Santa Maria della Salute es uno de los principales emblemas arquitectónicos de la Venecia barroca. |
En los siglos XVII y XVIII, la república veneciana era un estado en
decadencia política, pero eso no le impediría disfrutar de un periodo de gran
esplendor artístico. Durante el barroco, Venecia sería un centro de primer
orden: la arquitectura levantaría algunos de los edificios más emblemáticos de
la ciudad; la pintura desarrollaría nuevas fórmulas, como las famosísimas vedutte (destacando las de Canaletto);
o, la música asistiría al comienzo de la ópera moderna, con la apertura de las
representaciones a todas las clases sociales (abonando el precio de una
entrada). Esta decisión sería determinante para el desarrollo del género:
arrancaba la ópera como negocio.
Así, en la cosmopolita, espléndida y divertida Venecia barroca, aquel
género que unía teatro y música, nacido años atrás en Florencia para el
disfrute de la nobleza, se convertiría en una fórmula de gran éxito popular, conjugando
la cultura con el entretenimiento. En aquel entonces, la ciudad construiría espectaculares
iglesias (como Santa Maria della Salute)
y fastuosos palacios que cambiarían su imagen, así como teatros de ópera
(fijando el modelo de “teatro a la italiana”) que la convertirían en la capital
lírica del mundo durante décadas.
Venecia en el barroco (siglos XVII y XVIII).
Entre los siglos XII y XV, la República Veneciana disfrutó de una gran
prosperidad e influencia, llegando a ser uno de los estados más poderosos de la
época, sobre todo en el Mediterráneo oriental, donde expandiría notablemente su
territorio. Aquel periodo fue su Edad de Oro, pero a partir de los acontecimientos
que marcaron el final del medievo, su poder iría esfumándose.
Los territorios venecianos en la época
de máxima expansión (rojo y rosa), cuando la Serenissima dominaba el Mediterráneo
oriental.
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La primera alarma saltó con el creciente dominio de los otomanos sobre el
Levante mediterráneo, simbolizado en la toma de Constantinopla en 1453 y desde
donde irían ganando posiciones imparablemente (mientras que la Serenissima iría viendo como su
hegemonía se desvanecía paulatinamente hasta 1645, cuando la pérdida Creta
supondría el acto final). Igualmente, el descubrimiento de América en 1492 fue
un duro golpe para Venecia ya que implicó el desplazamiento de la actividad
comercial hacia el océano Atlántico y el Nuevo Mundo, provocando el declive del
Mare Nostrum como espacio económico.
No obstante, a pesar de las circunstancias negativas, la república
resistiría hasta 1797, fecha en la que desaparecería tras la invasión
napoleónica del Véneto. Aunque, paradójicamente, durante los siglos XVII y XVIII, conforme la decadencia política iba
siendo más notoria, Venecia disfrutaría de un esplendor artístico
extraordinario.
La base para ello era sólida, porque Venecia seguía siendo una ciudad
cosmopolita e internacional, que todavía mantenía su vocación mercantil, su
afición por los negocios y por el intercambio comercial (con una notable
producción de artesanías altamente especializadas). Sus clases altas habían
acumulado enormes riquezas a lo largo de los siglos anteriores y lo
manifestaban en sus suntuosos palacios, sus deslumbrantes fiestas, y en general
en una irrefrenable propensión al lujo, al deleite y a la diversión. La crisis
no hizo que la nobleza abandonara sus extravagantes y refinadas costumbres,
como tampoco lo harían ni la laboriosa burguesía ni el pueblo llano, que no se
privarían de sus pequeños placeres.
Las fiestas galantes, las ceremonias exquisitas, las funciones teatrales,
los eventos lúdicos (desde regatas a festejos parroquiales) y también los
protocolarios (como recepciones y visitas oficiales de mandatarios), todo se
agolpaba en una ciudad pomposa y solemne, cuyo principal escenario era ella
misma. En sus calli y en sus campielli y, especialmente, en la Piazza di San Marco, se celebraban casi
de forma ininterrumpida bulliciosos espectáculos (encabezados por el
inigualable carnaval). Entonces se iría forjando el “mito de Venecia”. En parte
real y en parte ficción, la ciudad de los canales ejercía un reclamo
arrebatador para los selectos viajeros del “Grand Tour” ilustrado, pero también
para multitudes que se acercaban a ella atraídos por ese espacio de libertad
que alentaba el hedonismo, por esa imagen de sofisticación, de distinción, de
buen gusto y, en definitiva, de vanguardia.
Por todo ello, durante el barroco, la decadente Venecia sería un centro
artístico de primer orden: la arquitectura levantaría algunos de los edificios
más emblemáticos de la ciudad; la pintura desarrollaría nuevas fórmulas de
éxito, como las famosísimas vedutte
(destacando la producción de Canaletto); o la música, cuestión que nos interesa especialmente en este artículo,
asistiría al comienzo de la ópera moderna.
Venecia en 1500 según el plano en perspectiva de Jacopo
de Barbari.
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Si nos aproximamos a la ciudad de aquellos tiempos, descubrimos que la Venecia del barroco mantenía su forma general básicamente como
la describió Jacopo de Barbari en su famosísimo plano (el Plano de Barbari de 1500). Mientras que la traza urbana, con sus canales,
barrios y calles, no sufrió transformaciones relevantes (que llegarían con el
siglo XIX), sí lo haría la arquitectura. Los nuevos edificios sustituían a
otros anteriores, que eran demolidos, y fueron determinando el espíritu barroco
de la ciudad.
Venecia en 1800 (tresceintos años sin
cambios sustanciales en la trama urbana, aunque sí en la arquitectura)
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Quizá el emblema de ese primer barroco veneciano sea la Basílica de Santa
Maria della Salute, desarrollada por Baldassare Longhena entre 1631 y
1650 en la Punta della Dogana (en la confluencia del Gran Canal con el Canal de
la Giudecca), lo que obligó a una considerable ganancia de terreno al mar. Baldassare Longhena (1598-1682), fue el
arquitecto más destacado del momento. Fuertemente influenciado por los maestros
del Cinquecento, Andrea Palladio y
Jacopo Sansovino, su obra reflejaría la exuberancia espacial, los claroscuros o
el dramatismo propios del barroco. Entre los edificios que proyectó en la
ciudad, además de Santa Maria della
Salute, se encuentran la Iglesia de Santa María de Nazareth (o Iglesia
de los Descalzos, iniciada por el maestro en 1672, aunque no sería consagrada
hasta 1705), el Palazzo Zane Collalto (1665), el palacio Ca' Pesaro (1659-1682,
acabado por Antonio Gaspari en 1710), o el palacio Ca' Rezzonico (1667-1682,
terminado por Giorgio Massari en 1756). Longhena también finalizaría en 1640
las obras de las Procuratie Nuove, iniciadas por Vincenzo Scamozzi, en 1583 y
que se vieron interrumpidas en 1616 por la muerte del arquitecto.
Palacios barrocos venecianos. De arriba
abajo: Ca Rezzonico; Ca Pesaro (ambos de Baldassare Longhena); Palazzo
Savorgnan (Giuseppe Sardi); y Ca Corner della Regina (Domenico Rossi).
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Otros edificios muy notables del barroco veneciano son, por ejemplo, la
iglesia de San Nicolò da Tolentino, (conocida como los Tolentini, obra de Andrea Tirali), la
iglesia de Santa Maria del Giglio
(Giuseppe Sardi) o la iglesia de San Stae (Domenico Rossi). En la
arquitectura civil destacan los palacios Manfrin Venier (Andrea Tirali), Ca'
Corner della Regina (Domenico Rossi) o el Palazzo Savorgnan y el Palazzo
Surian Bellotto, ambos de Giuseppe Sardi.
Venecia, Iglesia de San Stae (Domenico
Rossi)
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Venecia, iglesia neoclásica de La Maddalena
(Tommaso Temanza)
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A lo largo del siglo XVIII iría apareciendo el neoclásico con muestras
diversas, como las curiosas iglesias de planta circular, la Chiesa
della Maddalena (conocida como La
Maddalena, obra de Tommaso Temanza, 1763-1790) y la Chiesa dei Santi Simeone e Giuda
(San Simeon Piccolo, Giovanni Antonio
Scalfarotto, 1718-1738), o el Gran Teatro La Fenice (Giannantonio
Selva, 1787-1792).
Precisamente serían los teatros una
de las tipologías arquitectónicas más innovadoras del barroco veneciano
que, además, contarían con numerosas muestras (el más antiguo de los
conservados es el Teatro Goldoni,
nacido como Teatro Vendramin en
1622). No eran pocos los espacios para funciones teatrales existentes en
Venecia, pero el éxito del teatro musical acabaría impulsando un modelo
específico que triunfaría internacionalmente (el “teatro a la italiana”).
La creación de la
tipología teatral “a la italiana”.
La representación teatral tuvo sus edificios propios desde la antigüedad.
Durante el periodo clásico, griegos y romanos definieron con precisión un
modelo que generaba espectaculares recintos aprovechando laderas de montes con
una tipología muy característica: plantas con graderíos semicirculares, donde
se ubicaba el público, finalizados en un diámetro que, a su vez, servía de
apoyo a la escena donde se representaba la obra. Todo ello al aire libre.
Pero, a mediados del siglo XVI, los teatros clásicos estaban en ruinas y no
existía un modelo concreto de edificio para la representación teatral. Durante
la Edad Media, las actuaciones se realizaban, en función del objetivo de cada
una, en las iglesias, en los palacios o en plazas de las ciudades. El teatro se
había convertido mayoritariamente en un entretenimiento para la nobleza, que
celebraba las funciones en los grandes salones rectangulares de sus palacios.
Avanzado el Renacimiento, los arquitectos intentarían renovar el concepto de
espacio teatral. Andrea Palladio trabajó desde las bases clásicas diseñando el Teatro Olímpico de Vicenza en 1580
(aunque ese mismo año el maestro murió y los trabajos serían continuados por
Vincenzo Scamozzi hasta su finalización en 1585). Ese edificio fue el primer
teatro cerrado que se construía y su graderío era uniforme, sin divisiones
sociales (aunque solamente podían acudir los nobles). Otra evolución surgiría
en Parma con el Teatro Farnese de la
Corte de Parma (Giovan Battista Aleotti, 1618) cuyo graderío una forma de
“U” iba acompañado por una primera aproximación a la noción de palcos (este
teatro, construido en madera, fue destruido en la Segunda Guerra Mundial y se
reconstruyó tras el conflicto en el interior de la Galería Nacional de Parma)
Arriba, Teatro Olímpico de Vicenza
(Andrea Palladio) y debajo Teatro Farnese de la Corte de Parma (Giovan Battista
Aleotti)
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Pero estos espacios estaban destinados a los espectáculos cortesanos. Las
funciones “populares” debían aprovechar otros lugares para las representaciones,
como sucedía con los primeros “corrales
de comedias” españoles, que se acondicionaban en patios de edificios
residenciales, con un escenario en un fondo, gradas en su frente, utilizando también
las galerías existentes a su alrededor. Otro caso era, por ejemplo, el de los
modestos teatros de la época isabelina
inglesa, inicialmente construcciones circulares de madera que envolvían un
escenario central rodeado por el público.
La reflexión barroca italiana, impulsada por el incipiente teatro musical,
partiría de los ejemplos clásicos, pero añadiendo un condicionante nuevo: el
espacio (como veremos más adelante) debía alojar a todas las clases sociales y
esa circunstancia exigía, en aquellos tiempos, una diferenciación, que se
produciría en altura. Así acabaría conformándose una estructura con planta de herradura que se abría al escenario y
consistía en varios pisos (palcos para la nobleza) que envolvían la platea
(inicialmente sin asientos, para el público llano que asistía de pie, y
finalmente convertido en patio de butacas). El piso alto (el “gallinero”),
con peor visibilidad y accesibilidad y, por lo tanto, de menor precio, estaría
dedicado a las clases bajas. El
escenario contaba con una superficie muy importante para acoger a una, cada
vez más compleja, maquinaria escénica que posibilitaba la construcción de
decorados sorprendentes.
Gran Teatro La Fenice de Venecia: Interior
y esquema de planta.
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Venecia, capital lírica del mundo en el siglo XVII (el nacimiento de la
ópera moderna)
El año 1637 marcaría un hito en la evolución del joven teatro musical. Ese
año, dos sagaces autores, Francesco Manelli (1595-1667) y Benedetto Ferrari (1597-1681)
alumbraron una idea que determinaría la
evolución de la ópera: abrir al público las representaciones a través del abono
del precio de una entrada. Hasta entonces las actuaciones se habían
realizado en palacios para el disfrute exclusivo de la nobleza.
El cambio fue trascendental, porque inició la senda de la “ópera moderna”,
es decir, el comienzo del teatro musical
como negocio, cuestión que tendría importantes repercusiones, como veremos
más adelante.
La “revolución” sucedió en Venecia, y cabe preguntarse ¿por qué Manelli y Ferrari eligieron la ciudad de los canales para
implementar su idea? Ninguno de los dos era veneciano, pero ambos
apreciaron en la capital véneta ciertos valores idiosincráticos que podían ser
una plataforma de éxito para su idea.
Por supuesto que el contexto social que proporcionaba Venecia (el
cosmopolitismo, la libertad, la tolerancia, etc. comentadas con anterioridad.) apuntaba
a que era el lugar perfecto para el nuevo rumbo. Pero, además, como sabemos,
Venecia era una ciudad muy teatral,
tanto por su tendencia a la exuberancia, a la ceremonia y a la impostura, como
en su sentido más concreto ya que existían numerosos edificios para las
funciones (con un éxito continuado de la Commedia
dell'arte). Pero, además, la ciudad respiraba música. Desde los
gondoleros, que animaban la ciudad con sus barcarolas, hasta los numerosos
conciertos que se celebraban en los palacios, Venecia era una ciudad melómana.
Allí recaló Claudio Monteverdi (1567-1643), el autor de L’Orfeo, la considerada como primera ópera de la historia,
estrenada en 1607 en Mantua y que asentaría definitivamente las bases del nuevo
género que habían intuido años antes en Florencia los miembros de la Camerata Fiorentina. El maestro
Monteverdi se había trasladado a Venecia en 1613 para ocupar el cargo de
director musical de la Basílica de San Marcos y allí compondría sus últimas
óperas.
Otra razón de peso fue que Venecia
era un centro turístico (su primera guía turística data de ¡¡1581!!). La
ciudad era destino de muchos viajeros que apreciaban su singularidad y,
especialmente su carnaval: la posibilidad de que, tras una máscara, se pudieran
realizar actos que en ningún caso se hubieran practicado sin ella, ejercía una
irresistible seducción sobre muchas personas (algo que quizá pueda equiparase a
la atracción que durante mucho tiempo ha tenido Las Vegas como lugar donde
satisfacer deseos ocultos).
Carnavales de Venecia
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También puede considerarse otro factor particular que tenía que ver tanto con
la música como con el turismo. Eran los cantos que se realizaban en los ospedali
(instituciones de caridad que conjugaban convento, hospicio y orfanato con
escuela de música). En esos conciertos, grupos de residentes femeninas, que se
ocultaban tras celosías, maravillaban a los asistentes. Las voces blancas y el
misterio que rodeaba a las cantantes (que no eran vistas por el público)
alimentó la leyenda de voces angelicales y eran muchos los que se desplazaban a
Venecia para escucharlas.
Pues a esa Venecia musical y turística llegaron Manelli y Ferrari y
propusieron a la familia Tron, propietaria del Teatro San Cassiano, el alquiler del edificio para gestionarlo como
un negocio basado en el naciente teatro musical (en Venecia era habitual que
los teatros pertenecieran a familias aristocráticas). Ese teatro, que se
encontraba en la parroquia de San Cassiano (de donde tomaba el nombre, junto a
Rialto), se había levantado originalmente hacia 1581, en madera, pero un
incendio lo destruyó en 1629. Sobre el mismo solar los Tron construirían otro
edificio, esta vez en piedra, que sería inaugurado en 1637.
En ese año, con la representación de la ópera L’Andromeda (con libreto de Ferrari y música de Manelli) arrancaría
el nuevo rumbo de la ópera. A ese estreno seguirían otros renombrados como La Maga Fulminata de Ferrari en 1638; en
1639, Le nozze di Teti e di Peleo, en
1640, Le nozze di Teti e di Peleo y
en 1641 Didone, todas de Francesco
Cavalli (que sustituyó como autor-empresario a Manelli y Ferrari en San
Cassiano). También en 1641 se estrenaría Il
ritorno d'Ulisse in patria de Claudio Monteverdi. Este edificio continuaría
en activo hasta que fue cerrado en 1807 por una ordenanza napoleónica y
derribado en 1812.
La gran innovación
para la ópera radicaba en su carácter “público”, es decir abierto
a cualquier persona que accedía a él gracias al abono de una entrada. Esta
cuestión hizo que la ópera dejara de ser un género que disfrutaban
exclusivamente las clases nobles y supuso el espaldarazo al género. El éxito popular fue enorme. Hay que
tener en cuenta que, salvo las clases nobles, el resto de la población no tenía
ni demasiadas fórmulas de entretenimiento ni muchas ocasiones de escuchar
música de calidad en directo.
La nueva fórmula de gestión tendría otras consecuencias muy determinantes:
se convertía en un negocio, dirigido por un “empresario” que tomaba decisiones en función de criterios
económicos (que podían estar dirigidos por los gustos populares, por sus
propias apreciaciones o por cualquier otra cuestión que se apartaba de los
criterios estéticos que defendían los compositores, quienes, no tenían otro
camino que someterse a los dictados del “empresario”). El empresario interpretaba
los gustos populares y buscaba satisfacerlos. Esto conllevaría la
representación de óperas de temáticas aceptadas por el público.
También se inició una peculiar “dictadura” de los cantantes más famosos, que
arrastraban a las masas que deseaban escucharlos. Entonces nacieron los divos, fundamentalmente castrati y prime donne que solían tener comportamientos ególatras y caprichosos
y alteraban notablemente (para su lucimiento y con bastante frivolidad) las
composiciones de los autores. Los empresarios, siempre en busca de su negocio solían
permitirles todas sus exigencias.
El éxito del teatro musical de
San Cassiano animó a la apertura de nuevos espacios gestionados de forma
similar. Así, ya en 1638, se abriría el Teatro
Santi Giovanni e Paolo, que la familia Grimani había construido en 1635.
Las primeras óperas representadas serían de Manelli y Ferrari, que habían
dejado el San Cassiano, para gestionar este, que según muchos fue el mejor
teatro, más bello y cómodo, de toda Venecia, hasta finales del siglo, cuando
fue demolido en 1700.
En 1640 surgiría el tercer espacio dedicado a la ópera. En este caso sería
la familia Zane la que inauguraba el Teatro
San Moisè. Se abrió con la representación de dos óperas: Il pastor regio
de Ferrari y L’ Arianna de Claudio Monteverdi
(que ya había sido estrenada en Mantua en 1608)
Un cuarto teatro se abriría en 1641 con La
finta pazza compuesta por Francesco Sacrati. Sería bautizado como Teatro Novissimo, por ser un lugar algo
diferente a los tres anteriores. Primero porque era de nueva planta, diseñado
específicamente para el teatro musical (los otros fueron reconversiones de
espacios destinados inicialmente al teatro hablado). Y, en segundo lugar,
porque no era propiedad de una familia noble sino de una asociación que incluía
políticos e intelectuales. Aunque su vida resultó breve porque no superó el
cierre general producido en 1645 por la guerra contra los turcos.
El éxito arrollador del nuevo género permitió que, en 1651, Venecia
dispusiera de varios teatros de ópera, hecho que promocionaría a los autores
locales, como el mencionado Francesco Cavalli (1602-1676) o Pietro Antonio
Cesti (1623-1669), principalmente.
Pero a finales del siglo XVII, las óperas venecianas habían ido perdiendo
el ideal estético marcado por la Camerata
Fiorentina. Las obras se habían vuelto confusas con complicaciones
argumentales, derivadas de la presencia de tramas paralelas, y la aparición de
numerosos personajes. Además, la proliferación de elementos cómicos estaba
restando tensión dramática a las obras, alejándolas de los criterios clásicas
(aquellos que había definido Aristóteles en su Poética). Y las frivolidades de los
cantantes acentuaba el desconcierto. Por eso, surgiría un movimiento que buscaría
“restaurar” las ideales originales, creando una “ópera seria” enfrentada con la
“bufa”. Pero ese paso no se daría en la divertida Venecia, sino en Nápoles
desde se extendería al resto de Europa.
No obstante, aunque Nápoles guiara la evolución del género, Venecia seguiría siendo una referencia musical
durante buena parte del siglo XVIII. Estrenar obras en Venecia implicaba un
reconocimiento que era deseado por muchos autores. Además, en Venecia
trabajaría uno de los grandes compositores de la época, Antonio Vivaldi (1678-1741), quien reconduciría la extraviada ópera
veneciana hacia la senda de la “ópera seria”. Vivaldi, que es más conocido en
la actualidad por su música instrumental, escribió casi cincuenta “dramma per música”, de los cuales se
conservan solamente una veintena (como Tito
Manlio o Motezuma) y algunos de
ellos solo parcialmente. Además de ser un músico extraordinario, Vivaldi
también actuó como empresario en el Teatro
Sant' Angelo (otro teatro veneciano que fue inaugurado en 1677 y que desaparecería
en 1803).
La efervescencia artística veneciana del siglo XVIII seguiría alumbrando
nuevos teatros que confirmarían su peso en el panorama operístico. Por ejemplo,
el entonces llamado Teatro San Giovanni
Grisostomo (conocido desde 1835 como Teatro
Malibran), que se convertiría en
el principal teatro de ópera veneciano y fue inaugurado durante los carnavales
de 1678 (con il Vespasiano de Carlo
Pallavicino). Este también fue promovido por la familia Grimani, encargándose
de su diseño Tommaso Bezzi. Su hegemonía duraría hasta la construcción del Teatro
San Benedetto (igualmente promovido
por la familia Grimani), inaugurado en 1755 con la ópera Zoe de Gioachino Cocchi. El San
Benedetto (que desaparecería en el siglo XX reconvertido en sala de cine)
ocuparía la primacía teatral veneciana hasta la inauguración en 1792 del Gran Teatro La Fenice, uno de los grandes
templos operísticos internacionales desde el siglo XIX, en el que
estrenarían maestros como Gioachino Rossini, Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti
o Giuseppe Verdi.
Gran Teatro La Fenice de Venecia: Fachada.
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vaya pasada de arquitectura barroca, muy bueno!
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