El Taj Mahal es el icono del arte mogol que se ha
convertido en un símbolo para toda la India y en un reclamo turístico de máximo
nivel.
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La
identidad colectiva es una noción compleja y su formación lo es todavía más.
Uno de sus componentes puede ser territorial y, entonces, el paisaje y la
arquitectura resultan trascendentales. Un ejercicio
interesante es investigar la constitución de esas “identidades espaciales”,
particularmente de las arquitectónicas. Frente a una pretendida (e improbable)
pureza estilística, surgen casos fascinantes que parten de la fusión de
culturas contradictorias.
Algo así sucedió en la India, durante el Imperio
Mogol, cuando se unió la tradición islámica y la hinduista. El esfuerzo
sincrético intentó ensamblajes políticos y religiosos, pero donde se produjo
una fusión efectiva sería en la creación de formas y escenarios que supondrían
una nueva identidad para ese territorio. Nos acercaremos a sus planteamientos y
a sus iconos más representativos, organizados en categorías tipológicas que
muestran 5, 4, 3, 2 y 1 ejemplos de cada una de ellas: cinco mausoleos, cuatro
mezquitas, tres palacios, dos jardines y una ciudad.
Lo haremos en tres partes. En esta primera
abordaremos las cuestiones generales de la particular relación indo-islámica;
en el segundo artículo visitaremos mausoleos, mezquitas y palacios; y
terminaremos en la tercera parte con dos jardines y una ciudad planificada por
los mogoles.
La identidad colectiva es una noción
compleja, compuesta de rasgos múltiples y que suele apreciarse por
contraposición entre diferentes. Su construcción lo es todavía más porque sus procesos formativos
responden a objetivos que a veces no son ni siquiera compartidos por todos los
miembros del grupo. Tal como argumenta Kwame Anthony Appiah en su libro “La
ética de la identidad” (Katz Editores, 2007), “A
menudo interpretamos que son las diferencias culturales las que dan origen a
las identidades colectivas; sin embargo, (…) podríamos sacar la conclusión
inversa. Los estudios etnográficos comparativos han proporcionado, sin duda,
gran cantidad de ejemplos confirmatorios”.
En esa búsqueda de argumentos para
justificar la identidad, en ocasiones, esta se asocia a un territorio, bien sea
porque el paisaje natural forme parte del conjunto de singularidades
definitorias o bien porque establece, simplemente, unos límites de apropiación
sentimental. También la arquitectura puede aportar un escenario “único” a
través de particularidades estilísticas. Entonces, el paisaje y la arquitectura
resultan trascendentales en la composición identitaria (en estos casos suele aflorar un
“nacionalismo” radicalizado que exacerba las distinciones y se aferra a la
tierra para justificarse).
Frente a estas situaciones (demasiado
frecuentes en nuestro tiempo), también hay ejemplos que relativizan lo anterior
ante la evidencia de que las generaciones pasan y con ellas las culturas (o
civilizaciones), dejando un rastro que invalida las teorías sobre la pureza. En
realidad, todos somos mestizos, aunque algunos se nieguen a reconocerlo. Un
ejercicio interesante es investigar la constitución de las “identidades
espaciales”, particularmente de las arquitectónicas. Frente a una pretendida (e
improbable) pureza estilística, surgen casos fascinantes que parten de la
fusión de culturas contradictorias.
La arquitectura es un buen ejemplo. La
historia nos muestra como los estilos primitivos se fueron sofisticando
(“contaminando”) con influencias y aportaciones externas que hicieron
evolucionar las formas y los escenarios, más allá de las técnicas. Con ello se
iban abriendo nuevos caminos cuya innovación era fruto de la interpretación.
Hay casos especialmente interesantes porque conjugan cuestiones aparentemente
incompatibles, algo parecido a la unidad de los contrarios. En estas
situaciones, los resultados son sorprendentes ejercicios de síntesis que
amalgaman tanto planteamientos conceptuales como elementos concretos.
El mausoleo de Akbar en Agra es un ejemplo de
integración de elementos procedentes de tradiciones dispares.
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Uno de esos periodos de fusión se dio en
la India, con el Imperio Mogol y particularmente bajo el gobierno de los llamados
“grandes emperadores mogoles” que intentaron la difícil tarea de unir la tradición musulmana con la
tradición india, contrapuesta en muchas cuestiones a la anterior. Así, mientras
en Europa se seguía dando vueltas al clasicismo, con el Renacimiento alcanzando
el Manierismo y con las primeras muestras del Barroco, en el Imperio Mogol se impulsaron conductas de sincretismo entre
el islamismo y el hinduismo. Es muy conocida la larga y dramática lista de
desencuentros entre ambos credos, pero en aquellos años se acercaron para intentando
crear una identidad nueva. La tentativa se reflejaría en los esfuerzos de
conciliación política y religiosa, pero donde fructificarían verdaderamente,
generando la deseada síntesis, fue en el arte, particularmente en la
arquitectura. No obstante, los mogoles no fueron los primeros que propusieron
esa fusión indo-islámica, pero sí los que la llevaron a sus cotas más elevadas.
Lo
indo-islámico, la fusión de dos tradiciones contrapuestas.
El
subcontinente indio tiene una delimitación muy clara, con fronteras naturales
rotundas. No obstante, a pesar de que extensos mares, elevadas cordilleras o
intrincadas selvas dificultaran sus relaciones con el exterior, no quedó
aislado, particularmente por su “esquina” noroeste, donde un paso natural lo
comunicaba directamente con el Asia central (el paso Khyber que, aunque no era el único, sí fue el más concurrido). Por
allí entraron diferentes pueblos invasores como los arios que acabaron con las
primeras civilizaciones del valle del Indo o los griegos macedonios de
Alejandro Magno y, por supuesto, pueblos musulmanes de procedencias muy
diversas.
La
irrupción del islam en la historia fue vertiginosa. Desde su origen en la
Península Arábiga, en poco más de un siglo, los mahometanos dominaron un
extensísimo territorio que abarcaba el norte de África, zonas importantes del
sur europeo y buena parte del Asia suroccidental. La llegada de musulmanes al subcontinente
indio comenzó hacia el año 711, cuando se fueron instalando, sobre todo en el
delta del rio Indo, en el Sind, como
comerciantes. Estas primeras oleadas migratorias fueron pacíficas y, en
general, fueron aceptadas por los nativos. La cosa cambiaría en torno al año
1000 cuando las incursiones fueron violentas. Comenzaron con ataques
esporádicos de los pueblos de las montañas que descendían para saquear las
prósperas poblaciones indias, pero el establecimiento de estados expansionistas
en las tierras afganas incitó a estos a la conquista del territorio indostaní.
Extensión del Imperio Gaznávida (izquierda) y Gúrida
(derecha), los primeros estados musulmanes que controlaron parte del
subcontinente indio.
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Extensión del Sultanato de Delhi. A la izquierda a principios
del siglo XIV con la dinastía Khilji y a la derecha a finales del mismo siglo
con la dinastía Tughlaq.
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Finalmente, un nuevo pueblo, también
musulmán, pero de origen turco-mongol accedería a la llanura indo-gangética con
ansias conquistadoras. Estaban liderados por Babur, un ambicioso soberano que
pretendía reeditar un gran estado, como hicieron sus antepasados mongoles y
timúridas. Entraron desde Kabul, por la misma “puerta” noroccidental, y se
enfrentaron a sus “hermanos” del sultanato, venciéndolos en 1526 para para
forjar uno de los grandes imperios de la historia (que se mantendría hasta el
siglo XIX). La eliminación de la letra “n” pretende diferenciar a los mogoles,
residentes en la India y que profesaban el islam, de sus antepasados mongoles,
cuyo imperio, fundado por Genghis Khan en el año 1206, llegó a dominar buena
parte de Asia y de Europa oriental hasta finales del siglo XIV (en inglés se establece
la diferencia entre Mongol Empire y Mughal Empire)
Arriba, extensión máxima del Imperio Mongol. Debajo,
extensión máxima del Imperio Mogol (ubicado en la India y de credo islámico)
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La cultura, las costumbres y la religión
de los invasores islámicos era extremadamente diferente a la de los nativos
indios y ese contraste marcaría las turbulentas relaciones entre ambos grupos. La
llegada de los musulmanes fue traumática para muchos hindúes. Desde luego por
las consecuencias bélicas que produjeron un elevadísimo número de muertes o la
destrucción de ciudades y templos, pero también para las castas superiores que
veían peligrar su statu quo. Esto fue
así porque la nueva religión que llegaba de occidente proponía que todos los
hombres eran iguales, cuestión bien recibida por los desheredados que ocupaban
el escalón más bajo de la rígida sociedad india y recibieron el nuevo credo
como una liberación, esperanzados en un futuro mejor. Las conversiones en las
castas inferiores fueron numerosas, pero no multitudinarias y el hinduismo
continuó siendo la religión ampliamente mayoritaria.
Durante los primeros tiempos, las luchas
entre los sultanatos islámicos y los principados hindúes fueron constantes,
hasta que, poco a poco, los musulmanes fueron afianzando su dominio sobre buena
parte del norte y centro del subcontinente. Con los mogoles de los siglos XVI y
XVII habría momentos de convivencia y distensión, pero la tensión subyacente no
desaparecería. Algunos de los emperadores mogoles de aquella época realizaron
esfuerzos de sincretismo, intentando conjugar elementos de las dos culturas,
tanto en cuestiones políticas como religiosas, pero sería en el ámbito del arte donde se realizó la difícil fusión y,
especialmente, en la arquitectura, donde se
produjo una hibridación efectiva con la creación de formas y escenarios que
supondrían una nueva identidad para ese territorio. Eva Fernández del Campo en su libro
“El arte de la India” (Akal, 2013) corrobora esta idea “Con la llegada de los musulmanes a India se
produjo el encuentro de dos tradiciones arquitectónicas radicalmente distintas:
la musulmana, caracterizada por su simplicidad y por la austera elegancia de
sus formas, y la india, barroca, dinámica y exuberante. Lógicamente, el choque
entre ambas fue brutal, pero, a pesar de sus concepciones aparentemente
irreconciliables, acabaron por encontrarse”.
Los musulmanes indios fueron prolíficos
constructores, entre otras razones porque necesitaban levantar los edificios
propios de su cultura y religión. Así la India se comenzó a poblar de nuevas
tipologías inexistentes hasta el momento: mezquitas, madrasas, mausoleos, etc.
También levantaron palacios y fortalezas, fastuosos jardines y trazaron nuevas
ciudades, en una muestra del poder de los nuevos gobernantes sobre los súbditos
hindúes, evidenciando que habían llegado para quedarse.
Para todo ello, los musulmanes tuvieron
que contar con los artesanos hindúes y aprovechar sus procedimientos de
trabajo. En ese proceso se irían fundiendo paulatinamente los elementos y
tipologías importados con los elementos y técnicas nativas, hasta crear un
estilo original.
Vamos a acercarnos a ese territorio
(distribuido entre los actuales países de Pakistán, Bangladesh e India,
principalmente en su área septentrional) y a ese momento concreto (los siglos
XVI y XVII), a través de sus iconos arquitectónicos más representativos,
organizados en categorías tipológicas que muestran 5, 4, 3, 2 y 1 ejemplos de
cada una de ellas:
• 5 mausoleos:
de Humayun; de Akbar; de Itimad-ed-Daula;
de Jahangir; y la cumbre del género,
el Taj Mahal.
• 4
mezquitas: Wazir Khan Masjid en Lahore; Shah
Jahan Masjid, en Thatta; Jama Masjid,
en Delhi; y Badshashi Masjid, en Lahore.
• 3
palacios, ubicados en las fortalezas creadas en las grandes ciudades: el Fuerte Rojo de Agra; el Fuerte Rojo de Delhi; y el Fuerte de Lahore.
• 2
jardines: los jardines mogoles de Cachemira (Shalimar Bag y Nishat Bag)
y los jardines de Shalimar, en
Lahore.
• 1 ciudad: Fatehpur Sikri, la fugaz capital del
Imperio Mogol.
Apunte histórico sobre el Imperio
Mogol.
El fundador del Imperio Mogol fue Babur (o Babar, 1483-1530), un
descendiente de Genghis Khan por línea materna y de Tamerlán por línea paterna
(aunque hay quien lo pone en duda pensando que esa filiación era interesada,
para entroncarse con los líderes míticos, ganando así legitimidad). Babur
gobernaba sobre el valle de Ferganá (al este del actual Uzbekistán) y estaba
obsesionado por forjar un gran estado como hicieron sus antepasados. Tras
diversas conquistas y pérdidas en su entorno (que le llevaron a ganar Kabul,
pero a perder su patria inicial) se lanzó a ampliar su territorio bajando de
las montañas afganas y lanzándose más allá del rio Indo. No le resultó
sencillo, pero las victorias sobre el último sultán de Delhi en 1526 y sobre la
coalición de rajputs al año siguiente le permitió dominar el codiciado
territorio. La fecha de 1526 se toma como el inicio del Imperio Mogol. Babur
fue un gobernante ilustrado que no dispuso de mucho tiempo, pero que indicaría
el camino a sus sucesores.
Su hijo y heredero, Humayun (1508-1556), se convirtió en el segundo emperador tras la
muerte de Babur. Tuvo un reinado turbulento que le llevó a perder temporalmente
el imperio, porque finalmente consiguió recuperarlo. El causante fue Sher Shah
Suri, un indio afgano de origen pastún, que se rebeló contra los mogoles y los
venció en 1540, haciéndose con el control del territorio. Humayun huyó a Persia
y Sher Shah proclamó el Imperio Suri. No obstante, este estado fue efímero ya
que, en 1555, Humayun (con ayuda persa) recuperó el trono, aunque no podría
disfrutar de su triunfo porque fallecería de un accidente al año siguiente.
Extensión aproximada del Imperio Mogol hacia los años
1565 y 1601.
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Akbar (1542-1605), se convirtió en el tercer
emperador en 1556, siendo casi un niño todavía. Con su reinado se consolidó
definitivamente el imperio y dio comienzo a su época de esplendor. Akbar, que
tuvo un largo reinado de casi cincuenta años, es un apelativo que significa
literalmente “grande” y lo fue en muchos aspectos (su verdadero nombre fue Abu'l-Fath
Jalal-ud-din Muhammad). Fue un militar expeditivo, que amplió considerablemente
los límites imperiales (con incorporaciones como Gujarat, Bengala o Kabul),
pero también un gran administrador que supo organizar eficazmente su
territorio. Su espíritu abierto y tolerante buscó la conciliación de las
tradiciones hindúes e islámicas, respetando todos los cultos, llegando,
incluso, a proponer una nueva religión sincrética con elementos de ambos
credos. Sus esfuerzos de armonización se verían compensados en el mundo del
arte, particularmente en la pintura y sobre todo en la arquitectura, con el
afianzamiento de un estilo propio, el “arte mogol”, que fusionaría elementos de
las dos culturas y que se convertiría en una de las cumbres del arte universal.
El hijo de Akbar, Jahangir (1569-1627) ascendió al trono en 1605 y su interés estuvo
más centrado en los aspectos culturales y artísticos que en las facetas de
gobierno (la historia atribuye más poder a su esposa favorita, Nur Jahan, que a
él mismo). Jahangir fue un gran mecenas con quien el arte mogol se
engrandecería enormemente.
Extensión aproximada del Imperio Mogol hacia los años
1650 y 1707.
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La cima artística se alcanzó en tiempos
de quinto emperador, Shah Jahan (1592-1666).
Su periodo como soberano comenzó en 1627 y terminó en 1648 cuando fue
encarcelado por su hijo, que le usurpó el trono. La época de Shah Jahan sería
importante desde el punto de vista político (con ampliaciones territoriales y
reorganizaciones administrativas) pero su mandato destacaría por su afán
constructor, levantando, entre otras muchas obras relevantes, la que se
convertiría en el icono máximo del arte mogol: el mausoleo Taj Mahal en Agra.
Además de esta obra excelsa, promovería una nueva ciudad en Delhi que recibiría
el nombre de Shahjahanabad (hoy es conocida como Old Delhi, la Delhi antigua) a donde trasladó la capital imperial y
donde construiría otro de los hitos mogoles: el Fuerte Rojo de Delhi. También
la remodelación del Fuerte Rojo de Agra o numerosas mezquitas dan testimonio de
su impulso creador con el que la historia lo recuerda.
Aurangzeb (1618-1707) fue el último de los
llamados “grandes mogoles”. El sexto emperador llegó al poder en 1648
enfrentado a su padre y tras luchar a muerte con sus hermanos. Disfrutó de un
largo periodo de gobierno de 59 años, pero con Aurangzeb se acabó la tolerancia
religiosa que caracterizó a sus antepasados. Austero, creyente fervoroso del islam
y defensor incondicional de la sharia
(la ley islámica), su enfrentamiento con el pueblo hindú fue violento. Lo fue
por cuestiones políticas, derivadas tanto de la ampliación de los limites
imperiales (expandió el imperio por el sur, incorporando el Decán) como de la
represión con las que sofocó las revueltas internas; pero, sobre todo, la
violencia se manifestó en la persecución religiosa y en la destrucción de
templos hindúes que eran sustituidos por mezquitas. Además, sus ambiciones
conquistadoras dejaron exhaustas las arcas del imperio. Ciertamente llevó el
imperio a su máxima extensión, pero la amenaza de bancarrota y las tensiones
con sus súbditos no musulmanes sembraron la semilla que explica el inicio del
declive de los mogoles.
La muerte de Aurangzeb y las luchas
fratricidas entre sus herederos, dieron fin al periodo de esplendor del
imperio. Con Bahadur Shah I que reinó entre 1707 y 1712 se inició la serie de
emperadores conocidos como los “mogoles menores” (algunos muy breves como, por
ejemplo, los seis que se sucedieron entre 1712 y 1720). La inestabilidad
propiciada por las disputas dinásticas facilitaría las rebeliones larvadas por
el autoritarismo y sectarismo de Aurangzeb. El saqueo de Delhi por parte de los
persas y afganos de Nadir Sah en 1739 fue un golpe simbólico al poder mogol que
sería aprovechado para el levantamiento sucesivo de los pueblos sometidos e
implicaría la pérdida constante de territorios en favor de los marathas (que
constituirían el Imperio Maratha), de los sijs
del Punjab, de
los rajputs o de los británicos que iban controlando
paulatinamente puntos estratégicos del litoral y del interior peninsular.
Estos, que acabarían dominando todo el subcontinente, mantendrían nominalmente
un imperio mogol fantasmagórico, que cada vez se veía más menguado y cuyas
decisiones eran totalmente dictadas por los británicos. Finalmente, el último emperador, el número
dieciocho, llamado Bahadur Shah II (en una coincidencia nominal curiosa con el
primero de los mogoles menores), que solamente gobernaba (teóricamente) un
pequeño territorio en torno a Delhi, vio como los británicos abolían oficialmente
el imperio mogol en 1857.
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