadanos fueron muy variadas. Hubo ciudades que no
sobrevivieron porque fueron abandonadas y acabaron arruinadas (siendo hoy, en algunos
casos, lugares arqueológicos).
La trama de Florencia testimonia la existencia del
antiguo anfiteatro de la ciudad romana, junto a la
Piazza di Santa Croce.
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Entre
estas, hubo ciertos casos muy particulares protagonizados por ciudades que
habían visto reducida considerablemente su población y disponían de grandes
edificaciones imperiales que habían quedado vacantes y contaban con un diseño
muy favorable para su defensa ante los frecuentes ataques exteriores. De esta
forma, la solución para la supervivencia llegó con la “ocupación” de esos
edificios y su consolidación como ciudadela-fortaleza. En estos casos, los residentes buscaron cobijo dentro de esas
grandes construcciones imperiales, reconfigurándolas como contenedores urbanos para
olvidarse del resto del casco. En
consecuencia, estas urbes sufrieron una
contracción extrema, ejerciendo la arquitectura como refugio de la ciudad, esperando
mejores tiempos, que, afortunadamente, acabaron llegando.
Hay
dos casos espectaculares. Uno de ellos es especial porque perdura en la
actualidad. Ocurrió en la Aspalatum
romana (Split, en la actual
Croacia), lugar donde se levantó el Palacio
de Diocleciano, el complejo que el emperador había dispuesto para su descanso
y retiro. Con la desintegración del imperio occidental, el gran palacio acogería
a la población del entorno y se transformaría en una ciudad.
El
otro caso no tendría continuidad. Aconteció en Arlés (en la Francia meridional, a orillas del rio Ródano), que fue
una de las principales ciudades de la Galia Romana (Arelate) y contaba con un impresionante anfiteatro. Este edificio serviría de refugio para los ciudadanos,
transformándose en una pequeña ciudadela-fortaleza que resistió a la problemática
Alta Edad Media. Finalmente, aquellas viviendas construidas en su interior
acabarían desapareciendo con la recuperación arqueológica del gran edificio.
Split, la ciudad que
surgió en el interior de un palacio.
Diocleciano fue uno de los
emperadores destacados dentro de la larga lista de gobernantes romanos. Su
mandató duró entre el año 284 y el 305, un periodo en el que las campañas
militares promovidas lograron asegurar las fronteras del Imperio. Además, el
emperador estableció un sistema de administración más organizado y eficaz. Sus
reformas sanearon un Imperio que estaba al límite del colapso y permitieron su
continuidad durante casi dos siglos. Entre sus acciones recordadas está también
el inicio en 303 de una persecución sistemática e implacable contra los
cristianos, que no finalizaría hasta el año 313, cuando Constantino I el Grande
y Licinio, líderes entonces de los imperios romanos de Occidente y Oriente,
respectivamente, firmaron el Edicto de
Milán, que decretaba la libertad religiosa y, en consecuencia, la
tolerancia del cristianismo.
No
obstante, quizá el aspecto más conocido
de su mandato fue la creación de una nueva fórmula de gobierno que implicaba a
cuatro personas: la Tetrarquía, un sistema
que, sin pretenderlo, sería la base de la futura división del Imperio en dos
partes. Su instauración se produjo poco después de acceder Diocleciano a la
máxima distinción, cuando en 285 otorgó el título de Augusto de Occidente a
Maximiano, es decir, designándolo coemperador y asignándole la responsabilidad
de la mitad occidental del imperio. En 293, nombró a Galerio y a Constancio
como césares, que era un título que los reconocía como príncipes herederos y
les adjudicaba un área geográfica determinada de gobierno (para Galerio serían las
provincias balcánicas y para Constancio las Galias y Britania). La Tetrarquía
sufrió avatares muy diversos en los años siguientes (Constantino acabaría por
eliminarla en 326 para unificar el poder en su persona) pero la segregación
territorial sería consolidada por Teodosio
I quien, a su muerte en 395, repartió el
Imperio entre sus dos hijos: Arcadio como emperador de Oriente y Honorio de
Occidente.
Mapa del Imperio Romano entre los años 293 y 305 con la
distribución geográfica de los sectores de los tetrarcas (y sus “capitales”)
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En
otro orden de cosas, Diocleciano fue el primer emperador romano que renunció
voluntariamente a su cargo de gobierno. Y de esta decisión se deriva otra de sus obras más reconocidas: la
construcción de un extraordinario palacio en Aspalatum, en la costa dálmata, como residencia para su jubilación.
Aspalatum era un modesto
asentamiento que había sido fundado, entre los siglos IV y III a.C. por
colonizadores griegos procedentes de la isla adriática de Vis y que fue bautizado como Ασπάλαθος (Aspálathos). La “madre” Vis había surgido, a su vez, como
colonia de la siciliana Siracusa que, también, tuvo su origen como colonia de
Corinto. Aspálathos sería un pequeño
núcleo comercial de poca importancia hasta mucho tiempo después, casi a finales
del Imperio Romano. Los romanos habían conquistado ese territorio que acabaría
integrado en el imperio como Provincia de Dalmacia. Esta región sería gobernada
desde la ciudad de Salona. Próxima a
la capital se encontraba Aspalatum (el nuevo nombre otorgado por los romanos a Aspálathos), que mantendría su carácter secundario hasta que llegó
el emperador Diocleciano para cambiar su tranquilo devenir.
Diocleciano,
que había nacido cerca de allí (posiblemente en la misma Salona), escogió la modesta Aspalatum
para construir en ella su palacio de descanso y retiro. El lugar fue seleccionado
por estar cerca de la capital provincial pero suficientemente alejado de ella
para evitar problemas en aquel agitado periodo. Además, Aspalatum se encontraba en una península fácilmente defendible y
era un puerto bastante seguro que permitía una inmediata conexión con el mar
abierto (para poder escapar en caso necesario).
En
el año 293 comenzó la construcción del impresionante conjunto palaciego porque,
más que un edificio, Diocleciano levantó una fortaleza con un programa interior
muy extenso y complejo. El trazado recordaba a los castrum de las legiones y a las colonias romanas: un rectángulo divido en cuatro partes por
sus dos ejes centrales que actuaban como corredores principales recordando al cardo
y al decumano urbanos. Las dimensiones eran extraordinarias: los lados del
rectángulo iban desde 170 a 200 metros y la altura de los muros exteriores se
acercaba a los 20 metros en algunos puntos. La superficie que albergaba ese
recinto era de unos 38.000 metros cuadrados (casi 4 hectáreas, algo más de
cinco campos de fútbol). El conjunto disponía de cuatro puertas monumentales en
el final de los ejes interiores: al norte, la Porta Aurea (puerta de oro, que era la entrada principal); al este,
la Porta Argentea (puerta de plata);
al oeste, la Porta Ferrea (puerta de
hierro); y, al sur, la Porta Aenea (puerta
de bronce, que daba acceso al mar y era tanto la puerta de “carga y descarga”
como la “salida de emergencia”). Además, se acometieron importantes obras de
infraestructura como el abastecimiento de agua gracias a un acueducto que la
traía desde las fuentes del rio Jadro,
situadas a unos diez kilómetros.
Planta del Palacio de Diocleciano en Spalatum.
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Perspectiva hipotética del Palacio de Diocleciano en
Spalatum, realizada en 1912 por el arquitecto Ernest Hébrard y del historiador
Jackes Zeiller.
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El
palacio quedaría terminado en el año 305 y Diocleciano aprovechó para abdicar y
pasar a la situación de retiro. Pero el emperador emérito moriría poco después,
en 312, y el palacio tendría diversos usos hasta que las circunstancias lo
convirtieron en residencia del último emperador legítimo del Imperio
Occidental. Sucedió que las presiones de los pueblos bárbaros, que estaban consolidando
sus posiciones en el resto del territorio, llevaron al emperador Julio Nepote (Flavius Iulius Nepos Augustus) a
abandonar Rávena, entonces capital imperial, e intentar comandar su territorio
desde Dalmacia, una zona con menos tensiones y en la que contaba con bastantes
apoyos. Allí escogió el antiguo palacio de descanso de Diocleciano como
residencia por razones similares (proximidad a Salona y posibilidad de rápidos planes de fuga si las cosas se complicaran).
El desconcierto producido en la capital imperial fue aprovechado por uno de sus
hombres de confianza, Flavio Orestes, que había sido jefe del ejército en las
Galias, para dar un golpe de estado y colocar como emperador a su propio hijo
de 14 años, Rómulo Augústulo, asumiendo él, como regente, el poder efectivo
sobre el Imperio. Esto no fue aceptado por el emperador de Oriente, Zenón, pero
en la práctica, este no pudo hacer nada. La destitución de Rómulo Augústulo en
el año 476 por parte de Odoacro (un “bárbaro”, que era el jefe del ejército
germánico federado con los romanos) quedaría fijada en la historia como la
fecha oficial de la caída del Imperio Romano de Occidente.
Julio
Nepote moriría en el año 480, cuando la descomposición del imperio occidental
era imparable. El hecho sería traumático para Salona (que sería devastada por los ávaros y los eslavos y hoy es
un lugar arqueológico junto al que nacería la actual ciudad croata de Solin) y, en parte, para Aspalatum, porque la población, sobre
todo procedente de Salona, se
refugiaría en el palacio de Diocleciano, aprovechando sus posibilidades como
fortaleza de cara a resistir los ataques exteriores. La arquitectura se convirtió así en el refugio de la ciudad.
Planta de la transformación del Palacio de Diocleciano
en ciudad medieval (en negro los elementos originales que se conservaron). El norte
se encuentra hacia abajo.
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El
complejo palaciego iría transformándose interiormente perdiendo su carácter de edificación
para convertirse en una auténtica ciudad. Se producirían cambios sustanciales,
como el trazado de nuevas calles que subdividían la trama que, además, fue
deformándose y densificándose al asistir a la sustitución de los edificios
institucionales por residencias populares. También algunos de los hitos
principales sufrieron modificaciones, por ejemplo, el Mausoleo de Diocleciano, que dio paso a la Catedral de Split (Catedral de San Dojo), hecho que permitió que sea el
monumento mejor preservado de todo el conjunto, puesto que se conserva su forma
original de octógono porticado a pesar de los cambios producidos por la
construcción medieval de la torre del campanario. Igualmente, el Templo de Júpiter se transformaría en
baptisterio e irían apareciendo nuevos palacetes e iglesias.
Tras
la larga época de turbulencias, Spalatum,
la ciudad que había renacido dentro del Palacio de Diocleciano, acabaría bajo
la autoridad bizantina (el Imperio Romano de Oriente), prosperando hasta llegar
a ser un importante núcleo comercial, circunstancia que le llevó a
desarrollarse fuera del solar del antiguo Palacio de Diocleciano. Así, entre el
siglo XI y el XIV, al oeste, fue consolidándose un crecimiento que duplicaría
la extensión inicial. Es la conocida como Ciudad
Nueva (para diferenciarla de la Vieja
“palaciega”) y que se organiza a partir de lo que hoy es la Plaza del Pueblo (Narodni Trg) junto a la Porta Ferrea.
Split, calles dentro del antiguo Palacio de Diocleciano.
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Split, fachada meridional del antiguo Palacio de
Diocleciano. Grabado de Paolo Santini, a partir del dibujo de Robert Adam (1764).
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Split. Antiguo Peristilo del Palacio de Diocleciano.
Arriba, dibujo del arquitecto escocés Robert Adam de 1764. Debajo actualmente.
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Split, plaza sobre el Palacio de Diocleciano tras la
entrada por la puerta oriental (Porta Argentea).
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Entre
1420 y 1797, la ciudad pertenecería a la República Veneciana y cambiaría de
nombre adoptando el de Spalato, llegando a convertirse en
uno de los principales puertos del Adriático. La constante amenaza otomana obligaría
a los venecianos a levantar un nuevo recinto amurallado y con bastiones que
protegiera las dos ciudades (la “vieja” surgida sobre el palacio y la “nueva”, su
extensión medieval). Con esa imponente obra defensiva, Venecia conseguiría que Spalato no cayera bajo el poder de los
Otomanos.
La ciudad antigua de Split (Spalato) con el Palacio de
Diocleciano, la duplicación medieval y la muralla bastionada levantada por los
venecianos.
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Pero
en 1797, toda Dalmacia (y Spalato, dentro
de ella) pasaron a ser controladas por el Imperio Austriaco. Aunque a partir de
1805, Napoleón dominó la región durante un periodo breve, ya que la caída del
emperador francés permitió a los austriacos recuperar la zona en 1814 (que años
después pasaría a integrarse en el Imperio Austrohúngaro).
En
1919, la disolución del Imperio Austrohúngaro daría paso al nuevo Reino de los serbios, croatas y eslovenos
al que se incorporaría Dalmacia y la ciudad adquiriría la que sería su denominación
definitiva: Split (una derivación croata de Spalato). En 1929, el país se transformaría en el Reino de
Yugoslavia y en 1945 en la República Popular de Yugoslavia. La violenta
desintegración de esta daría origen, en 1991, a la actual República de Croacia
que incluía la región de Dalmacia.
El
fuerte sustrato romano de la Ciudad Vieja
quedaría matizado con puntuales apariciones de arquitecturas románicas,
góticas, renacentistas o barrocas en una miscelánea de gran interés. Esa mezcla
estilística también se mostraría en los palacios e iglesias de la Ciudad Nueva. De hecho, el gran valor
artístico del casco antiguo de Split (el recogido por la muralla veneciana) llevaría
a la Unesco a reconocerlo como Patrimonio de la Humanidad en 1979.
Split, área designada por la Unesco como Patrimonio de
la Humanidad.
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Hoy
Split es una ciudad de aproximadamente 200.000 habitantes que ascienden a algo
más de 400.000 contando su área metropolitana (en la que por cierto quedan
integradas las ruinas de Salona, la
antigua capital dálmata, y su heredera Solin).
Foto aérea de la Ciudad Vieja de Split donde se aprecia
la base proporcionada por el Palacio de Diocleciano
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El anfiteatro de
Arlés como ciudadela medieval.
Arlés
(Arelate), en el suroeste francés, fue
una de las grandes ciudades del Imperio Romano, hasta el punto de que tuvo posibilidades
de convertirse en la nueva capital imperial en tiempos de Constantino I el
Grande, que vivió en ella varios años (y allí nació su hijo, el futuro
Constantino II). Pero, como es sabido, la decisión final recayó en otra ciudad
(Byzantium) que fue profundamente
remodelada para crear una nueva y esplendorosa capital que recibiría el nombre de
su promotor: Constantinopla (la actual Estambul).
Arlés está situada en el inicio de la desembocadura del rio Ródano, cuando el cauce se divide en dos brazos principales (la ciudad se sitúa en la orilla oriental del mayor, elGran Ródano). Esta
ubicación de la ciudad resultaría estratégica respecto a las comunicaciones. En
la ciudad convergían la Via Julia Augusta
que venía de Italia por la costa y la Via
Agripa meridional que seguía el Ródano hasta Lyon (Lugdunum) y de allí al limes
fronterizo romano y al centro de Europa. En sus proximidades también discurría
la Via Domitia que unía Hispania con
Italia a través de los Alpes.
Imagen aérea del Arles, junto al rio Ródano. En primer
término, el gran Anfiteatro y a su izquierda el Teatro.
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Las
disputas por el poder entre César y Pompeyo tendrían trascendencia para la
región porque mientras Marsella apoyaría a Pompeyo, Arlés se alinearía con
César. La victoria de este supondría la marginación de Marsella en favor de Arlés,
que acogería a los veteranos de la legión romana VI y recibiría el nombre de Colonia Ivlia Paterna Arelatensivm
Sextanorvm (Arelate en forma simplificada).
La ubicación estratégica referida (cerca del mar, con puerto, y al lado del
gran Ródano, con puente para vadearlo incluido), así como la distinción
alcanzada, le llevaría a dotarse de una serie de equipamientos de gran ciudad
como un anfiteatro, circo, teatro, termas y también un arco triunfal, quedando
toda ella circunvalada por murallas. Su importancia iría aumentando hasta
convertirse en sede de la Prefectura de la Galia (que incluía también Hispania)
y, como hemos dicho, a ser candidata a capital imperial.
Comparación de las tramas de la Arelate romana y la
Arles que saldría de la Edad Media (el plano inferior es de 1914). Las
deformaciones de la retícula ortogonal romana son muy importantes.
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El
trazado de la ciudad romana no siguió las reglas estrictas de las colonias
típicas. Desde luego contaba con un cardo y un decumano principales que
marcaban la orientación del resto de la trama y en su cruce se levantaría el Forum, pero los límites urbanos no
respetaron la rigidez geométrica habitual (rectangular por lo general) sino que
se adaptaron a las sugerencias del entorno. Más aún, cuando la extensión urbana
se hizo necesaria en el Bajo Imperio Romano, volverían a ser los accidentes
geográficos, como el rio o las marismas, los que marcaran la pauta para los
crecimientos que, aunque seguirían siendo retículas ortogonales, aparecían
giradas respecto a la original.
Vista aérea del Anfiteatro del Arlés. Las torres
medievales fueron superpuestas con su reconversión como ciudadela.
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Interior actual del Anfiteatro de Arlés.
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En
cualquier caso, la Edad Media tenía otro destino para Arlés. Su ventajosa
posición para las comunicaciones se convirtió en un problema cuando casi todos
los grupos invasores que descompusieron el Imperio Romano Occidental
(visigodos, merovingios, etc.) atravesaron la ciudad, aprovechando para
saquearla. Esos ataques perduraron durante el siglo VIII, con las razzias de las tropas musulmanas que habían
atravesado los Pirineos. La tranquilidad conseguida con el Imperio Carolingio
sería efímera porque tras la muerte de Carlomagno, a mediados del siglo IX,
Arlés volvería a sufrir ataques musulmanes y normandos.
Arlés se refugió en el interior del gran anfiteatro
durante la Edad Media.
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Anfiteatro de Arlés con la torre que testimonia su uso
como ciudadela-fortaleza medieval.
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La
defensa de Arlés en aquellos turbulentos años fue un repliegue hacia la
construcción más sólida con la que contaba la ciudad: el Anfiteatro imperial.
La ciudad había visto reducida su población considerablemente y sus defensas tradicionales
habían quedado muy deterioradas con tanto asedio. La decisión fue refugiarse dentro del gran Anfiteatro, un óvalo
cuyos ejes mayores tienen una dimensión de 136 metros y 109 metros y llegó a
acoger a casi 20.000 espectadores en su época de apogeo (había sido construido
en el año 90). Además, su robusta fachada, circunvalada por 120 arcos en dos
pisos, se elevaba hasta los 21 metros. El reconvertido anfiteatro-fortaleza
sería reforzado por varias torres que le conferirían su aspecto defensivo y que
todavía se conservan como testimonio de aquella época.
Arlés
superaría esa difícil época y volvería a desarrollarse en su solar anterior
(con considerables cambios de trazado respecto a la retícula ortogonal romana,
que sufrió deformaciones muy importantes). Finalmente, aquellas viviendas que
se construyeron en el interior del anfiteatro serían derribadas con la
recuperación arqueológica del gran edificio a principios del siglo XIX. Hoy,
rebautizado como las Arènes, es un
gran equipamiento que acoge espectáculos, corridas de toros, conciertos, etc.
además de ser una atracción turística de primer nivel. Solamente las torres que
emergen en su perímetro recuerdan su pasado residencial.
El Anfiteatro de Arlés en el siglo XIX fotografiado por
Charles Negre.
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Anfiteatro de Arlés. Imagen de la arena interior y el
graderío.
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Corrida de toros en las Arenas de Arlés.
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Imagen del entorno del Anfiteatro de Arlés con una gran
oferta de servicios para el turismo.
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Nimes vivió una experiencia parecida a la de Arlés con
su anfiteatro, que fue igualmente reconvertido en un contenedor urbano.
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Estado actual del Anfiteatro (Arènes) de Nimes. Se
encuentra en proceso de rehabilitación de las fachadas.
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