Medina Azahara es una de
esas ciudades que nacieron para ser capital de un estado y no lograron alcanzar
su “mayoría de edad”.
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Las ciudades nacen con voluntad de
permanencia, pero no todas no logran superar circunstancias traumáticas y, tras
sufrir cataclismos, destrucciones bélicas, o quiebras diversas, son abandonadas.
Sin su “contenido”, es decir, sin los seres humanos que les dan la vida, las
ciudades mueren.
Entre las ciudades muertas, hay un grupo
muy particular porque desaparecieron poco después de nacer. Son ciudades que no
llegaron a la “mayoría de edad” y, entre estas, son especialmente interesantes
las nacidas para ser capital de un
estado y que no lograron sobrevivir tras perder prematuramente ese rango
distintivo.
Vamos a aproximarnos a tres de estas
ciudades que significaron el desvanecimiento del sueño urbano de sus fundadores.
Son, Akhetatón (o Amarna) la breve y circunstancial capital del Imperio Nuevo de
Egipto erigida por el faraón Akhenatón; Medina
Azahara, la efímera capital del Califato de Córdoba fundada por
Abderramán III, el primer califa; y Fatehpur Sikri, la fugaz capital del
Imperio Mogol de la India, que fue la ilusión frustrada del emperador Akbar.
Ciudades
(capitales) muertas poco después de nacer.
Las ciudades nacen con voluntad de
permanencia y, de hecho, muchas de ellas han demostrado una extraordinaria
capacidad de resiliencia urbana,
levantándose después de sufrir graves desastres. Pero no todas no logran
superar circunstancias traumáticas. A lo largo de la historia, encontramos
ciudades arrasadas por guerras, otras destruidas por catástrofes naturales o
por incendios devastadores. También las hay que padecieron bancarrotas
irrecuperables o que fueron desahuciadas por irresolubles problemas funcionales
imprevistos en su fundación.
Estas ciudades desgraciadas son abandonadas y, al quedarse sin su
“contenido”, es decir, sin los seres humanos que les dan la vida, mueren.
Hoy, en el mejor de los casos, esas ciudades que sucumbieron son ruinas
arqueológicas, porque se tiene noticia de otras que desaparecieron y sus restos
no han sido todavía localizados (y quizá nunca sean encontrados).
Entre las ciudades muertas, hay un grupo
muy particular porque lo hicieron poco después de nacer.
Esta problemática añade una nueva causa
de carácter político o ideológico para incrementar el obituario urbano, consecuencia
de su elevada categoría. No hay que olvidar que esas distinguidas urbes concentran
el poder y constituyen un emblema para el estado. En tiempos históricos, su
conquista tenía un alto contenido simbólico para sus enemigos. Por eso, la
caída en desgracia de sus gobernantes, podía ser muy perjudicial para las
capitales, soportando destrucciones y expolios, transformaciones radicales o
incluso el abandono.
No obstante, hay muchas ciudades que habiendo disfrutado de la primera posición
en la jerarquía territorial no desaparecieron tras haber sido privadas del
rango.
Así pues, vamos a aproximarnos a tres
ciudades fundadas como capitales y
muertas poco después de nacer, y que supusieron el desvanecimiento del
sueño urbano de sus fundadores. Son, Akhetatón, la breve y circunstancial capital del
Imperio Nuevo de Egipto (1348
a.C.-1336 a.C.); Medina Azahara, la efímera capital
del Califato de Córdoba (936-1010); y Fatehpur Sikri, la fugaz capital del
Imperio Mogol de la India (1571-1585).
Recreación de Akhetatón
(Amarna) realizada por el arquitecto y arqueólogo francés Jean-Claude Golvin.
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Las tres ciudades
nacieron para ser capitales de sus respectivos estados y su fundación responde a criterios
bastante similares (representación del poder, alejamiento de presiones
políticas, adecuación de espacios urbanos y arquitectónicos, simbolismo de un
“nuevo comienzo”, etc.), aunque con las lógicas diferencias derivadas de tiempos históricos y culturas alejadas
entre sí (el siglo XIV a.C. del Antiguo Egipto, el siglo X en el Califato
cordobés y el siglo XVI en el Imperio Mogol) y de lugares muy distantes geográficamente (Europa suroccidental, África
nororiental y Asia meridional).
Las tres son el producto de la voluntad firme de su fundador. El faraón Akhenatón quiso
transformar la sociedad egipcia al elevar al dios Atón (el sol) como único dios
oficial. Su radicalidad monoteísta le llevó a crear una capital nueva que
estuviera alejada de las influencias y presiones existentes en ciudades
consolidadas como Menfis o Tebas. Por su parte, el califa Abderramán III quería
demostrar su superioridad sobre los líderes de su entorno y la legitimidad de
su dinastía emulando a los califatos orientales. Finalmente, el gran emperador
mogol Akbar también buscaba un esplendor y una representatividad que no
encontraba en Agra, ciudad que hasta entonces ejercía de capital del Imperio.
Las
tres también comparten el hecho de no
haber superado la pérdida (sobrevenida prematuramente
por motivos diferentes) de la capitalidad de sus respectivos reinos y acabaron “muriendo”: Akhetatón fue despojada de sus privilegios y desahuciada tras la
muerte de su fundador siendo hoy una ruina que se va descubriendo poco a poco; Medina Azahara fue destrozada al
principio de la Guerra Civil que acabó con el Califato de Córdoba y en la
actualidad es un lugar arqueológico en el que se sigue trabajando; y Fatehpur Sikri fue abandona por dificultades infraestructurales y posteriormente
expoliada, aunque logró conservar sus elementos fundamentales que tras las
restauraciones nos permiten intuir su lejano esplendor.
Akhetatón, la breve y circunstancial capital del Imperio
Nuevo de Egipto (1348 a.C.-1336 a.C.)
El faraón Amenhotep IV (o Amenofis IV)
fue un reformador religioso. Gobernó entre 1353 a.C. y 1336
a.C., siendo
el décimo faraón de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo de Egipto. Sus ideas
religiosas monoteístas le condujeron a promover un cambio religioso radical que
le llevó incluso a cambiar su nombre por el de Akhenatón (traducible como “del
agrado de Atón”). Atón era el disco solar que dirigía la vida humana desde los
cielos y se convertía por impulso del faraón en el único dios oficial, desplazando
a Amón, el principal hasta entonces (con el consiguiente enfado de la casta
sacerdotal que veían desaparecer sus privilegios). La tensión existente entre
el faraón y las clases superiores de la sociedad egipcia llevó a que el
mandatario decidiera fundar una nueva ciudad (Akhetatón) alejada del enrarecido ambiente (peligroso para él y sus
seguidores). Además, parece que la construcción de la ciudad fue financiada con
tributos que se detrajeron de ingresos de los templos tradicionales, agravando
el enfrentamiento entre el faraón y los sacerdotes, totalmente contrarios a la
reforma.
Akhetatón, que significa “el horizonte de Atón”,
se comenzó a levantar hacia el año 1348 a.C. Habían transcurrido cinco años de
gobierno del faraón y fue ocupada cuatro años después, emergiendo como la
capital del nuevo tiempo que aspiraba a inaugurar el faraón Akhenatón. El solar
fue cuidadosamente escogido, seleccionando un lugar de la ribera oriental del
río Nilo que se encontraba a medio camino entre las dos ciudades principales
del Egipto del momento: Menfis al norte y Tebas al sur (que hasta entonces
ejercía de capital). Esa equidistancia era muy significativa respecto a las
presiones procedentes de las dos ciudades.
Ubicación de Akhetatón
(Amarna) entre Menfis (al norte) y Tebas (al sur).
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Geomorfológicamente, el lugar era idóneo
ya que los acantilados que existen en la margen derecha de esa parte del curso
fluvial se retiran, habilitando un amplio “semicírculo” llano. El solar, de
unos 11 kilómetros de diámetro siguiendo la orilla del rio y de unos 4 hacia el
interior, quedaba protegido por las cortadas montañosas que lo envolvían,
mientras que se abría al gran eje de comunicación del Nilo. La zona es conocida actualmente
por su nombre árabe, Tell-el Amarna,
y en muchas ocasiones la ciudad es citada con esta denominación (o simplemente Amarna).
Akhetatón (Amarna) se ubicó
en un “semicírculo” abierto por la retirada de los acantilados existentes en
ese punto de la ribera oriental del Nilo.
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Su planteamiento urbano es lineal, paralelo a
la orilla del Nilo, con la presencia de tres vías principales que enlazan las
diferentes partes. Cada zona parece responder a sus propias necesidades dando
la sensación de que las urgencias impidieron la realización de un plan más meditado
y coordinado.
Akhetatón: arriba, planta
general de la ciudad y debajo, detalle de la zona del Palacio Real.
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Destaca el núcleo central compuesto por el
gran Templo dedicado a Atón (que, como el resto de templos de la ciudad,
constaba de grandes patios abiertos para facilitar el culto al sol, aunque en
el caso del templo principal estos espacios al aire libre eran enormes); también,
el Palacio del faraón, que era otra estructura gigantesca que contenía su residencia
además de otros edificios administrativos y de gobierno, así como embarcaderos
particulares; y los principales edificios institucionales (como el de Tributos
o la secretaría imperial). Respecto a los barrios residenciales, los
investigadores opinan que la premura impidió una estructuración más equilibrada
apareciendo ocupaciones en función del poderío económico de los residentes.
Así, en las calles principales y próximos al centro estaban las viviendas más
nobles mientras que las viviendas más humildes aparecían, con poco orden, entre
los huecos de las anteriores, en los lugares secundarios. Es especialmente
interesante el poblado obrero situado al este de la ciudad: un recinto
cuadrado, cercado y ordenado, caracterizado por varias hileras de viviendas
iguales separadas por calles estrechas (¡un lejano precedente de la seriación
moderna!)
Detalle de la planta del
poblado obrero de Akhetatón.
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Parece que el
ímpetu del faraón hizo que la ciudad creciera con rapidez (se estima que pudo
llegar a tener unos 50.000 habitantes), pero la muerte de Akhenatón supuso la
caída en desgracia del credo monoteísta y los influyentes sacerdotes de Amón
recuperaron el culto politeísta anterior. Akhetatón
fue paulatinamente abandonada, sufriendo una destrucción sistemática (fue entre
otras cosas cantera para construcciones levantadas en otros lugares). La
capital volvió a Tebas y desde allí se actuó para borrar el recuerdo de aquel
episodio “revolucionario”.
Imágenes reflejando el
estado actual de las excavaciones realizadas en Akhetatón.
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[La figura de Akhenatón volvió a estar en el centro de la polémica en
el año 2000 (y todavía continua) a raíz de la publicación del libro “Los
secretos del Éxodo. El origen egipcio de los hebreos”, escrito por los hermanos
Messod y Roger Sabbah (arqueólogos franceses judíos). En su investigación
sostienen que Akhenatón sería en realidad el patriarca Abraham y que el pueblo
hebreo serían los monoteístas seguidores del faraón que habían sido expulsados
de la ciudad de Atón (parece que las fechas coincidirían) y que vagaron por el
desierto hasta recabar en la Tierra Prometida de Canaán. Esta tesis sustentada
en análisis diversos y defendida con argumentos y conjeturas es, para sus
autores, la única explicación razonable del Éxodo bíblico, sucedido hace casi
tres mil quinientos años. La sorprendente teoría ha encontrado seguidores y
fuertes detractores entre los especialistas del mundo egipcio y hebreo]
Medina Azahara, la efímera capital del Califato de Córdoba (936-1010)
El joven Abderramán fue el único
superviviente de la masacre que sufrieron en el año 750 los miembros de la
dinastía Omeya, que gobernaba el Califato de Damasco. El príncipe logró huir
del exterminio realizado por los abasíes, quienes establecerían un nuevo linaje
califal que, además, se trasladaría a Bagdad. El evadido se refugiaría en el
otro “extremo” del mundo, en la Península Ibérica, donde fue bien acogido en el
año 755 por las gentes de Al-Andalus,
llegando a convertirse en su líder, puesto desde el que proclamaría un emirato
independiente de los abasidas al año siguiente.
Años después, uno de sus herederos, el octavo emir,
llamado como él, Abderramán III, instauraría el denominado Califato de Córdoba
(929) declarando, más allá de la autonomía política, su liderazgo espiritual
sobre los musulmanes. El nuevo califa reclamaba sus derechos familiares históricos,
así como su posición y legitimidad frente al califa abasí de Bagdad y al califa
fatimí de Kairuán. Entre los gestos de reafirmación estuvo la decisión de
levantar una nueva capital para el nuevo estado (esta era una de las
prerrogativas de un califa). Córdoba era la gran ciudad del occidente meridional
europeo, pero el califa deseaba manifestar que un tiempo nuevo estaba surgiendo
y nada como crear una ciudad deslumbrante para que todo el mundo lo
reconociera.
Ortofoto indicando la
ubicación de Medina Azahara (punto amarillo) respecto al casco urbano de
Córdoba.
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Así, en el año 936 fundaría Medina Azahara, con la aspiración de convertirla en la ciudad
palatina que expresaría el poder religioso y político del califa y asombraría a
propios y extraños. Su nombre sería traducible como “ciudad resplandeciente” y
dio origen a diferentes leyendas (algunas incluso vinculadas a la vida amorosa
del califa).
Medina Azahara se asentó en
las laderas de Sierra Morena, abriéndose a la campiña del rio Guadalquivir.
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El lugar escogido para levantar la nueva ciudad, estaba
cerca de Córdoba, a unos ocho kilómetros al oeste, en la falda de la Sierra
Morena, frente al valle del rio Guadalquivir. El relieve facilitó la creación
de una ciudad organizada con un fuerte contenido simbólico y muy segregada
socialmente. El desnivel del terreno permitió construir tres terrazas en las
que se ubicarían las tres zonas escalonadas de la ciudad: en la parte alta se
ubicaría el área palaciega, el alcázar con la residencia del califa y las
principales dependencias de gobierno y administrativas, las residencias de los
mandatarios y el cuerpo de guardia; en la plataforma intermedia, estaban
situados los jardines de palacio; y finalmente en la terraza inferior, prácticamente
en la llanura, el núcleo más urbano con la medina (con una zona occidental más
relacionada con el ejército y otra oriental para el pueblo con la mezquita
aljama, mercados, baños, etc.)
El conjunto forma un recinto rectangular con unas
dimensiones aproximadas de 1.500 metros en su lado este-oeste y unos 750 metros
en el norte-sur, con alguna “deformación” en la zona septentrional obligada por
la topografía y estuvo delimitado por una rotunda muralla (también el alcázar
tuvo una muralla interior propia). El trazado interior es regular, en parte
ortogonal, alejándose de la tradicional trama laberíntica de las medinas
musulmanas. Además, la ordenada previsión muestra gestos como el de liberar mucho
espacio frente al palacio (que fue utilizado para fines agrícolas) para
garantizar sus vistas sobre el paisaje de la campiña del Guadalquivir.
Planta de la parte excavada
de Medina Azahara.
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El traslado de la Corte se produjo en el año 945
aunque las obras continuarían en las décadas siguientes con el impulso de los
siguientes califas (sobre todo por el segundo califa, al-Hakam II, que gobernó
hasta 976).
No obstante, Medina-Azahara sería una ciudad efímera
que no lograría superar el derrumbamiento del Califato. La Guerra Civil que
sacudió al Califato entre 1009 y 1031 y significó su fin dando paso a los
Primeros Reinos de Taifas, supuso un desastre para la ciudad. Medina-Azahara
fue destrozada en el año 1010, convertida desde entonces en una ruina que
acabaría “desapareciendo” (en parte porque sería utilizada como cantera de
material para otras construcciones cordobesas y en parte por el enterramiento
de muchos restos). El sueño urbano de los Omeyas cordobeses se diluiría en los
pasadizos de la historia.
Imágenes sobre el estado
actual de Medina Azahara, un lugar arqueológico visitado por el turismo.
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No obstante, en el subconsciente colectivo
permanecería la referencia a ese lugar y a su pasado urbano, siendo conocido
como “Córdoba vieja” (se pensaba que allí hubo una ciudad romana). Esta
equivocación quedaría subsanada a partir de 1911 cuando comenzaron las
excavaciones oficiales que fueron sacando a la luz los restos de la fastuosa
ciudad islámica. En la actualidad, siguen los trabajos arqueológicos ya que
solamente se ha explorado una pequeña parte del conjunto (en torno a un 10% del
total del recinto, centrándose en la zona del alcázar y jardines).
Fatehpur Sikri, la fugaz capital del Imperio Mogol de la India
(1571-1585)
El Imperio Mogol de la India fue
gobernado desde Delhi hasta que el emperador Akbar trasladó en 1556 la capital
a Agra. Pero el emperador no estaba satisfecho. Deseaba alejarse de la
congestionada y ruidosa Agra. Amante y protector de las artes, Akbar aspiraba a
disfrutar de un entorno mejor, más representativo de su poder, que reflejara la
prosperidad de su pueblo, y que suscitara admiración entre las legaciones
extranjeras. Y con esos objetivos fundó en 1571 la que sería, fugazmente, su
nueva capital: Fatehpur Sikri.
Ubicación de Fatehpur Sikri
al suroeste de Agra, la ciudad bañada por el rio Yamuna.
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El sitio escogido se encontraba a unos
35 kilómetros al oeste de Agra y ya tenía una relación directa con la dinastía
gobernante. A Babur, el fundador del linaje, le había llamado la atención ese
lugar, que estaba próximo al escenario de la batalla de Khanwa, en la que venció a las fuerzas rajputs lideradas por Rana Sangha, consolidando así el incipiente
imperio mogol. En recuerdo y homenaje, Babur construyó allí un jardín con unos
pabellones de recreo para su disfrute y el de sus herederos. De hecho, en ese
lugar, nacieron varios de los hijos de Akbar (que era nieto de Babur),
cumpliéndose una profecía que un santo sufí que vivía en la zona (Salim Chishti) hizo al emperador. Esta circunstancia
feliz animó a Akbar a seleccionar ese lugar como emplazamiento para su nueva
capital. Así pues, en la decisión no hubo criterios funcionales o técnicos, ni
siquiera estratégicos, sino que la elección atendió al capricho supersticioso
del emperador.
Esa falta de rigor inicial sería la
causa de las dificultades infraestructurales que hicieron inviable
económicamente la ciudad (parece que hubo graves problemas con el
abastecimiento de agua, aunque algunos historiadores discrepan y dicen que las
verdaderas causas son desconocidas). El caso es que Fatehpur Sikri fue abandonada solamente catorce años después de su
fundación, en 1585. El emperador, que gobernó el imperio durante muchos años
(entre 1556 y 1605), asumió el desvanecimiento de su sueño urbano y se trasladó
a Lahore hasta que finalmente retornó la capitalidad a Agra en 1598. No
obstante, la imprevisión no impidió que la nueva ciudad se convirtiera en la
joya que Akbar había imaginado, siendo un magnífico ejemplo de diseño urbano
dotado de una arquitectura sobresaliente.
Plano general de Fatehpur
Sikri.
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La ciudad se construyó sobre un
promontorio rocoso de unos tres kilómetros de largo por uno de ancho, desde el
cual se podía dominar el entorno. Fue rodeada por un muro que cerraba tres de
sus lados (con aproximadamente seis kilómetros de recorrido) en el que se
abrían diversas puertas, quedando el cuarto delimitado por un lago (hoy
inexistente ya que fue desecado). Su trazado interior, ordenado según patrones
ortogonales presenta una sucesión de jardines y estanques en los que se
engarzan edificios institucionales y religiosos, así como palacios y pabellones
de recreo.
Arriba, planta del complejo
palaciego de Fatehpur Sikri y, debajo, detalle del mismo.
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Cuando Fatehpur Sikri cesó en su función como
capital imperial, fue abandonada y saqueada, aunque aquella ciudad esplendorosa
no llegó a desaparecer del todo ya que los soberbios edificios siguieron en pie
(siendo, en tiempos recientes, restaurados).
Imagen aérea del estado
actual de Fatehpur Sikri.
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Así pues, Fatehpur Sikri conserva espectaculares ejemplos de la arquitectura del periodo mogol,
mostrando esa original fusión de los estilos hindú e islámico. Además del
conjunto general, pueden destacarse muestras singulares como la Buland Darwaza, la extraordinaria “Puerta
de la Victoria” de 54 metros de altura; la mezquita principal, Jama Masjid; la tumba de Salim
Chishti; el Diwan-i-Aam, salón de audiencias
públicas: el Diwan-i-Khas, salón de audiencias privadas; o el palacio-pabellón Panch Mahal.
Años después, al
lado de la antigua capital abandonada, acabó surgiendo una modesta ciudad que desde
entonces sostiene el hálito vital de esa ciudad palaciega que, aunque sin
residentes, cuenta con numerosos visitantes. En cierto modo, y salvando las
distancias, Fatehpur Sikri recuerda a la
Alhambra de Granada, observando desde lo alto, majestuosa y distante, el ajetreo
de la vida moderna. Y, al igual que la residencia real nazarí, se encuentra incluida en la
Lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO (desde 1986), siendo un
destino turístico de primer nivel (complementando la oferta de Agra con sus
imprescindibles Taj Mahal y Fuerte Rojo, también incluidos en la lista).
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