El plano de Madrid realizado por Pedro de Texeira en
1656 en la lámina XIII, que detalla el centro de la ciudad.
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A mediados del
siglo XVII, el gran imperio español comenzaba a declinar y en su capital, se
escenificaban todas las contradicciones del momento. A Madrid, que había sido
designada por Felipe II como capital en 1561 frente a otras ciudades que
aspiraban a ese título, le costó vencer la sensación de provisionalidad
derivada de las fuertes presiones de sus competidoras. Desde aquel
nombramiento, el antiguo “poblachón manchego” se desarrolló con rapidez superando
múltiples dificultades, que iban desde su inadecuada topografía hasta las
maniobras políticas que pretendían arrebatarle esa posición de privilegio, como
sucedió cuando Felipe III trasladó la capital a Valladolid en 1603 (que Madrid logró
recuperar tres años después).
Si hay una imagen icónica sobre ese
Madrid antiguo, esa es la visión ofrecida por Pedro de Texeira en el año 1656. Ese plano, conocido como el “Plano de
Texeira” (o simplemente “el Texeira”) es una representación muy fidedigna del
Madrid de los últimos Austrias.
Panorama general
sobre el Madrid de los últimos Austrias.
Madrid se había encerrado dentro de su
última muralla desde 1625 (aunque estudios recientes llevan esta fecha hasta 1629-30) quedando
concluidas las obras en 1642. La baja calidad de los materiales (ladrillo,
argamasa, tierra y yeso) y su defectuosa ejecución en muchos tramos, suponen
que la palabra “muralla” sea excesiva y le corresponda mejor el término
“cerca”. Esta cerca tuvo que ser reparada en múltiples ocasiones y sufrió
varias realineaciones, como las realizadas en tiempos de Carlos III, cuando se
levantaron las puertas de piedra que todavía siguen en pie en la actualidad
(como las Puertas de Alcalá, de Toledo o San Vicente). El conjunto contaba
inicialmente con quince accesos.
Estas tapias
eran desiguales en altura, más aún cuando, para ahorrar costes, se aprovecharon
los cercados de corrales y huertas que daban al campo. No obstante, delimitaron
un recinto que duraría varios siglos hasta que en 1868 fueron definitivamente
derribadas.
No era un
cerramiento defensivo, sino que su motivación fue fundamentalmente fiscal (los
productos que entraban en la villa debían pagar sus aranceles) y de control
ciudadano. Su inutilidad defensiva quedó constatada cuando las tropas de
Napoleón invadieron la ciudad sin esfuerzo.
En ese Madrid
cortesano de mediados del siglo XVII, en el que la estrella del imperio español
comenzaba su declive, el centro político
y de gobierno residía en el Alcázar, el antiguo edificio militar que había
sido adaptado numerosas veces para poder acoger la residencia real sin que
llegara a cumplir su papel satisfactoriamente. Su destrucción en el siglo XVIII,
pasto de las llamas, permitió a la nueva dinastía borbónica construir, en la
misma localización, el majestuoso Palacio Real que hoy admiramos.
Representación virtual del Alcázar de Madrid con la
Plaza de Armas, antes de la intervención de Juan Gómez de Mora (dibujo de C.
Garcia Reig)
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Representación virtual del Alcázar de Madrid, tras la
reforma realizada por Juan Gómez de Mora (dibujo de C. Garcia Reig)
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Poniendo como
excusa las incomodidades evidentes del Alcázar y con la idea de alejar al rey Felipe IV del lugar de decisión política, el
Conde Duque de Olivares fomentó la construcción de un nuevo palacio, el Palacio del Buen Retiro.
Este palacio
se levantaría en las proximidades del convento de San Jerónimo y se diseñó como
lugar de esparcimiento y recreo, tanto para el rey como para su Corte. El
Palacio del Buen Retiro, era realmente un complejo de edificios y espacios
libres, que fue completándose por partes, con escasa calidad (los tiempos no
estaban para grandes inversiones). En 1633 se concluyó el Palacio propiamente
dicho, la plaza grande lo fue en 1635, el Salón de Baile (actual Casón del Buen
Retiro) en 1637 o el Coliseo en 1638. A la edificación fueron sumándose,
jardines, plazas, estatuas, fuentes y demás recursos escenográficos y acabó
sirviendo como residencia real.
La decisión de
su construcción en la localización escogida (parte oriental de la ciudad) será
trascendental para la ciudad. No tanto por la edificación del Palacio que
prácticamente desaparecerá con los años (quedan escasos testimonios como el
Casón del Buen Retiro o el Salón de Reinos, el actual Museo del Ejercito) sino
por su repercusión urbana. Su ubicación puso en marcha la reestructuración del
este de la ciudad con la aparición de un incipiente paseo del Prado, la
potenciación de la Carrera de San Jerónimo como vía de acceso al Palacio y, sobre
todo, por la creación y preservación de los jardines reales que acabarían por
convertirse en el parque urbano más importante de la ciudad (el Parque del Retiro).
Representación
del Palacio del Buen Retiro (cuadro pintado en 1637 y atribuido a Jusepe
Leonardo)
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En el
interior amurallado de Madrid, se
produjo un proceso acelerado de colmatación y densificación. Una de las
causas principales, fue el decreto que exigía la Regalía de Aposento. Por este decreto se obligaba a los
propietarios de casas de más de una planta a alojar en los pisos superiores a
miembros de la corte (dado el problema para alojarlos en el Alcázar). La
respuesta de los madrileños no se hizo esperar y desde entonces se construyeron
casas de un solo piso, hecho que llevo a saturar rápidamente el espacio libre
del interior urbano. En algunos casos, se llegaba a construir un disimulado
segundo piso que se ocultaba bajo el tejado inclinado, que nacía desde la
cumbrera del muro de la planta baja en la calle para albergar un espacio bajo
cubierta que se abría a patios interiores inapreciables desde la vía. Estos
edificios, denominados “casas a la
malicia”, lograron así burlar la obligación
de alojamiento de funcionarios de la corte, pero pronto consumieron el
espacio libre de la ciudad.
En aquel
Madrid no abundaban los palacios o
grandes mansiones de la aristocracia. Los nobles que llegaron acompañando a Felipe II cuando
designó a Madrid como capital de España en 1561, compraron viviendas que
reformaron a las que iban añadiendo las viviendas adyacentes para agrandarlas
(estas viviendas de la nobleza, modestas en su exterior, mostraban una gran
riqueza decorativa interior). El vaivén de la capitalidad, sometida a la
presiones de otras ciudades que anhelaban ese papel, llegó a un punto álgido
cuando Felipe III la trasladó a Valladolid incrementando esa sensación de
provisionalidad que acabaría desapareciendo al ser confirmada Madrid en 1606. Los
grandes palacios acabarían por llegar, pero tardarían en ser levantados.
Por otra
parte, Madrid se convirtió en el destino de muchas Órdenes Religiosas que
elegían la ciudad como sede para sus congregaciones. Por eso, incardinados en
ese denso tejido residencial se encontraban 107 conventos (a los que había que sumar 14 parroquias). Los
espacios conventuales, además de los edificios, contaban con importantes
espacios abiertos, para huertos y jardines, que se escondían tras las tapias de
los limitaban. La ocupación del suelo madrileño por estos complejos fue
importantísima, ya que prácticamente ocupaban un tercio de la superficie de la
ciudad. La recuperación de esta gran “reserva” de espacio fue una de las
políticas que desembocaron en las desamortizaciones del siglo XIX, que
permitieron abrir plazas en la asfixiada ciudad y construir nuevos edificios
para alojar a la creciente población madrileña.
La estructura
urbana gravitaba en torno al eje de crecimiento de la calle Mayor, con los nodos
urbanos principales de la Plaza Mayor
(el gran centro ciudadano) y el espacio de la Puerta del Sol, antiguo acceso a la ciudad que se convirtió en uno
de los “mentideros” más activos y vitales de Madrid. Allí, en las gradas del
Convento de San Felipe el Real (hoy desaparecido), era “donde se producían las noticias antes de suceder”.
“Fiesta en la
Plaza Mayor” cuadro pintado en 1623 por Juan de la Corte (en origen Jan van het
Hof)
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En ese
Madrid, que a mediados del siglo XVII “retrató” Texeira, vivían unas 100.000 personas,
entre ellos algunos de los más excelsos representantes del Siglo de Oro español.
Madrid seguía siendo, en parte, ese poblachón que se había convertido repentinamente
en la capital del Imperio español. Entonces no era una capital esplendorosa y
magnífica como algunas de las europeas, sino que era una ciudad densa, con
edificaciones modestas, con pocos espacios libres, de calles estrechas, tortuosas
y sucias, sin pavimentar y sin infraestructuras (las calles también cumplían la
misión de cloacas abiertas), donde la mayoría de la población (excluyendo las
familias poderosas, rentistas y cortesanos) sobrevivía en condiciones bastante
miserables.
El Plano de Madrid de Pedro de Texeira en su conjunto.
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El Plano de Texeira
Pedro de
Texeira (1595-1662) fue un cartógrafo de origen portugués que trabajó
asiduamente para la Corona española realizando diferentes mapas regionales como
los de Castilla, Aragón, Valencia, Cataluña o Portugal.
No hay
acuerdo entre los historiadores acerca de la motivación del trabajo sobre Madrid,
dado que no se tiene constancia del encargo. La mayoría defiende que dicho
encargo fue realizado privadamente por la Corona, para satisfacer el deseo del
rey Felipe IV de disponer de un plano de su capital que representara el estatus
que debía tener la capital del Imperio Español. La idea, según ellos, le podría
haber venido tras recibir un grabado que mostraba la ciudad de Bruselas con
toda magnificencia. No obstante, también hay investigadores que defienden la
idea de que fue una iniciativa propia de
Texeira, con el objetivo de hacer méritos para acceder al cargo de ayuda de
cámara del rey (el mismo cargo que había obtenido el pintor Diego Velázquez en
1643)
Detalle del Plano de Texeira, en las proximidades de la
antigua Puerta de Fuencarral, donde puede apreciarse la irregularidad de la
cerca que limitaba la ciudad.
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Parece que
Texeira comenzó su tarea en torno a 1648 y terminó su labor de medición y
dibujo en 1654
El plano,
titulado “Topographia de la villa de
Madrid descripta por Don Pedro Texeira. Año 1656”, es una representación en
perspectiva, visualizada desde el sur hacia el norte. La técnica perspectiva
utilizada se asemeja a una “caballera” (oblicua), aunque realmente no lo es, ya
que descuida en muchas ocasiones las reglas de ese sistema. El trabajo de
Texeira partió de una buena planta de la ciudad, dibujada con gran precisión
geométrica, sobre la que se levantaron los alzados y distribuciones internas de
las manzanas. Texeira utilizó trucos para, por ejemplo, que los edificios
levantados no taparan las calles (cosa que hubiera sucedido en una perspectiva
“canónica”). Para ello, recortó en muchos casos las edificaciones según la
forma de la manzana, dando lugar a extrañas fachadas irregulares, o llegó a
levantar los alzados interiores orientados al sur apoyándolos desde la linde de
la calle hacia dentro.
Detalle del Plano de Texeira en las proximidades de la
Plaza Mayor donde se evidencian algunos de los trucos utilizados por el autor a
la hora de representar las manzanas sin ocultar las calles.
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El gran plano
madrileño está compuesto por 20 láminas de 45 x 57 cm. cada una, componiendo un
conjunto de 2,85 x 1,80 metros. El plano
fue grabado en planchas de cobre en Amberes, uno de los grandes centros de
edición de la Europa del momento. En ello trabajó el artista holandés Salomón
Savery, miembro de una conocida familia de grabadores, para ser finalmente
impreso en los talleres de Jan y Jacob van Veerle.
El plano
muestra una leyenda superior que dice Mantua
Carpetanorum sive Matritum Urbs Regia cuya traducción es “Mantua de los
Carpetanos o (sea) Madrid Urbe Regia”(los Carpetanos fueron un pueblo de etnia
céltica muy extendido por la meseta) y una trabajada dedicatoria al rey Felipe
IV.
Detalle del plano donde aparece la dedicatoria al rey Felipe
IV.
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El plano es
muy minucioso en su descripción logrando una gran exactitud (sobre todo en la
definición de los espacios urbanos) que lo convirtió en la base para futuras
planimetrías de la ciudad. Las investigaciones posteriores y la comparación con
las edificaciones que perviven siglos después han demostrado la fidelidad de
los alzados de los edificios principales y de muchas de las viviendas (aunque
para las más humildes utilizó modelos repetitivos). La ingente labor realizada
incluye aproximadamente 11.000 edificios.
Detalle del centro urbano (lámina XIII) con el convento
de Santa Clara (que fue derribado en 1810 por orden de José I)
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Texeira no se
desplazó a Amberes para dirigir y supervisar la grabación y esto puede ser la
causa de que el plano presente diferentes errores ortográficos y alguno de
localización. Con todo, Texeira nos legó
la mejor representación del Madrid de los Austrias.
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