8 sept 2018

La identidad como fusión de los contrarios (arquitectura y ciudad en el Imperio mogol indio) [1]


El Taj Mahal es el icono del arte mogol que se ha convertido en un símbolo para toda la India y en un reclamo turístico de máximo nivel.
La identidad colectiva es una noción compleja y su formación lo es todavía más. Uno de sus componentes puede ser territorial y, entonces, el paisaje y la arquitectura resultan trascendentales. Un ejercicio interesante es investigar la constitución de esas “identidades espaciales”, particularmente de las arquitectónicas. Frente a una pretendida (e improbable) pureza estilística, surgen casos fascinantes que parten de la fusión de culturas contradictorias.
Algo así sucedió en la India, durante el Imperio Mogol, cuando se unió la tradición islámica y la hinduista. El esfuerzo sincrético intentó ensamblajes políticos y religiosos, pero donde se produjo una fusión efectiva sería en la creación de formas y escenarios que supondrían una nueva identidad para ese territorio. Nos acercaremos a sus planteamientos y a sus iconos más representativos, organizados en categorías tipológicas que muestran 5, 4, 3, 2 y 1 ejemplos de cada una de ellas: cinco mausoleos, cuatro mezquitas, tres palacios, dos jardines y una ciudad.
Lo haremos en tres partes. En esta primera abordaremos las cuestiones generales de la particular relación indo-islámica; en el segundo artículo visitaremos mausoleos, mezquitas y palacios; y terminaremos en la tercera parte con dos jardines y una ciudad planificada por los mogoles.

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La identidad colectiva es una noción compleja, compuesta de rasgos múltiples y que suele apreciarse por contraposición entre diferentes. Su construcción lo es todavía más porque sus procesos formativos responden a objetivos que a veces no son ni siquiera compartidos por todos los miembros del grupo. Tal como argumenta Kwame Anthony Appiah en su libro “La ética de la identidad” (Katz Editores, 2007), “A menudo interpretamos que son las diferencias culturales las que dan origen a las identidades colectivas; sin embargo, (…) podríamos sacar la conclusión inversa. Los estudios etnográficos comparativos han proporcionado, sin duda, gran cantidad de ejemplos confirmatorios.
En esa búsqueda de argumentos para justificar la identidad, en ocasiones, esta se asocia a un territorio, bien sea porque el paisaje natural forme parte del conjunto de singularidades definitorias o bien porque establece, simplemente, unos límites de apropiación sentimental. También la arquitectura puede aportar un escenario “único” a través de particularidades estilísticas. Entonces, el paisaje y la arquitectura resultan trascendentales en la composición identitaria (en estos casos suele aflorar un “nacionalismo” radicalizado que exacerba las distinciones y se aferra a la tierra para justificarse).
Frente a estas situaciones (demasiado frecuentes en nuestro tiempo), también hay ejemplos que relativizan lo anterior ante la evidencia de que las generaciones pasan y con ellas las culturas (o civilizaciones), dejando un rastro que invalida las teorías sobre la pureza. En realidad, todos somos mestizos, aunque algunos se nieguen a reconocerlo. Un ejercicio interesante es investigar la constitución de las “identidades espaciales”, particularmente de las arquitectónicas. Frente a una pretendida (e improbable) pureza estilística, surgen casos fascinantes que parten de la fusión de culturas contradictorias.
La arquitectura es un buen ejemplo. La historia nos muestra como los estilos primitivos se fueron sofisticando (“contaminando”) con influencias y aportaciones externas que hicieron evolucionar las formas y los escenarios, más allá de las técnicas. Con ello se iban abriendo nuevos caminos cuya innovación era fruto de la interpretación. Hay casos especialmente interesantes porque conjugan cuestiones aparentemente incompatibles, algo parecido a la unidad de los contrarios. En estas situaciones, los resultados son sorprendentes ejercicios de síntesis que amalgaman tanto planteamientos conceptuales como elementos concretos.
El mausoleo de Akbar en Agra es un ejemplo de integración de elementos procedentes de tradiciones dispares.
Uno de esos periodos de fusión se dio en la India, con el Imperio Mogol y particularmente bajo el gobierno de los llamados “grandes emperadores mogoles” que intentaron la difícil tarea de unir la tradición musulmana con la tradición india, contrapuesta en muchas cuestiones a la anterior. Así, mientras en Europa se seguía dando vueltas al clasicismo, con el Renacimiento alcanzando el Manierismo y con las primeras muestras del Barroco, en el Imperio Mogol se impulsaron conductas de sincretismo entre el islamismo y el hinduismo. Es muy conocida la larga y dramática lista de desencuentros entre ambos credos, pero en aquellos años se acercaron para intentando crear una identidad nueva. La tentativa se reflejaría en los esfuerzos de conciliación política y religiosa, pero donde fructificarían verdaderamente, generando la deseada síntesis, fue en el arte, particularmente en la arquitectura. No obstante, los mogoles no fueron los primeros que propusieron esa fusión indo-islámica, pero sí los que la llevaron a sus cotas más elevadas.

Lo indo-islámico, la fusión de dos tradiciones contrapuestas.
El subcontinente indio tiene una delimitación muy clara, con fronteras naturales rotundas. No obstante, a pesar de que extensos mares, elevadas cordilleras o intrincadas selvas dificultaran sus relaciones con el exterior, no quedó aislado, particularmente por su “esquina” noroeste, donde un paso natural lo comunicaba directamente con el Asia central (el paso Khyber que, aunque no era el único, sí fue el más concurrido). Por allí entraron diferentes pueblos invasores como los arios que acabaron con las primeras civilizaciones del valle del Indo o los griegos macedonios de Alejandro Magno y, por supuesto, pueblos musulmanes de procedencias muy diversas.
A mediados del siglo XVII, Asía suroccidental estaba dominada por tres grandes imperios islámicos: los otomanos, los safávidas y los mogoles (que la historia relaciona, más allá de su similitud religiosa, por su poder bélico etiquetándolos como los “imperios de la pólvora”)
La irrupción del islam en la historia fue vertiginosa. Desde su origen en la Península Arábiga, en poco más de un siglo, los mahometanos dominaron un extensísimo territorio que abarcaba el norte de África, zonas importantes del sur europeo y buena parte del Asia suroccidental. La llegada de musulmanes al subcontinente indio comenzó hacia el año 711, cuando se fueron instalando, sobre todo en el delta del rio Indo, en el Sind, como comerciantes. Estas primeras oleadas migratorias fueron pacíficas y, en general, fueron aceptadas por los nativos. La cosa cambiaría en torno al año 1000 cuando las incursiones fueron violentas. Comenzaron con ataques esporádicos de los pueblos de las montañas que descendían para saquear las prósperas poblaciones indias, pero el establecimiento de estados expansionistas en las tierras afganas incitó a estos a la conquista del territorio indostaní.
Extensión del Imperio Gaznávida (izquierda) y Gúrida (derecha), los primeros estados musulmanes que controlaron parte del subcontinente indio.
En torno al año 1030, llegaron los gaznávidas, musulmanes de origen turco. Aunque en primera instancia los principados hindúes lograron repeler la conquista, el valle del Indo (el Sind y Punjab) se vería sometido al dominio de los invasores occidentales. Años después, 1160 los gúridas, una dinastía persa, sometieron a los anteriores y se expandieron hasta controlar la llanura indo-gangética. La crisis del imperio gúrida propició la declaración de independencia del territorio indio, dando origen, en 1206, al Sultanato de Delhi, que se iría ampliando hasta dominar la India septentrional y central.
Extensión del Sultanato de Delhi. A la izquierda a principios del siglo XIV con la dinastía Khilji y a la derecha a finales del mismo siglo con la dinastía Tughlaq.
Finalmente, un nuevo pueblo, también musulmán, pero de origen turco-mongol accedería a la llanura indo-gangética con ansias conquistadoras. Estaban liderados por Babur, un ambicioso soberano que pretendía reeditar un gran estado, como hicieron sus antepasados mongoles y timúridas. Entraron desde Kabul, por la misma “puerta” noroccidental, y se enfrentaron a sus “hermanos” del sultanato, venciéndolos en 1526 para para forjar uno de los grandes imperios de la historia (que se mantendría hasta el siglo XIX). La eliminación de la letra “n” pretende diferenciar a los mogoles, residentes en la India y que profesaban el islam, de sus antepasados mongoles, cuyo imperio, fundado por Genghis Khan en el año 1206, llegó a dominar buena parte de Asia y de Europa oriental hasta finales del siglo XIV (en inglés se establece la diferencia entre Mongol Empire y Mughal Empire)
Arriba, extensión máxima del Imperio Mongol. Debajo, extensión máxima del Imperio Mogol (ubicado en la India y de credo islámico)
La cultura, las costumbres y la religión de los invasores islámicos era extremadamente diferente a la de los nativos indios y ese contraste marcaría las turbulentas relaciones entre ambos grupos. La llegada de los musulmanes fue traumática para muchos hindúes. Desde luego por las consecuencias bélicas que produjeron un elevadísimo número de muertes o la destrucción de ciudades y templos, pero también para las castas superiores que veían peligrar su statu quo. Esto fue así porque la nueva religión que llegaba de occidente proponía que todos los hombres eran iguales, cuestión bien recibida por los desheredados que ocupaban el escalón más bajo de la rígida sociedad india y recibieron el nuevo credo como una liberación, esperanzados en un futuro mejor. Las conversiones en las castas inferiores fueron numerosas, pero no multitudinarias y el hinduismo continuó siendo la religión ampliamente mayoritaria.
Durante los primeros tiempos, las luchas entre los sultanatos islámicos y los principados hindúes fueron constantes, hasta que, poco a poco, los musulmanes fueron afianzando su dominio sobre buena parte del norte y centro del subcontinente. Con los mogoles de los siglos XVI y XVII habría momentos de convivencia y distensión, pero la tensión subyacente no desaparecería. Algunos de los emperadores mogoles de aquella época realizaron esfuerzos de sincretismo, intentando conjugar elementos de las dos culturas, tanto en cuestiones políticas como religiosas, pero sería en el ámbito del arte donde se realizó la difícil fusión y, especialmente, en la arquitectura, donde se produjo una hibridación efectiva con la creación de formas y escenarios que supondrían una nueva identidad para ese territorio. Eva Fernández del Campo en su libro “El arte de la India” (Akal, 2013) corrobora esta idea Con la llegada de los musulmanes a India se produjo el encuentro de dos tradiciones arquitectónicas radicalmente distintas: la musulmana, caracterizada por su simplicidad y por la austera elegancia de sus formas, y la india, barroca, dinámica y exuberante. Lógicamente, el choque entre ambas fue brutal, pero, a pesar de sus concepciones aparentemente irreconciliables, acabaron por encontrarse”.
La puerta monumental que da acceso al patio de la mezquita de Fatehpur Sikri (la Buland Darwaza) es una muestra de fusión de elementos: iwanes musulmanes, chhatris hindúes, escalinatas como en los templos indios, abstracción ornamental como en los edificios islámicos, etc.
Los musulmanes indios fueron prolíficos constructores, entre otras razones porque necesitaban levantar los edificios propios de su cultura y religión. Así la India se comenzó a poblar de nuevas tipologías inexistentes hasta el momento: mezquitas, madrasas, mausoleos, etc. También levantaron palacios y fortalezas, fastuosos jardines y trazaron nuevas ciudades, en una muestra del poder de los nuevos gobernantes sobre los súbditos hindúes, evidenciando que habían llegado para quedarse.
Para todo ello, los musulmanes tuvieron que contar con los artesanos hindúes y aprovechar sus procedimientos de trabajo. En ese proceso se irían fundiendo paulatinamente los elementos y tipologías importados con los elementos y técnicas nativas, hasta crear un estilo original.
La ornamentación mogola siguió la técnica de la “pietra dura” engastando mármoles y piedras semi preciosas en bases de arenisca o también marmóreas. Fue uno de sus rasgos definitorios que alcanzó un grado máximo en el Taj Mahal.
Vamos a acercarnos a ese territorio (distribuido entre los actuales países de Pakistán, Bangladesh e India, principalmente en su área septentrional) y a ese momento concreto (los siglos XVI y XVII), a través de sus iconos arquitectónicos más representativos, organizados en categorías tipológicas que muestran 5, 4, 3, 2 y 1 ejemplos de cada una de ellas:
5 mausoleos: de Humayun; de Akbar; de Itimad-ed-Daula; de Jahangir; y la cumbre del género, el Taj Mahal.
4 mezquitas: Wazir Khan Masjid en Lahore; Shah Jahan Masjid, en Thatta; Jama Masjid, en Delhi; y Badshashi Masjid, en Lahore.
3 palacios, ubicados en las fortalezas creadas en las grandes ciudades: el Fuerte Rojo de Agra; el Fuerte Rojo de Delhi; y el Fuerte de Lahore.
2 jardines: los jardines mogoles de Cachemira (Shalimar Bag y Nishat Bag) y los jardines de Shalimar, en Lahore.
1 ciudad: Fatehpur Sikri, la fugaz capital del Imperio Mogol.

Apunte histórico sobre el Imperio Mogol.
El fundador del Imperio Mogol fue Babur (o Babar, 1483-1530), un descendiente de Genghis Khan por línea materna y de Tamerlán por línea paterna (aunque hay quien lo pone en duda pensando que esa filiación era interesada, para entroncarse con los líderes míticos, ganando así legitimidad). Babur gobernaba sobre el valle de Ferganá (al este del actual Uzbekistán) y estaba obsesionado por forjar un gran estado como hicieron sus antepasados. Tras diversas conquistas y pérdidas en su entorno (que le llevaron a ganar Kabul, pero a perder su patria inicial) se lanzó a ampliar su territorio bajando de las montañas afganas y lanzándose más allá del rio Indo. No le resultó sencillo, pero las victorias sobre el último sultán de Delhi en 1526 y sobre la coalición de rajputs al año siguiente le permitió dominar el codiciado territorio. La fecha de 1526 se toma como el inicio del Imperio Mogol. Babur fue un gobernante ilustrado que no dispuso de mucho tiempo, pero que indicaría el camino a sus sucesores.
Su hijo y heredero, Humayun (1508-1556), se convirtió en el segundo emperador tras la muerte de Babur. Tuvo un reinado turbulento que le llevó a perder temporalmente el imperio, porque finalmente consiguió recuperarlo. El causante fue Sher Shah Suri, un indio afgano de origen pastún, que se rebeló contra los mogoles y los venció en 1540, haciéndose con el control del territorio. Humayun huyó a Persia y Sher Shah proclamó el Imperio Suri. No obstante, este estado fue efímero ya que, en 1555, Humayun (con ayuda persa) recuperó el trono, aunque no podría disfrutar de su triunfo porque fallecería de un accidente al año siguiente.
Extensión aproximada del Imperio Mogol hacia los años 1565 y 1601.
Akbar (1542-1605), se convirtió en el tercer emperador en 1556, siendo casi un niño todavía. Con su reinado se consolidó definitivamente el imperio y dio comienzo a su época de esplendor. Akbar, que tuvo un largo reinado de casi cincuenta años, es un apelativo que significa literalmente “grande” y lo fue en muchos aspectos (su verdadero nombre fue Abu'l-Fath Jalal-ud-din Muhammad). Fue un militar expeditivo, que amplió considerablemente los límites imperiales (con incorporaciones como Gujarat, Bengala o Kabul), pero también un gran administrador que supo organizar eficazmente su territorio. Su espíritu abierto y tolerante buscó la conciliación de las tradiciones hindúes e islámicas, respetando todos los cultos, llegando, incluso, a proponer una nueva religión sincrética con elementos de ambos credos. Sus esfuerzos de armonización se verían compensados en el mundo del arte, particularmente en la pintura y sobre todo en la arquitectura, con el afianzamiento de un estilo propio, el “arte mogol”, que fusionaría elementos de las dos culturas y que se convertiría en una de las cumbres del arte universal.
El hijo de Akbar, Jahangir (1569-1627) ascendió al trono en 1605 y su interés estuvo más centrado en los aspectos culturales y artísticos que en las facetas de gobierno (la historia atribuye más poder a su esposa favorita, Nur Jahan, que a él mismo). Jahangir fue un gran mecenas con quien el arte mogol se engrandecería enormemente.
Extensión aproximada del Imperio Mogol hacia los años 1650 y 1707.
La cima artística se alcanzó en tiempos de quinto emperador, Shah Jahan (1592-1666). Su periodo como soberano comenzó en 1627 y terminó en 1648 cuando fue encarcelado por su hijo, que le usurpó el trono. La época de Shah Jahan sería importante desde el punto de vista político (con ampliaciones territoriales y reorganizaciones administrativas) pero su mandato destacaría por su afán constructor, levantando, entre otras muchas obras relevantes, la que se convertiría en el icono máximo del arte mogol: el mausoleo Taj Mahal en Agra. Además de esta obra excelsa, promovería una nueva ciudad en Delhi que recibiría el nombre de Shahjahanabad (hoy es conocida como Old Delhi, la Delhi antigua) a donde trasladó la capital imperial y donde construiría otro de los hitos mogoles: el Fuerte Rojo de Delhi. También la remodelación del Fuerte Rojo de Agra o numerosas mezquitas dan testimonio de su impulso creador con el que la historia lo recuerda.
Aurangzeb (1618-1707) fue el último de los llamados “grandes mogoles”. El sexto emperador llegó al poder en 1648 enfrentado a su padre y tras luchar a muerte con sus hermanos. Disfrutó de un largo periodo de gobierno de 59 años, pero con Aurangzeb se acabó la tolerancia religiosa que caracterizó a sus antepasados. Austero, creyente fervoroso del islam y defensor incondicional de la sharia (la ley islámica), su enfrentamiento con el pueblo hindú fue violento. Lo fue por cuestiones políticas, derivadas tanto de la ampliación de los limites imperiales (expandió el imperio por el sur, incorporando el Decán) como de la represión con las que sofocó las revueltas internas; pero, sobre todo, la violencia se manifestó en la persecución religiosa y en la destrucción de templos hindúes que eran sustituidos por mezquitas. Además, sus ambiciones conquistadoras dejaron exhaustas las arcas del imperio. Ciertamente llevó el imperio a su máxima extensión, pero la amenaza de bancarrota y las tensiones con sus súbditos no musulmanes sembraron la semilla que explica el inicio del declive de los mogoles.
Extensión aproximada del Imperio Mogol hacia los años 1707 y 1772, donde se puede apreciar el contraste entre los momentos de esplendor y los momentos finales, centrados exclusivamente en el entorno de Delhi.
La muerte de Aurangzeb y las luchas fratricidas entre sus herederos, dieron fin al periodo de esplendor del imperio. Con Bahadur Shah I que reinó entre 1707 y 1712 se inició la serie de emperadores conocidos como los “mogoles menores” (algunos muy breves como, por ejemplo, los seis que se sucedieron entre 1712 y 1720). La inestabilidad propiciada por las disputas dinásticas facilitaría las rebeliones larvadas por el autoritarismo y sectarismo de Aurangzeb. El saqueo de Delhi por parte de los persas y afganos de Nadir Sah en 1739 fue un golpe simbólico al poder mogol que sería aprovechado para el levantamiento sucesivo de los pueblos sometidos e implicaría la pérdida constante de territorios en favor de los marathas (que constituirían el Imperio Maratha), de los sijs del Punjab, de los rajputs o de los británicos que iban controlando paulatinamente puntos estratégicos del litoral y del interior peninsular. Estos, que acabarían dominando todo el subcontinente, mantendrían nominalmente un imperio mogol fantasmagórico, que cada vez se veía más menguado y cuyas decisiones eran totalmente dictadas por los británicos. Finalmente, el último emperador, el número dieciocho, llamado Bahadur Shah II (en una coincidencia nominal curiosa con el primero de los mogoles menores), que solamente gobernaba (teóricamente) un pequeño territorio en torno a Delhi, vio como los británicos abolían oficialmente el imperio mogol en 1857.

(continúa en la segunda parte)

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