Isfahán y Samarcanda son ciudades reales, pero
mantienen buena parte del halo legendario que las hizo célebres. En la imagen,
la gran plaza Meidan Emam de Isfahán.
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La mera evocación de los nombres de ciertas ciudades excita
la imaginación. Más aún si durante siglos, esas ciudades constituyeron
escenarios lejanos y desconocidos, propicios para la creación de leyendas. Desde
la antigüedad hasta nuestra era contemporánea, esas ciudades han fascinado a
partir de relatos, dibujos u objetos exóticos.
Samarcanda e Isfahán son dos de esos casos de ciudades que
si bien, son reales y no se pueden separar de su cotidianeidad, disfrutan,
sobre todo para los visitantes, de una aureola mítica, gestada por la antigua
Ruta de la Seda, nutrida por narraciones como las de las Mil y Una Noches, o
magnificada por obras como las características cúpulas azules bulbosas, los
esplendidos jardines o los impresionantes espacios urbanos que albergan.
Son dos ciudades diferentes y, en cierto modo iguales; dos
ciudades identificadas con culturas distintas (lo mongol, lo túrquico, lo
persa) y paisajes contrapuestos, pero que serían reunidas por la religión (el
islam). El credo musulmán actuaría como manto unificador en la construcción de
estas dos ciudades, separadas por poco más de 2.000 kilómetros, que fueron
capitales de imperios y que hoy son urbes modernas pujantes, aunque celosas
guardianas de sus historias de fábula.
Ciudades entre la realidad y el mito.
“- ¿No te han dicho nunca
que Ispahán no existe?
- ¿Cómo? ¿No es la más
grande, la más hermosa de las ciudades de Persia? ¿No era ya en tiempos remotos
la altiva capital de Artabán, rey de los partos? ¿No han alabado sus maravillas
en los libros?
- No sé lo que dicen los
libros, pero yo nací aquí hace setenta años y sólo los extranjeros me hablan de
la ciudad de Ispahán. Yo nunca la he visto”.
Amin Maalouf. “Samarcanda”
La mera evocación de los nombres de ciertas ciudades excita
la imaginación. Más aún si durante siglos, esas ciudades constituyeron
escenarios lejanos y envueltos de misterio para muchas personas que solo tenían
vagas referencias de su existencia. Esas ciudades ignotas eran lugares
propicios para la creación de leyendas.
La elevación de esas ciudades a los altares
devocionarios depende desde luego de su capacidad para deslumbrar a los
cronistas, encargados de transmitir sus impresiones a quienes no las conocen
físicamente y las construyen dentro de su cabeza. Se activa entonces la
fantasía, excitada por relatos de los viajeros, tantas veces exagerados y poco objetivos;
por imágenes, habitualmente idealizadas salidas de la mano de dibujantes
fascinados; o estimulada por exóticos objetos traídos por los mercaderes.
Samarcanda e Isfahán fueron dos de estas
ciudades de fábula (y, en cierto modo, siguen siéndolo). Las dos son ciudades
muy antiguas, pero su leyenda se construyó en tiempos relativamente recientes,
porque ambas olvidaron su pasado y se lanzaron a construir un futuro que
encandiló al mundo. Isfahán fue la
resplandeciente capital de la Persia Safávida y Samarcanda fue la escogida por
Tamerlán para gobernar desde ella su Imperio Timúrida. Fue entonces cuando
las revividas Samarcanda e Isfahán vieron crecer su gloria y reputación entre
los europeos. Su lejanía, en el centro asiático, que hacía casi imposible
confirmar las expectativas para la inmensa mayoría; su pertenencia a un mundo
poco conocido (el islam frente al cristianismo, lo oriental frente a lo
occidental); las narraciones y descripciones maravillosas; o las suposiciones acerca
de lujos y sofisticaciones sin parangón, elevaron a las dos ciudades a la
categoría de mito.
Samarcanda renació de las cenizas provocadas por un mongol (Genghis Khan) gracias al impulso de
otro mongol (Timur Lang / Tamerlán).
El primero arrasó la antigua ciudad (que hoy es un lugar arqueológico) y el
segundo fundó en 1370, junto a la desaparecida, pero sin superponerse, la que
sería la prodigiosa capital del Imperio Timúrida. Desde finales del siglo XIV y
durante el siglo XV, se levantaría una nueva ciudad partiendo de cero, con una
visión novedosa, porque Tamerlán (1336-1405) era turco-mongol y musulmán,
aunque, en el fondo, seguía siendo un nómada que apreciaba la vida al aire
libre (y eso se reflejaría en su capital).
Isfahán no renació, pero se reinventó. En 1598, cuando el Shah Abbas el Grande (1571-1629) extendió
considerablemente los límites del Imperio Safávida, decidió trasladar su
capital desde Qazvin hacia la más céntrica Isfahán. Pero la antigua ciudad
selyúcida no le satisfacía y decidió crear otra más apropiada a su lado. A lo
largo del siglo XVII, y especialmente en su primera mitad, emergería la que se
convertiría en la esplendorosa capital que marcaría tendencias.
Samarcanda e Isfahán son reales y no se pueden separar de su
cotidianeidad, pero son legendarias, y disfrutan, sobre todo para los
visitantes, de una aureola mítica, gestada por la antigua Ruta de la Seda,
nutrida por narraciones como las de las Mil y Una Noches, o magnificada por
obras como las características cúpulas azules bulbosas, las gigantescas puertas
de entrada a mezquitas o madrasas (liván o iwan),
los esplendidos y ordenados jardines o los impresionantes espacios urbanos que
albergan. Hay quien defiende que es preferible no
contrastar el mito con la realidad, porque esta puede salir perdiendo; pero
también cabe la posibilidad de que supere todas las expectativas.
Samarcanda e Isfahán, similares y diferentes.
La tectónica de placas explica cómo, en sus
bordes, se producen las máximas tensiones resultantes del movimiento de la
fragmentada litosfera terrestre. De una forma parecida, se podrían identificar
límites geográficos. En estas “fallas”, que separan paisajes y culturas con
fuertes contrastes, surgen fricciones entre civilizaciones. En consecuencia,
suelen ser escenarios de hechos históricos trascendentales que determinan a los
territorios que las contienen.
Ubicación de Samarcanda e Isfahán en Asia Central y
Oriente Medio. La geografía física evidencia la separación entre la meseta
iraní y la llanura septentrional.
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Un caso que presenta esta singularidad es el
encuentro entre el extremo septentrional de la montañosa meseta de Irán y las
llanuras que acompañan al curso de los ríos Amu Daria (antiguo
Oxus) y el Syr Daria (antiguo Jaxartes),
que desembocan en el Mar de Aral. La nitidez de esa línea divisoria se
manifiesta en su utilización como frontera entre ámbitos geográfico-culturales:
Oriente Medio y Asia Central.
Pero esta rotundidad aparente se desdibuja
debido a la interminable historia de uniones y desuniones acontecidas en esa
peculiar región. Allí entraron en contacto etnias muy diferentes, con lenguas y
costumbres distintas, opuestas en muchos aspectos. Estaban los persas, que
forjaron su cultura en el altiplano iraní, entre montes y valles, donde
fundaron ciudades y crearon imperios que extendieron al este y al oeste. También
los mongoles, un pueblo nómada que llegaba de oriente con ansias guerreras y
poca motivación para establecer asentamientos fijos. Igualmente se encontraba
el pueblo túrquico que habitaba las estepas y suavizaba los contrastes entre
los anteriores. Todos compartieron mucho más que el espacio físico en el que se
asentaron, especialmente gracias al manto unificador del islam, que cayó sobre
ellos hermanando pueblos, aunque sin llegar a conseguir la uniformidad.
Isfahán y
Samarcanda se encuentran cada una en uno de esos ámbitos contrapuestos, separadas
por poco más de 2.000 kilómetros. La posición estratégica de ambas, en
encrucijadas del transporte,
haría que fueran muy transitadas. Samarcanda fue una
de las paradas principales de la Ruta de la Seda, hecho que se tradujo en una
gran prosperidad y en la difusión hacia territorios lejanos de mercancías e
imágenes que novelarían su existencia. Isfahán tuvo un contacto más tangencial
con la Ruta de la Seda, pero su posición en el cruce entre las direcciones más
o menos cardinales de la meseta de Irán, convirtió a la ciudad en una
referencia permanente. Similitudes y diferencias geográficas, políticas, lingüísticas
o religiosas han ido marcando el carácter de las dos ciudades. El análisis de
los factores comunes y de los matices diferenciales es una interesante labor
para identificar los aspectos de la personalidad urbana.
Isfahán y
Samarcanda pertenecen a entornos geográficos
distintos. La primera
acabaría consolidándose en un valle interior
de Irán, formado por el río Zayandeh,
un valle habitado desde
tiempos remotos que sirve de transición
entre la meseta y la cordillera de los Montes Zagros (en los que nace el río Zayandeh, cuya cuenca es endorreica ya
que desemboca en el lago Gavjuní, en
el mismo valle). Algo más
tarde, en la llanura septentrional, junto al río Zeravshan, que desagua en el Amu
Daria, surgiría Samarcanda.
La política las unió y las separó
sucesivamente. Isfahán sería una fundación elamita y quedaría integrada en el
imperio medo al unificarse las tribus de la meseta iraní, mientras que
Samarcanda sería fundada por el pueblo sogdiano. La primera reunión bajo el
mismo gobierno llegaría con Ciro II el Grande que sometió a medos y sogdianos
(entre otros) para constituir el imperio persa aqueménida. Las conquistas de Alejandro
Magno y el posterior Imperio seléucida helenístico no rompieron los vínculos,
como tampoco lo harían el Imperio Sasánida o la conquista musulmana. Pero la
desintegración del Califato abasí sí separó nuestras ciudades: Isfahán entraría
en la órbita de los samánidas y de los selyúcidas, mientras que Samarcanda pasaría a la de los qarajánidas.
Los mongoles las volverían a reunir, particularmente con Tamerlán, pero con la
caída del Imperio Timúrida, Isfahán y Samarcanda separarían definitivamente sus
destinos. La primera quedaría en la órbita de los safávidas que sentarían las
bases para la futura creación de Irán (forjando un estado unificado e
independiente reafirmando su identidad, principalmente por la adopción del
chiismo como religión oficial). Por su parte, Samarcanda se integraría en el Kanato
de Chagatay que, a su vez se acabaría descomponiendo en varios estados, como el
Kanato/Emirato de Bujará que en 1920 se transformó en la República Popular
Soviética de Bujará para, en 1925, desintegrarse quedando su territorio
distribuido entre Uzbekistán y Tayikistán. Hoy Isfahán es un ciudad iraní y
Samarcanda, uzbeka.
La lingüística
histórica es una de las herramientas que nos permiten conjeturar acerca del
pasado. Las investigaciones sobre los idiomas, con el rastreo de elementos
comunes y diferenciados, han permitido establecer hipótesis sobre
“macrofamilias” en las que se agruparían lenguas con ciertos grados de
parentesco. Aunque las propuestas de clasificación suelen levantar polémicas,
hay grados de consenso a la hora de establecer esas categorías. Por ejemplo,
con el conjunto de lenguas indoeuropeas (que incluyen el persa) frente a las
lenguas altaicas (que contarían con la familia túrquica y la mongólica). O
entre estas y las lenguas semíticas (el árabe entre ellas). En la región que
nos ocupa, el árabe se superpuso a las lenguas de cada lugar, sobre todo en
cuestiones administrativas y religiosas (por ejemplo, en las mezquitas, el
sermón de los viernes se pronunciaba en el idioma local, mientras que las
oraciones rituales se realizaban en árabe, el idioma del Profeta). Esto
sucedería en las dos ciudades: el árabe sería el idioma culto mientras que el
idioma popular sería el persa en Isfahán y, en Samarcanda, el túrquico chagatay (que evolucionaría hasta el
uzbeko actual, con claras influencias árabes y persas).
También la religión
determinó diferencias. Cada uno de los pueblos antiguos cultivaría sus
propias creencias y la integración en el islam no llegaría a eliminar sus
rastros propiciando algunos matices y costumbres distintivas. La religión de
los antiguos persas era el zoroastrismo (o mazdeísmo) predicada por Zoroastro (Zaratustra). Era una religión dualista
que planteaba la existencia de dos dioses: Ormuz,
que representa el bien y el Ahriman,
que representa el mal. Por su parte, la religión tradicional de los pueblos
mongoles fue el animismo, que atribuye la existencia de un alma o principio
vital en todos los seres, objetos y fenómenos de la naturaleza, aunque en las
zonas más orientales acabarían adoptando el budismo. Esas creencias serían
sustituidas por el islam, la nueva religión que proporcionaría cierta unidad.
El islam se extendió desde su lugar original con una velocidad inusitada. En
poco más de cien años, integró territorios tan alejados como la península
ibérica, el norte de África, Arabia o el Oriente Próximo y Medio, todos
reunidos bajo el liderazgo espiritual del califa Omeya. Pero la uniformidad no
fue posible. Desde luego culturalmente, por la diversidad de los pueblos que
habían sido conquistados, pero tampoco políticamente porque aquel extenso
territorio acabaría disgregándose en diversos emiratos, califatos, kanatos,
etc., aunque mantendrían el denominador común de su religión (con matices como
los que separan a los sunníes de los chiíes). No obstante, las creencias
ancestrales transformaron algunas costumbres musulmanas. Por ejemplo, con la
aparición de los mausoleos, impropios en el islam más ortodoxo (que defiende
que todos los hombres son iguales) y bastante generalizados en las regiones
orientales (con tradición de homenaje a los líderes fallecidos). En la
actualidad, a pesar de compartir el islam, la religión marca diferencias entre
el Irán chiita y el Uzbekistán sunita.
Samarcanda y el mundo turco-mongol.
Samarcanda se
levantó entre los dos ríos principales de la estepa de la antigua Transoxiana y esa ubicación la preparó
para ser un lugar especial, porque la ciudad prosperaría con un impulso doble:
la capitalidad imperial y la hiperactiva Ruta de la Seda. Samarcanda se
convertiría en un nodo comercial e intelectual de primer orden, cuya influencia
llegaría hasta lugares muy lejanos, apoyada en su halo de corte legendaria, con
espectaculares obras de arquitectura, espléndidos jardines y armoniosos
espacios urbanos.
Plano del centro de Samarcanda indicando los tres
sectores incluidos en la Lista de Patrimonio de la Humanidad. La línea negra
discontinua indica la “buffer zone” señalada por la UNESCO.
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Samarcanda (inicialmente denominada Afrasiab o Maracanda)
sería fundada por el pueblo sogdiano y su plano muestra las etapas de su
evolución con dramática claridad. El núcleo histórico
presenta tres sectores bien diferenciados: en primer lugar, el sitio arqueológico de Afrasiab, la antigua
ciudad arrasada por los mongoles de Genghis Khan (y cuya excavación está
proporcionando información muy valiosa sobre la ciudad pre-mongola); en segundo
lugar, la ciudad medieval levantada por
Tamerlán que recoge las esencias de la Samarcanda legendaria; y, por
último, en el oeste, la ciudad surgida a finales del siglo XIX, promovida por
los rusos y que muestra un carácter
“europeo” en la estructura radial que parte de la antigua ciudadela
timúrida. Los tres sectores han sido considerados Patrimonio de la Humanidad
por la UNESCO desde 2001.
De Samarcanda, la institución dice que “fue
una encrucijada y un crisol de culturas del mundo entero. Fundada en el siglo
VII a.C. con el nombre de Afrasyab, alcanzó su apogeo en los siglos XIV y XV
bajo los timúridas. Entre sus principales monumentos destacan la mezquita y las
madrazas del Registán, la mezquita Bibi-Khanum, los conjuntos arquitectónicos
de Shah i-Zinda y Gur i-Emir, y el observatorio de Ulugh-Beg”.
No obstante,
nuestro interés radica en la “segunda” ciudad, la que levantaron los
turco-mongoles para ser capital de su imperio. La nueva Samarcanda sería una
fortaleza que incluía una ciudadela con murallas propias para Tamerlán y su
corte. El recinto urbano amurallado contaba con seis puertas y no se conserva
ya que los rusos demolieron muros, puertas y también la ciudadela. No obstante,
muchos de los edificios importantes construidos en la época de Tamerlán sí se
mantienen ofreciendo el testimonio de aquel antiguo esplendor que deslumbró a
los visitantes (es particularmente interesante la descripción realizada por Ruy
González de Clavijo, embajador del rey castellano Enrique III, que visitó la
corte del Gran Kan Tamerlán y publicó en 1406 sus impresiones en un libro de
viajes, “Embajada a Tamorlán”, comparable
en cierto modo al escrito por Marco Polo un siglo antes).
Samarcanda. Imagen de la mezquita Bibi-Khanum.
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La mejor expresión del estilo arquitectónico de la época
de Tamerlán lo recogen tanto en la gigantesca mezquita Bibi-Khanum, levantada entre
1399 y 1405 junto a una de las principales puertas de la ciudad y que sigue
siendo una de las mayores del mundo (aunque quedó en ruinas y se está
restaurando en la actualidad) como el mausoleo Gur-e-Amir (comenzado en
1403 y donde reposa Tamerlán). Las dos obras muestran la característica fusión
de elementos procedentes de culturas
diversas: patios interiores, iwanes,
cúpulas, minaretes, decoraciones de cerámica vidriada con vivos colores
(azules, verdemar, etc.), todo ello compuesto con una estricta simetría y una
gran escala. El complejo de la plaza Registán, con sus tres madrasas
(escuelas coránicas) es otro de los puntos focales de la ciudad: la madrasa Ulugh Beg (1417-1420), la Sher-Dor (1619-1636) y la Tilya-Kori (1646-1660) refrendan los
rasgos anteriores.
Samarcanda. Planta de la plaza Registán.
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Samarcanda ha
logrado conservar la estructura urbana principal de la época timúrida, pero la
ciudad moderna siguió los estándares soviéticos creando espacios que tienen
poco que ver con ninguna leyenda. Hoy, con casi 500.000 habitantes, Samarcanda
es la segunda ciudad de Uzbekistán, por detrás de Taskent, la capital.
Isfahán y las esencias persas.
Isfahán (inicialmente llamado Yahoudiyeh) fue conquistada
por los árabes en el año 642, quienes la convirtieron en la capital de la
provincia al-Jibal (las montañas)
durante los califatos omeya y abasí. A principios del siglo
XI, los selyúcidas, un pueblo túrquico originario del área septentrional del
Mar de Aral que se había islamizado, inició su expansión hacia el sur, sometiendo
el califato abasí, constituyendo en 1037 el Imperio Selyúcida y designando a
Isfahán como capital. Pero hacia el año 1200, las disensiones internas irían
descomponiendo el imperio que sería finalmente destruido por las invasiones
mongolas. Isfahán iniciaría un declive que la llevaría a quedar eclipsada
por otras ciudades como Tabriz o Qazvin, pero volvería a resplandecer cuando
los safávidas, un pueblo azerí (túrquico) procedente de Ardebil (en el actual
Azerbaiyán iraní, junto al Mar Caspio), le devolvieron su primacía jerárquica
entre 1598 y 1722.
La parte histórica
de Isfahán refleja esos momentos de esplendor. En el noreste, se encuentra la
vieja ciudad selyúcida, que se agrupa en torno a la Gran Mezquita Masjed-e Jāme’ y a la recuperada plaza Imam Ali (también plaza Kohneh o plaza Atiq, que desapareció y fue regenerada en 2012 eliminando el barrio
que la había ocupado). En el centro actual (al suroeste del núcleo selyúcida) se
encuentra la capital que el safávida Shah Abbas el Grande decidió crear para
liderar su imperio, comenzando para la ciudad una edad de oro que sentaría las
bases de buena pare de la identidad persa.
Esquema del gran proyecto de Isfahán tal como fue
concebido. Destacan el eje norte sur y la gran plaza (ambos remarcados en
rojo). La realidad no llegaría a tanto.
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Nuestro interés de concreta
en la capital de Abbas. Algunas fuentes atribuyen el planteamiento general de
la ciudad a Shaykh Bahai (1547-1621), arquitecto, matemático y astrónomo entre
otras ocupaciones. El trazado inicial de la nueva ciudad se apoyaba en un
impresionante eje urbano (norte-sur)
enmarcado por jardines que atravesaba el rio y daba acceso a un nuevo alarde
paisajístico en esa ribera meridional. Este eje (el Bulevar Chaharbagh, que actualmente cuenta con
casi 6 kilómetros) se complementaba con un gran nodo central, una plaza espectacular (la plaza Naqsh-e Jahan, también conocida como Meidan Emam, Plaza Real) que reuniría a los edificios
representativos de los principales poderes del imperio. Por supuesto el poder
político, representado por el Palacio de Ali
Qapu. En segundo lugar, el poder religioso, con la mezquita del jeque Lotf Allah, situada enfrente del
palacio, (aunque fue complementada posteriormente por la mezquita del sur de la
plaza, la mezquita real o del Shah, hoy
mezquita del Imam Jomeini). Y
finalmente, el poder económico, el poder de los mercaderes, señalado por la entrada
al Gran Bazar a través de la puerta Qeysarie
(este nuevo bazar, un extenso mercado cubierto que llegó a ser el más grande de
su tiempo, mantiene restos de su traza ortogonal original y enlaza con el
antiguo contigo a la mezquita
Masjed-e Jāme’)
Detalle del fascinante plano de Isfahán relacionando
la ciudad selyúcida y la safávida (aunque la mayoría de los jardines que
flanquean el eje no se construyeron)
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La realidad
modificaría esas pretensiones. Por ejemplo, solamente se construyeron unos
pocos jardines en la zona centro oriental del eje, conectando con la plaza (los
jardines de los palacios Chehel Sotún
y Hasht Behesht). Tampoco en la
ribera sur del río (a la que se accede por el espectacular puente Si-o-se Pol o puente Allahverdi Khanse) se desarrollaría el
proyecto original porque se crearía un barrio destinado a acoger a los
numerosos armenios que habían sido deportados por Abbas (el barrio de Nueva Julfa).
Tres
de los singulares espacios citados forman
parte del Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. El primero es la
gigantesca y fabulosa plaza Meidan Emam (es un rectángulo de 160
x 560 metros) que integra la lista
desde 1979 y de la que se dice que “está
flanqueada por edificios monumentales unidos entre sí por una serie de arcadas
de dos pisos. Este sitio es famoso por la Mezquita Real, la mezquita del jeque
Lotfollah, el magnífico pórtico de Qeyssariyeh y el palacio timúrida del siglo
XV. Todos estos monumentos son un importante testimonio de la vida social y
cultural en la Persia de los sefévidas”.
El
segundo es la selyúcida Gran Mezquita, Masjed-e Jāme’, incorporada en 2012
y de la que se comenta que “la “Mezquita
del Viernes” ilustra de manera
sobresaliente la evolución de la arquitectura de mezquitas desde el año 841 d.
de C. y a lo largo de doce siglos. Es el edificio más antiguo de su estilo en
Irán y sirvió como prototipo para varias mezquitas posteriores construidas en
Asia Central. El complejo, de una extensión superior a los 20.000 metros
cuadrados, es también el primer edificio islámico que adaptó el diseño con
cuatro patios propio de los palacios sasánidas a la arquitectura islámica de
carácter religioso. Sus cúpulas abovedadas representan una innovación
arquitectónica que inspiró a los constructores de otros edificios en la región.
El sitio tiene además detalles decorativos representativos de desarrollos
estilísticos que abarcan más de mil años de arte islámico”.
Isfahán. La gran Mezquita o mezquita Jameh (Masjid-e-Jāmeh)
es el foco de la ciudad selyúcida que influyó enormemente en el estilo de
mezquitas posteriores (destacando por sus cuatro iwanes)
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El tercero es el Palacio
de Chehel Sotun y más concretamente su jardín Bagh-e Chehel Sotun, inscrito en 2011 como parte de un conjunto denominado
“El jardín persa” argumentando que “este
sitio comprende nueve jardines situados en varias provincias del Irán. Estos
jardines ejemplifican la diversidad del arte paisajístico persa que supo
evolucionar y adaptarse a condiciones climáticas diferentes, conservando
siempre sus principios fundamentales que se remontan a los tiempos de Ciro el
Grande (siglo VI a.C.). Caracterizado por su división en cuatro sectores y por
la omnipresencia del agua como elemento de irrigación y ornamentación, el
jardín persa se concibió como un símbolo del Edén y de los cuatro elementos
zoroástricos: el cielo, la tierra, el agua y el mundo vegetal. Los jardines que
forman el sitio datan de épocas diferentes –desde el siglo VI a.C.– y
comprenden también edificios, pabellones, murallas y sistemas de regadío complejos.
Su influencia en el arte de la jardinería paisajística llegó a extenderse hasta
la India y España”.
Los puentes de Isfahán son una de sus atracciones.
Arriba, el puente Si-o-se Pol (puente de los treinta y tres arcos) o puente
Allahverdi Khan. Debajo el Puente Khaju.
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En
la actualidad, Isfahán, con una población aproximada de 1,5 millones de
personas, es la tercera ciudad de Irán, tras Teherán y Mashhad.
Me sorprende que este blog no sea más conocido. Excelente trabajo.
ResponderEliminarGracias Martín por tu comentario. Saludos
ResponderEliminarExcelente información. Gracias!
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