Fue levantada
en tiempos del rey Carlos III para una doble función. Por una parte, cumplía la
misión de control de acceso, obligado en toda ciudad amurallada, y, por otra, era
un elemento con una gran responsabilidad en la representación de una nueva
etapa para la capital del Imperio español. Esto la convirtió en un canal
informativo para quienes se acercaban o salían de la Villa y Corte.“Mírala,
mírala, ¡la Puerta de Alcalá!” dice el estribillo de una canción dedicada al monumental acceso histórico
a Madrid y que se ha convertido en un himno festivo. Pero la Puerta también puede
ser escuchada a través de los mensajes que transmite.La iconografía de la madrileña Puerta de Alcalá esconde detalles sorprendentes. En la imagen, capiteles sobre los que aparecen pequeños monstruos que tienen algo que transmitir.
Analizamos la Puerta en dos artículos. En el segundo, profundizaremos en su composición arquitectónica, dotada de un fuerte simbolismo; mientras que, en este primero, atendemos a su iconografía escultórica y a sus comunicados porque, en su momento, mirar la Puerta era también escucharla. Algunos mantienen su vigencia, particularmente en lo que respecta a las recomendaciones sobre valores y comportamientos tan necesarios en los tiempos actuales. Hoy, descontextualizada en el tiempo y en el espacio, la Puerta sigue hablando, pero solo a quien quiere oírla.
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Iconografía de la
Puerta de Alcalá.
Toda puerta
separa dos ámbitos y la hoja que sirve de cierre suele responder a la
importancia de cada uno de ellos. Cuando es similar, los dos frentes acostumbran
a ser iguales, mientras, que si uno destaca mucho sobre el otro se dota de una
mayor elaboración decorativa. Esto es algo habitual cuando la puerta separa un
interior y un exterior muy diferentes y, además, se pretende dotar a la entrada
de mucha representatividad.
Esto se potenció
en el caso de las ciudades históricas amuralladas y algunas de sus puertas. Más
aún cuando, como en el siglo XVIII, los aspectos defensivos de los muros habían
perdido su razón de ser por la evolución armamentística y su misión era el
control fiscal, siendo sus puertas aduanas en toda regla. En los casos más notables,
la puerta dejaba de ser un mero hueco en el lienzo murario, para convertirse en
una construcción imponente, que se independizaba perceptivamente del cierre que
la acompañaba. Para reforzar la significación anhelada se utilizaron como
referencia de diseño los Arcos de Triunfo romanos. Estos no eran propiamente
puertas, aunque aparentaran serlo, pero eran un ejemplo de símbolo muy poderoso
acerca de cómo magnificar el acto de entrada.
Todo esto le sucedía
a la Puerta de Alcalá, inaugurada en 1778 según el proyecto de Francesco
Sabatini (1721-1797) como umbral entre el recinto urbano de Madrid y las
afueras no urbanizadas. Es una puerta que siguió el modelo de Arco de Triunfo,
con cinco vanos simétricos y dos fachadas que se enfrentaban a dos realidades
muy distintas: una, la que se abría hacia el oeste, miraba a la ciudad, la
capital de España, entonces todavía un extenso imperio; mientras que la otra se
abría hacia oriente, hacia lo que entonces era el territorio no urbanizado
circundante por el que transcurrían los caminos desde las tierras del antiguo reino
aragonés y el Levante peninsular.
Arriba, la cara exterior de la Puerta de Alcalá,
fotografiada por Jean Laurent en 1871. Debajo, la cara interior en una imagen
de 1936 tomada por G. H. Alsina
La
circunstancia interior/exterior y sus diferentes responsabilidades de
representatividad condicionaron el proyecto de la Puerta y su programa
iconográfico, con una composición más grandilocuente de la portada exterior expresada,
por ejemplo, en el uso de columnas en lugar de pilastras (la interior está apilastrada
y solo cuenta con dos columnas para remarcar el paso central).Así, el frente
“exterior” se hacía presente al llegar a la ciudad. Era lo primero que se
mostraba al visitante y, por lo tanto, tenía una gran responsabilidad en las
primeras impresiones de quien accedía a la Villa y Corte. También pesaba en el
recuerdo de quien, tras abandonarla, se despedía volviendo la vista con emoción.
El otro frente, el occidental, era por tanto el “interior”, el que se veía al
disponerse a salir de la ciudad, o al mirar hacia atrás después de entrar en
Madrid. Esta diferenciación explica porque la Puerta tiene dos caras. Fue un
acto realizado con toda la intención, aunque circulan historias que atribuyen
la doble portada a un error involuntario del rey en la elección de las opciones
presentadas por Sabatini, lo cual no tiene ni fundamento ni sentido.
Esto también
se refleja en las estatuas y bajorrelieves de la Puerta, hasta el punto de que
fueron dos artistas diferentes los que esculpieron las piezas que aparecen en cada
frente: Francisco Gutiérrez Arribas (1724-1782) y Roberto Michel (1720-1786). Ambos
fueron representantes destacados de la escuela neoclásica y escultores de
confianza de Sabatini, que fue quien fijó sus contenidos. Los dos artistas colaborarían
también en otro de los grandes iconos madrileños, en este caso siguiendo el
plan de Ventura Rodríguez: La fuente de la Cibeles, en la que Gutiérrez
esculpió la diosa y las ruedas del carro mientras que Michel se encargó de los
dos leones.
Columnas que enmarcan el paso central del frente
exterior de la Puerta de Alcalá.
El frente exterior
La
iconografía del frente “exterior” fue responsabilidad de Francisco
Gutiérrez Arribas. En el eje de esa fachada, integrado en el frontón curvo
partido que la preside, aparece el gran escudo real. Ese escudo era novedoso
porque Carlos III realizó aportaciones a su diseño,
significando la nueva etapa que comenzaba con su reinado: introdujo las armas
de los Ducados de Parma-Médicis y Toscana-Farnesio como recuerdo de su herencia
italiana. Además, el escudo está rodeado por el collar del toisón de oro, con
sus eslabones con la doble B de Borgoña y los soles, descolgando de él la piel
de carnero. El conjunto se cubre con la corona real culminada por la cruz
cristiana (señalada expresamente por la mano izquierda de la figura femenina
que representa a la Fama).
Mitos griegos
y romanos, en armonía clásica, acudían para sostener el gran símbolo de la
monarquía. El principal es la Fama, la diosa griega alada que propagaba
rápidamente los hechos de los hombres. Desgraciadamente, en la actualidad carece
de la trompeta que la acompaña habitualmente en sus representaciones artísticas,
así como de su antebrazo y mano derecha, que han desaparecido. Las fotos
antiguas muestran la estatua antes de esa amputación que se produjo en una
fecha incierta del siglo XX. También ayuda a sustentar el escudo un genio, uno
de los espíritus protectores de la mitología romana, también alados, representado
en este caso por un niño.
El gran escudo real que preside el alzado exterior está
sujetado por la Fama, que ha perdido su antebrazo y mano derecha, así como la
trompeta que la identificaba.
El genio que
sujeta el escudo real no es el único niño presente en la Puerta, ya que en ese
frente exterior hay otros cuatro putti, querubines que representan las
virtudes cardinales: fortaleza, justicia, templanza y prudencia (citadas en
el orden que aparecen mirando la fachada de izquierda (sur) a derecha (norte).
Las virtudes cardinales son modelos de conducta de la fe cristiana para orientar
la voluntad y el entendimiento humanos.
Tradicionalmente
se representaban mediante figuras femeninas. La Fortaleza se personificaba
vestida con armadura. La alegoría más frecuente de la Templanza la presentaba sujetando
un freno, como alusión al dominio de las pasiones, y sosteniendo una rama de
palma, una planta que no se pliega, puesto que, aunque sea sometida a fuertes
pesos, se vuelve a elevar cuando cesa la presión. La Justicia era simbolizada con
una espada en una mano mientras que con la otra sujetaba una balanza. Finalmente,
la Prudencia solía aparecer encarnada por una mujer con dos caras, como el dios
romano Jano, sugiriendo el conocimiento de sí misma a la hora de tomar
decisiones. El doble rostro se expresaba mediante el reflejo de un espejo sostenido
con una mano, mientras que una serpiente, animal tenido como muy prudente, se
enrollaba en la otra.
Frente exterior: Putti del lado sureste representando la Fortaleza y la Templanza.
Sabatini modificó esa habitual representación femenina para sustituirla por niños. Es probable que su intención fuera evitar la competencia en tamaño con la Fama central. Estos putti cuentan con atributos en la línea comentada: la Fortaleza se identifica por la lanza y el escudo, además del casco; la Justicia, situada junto a unas fasces, por sujetar una espada, o una balanza según algunos historiadores ya que no se sabe a ciencia cierta cuál de los dos fue el complemento elegido por haber desaparecido sin dejar constancia, quedando únicamente el gesto del brazo levantado; la Templanza, por el bocado utilizado para frenar al caballo; y la Prudencia, por mirarse a un espejo sujetando una serpiente con su mano izquierda.
El resto de los elementos de la fachada apuntan a la idea de fertilidad y prosperidad que se asociaría a la capital imperial. A ello contribuyen las claves de los tres arcos de medio punto que alojan unos mascarones con cabeza de sátiro, personajes relacionados con esa idea. La prosperidad también se ve reforzada por la presencia en los tableros situados sobre los huecos adintelados de bajorrelieves que ofrecen motivos florales.
Tableros sobre los huecos adintelado extremos: arriba frente interior, debajo el exterior.
El frente interior
El frente “interior”,
el oriental, fue encargado a Roberto Michel. El planteamiento general mostraba
un peculiar despliegue de trofeos de guerra. Los diferentes conjuntos se
apoyan en sendos troncos que sujetan los cascos o morriones y las corazas, o en
su caso a tambores, banderolas o fasces. Las armaduras vacías, sin caballero
que las porte, se convierten en una exaltación de la paz, pero también
en un recuerdo del poderío militar del imperio, ya que la colección se entiende
como una serie de trofeos obtenidos en combate.
Frente interior: Trofeos del lado suroeste.
Los trofeos
de la cornisa se completan con otros dos que reposan sobre los faldones del
frontón triangular y están protagonizados por armaduras, acompañadas por
escudos, bombardas, flechas o estandartes. Esta pareja es especial porque,
aparte de su singularidad, suponen uno de los dos guiños al genial Miguel
Ángel Buonarroti que la Puerta esconde. El principal es arquitectónico y
afecta a los capiteles de pilastras y columnas de ambos frentes de la Puerta, a
los que nos referiremos más adelante; el otro es escultórico y se manifiesta en
esta dupla comentada.
Hay, desde
luego, una relación entre Sabatini y Miguel Ángel, ya que ambos eran italianos,
pero hay más. Sabatini avanzaba hacia el Neoclasicismo, un estilo que se nutría
en sus comienzos en gran medida de la recreación que el Renacimiento hizo de la
Antigüedad clásica. Quizá Sabatini quería enlazar sutilmente su Puerta con la
obra del maestro florentino, testimoniando de paso su admiración.
La posición de las armaduras-trofeo de la portada
interior son un guiño a Miguel Ángel evocando la Noche y el Día de la tumba de Juliano
de Médicis, realizada por Buonarroti en la Sacristía Nueva de la iglesia de San
Lorenzo de Florencia.
La Puerta de
Alcalá, orientada casi perfectamente con sus fachadas al este y al oeste,
rememora el día y la noche mediante el recuerdo de las estatuas de Miguel
Ángel. La izquierda, como en San Lorenzo, alude a la noche y mira precisamente
hacia poniente, hacia el ocaso diurno. Por su parte, la ubicada a la derecha,
que evoca el día, da la espalda como su par florentino, para mirar hacia la
salida del sol que viene del este, por el camino que llega de Alcalá.
Claves de los arcos con leones en la portada interior y
sátiros en la exterior.
Los capiteles
Aunque no
forman parte del conjunto escultórico sino del arquitectónico, los capiteles
de columnas y pilastras merecen una mención especial, siendo elementos
relevantes en la iconografía de la Puerta. Su diseño muestra otro guiño a la
obra de Miguel Ángel, que fue quien creó sus precedentes.
Michelangelo
Buonarroti (1475-1564), recibió el encargo de reconfigurar la Piazza del
Campidoglio romano en 1537. Mas que una reforma se buscaba una
transformación radical de un espacio que debía adquirir la dignidad que le
correspondía por su historia. Fue un trabajo difícil, requiriendo atender a
temas escultóricos, arquitectónicos y urbanísticos de índole muy distinta, pero
además fue muy discontinuo en el tiempo, complicando mucho su factura. De
hecho, Miguel Ángel falleció antes de ver concluido el proyecto, que tardaría
mucho en llegar a su final, siendo otros quienes lo terminaron con alguna
adaptación.
Los capiteles de la Puerta son otro de los guiños realizados
por Sabatini a Miguel Ángel. El genio renacentista fue quien los planteó por
primera vez en su propuesta para las nuevas fachadas de la Plaza del
Camplidoglio en Roma (debajo a la derecha, capitel del Palazzo dei Conservatori).
Buonarroti modificó el orden jónico con la desenfadada irreverencia manierista
incorporando unas cabezas de pequeños seres monstruosos que advierten de la
existencia de lo irracional.
La
sorprendente aparición de esas minúsculas cabezas deformes expresaba un
contraste impactante con el orden clásico que el propio escultor italiano
justificó en sus conversaciones con Francisco de Holanda (quien las transcribió
en su Tratado de la Pintura): “Cuando para descanso y diversión de
los sentidos, y también para recreación de ojos mortales deseosos de ver lo
inédito y lo imposible, el artista introduce en sus obras seres quiméricos, se
muestra más respetuoso con la razón que si produjese la figura de hombres o
animales”.
Así la racionalidad renacentista aceptaba su parte ilógica porque, solo
asumiendo la existencia de lo irracional, el entendimiento puede intentar captar
íntegramente la realidad.
Sabatini no
era un autor plenamente neoclásico, vivió la transición desde el Barroco y no
podía despojarse completamente de sus “locuras”. Por eso, la reflexión ilustrada
sobre la Razón, en la que se rechazaba todo lo que no fuera estrictamente lógico,
le parecía incompleta y el arquitecto decidió dejar plasmada esa misma idea en
su Puerta, con sutileza, adoptando los capiteles romanos de Miguel Ángel (aparte
de que en la composición arquitectónica de la Puerta también insistiría en ello).
La realización
de los capiteles corrió a cargo de Roberto Michel, siendo prácticamente iguales
a los del Campidoglio, con mínimas diferencias de matiz: en Madrid, las
proporciones cambian un poco, la espiral está más volteada o las cuarenta
inhumanas cabecitas son algo más terroríficas con sus puntiagudas
orejas/cuernos, ojos penetrantes, pobladas cejas y una gran boca agresiva de la
que salen largos y retorcidos bigotes. No fue la única vez que los peculiares capiteles
de Miguel Ángel resultarían inspiradores: por ejemplo, para Josef Viktor Fuchs
en la reforma neorrenacentista que realizó entre 1904 y 1906 de la fachada de
la iglesia de San Juan Bautista de Pörtschach am Wörthersee en Austria, aunque en
ese caso convirtió los monstruos en leones.
Capitel de la Puerta de Alcalá, advirtiendo de que hay
algo irracional en nuestra mente.
Corolario
La dualidad
de la Puerta de Alcalá responde a la intención de transmitir mensajes concretos
a quien la observara, dependiendo de su posición.
Los
visitantes que llegaban a Madrid se enfrentaban a la fachada exterior, que les
advertía de que la Villa y Corte del rey borbón Carlos III (representado
en el escudo renovado) era una ciudad próspera (aludida por las cabezas
de sátiros y los motivos florales) en la que imperaban las cristianas
virtudes cardinales (virtudes asociadas a la personalidad del monarca y encarnadas
por los putti). Todo aquel que accediera a la capital del reino debía
comportarse como ellas indicaban.
Quienes iban
a salir de la ciudad encaraban la fachada interior y para ellos había otro
mensaje. Se dirigían hacia otras regiones de la península y el monarca quería
transmitirles otra recomendación: el rey Carlos III defendía la paz (conjuntos
de armas sin guerreros) y vigilaba atentamente, con toda su autoridad y fuerza
(identificada con las cabezas de león), el mantenimiento del orden para
procurar a sus súbditos la dicha de vivir en su reino (cuernos de la
abundancia). El soberano estaba avisando a quienes dejaban la Corte de que en
todos sus territorios se debía salvaguardar la concordia, algo que también se
recordaba a los que, tras haber entrado en la Villa, volvían la vista para
admirar la fabulosa construcción.
En su
momento, mirar la Puerta era también escucharla. Puede objetarse que sus mensajes son coyunturales,
que están vinculados a un momento concreto de la historia de España, pero algunos
de esos comunicados, además de constituir ingredientes de la identidad
madrileña, mantienen su vigencia, particularmente en lo que respecta a las recomendaciones
sobre valores y comportamientos tan necesarios en los tiempos actuales.
Pero como se
ha comentado hay algo más, subyacente, advirtiendo de que hay algo irracional
en nuestra mente que es un constituyente fundamental de la misma. Para
recordarlo, en la iconografía escultórica Sabatini utilizó el lenguaje de Miguel
Ángel, pero también insistiría en esa idea en el diseño arquitectónico de la
Puerta, como analizaremos en el artículo dedicado a profundizar en su
composición.
En definitiva, hoy, descontextualizada en el tiempo y en el espacio, la Puerta de Alcalá sigue hablando, pero solo a quien quiere oírla.
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