14 jul 2018

Ciudades-capitales muertas poco después de nacer: sueños urbanos frustrados en Akhetatón, Medina Azahara y Fatehpur Sikri.


Medina Azahara es una de esas ciudades que nacieron para ser capital de un estado y no lograron alcanzar su “mayoría de edad”.
Las ciudades nacen con voluntad de permanencia, pero no todas no logran superar circunstancias traumáticas y, tras sufrir cataclismos, destrucciones bélicas, o quiebras diversas, son abandonadas. Sin su “contenido”, es decir, sin los seres humanos que les dan la vida, las ciudades mueren.
Entre las ciudades muertas, hay un grupo muy particular porque desaparecieron poco después de nacer. Son ciudades que no llegaron a la “mayoría de edad” y, entre estas, son especialmente interesantes las nacidas para ser capital de un estado y que no lograron sobrevivir tras perder prematuramente ese rango distintivo.
Vamos a aproximarnos a tres de estas ciudades que significaron el desvanecimiento del sueño urbano de sus fundadores. Son, Akhetatón (o Amarna) la breve y circunstancial capital del Imperio Nuevo de Egipto erigida por el faraón Akhenatón; Medina Azahara, la efímera capital del Califato de Córdoba fundada por Abderramán III, el primer califa; y Fatehpur Sikri, la fugaz capital del Imperio Mogol de la India, que fue la ilusión frustrada del emperador Akbar.

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Ciudades (capitales) muertas poco después de nacer.
Las ciudades nacen con voluntad de permanencia y, de hecho, muchas de ellas han demostrado una extraordinaria capacidad de resiliencia urbana, levantándose después de sufrir graves desastres. Pero no todas no logran superar circunstancias traumáticas. A lo largo de la historia, encontramos ciudades arrasadas por guerras, otras destruidas por catástrofes naturales o por incendios devastadores. También las hay que padecieron bancarrotas irrecuperables o que fueron desahuciadas por irresolubles problemas funcionales imprevistos en su fundación.
Estas ciudades desgraciadas son abandonadas y, al quedarse sin su “contenido”, es decir, sin los seres humanos que les dan la vida, mueren. Hoy, en el mejor de los casos, esas ciudades que sucumbieron son ruinas arqueológicas, porque se tiene noticia de otras que desaparecieron y sus restos no han sido todavía localizados (y quizá nunca sean encontrados).
Entre las ciudades muertas, hay un grupo muy particular porque lo hicieron poco después de nacer.
Pripyat, en Ucrania, fue una ciudad fallecida prematuramente. Fundada en 1970, su proximidad a la central nuclear de Chernóbil obligó, tras el desastre ocurrido en 1986, a su abandono. Hoy es una ciudad fantasma.
Son ciudades que no llegaron a alcanzar la “mayoría de edad” y, entre estas, son especialmente interesantes las construidas para ser capital de un estado y que, tras perder prematuramente ese rango distintivo, no lograron sobrevivir.
Esta problemática añade una nueva causa de carácter político o ideológico para incrementar el obituario urbano, consecuencia de su elevada categoría. No hay que olvidar que esas distinguidas urbes concentran el poder y constituyen un emblema para el estado. En tiempos históricos, su conquista tenía un alto contenido simbólico para sus enemigos. Por eso, la caída en desgracia de sus gobernantes, podía ser muy perjudicial para las capitales, soportando destrucciones y expolios, transformaciones radicales o incluso el abandono. No obstante, hay muchas ciudades que habiendo disfrutado de la primera posición en la jerarquía territorial no desaparecieron tras haber sido privadas del rango.
Así pues, vamos a aproximarnos a tres ciudades fundadas como capitales y muertas poco después de nacer, y que supusieron el desvanecimiento del sueño urbano de sus fundadores. Son, Akhetatón, la breve y circunstancial capital del Imperio Nuevo de Egipto (1348 a.C.-1336 a.C.); Medina Azahara, la efímera capital del Califato de Córdoba (936-1010); y Fatehpur Sikri, la fugaz capital del Imperio Mogol de la India (1571-1585).
Recreación de Akhetatón (Amarna) realizada por el arquitecto y arqueólogo francés Jean-Claude Golvin.
Las tres ciudades nacieron para ser capitales de sus respectivos estados y su fundación responde a criterios bastante similares (representación del poder, alejamiento de presiones políticas, adecuación de espacios urbanos y arquitectónicos, simbolismo de un “nuevo comienzo”, etc.), aunque con las lógicas diferencias derivadas de tiempos históricos y culturas alejadas entre sí (el siglo XIV a.C. del Antiguo Egipto, el siglo X en el Califato cordobés y el siglo XVI en el Imperio Mogol) y de lugares muy distantes geográficamente (Europa suroccidental, África nororiental y Asia meridional).
Las tres son el producto de la voluntad firme de su fundador. El faraón Akhenatón quiso transformar la sociedad egipcia al elevar al dios Atón (el sol) como único dios oficial. Su radicalidad monoteísta le llevó a crear una capital nueva que estuviera alejada de las influencias y presiones existentes en ciudades consolidadas como Menfis o Tebas. Por su parte, el califa Abderramán III quería demostrar su superioridad sobre los líderes de su entorno y la legitimidad de su dinastía emulando a los califatos orientales. Finalmente, el gran emperador mogol Akbar también buscaba un esplendor y una representatividad que no encontraba en Agra, ciudad que hasta entonces ejercía de capital del Imperio.
El faraón Akenatón fue un reformador religioso que quiso transformar la sociedad egipcia al elevar al dios Atón (el sol) como único dios oficial. En la imagen, estela en la que el dios único Atón (el sol) ilumina al faraón Akhenatón, a Nefertiti y a sus hijos.
Las tres también comparten el hecho de no haber superado la pérdida (sobrevenida prematuramente por motivos diferentes) de la capitalidad de sus respectivos reinos y acabaron “muriendo”: Akhetatón fue despojada de sus privilegios y desahuciada tras la muerte de su fundador siendo hoy una ruina que se va descubriendo poco a poco; Medina Azahara fue destrozada al principio de la Guerra Civil que acabó con el Califato de Córdoba y en la actualidad es un lugar arqueológico en el que se sigue trabajando; y Fatehpur Sikri fue abandona por dificultades infraestructurales y posteriormente expoliada, aunque logró conservar sus elementos fundamentales que tras las restauraciones nos permiten intuir su lejano esplendor.

Akhetatón, la breve y circunstancial capital del Imperio Nuevo de Egipto (1348 a.C.-1336 a.C.)
El faraón Amenhotep IV (o Amenofis IV) fue un reformador religioso. Gobernó entre 1353 a.C. y 1336 a.C., siendo el décimo faraón de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo de Egipto. Sus ideas religiosas monoteístas le condujeron a promover un cambio religioso radical que le llevó incluso a cambiar su nombre por el de Akhenatón (traducible como “del agrado de Atón”). Atón era el disco solar que dirigía la vida humana desde los cielos y se convertía por impulso del faraón en el único dios oficial, desplazando a Amón, el principal hasta entonces (con el consiguiente enfado de la casta sacerdotal que veían desaparecer sus privilegios). La tensión existente entre el faraón y las clases superiores de la sociedad egipcia llevó a que el mandatario decidiera fundar una nueva ciudad (Akhetatón) alejada del enrarecido ambiente (peligroso para él y sus seguidores). Además, parece que la construcción de la ciudad fue financiada con tributos que se detrajeron de ingresos de los templos tradicionales, agravando el enfrentamiento entre el faraón y los sacerdotes, totalmente contrarios a la reforma.
Akhetatón, que significa “el horizonte de Atón”, se comenzó a levantar hacia el año 1348 a.C. Habían transcurrido cinco años de gobierno del faraón y fue ocupada cuatro años después, emergiendo como la capital del nuevo tiempo que aspiraba a inaugurar el faraón Akhenatón. El solar fue cuidadosamente escogido, seleccionando un lugar de la ribera oriental del río Nilo que se encontraba a medio camino entre las dos ciudades principales del Egipto del momento: Menfis al norte y Tebas al sur (que hasta entonces ejercía de capital). Esa equidistancia era muy significativa respecto a las presiones procedentes de las dos ciudades.
Ubicación de Akhetatón (Amarna) entre Menfis (al norte) y Tebas (al sur).
Geomorfológicamente, el lugar era idóneo ya que los acantilados que existen en la margen derecha de esa parte del curso fluvial se retiran, habilitando un amplio “semicírculo” llano. El solar, de unos 11 kilómetros de diámetro siguiendo la orilla del rio y de unos 4 hacia el interior, quedaba protegido por las cortadas montañosas que lo envolvían, mientras que se abría al gran eje de comunicación del Nilo. La zona es conocida actualmente por su nombre árabe, Tell-el Amarna, y en muchas ocasiones la ciudad es citada con esta denominación (o simplemente Amarna).
Akhetatón (Amarna) se ubicó en un “semicírculo” abierto por la retirada de los acantilados existentes en ese punto de la ribera oriental del Nilo.
Su planteamiento urbano es lineal, paralelo a la orilla del Nilo, con la presencia de tres vías principales que enlazan las diferentes partes. Cada zona parece responder a sus propias necesidades dando la sensación de que las urgencias impidieron la realización de un plan más meditado y coordinado.
Akhetatón: arriba, planta general de la ciudad y debajo, detalle de la zona del Palacio Real.
Destaca el núcleo central compuesto por el gran Templo dedicado a Atón (que, como el resto de templos de la ciudad, constaba de grandes patios abiertos para facilitar el culto al sol, aunque en el caso del templo principal estos espacios al aire libre eran enormes); también, el Palacio del faraón, que era otra estructura gigantesca que contenía su residencia además de otros edificios administrativos y de gobierno, así como embarcaderos particulares; y los principales edificios institucionales (como el de Tributos o la secretaría imperial). Respecto a los barrios residenciales, los investigadores opinan que la premura impidió una estructuración más equilibrada apareciendo ocupaciones en función del poderío económico de los residentes. Así, en las calles principales y próximos al centro estaban las viviendas más nobles mientras que las viviendas más humildes aparecían, con poco orden, entre los huecos de las anteriores, en los lugares secundarios. Es especialmente interesante el poblado obrero situado al este de la ciudad: un recinto cuadrado, cercado y ordenado, caracterizado por varias hileras de viviendas iguales separadas por calles estrechas (¡un lejano precedente de la seriación moderna!)
Detalle de la planta del poblado obrero de Akhetatón.
Parece que el ímpetu del faraón hizo que la ciudad creciera con rapidez (se estima que pudo llegar a tener unos 50.000 habitantes), pero la muerte de Akhenatón supuso la caída en desgracia del credo monoteísta y los influyentes sacerdotes de Amón recuperaron el culto politeísta anterior. Akhetatón fue paulatinamente abandonada, sufriendo una destrucción sistemática (fue entre otras cosas cantera para construcciones levantadas en otros lugares). La capital volvió a Tebas y desde allí se actuó para borrar el recuerdo de aquel episodio “revolucionario”.
Imágenes reflejando el estado actual de las excavaciones realizadas en Akhetatón.

[La figura de Akhenatón volvió a estar en el centro de la polémica en el año 2000 (y todavía continua) a raíz de la publicación del libro “Los secretos del Éxodo. El origen egipcio de los hebreos”, escrito por los hermanos Messod y Roger Sabbah (arqueólogos franceses judíos). En su investigación sostienen que Akhenatón sería en realidad el patriarca Abraham y que el pueblo hebreo serían los monoteístas seguidores del faraón que habían sido expulsados de la ciudad de Atón (parece que las fechas coincidirían) y que vagaron por el desierto hasta recabar en la Tierra Prometida de Canaán. Esta tesis sustentada en análisis diversos y defendida con argumentos y conjeturas es, para sus autores, la única explicación razonable del Éxodo bíblico, sucedido hace casi tres mil quinientos años. La sorprendente teoría ha encontrado seguidores y fuertes detractores entre los especialistas del mundo egipcio y hebreo]

Medina Azahara, la efímera capital del Califato de Córdoba (936-1010)
El joven Abderramán fue el único superviviente de la masacre que sufrieron en el año 750 los miembros de la dinastía Omeya, que gobernaba el Califato de Damasco. El príncipe logró huir del exterminio realizado por los abasíes, quienes establecerían un nuevo linaje califal que, además, se trasladaría a Bagdad. El evadido se refugiaría en el otro “extremo” del mundo, en la Península Ibérica, donde fue bien acogido en el año 755 por las gentes de Al-Andalus, llegando a convertirse en su líder, puesto desde el que proclamaría un emirato independiente de los abasidas al año siguiente.
Años después, uno de sus herederos, el octavo emir, llamado como él, Abderramán III, instauraría el denominado Califato de Córdoba (929) declarando, más allá de la autonomía política, su liderazgo espiritual sobre los musulmanes. El nuevo califa reclamaba sus derechos familiares históricos, así como su posición y legitimidad frente al califa abasí de Bagdad y al califa fatimí de Kairuán. Entre los gestos de reafirmación estuvo la decisión de levantar una nueva capital para el nuevo estado (esta era una de las prerrogativas de un califa). Córdoba era la gran ciudad del occidente meridional europeo, pero el califa deseaba manifestar que un tiempo nuevo estaba surgiendo y nada como crear una ciudad deslumbrante para que todo el mundo lo reconociera.
Ortofoto indicando la ubicación de Medina Azahara (punto amarillo) respecto al casco urbano de Córdoba.
Así, en el año 936 fundaría Medina Azahara, con la aspiración de convertirla en la ciudad palatina que expresaría el poder religioso y político del califa y asombraría a propios y extraños. Su nombre sería traducible como “ciudad resplandeciente” y dio origen a diferentes leyendas (algunas incluso vinculadas a la vida amorosa del califa).
Medina Azahara se asentó en las laderas de Sierra Morena, abriéndose a la campiña del rio Guadalquivir.
El lugar escogido para levantar la nueva ciudad, estaba cerca de Córdoba, a unos ocho kilómetros al oeste, en la falda de la Sierra Morena, frente al valle del rio Guadalquivir. El relieve facilitó la creación de una ciudad organizada con un fuerte contenido simbólico y muy segregada socialmente. El desnivel del terreno permitió construir tres terrazas en las que se ubicarían las tres zonas escalonadas de la ciudad: en la parte alta se ubicaría el área palaciega, el alcázar con la residencia del califa y las principales dependencias de gobierno y administrativas, las residencias de los mandatarios y el cuerpo de guardia; en la plataforma intermedia, estaban situados los jardines de palacio; y finalmente en la terraza inferior, prácticamente en la llanura, el núcleo más urbano con la medina (con una zona occidental más relacionada con el ejército y otra oriental para el pueblo con la mezquita aljama, mercados, baños, etc.)
Imagen de Medina Azahara obtenida usando la tecnología LIDAR, una especie de sónar terrestre que genera un “mapa de sombras” que permite descubrir estructuras todavía enterradas y por lo tanto no investigadas (imagen de Patricio Soriano). Se intuyen las dimensiones generales del “rectángulo urbano” frente a la pequeña parte excavada.
El conjunto forma un recinto rectangular con unas dimensiones aproximadas de 1.500 metros en su lado este-oeste y unos 750 metros en el norte-sur, con alguna “deformación” en la zona septentrional obligada por la topografía y estuvo delimitado por una rotunda muralla (también el alcázar tuvo una muralla interior propia). El trazado interior es regular, en parte ortogonal, alejándose de la tradicional trama laberíntica de las medinas musulmanas. Además, la ordenada previsión muestra gestos como el de liberar mucho espacio frente al palacio (que fue utilizado para fines agrícolas) para garantizar sus vistas sobre el paisaje de la campiña del Guadalquivir.
Planta de la parte excavada de Medina Azahara.
El traslado de la Corte se produjo en el año 945 aunque las obras continuarían en las décadas siguientes con el impulso de los siguientes califas (sobre todo por el segundo califa, al-Hakam II, que gobernó hasta 976).
No obstante, Medina-Azahara sería una ciudad efímera que no lograría superar el derrumbamiento del Califato. La Guerra Civil que sacudió al Califato entre 1009 y 1031 y significó su fin dando paso a los Primeros Reinos de Taifas, supuso un desastre para la ciudad. Medina-Azahara fue destrozada en el año 1010, convertida desde entonces en una ruina que acabaría “desapareciendo” (en parte porque sería utilizada como cantera de material para otras construcciones cordobesas y en parte por el enterramiento de muchos restos). El sueño urbano de los Omeyas cordobeses se diluiría en los pasadizos de la historia.
Imágenes sobre el estado actual de Medina Azahara, un lugar arqueológico visitado por el turismo.
No obstante, en el subconsciente colectivo permanecería la referencia a ese lugar y a su pasado urbano, siendo conocido como “Córdoba vieja” (se pensaba que allí hubo una ciudad romana). Esta equivocación quedaría subsanada a partir de 1911 cuando comenzaron las excavaciones oficiales que fueron sacando a la luz los restos de la fastuosa ciudad islámica. En la actualidad, siguen los trabajos arqueológicos ya que solamente se ha explorado una pequeña parte del conjunto (en torno a un 10% del total del recinto, centrándose en la zona del alcázar y jardines).

Fatehpur Sikri, la fugaz capital del Imperio Mogol de la India (1571-1585)
El Imperio Mogol de la India fue gobernado desde Delhi hasta que el emperador Akbar trasladó en 1556 la capital a Agra. Pero el emperador no estaba satisfecho. Deseaba alejarse de la congestionada y ruidosa Agra. Amante y protector de las artes, Akbar aspiraba a disfrutar de un entorno mejor, más representativo de su poder, que reflejara la prosperidad de su pueblo, y que suscitara admiración entre las legaciones extranjeras. Y con esos objetivos fundó en 1571 la que sería, fugazmente, su nueva capital: Fatehpur Sikri.
Ubicación de Fatehpur Sikri al suroeste de Agra, la ciudad bañada por el rio Yamuna.
El sitio escogido se encontraba a unos 35 kilómetros al oeste de Agra y ya tenía una relación directa con la dinastía gobernante. A Babur, el fundador del linaje, le había llamado la atención ese lugar, que estaba próximo al escenario de la batalla de Khanwa, en la que venció a las fuerzas rajputs lideradas por Rana Sangha, consolidando así el incipiente imperio mogol. En recuerdo y homenaje, Babur construyó allí un jardín con unos pabellones de recreo para su disfrute y el de sus herederos. De hecho, en ese lugar, nacieron varios de los hijos de Akbar (que era nieto de Babur), cumpliéndose una profecía que un santo sufí que vivía en la zona (Salim Chishti) hizo al emperador. Esta circunstancia feliz animó a Akbar a seleccionar ese lugar como emplazamiento para su nueva capital. Así pues, en la decisión no hubo criterios funcionales o técnicos, ni siquiera estratégicos, sino que la elección atendió al capricho supersticioso del emperador.
Esa falta de rigor inicial sería la causa de las dificultades infraestructurales que hicieron inviable económicamente la ciudad (parece que hubo graves problemas con el abastecimiento de agua, aunque algunos historiadores discrepan y dicen que las verdaderas causas son desconocidas). El caso es que Fatehpur Sikri fue abandonada solamente catorce años después de su fundación, en 1585. El emperador, que gobernó el imperio durante muchos años (entre 1556 y 1605), asumió el desvanecimiento de su sueño urbano y se trasladó a Lahore hasta que finalmente retornó la capitalidad a Agra en 1598. No obstante, la imprevisión no impidió que la nueva ciudad se convirtiera en la joya que Akbar había imaginado, siendo un magnífico ejemplo de diseño urbano dotado de una arquitectura sobresaliente.
Plano general de Fatehpur Sikri.
La ciudad se construyó sobre un promontorio rocoso de unos tres kilómetros de largo por uno de ancho, desde el cual se podía dominar el entorno. Fue rodeada por un muro que cerraba tres de sus lados (con aproximadamente seis kilómetros de recorrido) en el que se abrían diversas puertas, quedando el cuarto delimitado por un lago (hoy inexistente ya que fue desecado). Su trazado interior, ordenado según patrones ortogonales presenta una sucesión de jardines y estanques en los que se engarzan edificios institucionales y religiosos, así como palacios y pabellones de recreo.
Arriba, planta del complejo palaciego de Fatehpur Sikri y, debajo, detalle del mismo.
Cuando Fatehpur Sikri cesó en su función como capital imperial, fue abandonada y saqueada, aunque aquella ciudad esplendorosa no llegó a desaparecer del todo ya que los soberbios edificios siguieron en pie (siendo, en tiempos recientes, restaurados). 
Imagen aérea del estado actual de Fatehpur Sikri.
Así pues, Fatehpur Sikri conserva espectaculares ejemplos de la arquitectura del periodo mogol, mostrando esa original fusión de los estilos hindú e islámico. Además del conjunto general, pueden destacarse muestras singulares como la Buland Darwaza, la extraordinaria “Puerta de la Victoria” de 54 metros de altura; la mezquita principal, Jama Masjid; la tumba de Salim Chishti; el Diwan-i-Aam, salón de audiencias públicas:  el Diwan-i-Khas, salón de audiencias privadas; o el palacio-pabellón Panch Mahal.
Ejemplos de la arquitectura mogol de Fatehpur Sikri (de derecha a izquierda y de arriba abajo): Buland Darwaza; el Diwan-i-Khas, la gran puerta Buland Darwaza; el Diwan-i-Khas, salón de audiencias privadas; la mezquita principal, Jama Masjid; la Buland Darwaza desde el patio de la mezquita ; el palacio-pabellón Panch Mahal; y la tumba de mármol blanco de Salim Chishti.
Años después, al lado de la antigua capital abandonada, acabó surgiendo una modesta ciudad que desde entonces sostiene el hálito vital de esa ciudad palaciega que, aunque sin residentes, cuenta con numerosos visitantes. En cierto modo, y salvando las distancias, Fatehpur Sikri recuerda a la Alhambra de Granada, observando desde lo alto, majestuosa y distante, el ajetreo de la vida moderna. Y, al igual que la residencia real nazarí, se encuentra incluida en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO (desde 1986), siendo un destino turístico de primer nivel (complementando la oferta de Agra con sus imprescindibles Taj Mahal y Fuerte Rojo, también incluidos en la lista).

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