Arriba, montaje de la ópera
“Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny” en la Royal Opera House de
Londres en 2015. Debajo, imagen de Las Vegas.
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Todas las
ciudades son realidad y ficción simultáneamente. Tanto las
que podemos experimentar físicamente, porque cuentan con muchas
“construcciones” mentales, como las que son producto de la imaginación, que se
alimentan de referencias materiales.
Vamos a aproximarnos a dos ciudades, una de ficción y otra real (Mahagonny y Las Vegas) que, a pesar de pertenecer a esos ámbitos
supuestamente incompatibles, comparten mucho.
Mahagonny es la distopía que crearon Kurt Weill y Bertolt
Brecht en 1930 en su ópera “Ascenso y
caída de la ciudad de Mahagonny”, presentando su visión moderna de las
pecadoras Sodoma y Gomorra. Poco después, en el desierto de Nevada, fue
consolidándose Las Vegas, que se convertiría en el símbolo de la transgresión y
los deseos ocultos. Por eso, ¿es
Mahagonny solamente una distopía o fue una premonición de Las Vegas?, ¿o quizá
Las Vegas fue la materialización de una necesidad social expresada en los
rasgos de Mahagonny?
Todas las ciudades son realidad y ficción
simultáneamente. Tanto las que podemos experimentar físicamente porque cuentan
con muchas “construcciones” mentales, como las que son producto de la
imaginación, que se alimentan con referencias materiales.
De hecho, las ciudades que hemos visitado y en las
que ya no nos encontramos se han incorporado a nuestra memoria como una
colección de imágenes y recuerdos que nos hacen presente la ausencia. Muy habitualmente nuestras evocaciones quedan
deformadas (por lo general en una línea favorable) adquiriendo un cierto halo
fantasioso que las acerca a otras ciudades salidas de la mente de un creador,
que suelen acabar tan consolidadas en nuestro pensamiento como las resonancias
de las ciudades recorridas en el pasado.
Vamos a aproximarnos a dos ciudades, una de ficción y otra real (Mahagonny y Las Vegas) que, a pesar de pertenecer a esos ámbitos
supuestamente incompatibles, comparten mucho.
Cuando en 1930 Kurt Weill y Bertolt Brecht
estrenaron su ópera “Ascenso y caída de
la ciudad de Mahagonny”, presentaron su visión moderna de las pecadoras
Sodoma y Gomorra. Aquella ciudad de ficción, que sus autores situaban en un
lugar impreciso de Alabama, en los Estados Unidos, era el producto destilado de
todos los males humanos y protagonizaba la obra como un personaje más. Poco
después, en el desierto de Nevada fue consolidándose Las Vegas, que se
convertiría en el símbolo de la transgresión y los deseos ocultos.
Por eso, podemos preguntarnos: ¿es Mahagonny solamente una distopía o fue una premonición de Las
Vegas?, ¿o quizá Las Vegas fue la materialización de una necesidad social expresada
en los rasgos de Mahagonny?
Desde luego que Mahagonny es una entelequia
operística y Las Vegas es una urbe real. Pero hay quienes ven en Mahagonny una ciudad auténtica que se
materializó en el desierto de Nevada, adoptando el nombre de Las Vegas.
También hay quienes creen que Las Vegas
no es una ciudad real, sino una ciudad de ensueño que cobija las
aspiraciones y frustraciones de millones de personas, que se ha convertido en
un mito multifacético: libertad, juego, diversión, pecado, mafias, etc. (aunque
también es una referencia arquitectónica, encumbrada por Robert Venturi,
e incluso de eficiencia en la investigación criminalística televisiva).
Quizá, la mayor diferencia estribe en que mientras
el caos llevó al desastre a Mahagonny, Las Vegas (y toda su área metropolitana)
es una ciudad de éxito que, además, está trabajando para diversificar sus
actividades y poder superar esa imagen monotemática y elemental que lleva
adosada: la de ser un gran parque temático de los excesos, en el que
experimentar los límites de nuestra sociedad.
Mahagonny: Sodoma y Gomorra traídas por la ópera al siglo XX.
Kurt Weill
(1900-1950) era un judío alemán con un gran talento musical. Debido a lo
primero, fue perseguido por los nazis, lo que le obligaría a abandonar Alemania
en 1933; y, gracias a lo segundo, Estados Unidos (cuya nacionalidad obtuvo en
1943) le abriría sus puertas y le proporcionaría un gran éxito. Formado en el
Conservatorio de Berlín, Weill sería un innovador que recibiría la influencia
del jazz y del expresionismo, y exploraría nuevos caminos para la ópera
postwagneriana y para el musical norteamericano.
Por su parte, Bertolt
Brecht (1898-1956) fue poeta, dramaturgo y director teatral, y también era
alemán, aunque de familia cristiana. No obstante, su ferviente adscripción a
las ideas comunistas, reflejadas en sus obras, que
denunciaban la injusticia, criticando el capitalismo y el orden burgués, le
llevó igualmente a ser perseguido por el régimen de Hitler. Brecht escaparía
iniciando un largo periplo internacional antes de recalar definitivamente en el
Berlín Oriental de la posguerra.
A la izquierda Bertolt Brecht
autor del libreto de la ópera “Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny”. A
la derecha, Kurt Weill, compositor de la música.
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Pero antes de sus respectivas huidas, Brecht y Weill
colaboraron para crear algunas de las obras de referencia de la ópera del siglo
XX, como “La ópera de los tres centavos”
(Die Dreigroschenoper, 1928) o “Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny”
(Aufstieg und Fall der Stadt Mahagonny,
1930).
Sobre esta última, Bertolt Brecht escribió un primer
texto entre 1927 y 1929. Su intención original era crear una pequeña pieza de
un acto, con algunas canciones de Kurt Weill, pero la obra fue creciendo hasta
convertirse en el libreto de una ópera. En su transformación había ido
adquiriendo matices nuevos y muy variados en los que se realizaba una
provocadora sátira de la sociedad capitalista y de su moral consumista. La
crítica despiadada se escenificada en una ciudad, Mahagonny, amoral y caótica, un lugar donde solo regía el dinero y
que iría deteriorándose hasta su caída final.
Sobre la base literaria de Brecht, Weill
compondría una de sus grandes obras, una pieza “mestiza” situada en un
territorio indeterminado entre la ópera, el cabaret y el musical. El
resultado, que se estrenaría el 9 de marzo de 1930 en Leipzig, sería rompedor y,
como era de prever, fue prohibida tras la llegada del nazismo.
Imagen del montaje de la
ópera “Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny” en Amberes en 2011.
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El argumento
narra la historia de tres fugitivos de la justicia (la viuda Begbick, Fatty y
Moses) que huyen hacia la costa, pero su coche se avería en pleno desierto de
Alabama. Dado que no pueden continuar (ni, evidentemente, regresar) deciden
fundar una ciudad en ese lugar, a la que llamarían Mahagonny. Esa nueva urbe tendría un cometido muy específico: ser
el paraíso del vicio y del pecado, un lugar donde satisfacer los deseos más
ocultos de las personas, con la única condición de disponer del dinero
suficiente (permitiendo, de paso, que los tres fugitivos, expertos en el lado
oscuro de la vida, realizaran sus negocios). Entre otros muchos, allí llegan
cuatro leñadores (Jim, Jack, Bill, y Joe), procedentes de Alaska para gastar lo
ganado por su trabajo, y uno de ellos (Jim) se enamora de una prostituta
(Jenny). Las peculiares reglas establecidas por los fundadores y el exacerbado
individualismo provocan el descontrol progresivo de la ciudad. Al final del
primer acto se anuncia la llegada de un huracán, provocando el miedo ante el
aviso de que la naturaleza podía acabar con ese apocalíptico lugar.
Comienza el segundo acto con el huracán variando su
trayectoria y no afectando a la ciudad. En consecuencia, la gente vuelve a las
andadas entregándose con mayor afición a los objetivos fundacionales: comida,
sexo y alcohol sin límites (siempre que se pueda pagarlos, claro). En ese mundo
de excesos sin cortapisas, Jack muere de un atracón. Se anuncia un combate de
boxeo entre Moses, uno de los fundadores, y Joe, el amigo de Jim (que apuesta
todo su dinero a favor de su colega). Joe muere en la pelea y Jim pierde todo,
con lo cual no puede hacer frente al dinero que le reclama la “madame” Begbick
por los servicios de su “pupila” Jenny. Esto, en Mahagonny, es un delito muy
grave y Jim va a la cárcel.
En el tercer y último acto se celebra el
esperpéntico juicio de Jim, que tiene como protagonistas a los tres fundadores
(que ejercen de fiscal, abogado defensor y jueza). Antes de la vista de Jim, se
realiza otra en la que un asesino es absuelto (gracias al conveniente soborno a
la jueza). El resultado del juicio de Jim es otro: abandonado por todos
(incluida su amada Jenny) es condenado a muerte por las deudas pendientes. Tras
la ejecución, diversas manifestaciones evidencian el caos y la decadencia
definitiva de la ciudad.
Imagen del montaje de la
ópera “Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny” en el Teatro Real de Madrid
en 2010.
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Mahagonny es
una distopía que se desarrolla en el desierto, en un
paisaje sin referencias. En esa ausencia de contexto se desarrolla un lugar
desangelado y apocalíptico donde reina la corrupción, la depravación y el
desenfreno. En la ciudad, todo está permitido, siempre que se tenga la cartera
llena, hasta el punto de que solo hay un delito imperdonable: no tener dinero.
Allí se hace gala del pecado, complaciendo los deseos ocultos de personajes
insatisfechos, marginales, fracasados, fugitivos, que se entregan sin mesura al
juego y a las apuestas, al alcohol, a la prostitución, y, en general, a
cualquier vicio imaginable.
No son pocos
los que creen que Mahagonny sigue viva en el desierto de Nevada,
en lugar de en el de Alabama. Quizá Mahagonny
fue una premonición de Las Vegas, eso sí, acompañada por la fascinante música
de Kurt Weill.
Las Vegas, de modesto asentamiento a ciudad excesiva.
En 1930, fecha en la que se estrenó la ópera de
Weill y Brecht, Las Vegas era un polvoriento
pueblecito perdido en mitad del desierto, que lograba sobrevivir gracias a
ser una parada de la línea ferroviaria que unía Salt Lake City con Los Angeles.
El lugar era un punto singular dentro de la aridez del desierto, porque allí
existían unos manantiales que habían
creado ciertos oasis de verdor y, por esa razón, los colonizadores españoles
bautizaron a la zona como “las vegas”. Tras formar parte del Imperio español y
del México independiente, la región quedaría anexionada a los Estados Unidos en
1848 e integrada en el estado de Nevada, que se constituiría en 1864.
El descubrimiento
de oro y plata en 1859 sería la base de la primera (relativa) prosperidad
de la región, ya que el deshabitado desierto comenzó a recibir numerosos
emigrantes atraídos por la fiebre del oro y también a empresas que se
dedicarían a la extracción industrial de aquellos valiosos metales. Así, en la
zona de las vegas surgiría un minúsculo asentamiento minero, acompañado por
algunos ranchos ganaderos (mormones fundamentalmente).
Mapa de la región de las
Vegas en 1907. Se observa el recorrido de la línea ferroviaria que unía Salt
Lake City con Los Angeles en la que Las Vegas era una humilde parada en medio
del desierto.
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El futuro de aquel pueblecito cambiaría radicalmente
cuando fue escogido como punto de suministro
de agua para la línea ferroviaria San
Pedro, Los Angeles and Salt Lake Railroad. Por esa razón, la compañía Las Vegas Land & Water Company, una
firma subsidiaria del ferrocarril creada para controlar los derechos sobre el
agua, adquiriría 110 acres (45 hectáreas) de terreno en el lado oriental de las
vías del tren y, tras reservar la superficie necesaria para su operativa,
parcelaría el resto de los terrenos para subastarlos como viviendas. Ese nuevo núcleo
urbano sería conocido inicialmente como Clark's
Las Vegas Townsite, en referencia al senador de Montana William Clark, que
estaba impulsando el ferrocarril y promovió la creación de la ciudad inicial. Así
pues, la auténtica fundación de Las
Vegas ocurriría en 1905 como consecuencia de la referida línea ferroviaria
(que se abriría completamente ese mismo año). Pocos años después, en 1911, el
asentamiento obtuvo el reconocimiento como ciudad.
Si observamos el plano actual de Las Vegas, podemos
apreciar un llamativo giro en su ortogonal y cardinal trama urbana.
Precisamente, esa rotación indica el primer
trazado de la ciudad (que es el actual downtown)
y está justificada por la orientación indicada por la línea ferroviaria, a la
que siguen paralelamente las calles Main
street y de la primera a la quinta (esta última denominada hoy South Las Vegas Blvd). Aquel primer
trazado sería una “anomalía”, porque el futuro crecimiento de la ciudad se
realizaría adoptando la orientación sugerida por los puntos cardinales, tal
como dictaba la Land Ordinance
de 1785.
Pero los filones que sostuvieron en un principio la
economía de la región se irían agotando y aunque durante la Primera Guerra
Mundial se explotaron otros (cobre, tungsteno o zinc, muy requeridos a causa
del conflicto bélico), el final de la contienda eliminó esa demanda de manera
que, en la década de 1920, la todavía modesta Las Vegas entraría en recesión.
Sería una decisión política la que vendría en
auxilio de la decadente ciudad. En 1931, el gobierno de Nevada, ante la
problemática producida por la Gran Depresión de 1929 (que también había
fulminado el sector agropecuario), decidió legalizar
los juegos de azar en un intento de activar la maltrecha economía del
estado (luego lo haría con el divorcio con el mismo objetivo). Así mismo, la
construcción de la enorme presa Hoover
entre 1931 y 1936 en el curso del rio Colorado (el embalse abarca 659
kilómetros cuadrados de superficie y contiene casi 40.000 hectómetros cúbicos
de agua) proporcionaría cierto trabajo y alentaría también la esperanza de
recuperación.
No obstante, esas expectativas no se confirmaron inicialmente,
porque los jugadores preferían Los Angeles. En la gran ciudad californiana el
juego era ilegal, pero había mucha permisividad (con fundadas sospechas de
corrupción) y eso impedía confirmar las perspectivas de Las Vegas, que era
visto como un lugar perdido en medio del desierto y poco atractivo.
Todo cambió en 1938, cuando el nuevo alcalde de Los
Angeles, Fletcher Bowron, que había prometido terminar con la corrupción,
inició una cruzada para erradicar el juego clandestino de la ciudad. La
persecución de los casinos ilegales obligó a sus propietarios a replantearse la
ubicación de su actividad, fijándose en Las Vegas como destino ideal para
trasladar sus negocios. Allí llevarían los principales empresarios del juego
sus casinos, comenzando, entonces sí, una nueva era para la ciudad.
Otro cambio trascendental para Las Vegas vendría de
la mano de Benjamin “Bugsy” Siegel (1906-1947), un gánster que intuyó el
potencial que tenía la ciudad para incrementar los negocios del sindicato del
crimen de la Costa Este. La ciudad, que ya albergaba algunos de los casinos que
habían huido de Los Angeles, no contaba con hoteles-casinos adecuados para
potenciar la experiencia del juego y atraer nuevos clientes de mayor poder
económico. En 1941, “Bugsy” Siegel se lanzó a la construcción del que sería el
primer hotel-casino de lujo de la ciudad, el Flamingo, que se abriría en 1946 (pero su promotor no vería cómo se
ratificaban sus intuiciones porque sería asesinado en 1947)
Ortofoto del Downtown y del
Strip de Las Vegas y a la derecha imagen de la década de 1940 y de la actualidad.
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La década de
1950 iría asentando el papel de Las Vegas como ciudad de entretenimiento.
El juego seguiría siendo el principal de sus atractivos, pero comenzaron a
plantearse otros complementarios, particularmente la actividad musical,
vinculada a algunas de las estrellas más rutilantes del momento que se
establecieron allí (desde Elvis Presley o Frank Sinatra hasta los más actuales
Tom Jones o Céline Dion). Los artistas dejaban de hacer giras y fijaban en Las
Vegas su “residencia”, siendo los fans los que se desplazaban a verlos y
escucharlos.
Las Vegas recibiría un impulso importante tras el derrocamiento
del líder cubano Fulgencio Batista por la revolución de Fidel Castro. La Habana
era una ciudad donde muchos empresarios estadounidenses (en buena parte
vinculados a la mafia) estaban haciendo negocios relacionados con el ocio para
el incipiente turismo (hoteles, casinos, salas de fiesta, etc.). La obligada
salida de Cuba llevó a estos a redirigir sus actividades hacia Las Vegas.
En su momento, el Flamingo se había ubicado prácticamente en el punto en el que South Las Vegas Blvd abandonaba el paralelismo
con la vía ferroviaria y se adaptaba a la orientación norte-sur que marcaba el
nuevo desarrollo de Las Vegas. Esa decisión marcaría el inicio de la ubicación de los grandes hoteles y casinos
a lo largo de la franja (Strip) que
acompaña el bulevar. El Strip de
Las Vegas es, desde luego, el icono de Las Vegas. En sus aproximadamente seis
kilómetros se ubican los principales hoteles, casinos y resorts de la ciudad y
su imagen es la conocida internacionalmente. El éxito del Strip eclipsaría al downtown
que iniciaría un declive que todavía perdura en la actualidad.
Esquema del Strip de Las
Vegas con la ubicación de sus principales edificios.
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Desde aquellos primeros años de la década de 1940,
el crecimiento de Las Vegas ha sido exponencial, siendo la ciudad de los
Estados Unidos que ha experimentado un incremento más espectacular. En 1940, no
alcanzaba las 40.000 personas, mientras que, en 2010, el conjunto metropolitano
superaba los 1.900.000 habitantes (existen en internet videos con el time-lapse de esta vertiginosa evolución
en los que se aprecia como el sprawl
va fagocitando el desierto).
Como decimos, hoy Las Vegas forma parte de una
extensa y próspera área metropolitana que incluye otros municipios (de hecho,
el Strip discurre por las localidades
de Paradise y Winchester). Desde luego el turismo sigue siendo el motor
principal (recibe unos cuarenta millones de visitante al año) y también es
importante la industria inmobiliaria, pero se está trabajando para diversificar
su economía, potenciando otro tipo de actividades tanto industriales, como de
investigación o servicios.
Con todo, la célebre frase “What happens in Vegas, stays in Vegas” (lo que pasa en Las Vegas,
se queda en Las Vegas), que asimilaba la ciudad a un agujero negro que retenía
el lado salvaje de sus visitantes, o el apodo de “Sin City” (Ciudad del pecado) está perdiendo su justificación. La
causa no se encuentra solamente en la transformación económica que se está
produciendo, sino también en el hecho de que la industria del entretenimiento está
apostando muy fuerte por el ocio familiar, blanqueando así la imagen de la
ciudad.
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