Hay delimitaciones que conjugan la barrera efectiva con la continuidad visual sin muros aparentes. Ha-ha en Rousham Garden, Oxfordshire, Gran Bretaña [Fuente: Jack Wallington Garden Design] |
Vamos a aproximarnos
a dos casos con ciertas similitudes en su operatividad que se encuentran
muy distanciados en el tiempo, aunque están cercanos en el espacio. El primero fue
una práctica neolítica, característica del sur de Gran Bretaña, basada en la
excavación de zanjas y la creación de terraplenes contiguos siguiendo trazados
circulares u ovalados: los henge. El segundo surgió varios
milenios después, en el siglo XVIII, también en Inglaterra. Fue un curioso
sistema inventado para los jardines paisajistas ingleses que pretendía marcar
los límites de tal forma que pasaran desapercibidos desde el interior: los ha-ha.
El muro es el paradigma de la delimitación espacial, pero
antes de que estas barreras se convirtieran en el recurso habitual para
determinar recintos urbanos, otros procedimientos cumplieron misiones
similares. Por ejemplo, los hombres primitivos, con tecnologías elementales y
obligados a contar solamente con los recursos del entorno, definieron lugares
por medio de sencillos movimientos de tierra, aunque las delimitaciones sin
muros no son una cuestión exclusiva de la Prehistoria.
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Delimitar sin muros.
El muro es el paradigma de la delimitación espacial, pero
antes de que estas barreras se convirtieran en el recurso habitual para
determinar recintos urbanos, otros procedimientos cumplieron misiones
similares. Por ejemplo, los hombres primitivos, con tecnologías elementales y
obligados a contar solamente con los recursos del entorno, definieron lugares
por medio de sencillos movimientos de tierra. En algunos casos, estas
demarcaciones eran poco más que desbroces insinuadores de bordes y estaban
lejos de ofrecer la rotundidad de las murallas futuras, pero se convirtieron en
las expresiones iniciales de los cercados acotadores.
Delimitar espacios, fue una de las necesidades de los
primeros grupos humanos cuando decidieron asentarse en un lugar con intenciones
de permanencia. El lugar acotado, separado del resto de la naturaleza, se
convertiría en su nuevo mundo. Con esa intención buscaron inicialmente algún entorno
natural que reuniera las características exigibles, pero cuando no lo
encontraban se veían obligados a utilizar el ingenio para hacerlo realidad
artificialmente.
Entre los asentamientos ancestrales que aprovecharon las
oportunidades ofrecidas por la naturaleza estuvieron las localizaciones en
cuevas, en cerros de acceso controlable, en claros de bosques (quizá algo
retocados por tala) y también en islas fluviales, que ofrecían la ventaja de disponer
de límites muy claros al quedar el terreno circunvalado por los brazos del río.
Esta última situación proporcionaba el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo,
pero el aislamiento, muy propicio para la protección del grupo, tenía el
inconveniente de la dificultad de comunicación cotidiana con las riberas. Antes
de que la técnica posibilitara la construcción de puentes permanentes quedaba
la opción de utilizar barcas, fuera como trasbordador o como piezas que se
unían para formar puentes flotantes provisionales. No obstante, esta ubicación
insular fue un privilegio escaso porque además de que había pocas adecuadas, era
imprescindible que los ríos tuvieran regímenes moderados, sin crecidas que
arrasaran todo lo que encontraran a su paso y fueran un peligro más que una
oportunidad. Entre las ciudades que tuvieron su origen en una isla fluvial pueden
citarse París, Berlín o Venecia, cada una con sus circunstancias.
Cuando la naturaleza no ofrecía una solución directa, o era
difícil encontrarla, hubo que activar el ingenio humano. Las preparaciones
comenzarían con modestia, como los primitivos movimientos de tierras, que se reducían
a desbrozar, excavar o terraplenar; pero, con el tiempo, se constituirían
sistemas de gran complejidad con murallas impresionantes de geometrías
asombrosas o diques espectaculares con tecnologías muy sofisticadas. El
concepto defensivo de las islas fluviales, es decir, un anillo acuático que
rodeaba el recinto, sería el más recreado en las construcciones artificiales a
lo largo de la historia (sobre todo medieval), aunque esa imagen defensiva se
instaló muy pronto en las primeras comunidades humanas, que se protegieron con
fosos perimetrales, aunque no dispusieran de agua.
En esta línea, vamos a aproximarnos a las delimitaciones sin muros, mostrando que no son una cuestión exclusiva de la Prehistoria. Los dos casos presentados ofrecen ciertas similitudes en su operatividad y se encuentran muy distanciados en el tiempo, aunque están cercanos en el espacio. El primero fue una práctica neolítica, característica del sur de Gran Bretaña, basada en la excavación de zanjas y la creación de terraplenes contiguos siguiendo trazados circulares u ovalados: los henge. El segundo surgió varios milenios después, en el siglo XVIII, también en Inglaterra. Fue un curioso sistema inventado para los jardines paisajistas ingleses que pretendía marcar los límites de tal forma que pasaran desapercibidos desde el interior: los ha-ha.
Stonehenge estuvo delimitado por un henge del que se mantienen vestigios. [Fuente: ouchmonk.wordpress.com] |
Los henge: una delimitación más simbólica que efectiva.
Unas de las construcciones más arcaicas relacionadas con la
necesidad de establecer recintos bien definidos fueron los henge.
Durante el Neolítico fueron una práctica desarrollada en las Islas Británicas y
en Europa central (aunque los ingleses reclaman la paternidad del modelo)
Aquellas culturas primitivas disponían solamente de
herramientas elementales y se veían obligadas a operar con los materiales existentes
en los alrededores (la posibilidad de transporte de materiales de otras zonas
iría apareciendo con el tiempo, aunque hay ciertos casos que todavía siguen
sorprendiendo, como las piedras azules, bluestones, que llegaron a Stonehenge
desde canteras situadas a 240 kilómetros). Por eso, las obras de transformación
del entorno se debían limitar a operaciones elementales, poco más que excavar y
apilar tierra o amontonar piedras en caso de contar con ese material.
El henge fue una de las más antiguas intervenciones
en el paisaje para delimitar un recinto por medio del sistema básico de
zanja y terraplén. Este sencillo movimiento de tierras era de saldo cero,
porque todo lo resultante se reutilizaba y no se recibía nada del exterior de
la zona de trabajo. Se lograba establecer un recinto dado que la excavación seguía
una traza que se cerraba en sí misma, normalmente siguiendo una circunferencia.
El material extraído se aprovechaba para acopiarlo en el lateral interior de la
zanja, aunque hay algunos ejemplos en los que se amontó en el lado exterior. De
esta manera se iba levantando una barrera cuya altura era la suma de la
profundidad de la zanja y la elevación del montón de tierra contiguo. El
trazado circular permitía ahorrar esfuerzos porque la circunferencia es el
menor perímetro necesario para albergar una misma superficie, aunque a veces acababa
siendo más o menos ovalado dadas las dificultades para conseguir precisión en
aquellos tiempos.
Henge. Secciones esquemáticas |
En algunos henge, las zanjas servían de cauce para agua procedente de un río cercano, recordando el modelo de isla fluvial y mejorando los requisitos de defensa. La figuración de este sistema, con sus fosos, fueran acuáticos o simples glacis vacíos, sería un antecedente para las poderosas murallas que se levantarían pocos siglos después.
El foso y el talud marcaban el terreno e impedían el acceso,
sobre todo de animales, porque el sistema no era muy válido si se exigía
defensa ante un eventual ataque enemigo. Las pendientes de excavación y
terraplén, así como sus profundidades y elevaciones no solían ser muy
pronunciadas y, en consecuencia, el resultado no resultaba muy efectivo para
resguardar el interior de las embestidas de otros grupos humanos. Desde luego
no ofrecían la protección de los muros verticales que llegarían tiempo después,
fueran empalizadas de madera, cercados de piedra, de ladrillo o de tierra
prensada. Por esta razón, los henge son menos habituales para
asentamientos residenciales que para recintos dedicados a otras actividades. En
la mayoría de los casos definían lugares sagrados y rituales. Por eso, la barrera
es más simbólica que efectiva. En ciertos casos, estos recintos albergaron
construcciones megalíticas espectaculares. El ejemplo más famoso es el crómlech
de Stonehenge, en cuya denominación se relaciona la piedra (stone)
con el sistema delimitador (henge).
Delimitación ha-ha en Raveningham Park, Norfolk, Gran Bretaña [Autor: Evelyn Simak, Creative Commons] |
Los ha-ha: una delimitación efectiva con continuidad aparente.
El jardín paisajista inglés no se lleva bien con los cierres rotundos. Las primeras propuestas de ese estilo se diseñaron en las grandes fincas que la aristocracia tenía en la campiña y pretendían aparentar ser lugares naturales que prolongaban a la auténtica naturaleza circundante, que llegaría así ininterrumpida hasta los palacios. Con esa aspiración, los límites patrimoniales rompían la “magia” de naturaleza continua entre exterior e interior.
Hay que tener en cuenta que un muro opaco supone una barrera
vertical que explicita con rotundidad la frontera de los espacios, marcando un adentro
y un afuera que quedan desconectados. El aislamiento es total. Privatización e
intimidad son los dos requisitos principales que el muro ciego cumple a la
perfección. Desde dentro se puede tener la sensación de reclusión mientras que
desde el exterior se desconoce lo que sucede en el interior. Otro caso es el de
las verjas que, con diferentes grados de transparencia, proporcionan una
sensación menos radical. La posibilidad de visión a través de ellas reduce la
sensación de clausura interior, pero su presencia mantiene la separación
indudable entre el recinto y su entorno.
Ninguno de los dos sistemas servía para las pretensiones de
los jardineros paisajistas porque muros y verjas pondrían de manifiesto que ese
jardín interior era una escenografía que simulaba lo que no era. Pero, desde
luego, era imprescindible cercar esos grandes jardines, no solo para evitar
intrusos, sino también para que el ganado no pudiera acceder y destrozara los
delicados diseños. La propiedad debía estar perfectamente delimitada y ser
inaccesible desde el exterior, pero desde el interior no debía percibirse la indispensable
barrera, garantizando una continuidad visual entre los dos ámbitos que mantuviera
la ficción de continuidad física. Se buscaba la conjugación de intenciones
contradictorias: continuidad y separación, y eso era aparentemente imposible.
Como solución, los artistas jardineros del siglo XVIII
propusieron una ingeniosa y sutil manera de marcar límites sin que se notaran
(desde dentro). Fueron los ha-ha, un sistema que recordaba en
cierto modo a los henge prehistóricos. El invento lograba la cuadratura
del círculo ya que ocultaba los vallados y permitía largas fugas visuales sin
limitación aparente, con la sensación interior de espacio infinito, mientras
que garantizaban la impenetrabilidad desde fuera. Los ha-ha son una
barrera que proporciona la ficción de continuidad física entre el interior y el
exterior al no interrumpir la conexión visual entre los dos ámbitos. Llevan al
extremo el shakkei japonés, el “paisaje prestado”, que supone la
apropiación visual del paisaje exterior que aparece tras los muros al quedar
incorporado como fondo para la composición del jardín.
Ha-ha. Secciones esquemáticas |
Sobre el esquema básico surgieron algunas variantes, que en
ocasiones se apoyaban en el propio relieve previo para reducir los costes. Una
es la va elevando paulatinamente el terreno interior con una pendiente ligera
para acabar en un corte radical, como un acantilado de la altura de un muro. Esa
pared sería la imagen y barrera desde el exterior. Otra opción excava o aprovecha
ciertas ondulaciones del terreno para que el cercado nazca desde el nivel
inferior de la zanja, evitando que sobresalga de la cota del suelo circundante
(lo cual determina que la profundidad de la zanja sea al menos de la misma que
la altura del muro). Con ese truco su presencia es inadvertida desde cierta
distancia.
Los maestros del estilo inglés, como William Kent
(1685-1748), Charles Bridgeman (1690-1738), Capability Brown
(1716-1783), John Wood el Joven (1728-1782) o Humphry Repton (1752-1818) utilizaron
los ha-ha con asiduidad.
Una vez más, gracias mil por subir estos contenidos, ¡saludos!
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