La mezquita imperial de Selim en Edirne está
considerada la obra maestra de Sinán.
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Nos estamos
aproximando al espacio religioso musulmán, en su versión otomana, en dos
artículos. En la primera parte, nos referimos a cuestiones generales, así como a
las primeras mezquitas y külliyes de
Bursa y Edirne, capitales históricas del imperio.
En esta segunda,
nos acercamos a Estambul, una ciudad que
se transformó de cristiana en musulmana, asistiendo a la creación del modelo
clásico de mezquita imperial otomana
(y de los conjuntos asistenciales y culturales que la acompañaban), sobre todo
con la obra de Mimar Sinán, uno de los grandes arquitectos de la historia.
Coetáneo de Miguel Ángel
o de Palladio, Sinán miró a la fascinante Hagia Sophia (Santa Sofía) como inspiración
y sublimó la cúpula como aspiración. El resultado fue la construcción de
espacios asombrosos como la mezquita de Sehzade
o la de Suleimán, ambas en Estambul,
la mezquita de Selim en Edirne, y
también la Mezquita Azul, obra
de uno de sus discípulos, considerada la última gran
mezquita del periodo clásico otomano.
La
mutación de la Constantinopla cristiana en la Estambul musulmana.
En
1453, los otomanos tomaron definitivamente Constantinopla. La que hasta
entonces sirvió como capital del Imperio Bizantino se transformaría en la ciudad
principal del Imperio Otomano, asistiendo a una reestructuración que la haría pasar de ser una ciudad cristiana
a otra musulmana.
La metamorfosis se materializó, en buena
medida, con las decisiones tomadas sobre los edificios religiosos. Estos escenificarían para el gran
público la mutación de la Constantinopla cristiana en la Estambul musulmana (aunque el nombre no se cambiaría hasta 1930), pero no serían las únicas intervenciones de cambio (aparecerían nuevos
equipamientos, como el Gran Bazar, o se reconsiderarían algunos trazados
urbanos, así como, con el tiempo, gran parte del caserío residencial).
Entre
las actuaciones prioritarias tras la conquista estuvo la construcción de
mezquitas, realizadas con la urgencia de necesitar espacio para la oración y la
reunión. Estas primeras construcciones fueron modestas y su ubicación periférica
hizo que no perduraran. Las grandes y significativas obras se levantarían en el
corazón de la ciudad por orden de sultanes y visires. Vamos a fijarnos en las dos
estrategias más habituales y en sendos casos paradigmáticos. La primera es el derribo de iglesias para construir
mezquitas en sus solares (con el ejemplo de la Iglesia de los Santos
Apóstoles); y la segunda, la conservación
de templos cristianos cambiando su uso (con la muestra de Santa Irene,
aunque Santa Sofía es quizá la más característica por su reconversión en
mezquita).
Entre
los derribos iniciales, el más emblemático fue el de la iglesia de los Santos Apóstoles (Apostoleion, τὸ Ἀποστολεῖον). Con el tiempo, habría otras
demoliciones muy significativas, como la del Palacio Imperial bizantino para
dejar paso a la Mezquita Azul, pero la desaparición de los Santos Apóstoles fue
un gesto mayúsculo dada la repercusión que esa iglesia había tenido en la
arquitectura religiosa occidental.
La
iglesia original fue levantada en tiempos de Constantino, entre 335 y 339, sobre
una de las colinas de Estambul (la cuarta). Tras muchas reparaciones, la
versión definitiva, con la influyente cruz griega con cinco cúpulas y el brazo
de acceso prolongado, se construyó en la época de Justiniano, entre 536 y 550. Pronto,
su planta centralizada y multicupulada se convirtió en un referente. Desde
luego por la simbología de la cruz, pero también porque constituía un modelo
más fácilmente replicable que la compleja, difícil y costosa basílica con
cúpula central de Santa Sofía. Entre los derivados más destacados se encuentran
la Basílica de San Marcos en Venecia (iniciada en 1063) o la catedral de Saint-Front
de Périgueux en Francia (cuya versión con cupulas se terminó entre 1160 y 1170).
La
iglesia de los Santos Apóstoles era un símbolo ubicado en un lugar preminente, y
como tal fue sentenciado a su desaparición. En su solar se levantaría, entre 1463
y 1470, una gran mezquita, la mezquita de Fatih,
“mezquita del conquistador” en homenaje a Mehmed II. Pero esta mezquita, no
tuvo suerte porque sería dañada por sucesivos terremotos y, aunque fue reparada
en diversas ocasiones, el seísmo de 1766 acabó definitivamente con ella (se
reconstruyó en 1771 con un diseño diferente).
La conservación más relevante fue la de la basílica de Santa Sofía, admirada desde siglos
atrás (llegó a estar considerada como la octava maravilla del mundo). Desde
luego, la fascinación que causaba el soberbio edificio (y su cúpula) lo salvó
del derribo, aunque también facilitó la decisión su espacialidad, muy adecuada
para su reconversión en mezquita. Hablaremos de ella en el siguiente apartado. Aquí
apuntamos otro caso muy representativo porque su “vecina” Santa Irene, fue una gran iglesia basilical, la segunda en tamaño
de Constantinopla, tras la propia Santa Sofía. El templo actual fue concluido
en 548 sustituyendo a otros anteriores que habían sido destruidos. La basílica
consta de tres naves separadas por una columnata y está cubierta por dos
cúpulas, de anchura igual a la nave central (15 metros de diámetro) pero de
alturas diferentes. La mayor, hemisférica, está apoyada sobre un tambor y alcanza
los 35 metros. El conjunto se completa con el nártex y el atrio dando unas
dimensiones totales aproximadas de 100 metros de longitud por 32 de anchura. La
iglesia fue conservada dentro de uno de los grandes patios del Palacio Topkapi
(Topkapı Sarayı), aunque perdió su
función de culto y sería utilizada como arsenal, posteriormente como museo y en
el presente como sala de conciertos.
Santa Irene de Estambul. Arriba a la izquierda imagen
exterior (con Santa Sofía al fondo). Abajo a la izquierda, imagen del interior.
A la derecha, planta del conjunto.
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Santa
Irene y Santa Sofía merecen un comentario acerca de su denominación porque
ambas son producto de una incorrecta traducción (aunque se haya consolidado).
Ninguna de las dos hace referencia a las mártires veneradas por la iglesia
ortodoxa. Sus nombres originales en griego eran Hagia Eirene (Αγία Ειρήνη) y Hagia
Sophia (Αγία Σοφία) que significan, respectivamente “Santa Paz” y “Santa
Sabiduría” y conmemoraban atributos de dios. La asociación con los nombres
femeninos de Irene y Sofía y su aparente vinculación con las santas cristianas
tendría éxito y acabarían siendo conocidas de esa manera a pesar de no ser la
intención verdadera (en turco son conocidas como Aya Irini y Ayasofya)
Santa
Sofía como inspiración y la cúpula como aspiración.
Santa
Sofía es una de esas maravillas arquitectónicas cuya concepción general está
diseñada casi exclusivamente con regla y compás, generando un sistema de
relaciones geométricas, correspondencias formales y proporciones entre
elementos, que explican buena parte de su construcción y de su simbología.
Santa
Sofía, la “Santa Sabiduría”, parte de la cuadratura del círculo (de la
circunferencia en este caso, por ser una cuadratura lineal en lugar de superficial).
El círculo y, más propiamente, la esfera (representada majestuosamente en la
cúpula central), se equiparan con la bóveda celeste que cubre el cuadrado (o el
cubo), que sería el símbolo de lo terrenal. Así cielo y tierra se funden en la
basílica con unos alardes constructivos que superan los conseguidos en épocas
romanas anteriores por el Panteón o las Termas, que, aunque tenían cúpulas
mayores (43,4 metros de diámetro la del Panteón y 36 la
desaparecida cúpula del caldarium de
las Termas de Caracalla), estas eran de apoyo continuo sobre potentes cilindros de piedra con
discretas aperturas (por ejemplo, el muro circular del Panteón tiene 6 metros de
espesor)
En
cambio, en Santa Sofía, la cúpula parece volar mediante un sistema de apoyo
sorprendente. Primero porque descarga, sin tambor, en cuatro puntos, gracias a arcos
y pechinas que dirigen las fuerzas hacia cuatro grandes pilares que la
transmiten al suelo (posibilitando grandes aperturas interiores). Pero también por
la articulación de la cúpula con su base, realizada gracias a cuarenta nervios
entre los que se abren huecos que producen un efecto lumínico particular: un
resplandor de luz que casi hace “desaparecer” los apoyos, sensación que llevó
al asombrado historiador bizantino Procopio de Cesárea a exclamar que parecía
estar “suspendida del cielo”. Esa sensación de que la cúpula está misteriosamente
sujeta desde el cielo aumentaría la fascinación por un espacio ya de por sí
extraordinario.
Sección de Santa Sofía (Hagia Sophia)
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La
decisión de conservarla permitiría que esa magna obra influyera
trascendentalmente en la evolución de la arquitectura religiosa otomana. El
respetado edificio era realmente el tercero que ocupaba ese lugar (el primer
edificio fue consagrado en el año 360). Había sido levantado entre 532 y 537 por
dos geniales arquitectos matemáticos, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto y sirvió
como catedral cristiana ortodoxa hasta 1453 (con el paréntesis católico entre
1204 y 1261). Con la conquista otomana fue reconvertida en mezquita, perdurando
en esta función hasta 1931, cuando fue secularizada. En 1935 se transformaría
en museo.
Planta de Santa Sofía (Hagia Sophia)
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El
proyecto presentaba una planta casi cuadrada (77 x 71 metros) con una gran
cúpula central. Esta planta basilical se configura a partir de un circulo y de
su correspondiente cuadrado perimetralmente igual. Es decir, un cuadrado cuyos
cuatro lados suman la longitud de la circunferencia (2πr, que en un hipotético
caso de circunferencia de radio 1, haría que cada lado del cuadrado tuviera un
valor de la mitad de π, pi). La
cuadratura del círculo es un problema irresoluble, aunque que se han propuesto
aproximaciones geométricas bastante precisas. Pero su valor fundamental es
simbólico representando la armonía del universo con la fusión del cosmos y la
naturaleza con la racionalidad terrenal humana. La traslación lateral de ese
cuadrado y ese círculo iniciales, siguiendo determinadas reglas, prepara las
bases para nuevas formas y relaciones geométricas que van manifestándose en los
elementos constructivos.
Las relaciones geométricas configuran la forma de
Santa Sofía. La cuadratura de la circunferencia está en la base de su
composición (imagen del análisis realizado por Bert Janssen en 2017, presentado
en su página web www.cropcirclesandmore.com)
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Imagen aérea de Santa Sofía, con los cuatro minaretes
añadidos durante su conversión en mezquita.
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La cúpula llevaba siglos presente en la arquitectura islámica, aunque con mayor o menor relevancia según los territorios. Fue particularmente importante en la Persia de los turcos selyúcidas (reflejada en ciudades como Isfahán, su legendaria capital), desde donde pasó a los otomanos que la utilizaron al principio con modestia (sobre todo en cuanto a tamaño) pero que finalmente se convirtió en un símbolo del poder imperial. Pero las cúpulas persas eran dobles y, cada vez, con mayores diferencias entre las dos capas y los otomanos, intentando emular a la sincera Santa Sofía, trabajaban con la cúpula de una sola hoja. La evolución técnica llevaría paulatinamente hacia cúpulas de mayor tamaño, convirtiéndose en un rasgo distintivo del periodo de mayor apogeo otomano.
Esquemas de diferentes disposiciones de cubrición con
cúpula central.
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La
gran cúpula central de Santa Sofía es semiesférica (con 31,87 de diámetro y 56,6
metros de altura) apoyada con un sistema innovador, como hemos adelantado, y
contrarrestando sus empujes con dos semicúpulas opuestas y potentes contrafuertes
en los muros abiertos en los otros dos lados.
En
su reconversión a mezquita desaparecieron elementos típicos del rito cristianos (como
las campanas o el altar) y muchos de los mosaicos fueron ocultados tras un
enlucido. Además, se le añadieron elementos característicos del islam como el mihrab (el nicho que indica el lugar hacia donde
hay que mirar cuando se reza), el minbar
(el púlpito para el sermón) o los cuatro minaretes. No obstante, a pesar de las
modificaciones, su esencia espacial permanecería y Santa Sofía ejercería un
influyente “magisterio” arquitectónico. A ella acudiría el arquitecto Sinán en su
búsqueda del nuevo modelo de mezquita otomana.
La
cumbre del estilo religioso otomano: la obra de Sinán (en Estambul y Edirne) y
la Mezquita Azul.
Mimar
Koca Sinán (1490-1588) es el gran referente que transformaría el arte
islámico. Fue
coetáneo de Michelangelo Buonarrotti (1475-1567), de Andrea Palladio
(1507-1580) y del español Juan de Herrera (1530-1597) quien, aunque perteneciera
a una generación posterior, coincidió profesionalmente en el tiempo. Sinán fue un
niño cristiano reclutado e islamizado para el cuerpo de los jenízaros, donde
estuvo al servicio del sultán como ingeniero militar. Hacia la mitad de su
vida, con unos 50 años, fue nombrado arquitecto principal del imperio por Suleimán
I (Solimán el Magnífico), comenzando una carrera que lo convertiría en el gran arquitecto del imperio otomano de la
segunda mitad del siglo XVI.
Sinán tuvo una producción extraordinaria tanto en
calidad como en cantidad (fue uno de los arquitectos más prolíficos de la
historia, aunque los historiadores ponen en duda su participación en muchos
edificios que le habrían sido asignados por su estatus de arquitecto jefe
imperial). En cualquier caso, las construcciones acreditadas demuestran su excelente
maestría.
Mehmed II, el sultán conquistador de Constantinopla
no estaba satisfecho con las primeras mezquitas que levantaron los funcionarios
musulmanes. Para él, Santa Sofía era la referencia que había que igualar (o
superar). Por eso decidió conservarla (transformada en mezquita) y derribar la
iglesia de los Santos Apóstoles para construir sobre su solar el primer intento
de emulación de la basílica bizantina: la desaparecida Mezquita Fatih original. Un segundo intento sería
promovido por su hijo Bayaceto II, quien levantó entre 1497 y 1504, la Bayezid
Camii, proponiendo una cúpula central (de 17 metros de diámetro)
sostenida por cuatro pilares. Esta mezquita es considerada una obra de enlace
entre las primeras otomanas y las grandes obras de Sinan.
Planta y sección de la Mezquita de Bayaceto II en
Estambul, considerada una obra de transición entre las primeras mezquitas
otomanas y las grandes obras de Sinan.
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Sinán sería el arquitecto que establecería
definitivamente el modelo de mezquita imperial.
Su
obra suele estructurarse en tres etapas
(sugeridas por él mismo en su autobiografía): el aprendizaje, el desarrollo y
la madurez. Cada una de esas fases está representada en un edificio religioso,
respectivamente: la Mezquita de Sehzade,
la mezquita de Suleimán, ambas en Estambul
y la mezquita de Selim en Edirne. Sinán
construiría otras muchas mezquitas, algunas muy innovadoras, en las que
experimentaría formas y sistemas constructivos que luego aplicaría en sus tres
grandes mezquitas imperiales.
Planta de la mezquita de Sehzade: un cuadrado cubierto
con cúpula y cuatro semicúpulas para la sala de oración y un cuadrado abierto y
porticado para el patio.
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Con
la mezquita de Sehzade en Estambul (Şehzade
Camii, 1543-1548) se fijan las trazas del nuevo modelo que parte de Santa
Sofía: un espacio unitario, cuadrado, presidido por la gran cúpula central (19
metros de diámetro y 37 de altura) a la que se adosan cuatro semicúpulas
laterales, dentro de un esquema general simétrico (una de las novedades
aportadas por Sinán, gran amante de la simetría y de la racionalidad
geométrica, conocedor de la obra de Alberti). El patio previo al lugar de
oración es un “claustro” también cuadrado, de la misma dimensión que el espacio
interior (otra demostración de simetría), con cinco vanos en cada lado y con
una fuente de abluciones (şadırvan)
en el centro. La composición se completa con dos minaretes.
Imagen aérea de la mezquita de Sehzade.
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En general, la Sehzade muestra la transición del
recargado orientalismo persa a la simplificación decorativa que tendría el gran
estilo imperial, aunque en esta primera muestra incorporaría elementos
aprendidos en Santa Sofía y de la arquitectura bizantina. Sinán transformaría en “estética” los problemas
de la “estática” puesto que cada elemento estructural tiene una función
específica que se muestra en la fachada y en la propia cubierta. Además de la
mezquita, se proyectó el külliye que
incorporaba el mausoleo con la tumba del príncipe Mehmet (que llegarían a ser
cinco finalmente), dos madrasas, una cocina pública y un alberge para viajeros.
Planta del complejo (külliye) vinculado a la mezquita Süleymaniye
en Estambul.
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Nuevamente
en Estambul, Sinán daría el siguiente paso con la extraordinaria mezquita de Suleimán o Solimán, (Süleymaniye Camii,
1550-1558). Con ella se establecerían los nuevos cánones, que se inspiraban en
Santa Sofía, pero depurando el estilo (por ejemplo, con la modificación de los
contrafuertes para que no desfiguraran la pureza formal del conjunto). La
mezquita recupera la planta de Santa Sofía con las dos semicúpulas y es precedida
por un patio monumental (avlu) en el
lado oeste, rodeado por una columnata o peristilo. De las cuatro esquinas del
patio emergen cuatro minaretes (un número sólo permitido a las construcciones
del sultán). La cúpula tiene un diámetro de 26,5
metros y una altura de 53 metros y juega con la acumulación piramidal aportada
por el resto de las cúpulas e incluso por las torrecitas que prolongan los
grandes pilares centrales. También la mezquita es el centro de un külliye importante que incluía, además
del lugar de oración y un cementerio, un hospital, albergues, comedores
públicos, baños y cuatro madrasas, en lo que posiblemente sea el mejor ejemplo
de conjunto asistencial y cultural turco.
Ortofoto del centro urbano de Edirne. (1) Üç Serefeli
Camii; (2) Mezquita Vieja (Eski Camii); (3) Selimiye Camii, la gran mezquita
construida por Sinán.
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Sinan volvería a Edirne para levantar una mezquita
que, según él mismo y otros muchos expertos, fue su obra maestra: la mezquita de Selim (Selimiye Camii, 1569-1575). En esta obra, el arquitecto intentaría
superar su obsesión por Santa Sofía. Ya no se planteó, como en la Süleymaniye, una imitación, sino que
buscaba ir más allá. Su obsesión fue la relación entre la cúpula y el espacio
que encierra.
En Santa Sofía la gran cúpula cubre aproximadamente el 15% del
espacio, mientras que, en la Selimiye,
de menor superficie, cubre el 40%. Este hecho modifica totalmente la percepción
interior. Sinan llevó la cúpula hasta los 31,20 metros de diámetro, levantando
la clave de la bóveda hasta 42,50 metros, cuestión que le llevó a adoptar un
tambor que disimularía para no contradecir el espíritu otomano. No obstante, el
efecto piramidal se ve reducido por la ausencia de cupulas anexas que intenta
compensar con quiebros y torrecitas. La gran cúpula se apoya en ocho pilares. La
sensación que transmite la Selimiye no
es la de un edificio cubierto con una cúpula sino la de una cúpula suspendida
encima del suelo. La esbeltez general del conjunto se acentúa con los cuatro
minaretes que emergen de las cuatro esquinas. También es el centro de un külliye que incorpora otros edificios.
Planta del complejo (külliye) vinculado a la Selimiye
en Edirne.
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Stéphane Yerasimos, en el libro ya citado, concluye
que “Al comparar las tres mezquitas
imperiales construidas por Sinán, se comprende mejor la evaluación que hace él
mismo de los progresos de su arte. La Sehzade explora las posibilidades del sistema de cubierta con semicúpulas, la Süleymaniye interpreta el esquema de Santa Sofía, la Selimiye, crea un sistema completamente original. En
esta progresión descubrimos cómo, incluso la
obsesión por un modelo, puede ser
una vía hacia la originalidad”.
Interior de la Mezquita Azul o mezquita del Sultán
Ahmed (Sultan Ahmet Camii)
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Las
enseñanzas de Sinán fructificaron en su discípulo Mehmet Aga “Sedefkar”(1540-1617), quien levantaría en Estambul otra
obra cumbre: la Mezquita Azul o mezquita
del Sultán Ahmed (Sultan Ahmet Camii).
Fue construida entre 1609 y 1617 en el solar que ocupaba el Gran Palacio de
Constantinopla (frente a Ayasofya y el hipódromo). La estructura muestra un sistema ascendente de
cúpulas y semicúpulas que culmina en la gran cúpula central de 23,5 metros de
diámetro y 43 de altura. El apoyo se resuelve con cuatro grandes pilares. El patio es casi de la misma dimensión
que la propia mezquita y está rodeado por una galería continua. Una extravagancia de esta mezquita es la
presencia de seis minaretes (que entonces era el mismo número que tenía la
mezquita de la Kaaba en La Meca y fue una decisión muy criticada, hasta que el
sultán buscó una solución para mantener su primacía: incorporó una séptima
torre a la mezquita sagrada de La Meca, que actualmente cuenta con nueve). Su külliye fue importante incluyendo muchos
servicios además de la tumba del sultán Ahmed I.
Nuruosmaniye Camii. Fotografía de 1870 realizada por Basile
Kargopoulo.
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Otras mezquitas y külliyes importantes se construirían en años posteriores. En 1665
se acabaría, tras muchos avatares, la Mezquita Nueva (Yeni Camii). Entre 1748 y
1755 se levantaría la Nuruosmaniye Camii, proyectada por
el arquitecto Simeon Kalfa quien diseñó una cúpula de 25 metros de diámetro; aunque
el rasgo más singular de esta mezquita es su patio semicircular (un caso único).
En 1766, tal como hemos comentado anteriormente, la mezquita Fatih o “del conquistador” (Fatih
Camii) sufrió daños muy graves causados por un seísmo y fue derribada
para construirse una nueva que se terminaría en 1771 según el diseño del
arquitecto Mimar Mehmet Tahir. Su cúpula final sería de 26 metros de diámetro.
Como otras tantas, la mezquita Fatih
fue diseñada como parte de un külliye.
Imagen aérea de la mezquita Fatih en Estambul.
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Pero estas últimas grandes obras no eclipsaron
ni la obra de Sinán ni la Mezquita Azul, que es considerada la última gran mezquita del periodo clásico otomano
(de hecho, tras la reconversión de Ayasofya en museo, es la mezquita principal de
Estambul).
[Nota: En 1990 se
constituyó la ÇEKÜL, una fundación para la protección y promoción del patrimonio
natural y cultural de Turquía (www.cekulvakfi.org.tr). Uno de sus
proyectos ha sido catalogar, proteger y dar a conocer la obra de Mimar Sinán (denominado
“Sinan’a Saygi”, Respeto por Sinán) que cuenta con una página web en la que
presentan la obra del arquitecto (www.sinanasaygi.org)]
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