En todo
planteamiento urbano se debe conseguir una adecuada relación entre la
estructura del trazado y el programa que acoge, destacando dentro de ello la
inserción de los edificios públicos.
Un caso interesante
es el que presentan los templos de los
conventos de monjas de la época virreinal en la Ciudad de México. Su
peculiar disposición, con una nave única paralela a la calle, y sus llamativas
puertas gemelas laterales situaron a estos edificios como referentes urbanos fundamentales
dentro de la “Traza” histórica de la capital de Nueva
España.
Las
congregaciones de religiosas fueron instituciones muy importantes para la
sociedad novohispana y sus templos se convirtieron en la pieza de articulación
entre la intimidad del convento y la vida pública de la ciudad. Nos aproximaremos
a estos particulares edificios de la capital mexicana (aunque hay ejemplos en
otras ciudades). Allí se conservan 16 de los 21 templos iniciales, algunos
manteniendo el culto y otros destinados a usos diferentes, pudiendo comprobar
que además de su valor artístico y de su importante papel urbano, son un
ejemplo de la diversidad que aloja el concepto de “tipo”, en una nueva muestra
de la metodología proyectual de “tema con variaciones”.
Los edificios
públicos en la ciudad.
En todo
planteamiento urbano se debe conseguir una adecuada
relación entre la estructura del trazado y el programa que acoge,
destacando dentro de ello la inserción de los edificios públicos.
La definición
de edificio público tiene expresiones diferentes según hablemos de uso o de propiedad. [Ya
nos referimos a estos temas en un artículo anterior sobre las categorías de los espacios de la ciudad]. Nos
interesan aquí las consideraciones derivadas del uso y del funcionamiento, más que las de los temas patrimoniales. Por lo tanto, con esta base de partida, la
interacción entre edificio y espacio urbano incluye tipos muy variados como edificios
institucionales, hoteles, iglesias, centros comerciales, etc., es decir, construcciones
que son puntos de atracción ciudadana y que exigen ciertos requisitos al
espacio de su entorno, que suelen ser funcionales, aunque también puedan tener
carácter simbólico. Por ejemplo, encontramos demandas de superficie exterior motivadas
por la necesidad de dar respuesta a una gran afluencia de personas o de
realizar ceremonias delante del edificio, pero también puede existir el deseo
de proporcionar significación ciudadana al edificio, para lo cual se acostumbra
a proponer cierto “distanciamiento” visual que permita valorarlos y
magnificarlos convenientemente. Por eso es muy frecuente que los grandes
equipamientos, desde templos a teatros pasando por todo un elenco funcional, estén
relacionados con una plaza que actúa como atrio previo. No obstante, la
casuística es muy variada y está repleta de soluciones diversas, que en algunos
casos evidencian una mala inserción urbana del edificio.
Calle Licenciado Verdad, donde se aprecia el retranqueo
del templo de Ex Teresa Antigua que además de servir de atrio de transición
permite magnificar la imagen del edificio.
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Un caso interesante
es el que presentan los templos de los
conventos de monjas de la época virreinal en la Ciudad de México. Su
peculiar disposición, con una nave única paralela a la calle, y sus llamativas
puertas gemelas laterales situaron a estos edificios como referentes urbanos fundamentales
dentro de la “Traza” histórica de la capital de Nueva
España.
Hay que tener
en cuenta que las congregaciones de religiosas fueron instituciones muy
importantes para la sociedad novohispana y sus templos constituían su imagen
exterior, articulando la intimidad del convento con la vida ciudadana.
La importancia de los
conventos de monjas en la América virreinal.
Las órdenes
religiosas presentes en España asumieron el deber de llevar su labor apostólica
más allá del océano. El motivo inicial era la evangelización de los indígenas,
pero pronto fueron asumiendo otras funciones complementarias, principalmente en
el caso de los conventos femeninos.
Los próceres
del virreinato novohispano apoyaron fervientemente a las comunidades de monjas (aportando
los fondos necesarios para la construcción de sus casas conventuales), tanto
por la misión de cristianizar a los nativos como por el servicio que prestaban
a sus propias familias. Este apoyo iba desde proporcionar educación a niñas y
doncellas, hasta facilitar refugio fuera del ámbito familiar en caso de ser
preciso, por ejemplo, a mujeres adultas solteras, viudas, huérfanas etc.
Además, en algunos casos, los conventos femeninos también cumplieron otros cometidos
como la atención a los más necesitados o asistencia sanitaria.
Por todo
ello, las congregaciones religiosas
fueron una institución muy importante para la sociedad novohispana.
Inicialmente, fueron monjas españolas las que se trasladaron a las colonias
para fundar conventos, aunque pronto verían reforzada su misión con vocaciones
surgidas en el Nuevo Mundo. De hecho, para las familias de la sociedad virreinal
era un signo de prestigio que alguna de sus hijas ingresara en el convento, y,
para las congregaciones, la llegada de vocaciones nuevas suponía también un
incremento de sus recursos para el sostén de la Orden (las monjas aportaban una
dote).
Planta Baja y Primera del convento de Santa Inés. El
Templo queda ubicado en el sur. En este caso, el convento se sitúa en la
esquina de la manzana.
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La alta
valoración de los conventos durante la época virreinal contrastaría con la
desconsideración sufrida en los primeros tiempos de la república, cuando las
órdenes religiosas fueron víctimas de las intensas turbulencias que sufrió el incipiente
estado mexicano. Esa desafección tomaría forma con las denominadas Leyes de Reforma, una serie de leyes y
decretos promulgados con el objetivo inicial de procurar la separación de
poderes entre la Iglesia y el Estado (aunque hubo también motivaciones
económicas menos confesables). Estas leyes atizaron aún más la polarización
política y la tensión existentes en la sociedad mexicana, que alcanzaron cotas
máximas con la guerra civil que enfrentó a liberales y conservadores entre 1858
a 1861, conflicto que sería conocido como Guerra
de la Reforma. Este alborotado contexto tendría efectos traumáticos para
las comunidades religiosas puesto que esas leyes impulsaron la desamortización
de fincas y bienes propiedad de la Iglesia (particularmente con la llamada Ley Lerdo de 1856) y forzaron la
exclaustración de monjas y frailes, al decretar la salida de religiosos y
religiosas en 1861. En consecuencia, los conventos desaparecieron como tales.
En algunos casos se procedió al derribo de las dependencias privadas de monjas
y frailes y en otros se aprovecharon esas instalaciones para nuevos usos (tanto
institucionales como residenciales).
Claustro del convento de Santa Inés tras la
exclaustración de las monjas. Arriba imagen de 1975 cuando era una vecindad
residencial. Debajo imagen de su uso actual: el museo José Luis Cuevas.
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No obstante, la mayoría de los templos
fueron respetados, aunque unos cuantos dejaron de servir al culto siendo
utilizados como espacio para otras funciones.
Nos aproximaremos
a estos particulares edificios de la capital mexicana (aunque hay ejemplos en
otras ciudades). Allí se conservan 16 de los 21 templos iniciales.
Rasgos tipológicos de
los templos conventuales femeninos virreinales.
Los conventos
de monjas eran un conjunto arquitectónico que integraba tanto las dependencias
privadas de las religiosas como otros edificios destinados a actividades más
públicas (que podían ser muy variadas, como hemos visto, desde la enseñanza
hasta la asistencia social o incluso sanitaria). De hecho, esta complejidad
funcional se reflejaba en la arquitectura hasta el punto de que algunos
historiadores se han referido a los conventos femeninos como una especie de
“ciudad dentro de la ciudad”.
Una de las
actividades que relacionaban a las religiosas con la sociedad civil eran las celebraciones
litúrgicas que se oficiaban en los templos asociados a cada convento. Y fueron
esos momentos de uso conjunto del espacio, en los que se reunían dos mundos tan
diferentes (la clausura monacal y la ciudadanía), los produjeron una situación problemática, ya que las
monjas no se podían mezclar con el pueblo e incluso no podían ser vistas (aunque si escuchadas, ya que sus
cánticos formaban parte esencial del ceremonial). La solución fue sorprendente
y tuvo una importante repercusión urbana en la ciudad de México.
El problema de
la simultaneidad obligó tanto a plantear una división espacial rotunda, en la
que no hubiera duda respecto al lugar que ocupaba cada colectivo, como a
proponer unas circulaciones precisas que no debían confundirse. Para
conseguirlo, los templos quedaron segregados en dos zonas: el coro (en dos
pisos, alto y bajo) para las monjas y el resto de la nave para los fieles.
Ahora bien, esta separación espacial, con la existencia del “coro bajo”, imposibilitaba la entrada frontal a los
templos de los conventos femeninos (que era la forma de acceso más habitual
en las iglesias cristianas, en las que se proponía una entrada por los “pies”
de la nave, facilitando un recorrido ceremonial que enfoca hacia la “cabecera”,
donde se sitúa el altar). Por eso la
entrada se producía lateralmente. Esto era así tanto desde la calle, por
donde el pueblo acudía a la liturgia accediendo directamente a la nave, como
desde el interior del convento, ya que las monjas conectaban directamente con
el coro, sin que hubiera ninguna opción de confluencia.
Esquema tipológico de los conventos de monjas de la
ciudad de México. Ubicación en relación a las edificaciones contiguas.
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Esquema tipológico de los conventos de monjas de la
ciudad de México. Ubicación de elementos principales (altar/pie, accesos y
torre)
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Estos accesos
laterales forzaron a que la disposición de la nave de la iglesia fuera paralela a la calle surgiendo así un caso
muy particular de relación entre el templo, su entorno urbano y el interior de
las dependencias conventuales, que generaría una tipología arquitectónica muy
particular ya que el templo. Pero, además, habría otro detalle que se
convertiría en el rasgo identitario más reconocible de estos templos: la
existencia de dos puertas gemelas
dando a la vía pública.
Además de su
valor artístico (fueron un ejemplo magnífico del lenguaje bajo renacentista y
de la expresividad barroca) y de su importante papel en la estructura y
legibilidad urbanas, los templos de los conventos de monjas de la Ciudad de
México, son un también un ejemplo de la
diversidad que aloja el concepto de “tipo”, en una nueva muestra de la
metodología proyectual de “tema con variaciones”. (a la que ya nos
referimos al profundizar en las iglesias que Christopher Wren planteó
en la City londinense)
Alzado del templo de Ex Teresa Antigua con sus puertas
gemelas (la icónica cúpula no corresponde al templo original)
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Vamos a
repasar con un poco más de detalle los elementos característicos de estas
iglesias de los conventos femeninos de ciudad de México:
• La característica espacial principal de estos templos,
como hemos avanzado, es la construcción de una nave única cuyo eje principal era paralelo a la calle. El templo se levantaba a un costado
del claustro y se convertía en la pieza de articulación entre la privacidad
máxima del convento y la vida pública de la ciudad. Por lo general, dado que
muchos de los conventos no ocuparon una manzana completa, la iglesia quedaba contenida
entre edificios contiguos (esta discreta disposición buscaba, además, expresar
el deseo de integración en la ciudad y en la sociedad con humildad).
Habitualmente, la cubrición de la nave se realizó con una bóveda de cañón o con
bóveda de arista (aunque, en algún caso, el techo pudo ser inicialmente de
madera artesonada).
• La nave no se alineaba estrictamente con la calle, sino
que se disponía dejando un ligero
retranqueo para generar un atrio (también llamado compás). Este espacio previo, a pesar de su peculiar forma (muy
alargado siguiendo la fachada de la nave y muy estrecho en dirección
perpendicular a la calle) marcaba una zona de transición entre la vía pública y
el edificio y, además, permitía una cierta magnificación urbana del templo. Este
atrio solía delimitarse con rejas, aunque, con el paso del tiempo, muchos de
estos cierres han desaparecido, de manera que aquel lugar de enlace ha quedado
anexionado al espacio público de la calle.
El atrio se ubicaba en el retranqueo del templo
proporcionando una articulación entre el exterior de la calle y el interior del
templo (imagen del templo del convento de Santa Clara)
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• Otro de los distintivos habituales de las iglesias
cristianas es la existencia de una intersección perpendicular de naves que da
volumen al trazado de una cruz en la planta (aunque no es la única opción ya
que hay otros modelos arquitectónicos, como la basílica o la planta circular,
por ejemplo). El caso de los templos de los conventos de monjas también se
aleja del modelo típico ya que el
crucero es inexistente para reforzar la linealidad de la nave única (o, en
algún caso excepcional, si existe resulta casi inapreciable, aunque puede
remarcarse con una cúpula).
Fachada del convento de Santa Inés con la cúpula en su
crucero mínimo.
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• El interior de la
iglesia presenta una distribución obligada por la funcionalidad exigida en
las celebraciones eucarísticas, compuesta de dos grandes partes, una de
carácter íntimo y vinculada directamente con el convento (el coro, alto y bajo) y otra para los fieles (nave, propiamente dicha, con el altar en la cabecera). El coro se
ubica en los pies del templo, aunque se convertía en el “corazón” de la
iglesia. En ese espacio reservado se congregaban las monjas para asistir a los
actos litúrgicos respetando a su vez la clausura. En algunos casos su
importancia es tal que casi iguala la superficie dedicada al resto de la nave y
solía dividirse en dos áreas, el coro alto (para las monjas) y el coro bajo (sotocoro, para las novicias).
Imagen interior del templo del convento de Santa Clara
en Querétaro. Al fondo, el coro alto y el coro bajo, ambos tras las rejas.
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• Quizá el rasgo más llamativo de los conventos femeninos
sea la duplicidad de puertas, una junto
a la otra, siendo, además, gemelas en la mayoría de los casos. Este doble
acceso lateral se producía desde el atrio (no obstante, a esta regla hay alguna
excepción) y, en ocasiones, quedaba separado por la presencia de los contrafuertes
de la nave, que podían ser aprovechados como parte del lenguaje arquitectónico.
La doble portada era el lugar donde se desarrollaba la máxima expresividad compositiva
y el mayor enriquecimiento ornamental ya que el resto de la fachada era por lo
general de una austeridad extrema. Era habitual que presentaran nichos para la
colocación de imágenes representativas de la advocación a la que se dedicaba
cada puerta o la propia iglesia. La existencia de la doble puerta presenta
justificaciones diferentes según autores. Para algunos su sentido era
ceremonial, vinculadas a la salida y entrada de las procesiones. Para otros era
simbólica, expresando con la duplicidad el doble cometido religioso y social de
las congregaciones. En cualquier caso, son la característica más distintiva de
la tipología.
Puertas gemelas del templo del convento Teresa Nueva
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• La disposición de los volúmenes
arquitectónicos tiene otra importante expresión urbana en la torre-campanario que se adosaba a los
“pies” de la iglesia (junto al coro, desde el que se accedía). Por lo
general, estos campanarios se ubicaban sobresaliendo de la alineación de la
nave, generando un “contrafuerte” final de cierre del atrio.
Torre-campanario del templo de Nuestra Señora de
Balvanera.
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Los conventos de
monjas de la Ciudad de México.
La capital
del Virreinato de Nueva España se convirtió en sede de diversas órdenes
religiosas femeninas. Durante el siglo XVI, se levantaron en la ciudad de
México hasta 21 edificios conventuales para monjas. La Orden de la Inmaculada
Concepción (popularmente conocida como “concepcionista”) fue la primera en
llegar y la más extendida con siete edificios. También la rama femenina
franciscana, con las monjas clarisas a la cabeza, construirían varios
conventos, hasta seis. Las consecuencias de las Leyes de Reforma del siglo XIX
fueron diferentes para cada caso: hubo demoliciones, totales o parciales (en
ocasiones solo se conservó el templo), y modificaciones de la función religiosa
por otros usos.
La siguiente
lista enumera los conventos construidos y su localización (los números se corresponden con la identificación del mapa adjunto. La
cifra en negro del mapa y el texto en negrita indican los que se conservan
total o parcialmente. La cifra en gris del mapa y el texto en cursiva, los
desaparecidos):
(1). Convento Real de Nuestra Señora
de la Concepción. c/ Belisario Domínguez, 5.
Este es el convento de monjas más antiguo de México. Se
fundó en 1540 para la Orden de la Concepción. Alcanzó un gran prestigio por su
labor educativa entre las niñas criollas.
(2). Convento de Regina Coeli. c/
Regina, 3.
Fundado en 1573 por monjas concepcionistas. Tras la
exclaustración en 1863, el convento pasó por diferentes usos mientras que la iglesia
mantiene su función parroquial.
Templo de Regina Coeli con el atrio anexionado al
espacio público de la calle.
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(3). Convento de Jesús María. c/
Jesús María, 39.
El convento fue comenzado en 1597 y concluido en 1621
para la orden de la Concepción. Las monjas fueron exclaustradas en 1861.
Fachada del templo del Convento de Jesús María con los
accesos gemelos y el atrio anexionado a la calle (aunque marcado por las
esculturas)
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(4). Convento de La Encarnación. c/ Luis González Obregón, 18.
Construido por en 1594 y concluido en 1648. La iglesia se
levantó cincuenta años después, destacando su cúpula octogonal. Las monjas
fueron exclaustradas en 1867. Actualmente, el edificio es la sede de la
Secretaría de Educación Pública y biblioteca de la misma.
Convento de La Encarnación con sus puertas gemelas y el
atrio tras el enrejado.
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(5). Ex Convento de Santa Inés. c/ Academia, 13.
Las obras de construcción empezaron hasta 1598. Estaba
formado por la Iglesia y tres claustros de dos pisos cada uno. Las monjas
fueron exclaustradas en 1861. Tras sufrir remodelaciones drásticas (por
ejemplo, sus claustros fueron convertidos en vecindades residenciales), en la
actualidad alberga el Museo José Luis
Cuevas, que reúne una gran colección de obras de artistas latinoamericanos.
(6). Nuestra Señora de Balvanera. c/
República de Uruguay, 132.
Fundado como convento del Santo Niño Perdido en 1573,
pasó a la orden concepcionista en el siglo XVII, siendo reconstruido
(incluyendo la iglesia) en 1663.
(7). San José de Gracia. c/ Mesones, 139.
En 1610, se fundó el convento de Santa María de Gracia,
colocando la primera del edificio definitivo en 1653, siendo concluido en 1661
(entonces se le cambió el nombre por el de San José de Gracia). Actualmente
solo se conserva el templo (como sede de la Catedral Nacional de la Iglesia
Anglicana de México).
Puertas gemelas del templo de San José de Gracia.
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(8). Iglesia de San Bernardo. Av.
20 de noviembre 33 (esquina Venustiano Carranza)
La Iglesia de San Bernardo formó parte del Convento del
mismo nombre que había sido fundado en 1636 y que fue cerrado en 1861. El
conjunto fue demolido parcialmente en 1881, manteniéndose solamente la iglesia,
que había sido remodelada en 1777. En 1936, la apertura de la avenida 20 de noviembre obligó al derribo de
buena parte del templo, que quedaría reducido aproximadamente a la mitad. Una
de las dos puertas gemelas laterales que abrían a la calle Venustiano Carranza (la más próxima al pie del templo, que estaba
dedicada a la Virgen de Guadalupe), fue trasladada a la nueva avenida, actuando
como puerta principal de la iglesia ofreciendo un inédito acceso frontal (dado
que había desparecido el coro, y, por eso, se le llama la “puerta doblada”).
(9). Convento de Santa Clara. c/
Tacuba, 29.
El convento fue fundado para una congregación de monjas
clarisas (que forman parte de la Segunda Orden de San Francisco) en 1579,
aunque la iglesia no sería terminada hasta 1661. Además, un incendio la
destruiría en 1755, reconstruyéndose posteriormente con la imagen actual. Las
monjas fueron exclaustradas en 1861. El Convento sería demolido, exceptuando la
iglesia, que, a partir de 1936, acogería la Biblioteca del Congreso de la
Unión.
(10). Convento de San Juan de la
Penitencia (desaparecido)
El convento se fundó en 1598 para acoger monjas clarisas
aprovechando una antigua hospedería indígena. En 1867, fue desalojado y vendido,
siendo años después demolido para alojar en su extenso solar una fábrica de
cigarros. Estas instalaciones acabarían incluyendo una iglesia promovida por el
empresario tabaquero, la Iglesia de
Nuestra Señora de Guadalupe, proyectada por Miguel Ángel de Quevedo y
consagrada en 1912. Esta iglesia preside actualmente la Plaza de San Juan.
(11). Convento de Santa Isabel (desaparecido)
El convento fue fundado para las monjas de Santa Clara en
1601. Las inundaciones lo deterioraron y fue derribado dando paso a uno nuevo
en 1681. Tras la exclaustración del siglo XIX, iría siendo demolido
parcialmente, llegando a desaparecer totalmente en 1911. En su solar se
construiría el actual Palacio de Bellas
Artes.
(12). Convento de San Felipe de Jesús
o de las Capuchinas (desaparecido)
La orden de las Capuchinas también formaba parte de la Segunda
Orden de San Francisco y fundaron su propio convento en 1673. Tras las Leyes de
Reforma, la edificación sería demolida por la presión inmobiliaria existente en
la zona.
(13). Ex Templo de Corpus Christi. Avenida
Juárez s/n.
El templo y el convento fueron construidos de 1720 a 1724
por el arquitecto Pedro de Arrieta para albergar a las hijas de caciques
indígenas en la colonia. No responde a la tipología comentada en este artículo.
Actualmente es sede del Archivo (Acervo) Histórico de Notarías de la Ciudad de
México.
(14). Iglesia de San Lorenzo. c/ Belisario Domínguez 28.
El convento de San Lorenzo fue fundado en 1598 para una
congregación de monjas jerónimas. Su iglesia sería construida de nuevo, tras
resultar afectada por inundaciones, entre 1643 y 1650 por el arquitecto Juan
Gómez de Trasmonte, con nuevas remodelaciones entre 1779 y 1785 dirigidas por
José Joaquín García de Torres. Por todo ello presenta una peculiar mezcla
barroca y neoclásica. Rompiendo con la tipología, el templo (que funciona como
parroquia) solamente cuenta con una entrada.
(15). Convento de Santa Catalina de
Siena. Avenida República de Argentina, 29.
Fundado el convento en 1593 por la orden de los Dominicos
(Orden de Predicadores), el templo se comenzó a construir en 1623 con la
dirección del arquitecto Juan Márquez Orozco. En 1863, la congregación fue
exclaustrada. El templo es actualmente sede de la Iglesia Nacional
Presbiteriana El Divino Salvador.
(16). Convento de San José o Santa
Teresa la Antigua. c/
Licenciado Verdad 8
El convento se inauguró en 1616 para una congregación de
la Orden de las Carmelitas Descalzas bajo la advocación de San José. Su
deterioro forzó a la reconstrucción del conjunto conventual entre 1678 y 1684,
incluyendo la Capilla del Cristo de Santa Teresa. La nueva iglesia barroca
sería dedicada entonces a la Virgen de la Antigua. La ampliación neoclásica de
la Capilla del Cristo, con la emblemática cúpula diseñada por Lorenzo de la
Hidalga, daría la imagen definitiva al templo. La exclaustración ocasionaría el
derribo parcial del convento (dejando paso por ejemplo al actual museo del
Palacio de la Autonomía de la UNAM). El templo sería reformado en la década de
1990 para albergar el museo Ex Teresa
Arte Actual, dedicado al arte alternativo contemporáneo.
Convento de Teresa Antigua con sus puertas gemelas
entre contrafuertes tras el atrio o compás.
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(17). Templo de Santa Teresa la Nueva. c/
Loreto 15 (Plaza de Loreto)
Levantado a principios del siglo XVIII (1715) para las
Carmelitas Descalzas sobre los terrenos del antiguo hospital para leprosos de
San Lázaro, contó con la intervención de Pedro de Arrieta. En la actualidad el
convento acoge la Escuela Nacional de Ciegos.
(18). Convento y Templo de Santa
Brígida (desaparecido)
Construido entre 1740 y 1745 para una congregación de
religiosas recoletas de la Orden del Salvador, el convento y templo de Santa
Brígida serían demolidos en 1933 para permitir la ampliación de la calle San Juan de Letrán, hoy integrada en el Eje Central Lázaro Cárdenas.
(19). Nuestra Señora del Pilar o
Enseñanza Antigua. Donceles, 102
Fundado en 1754 para una congregación de la Compañía de
María, el convento y su iglesia formaron un conjunto que fue una de las
primeras escuelas para mujeres. La iglesia fue construida entre 1772 y 1778
según proyecto de Francisco Antonio Guerrero y Torres, rompiendo con el tipo
general de templos conventuales femeninos. Abandonado como consecuencia de la
exclaustración del siglo XIX, en la actualidad, el convento aloja el Colegio Nacional de México, una
institución que reúne a los más destacados científicos, artistas y literatos
mexicanos para preservar y difundir sus logros, mientras que la iglesia
mantiene el culto.
(20). Nuestra Señora de Guadalupe o
Enseñanza Nueva (desaparecido)
Vinculado al anterior, de hecho, se nutrió de monjas de aquel,
este convento estuvo dedicado a la educación de niñas indígenas (por eso se
llamó también “Colegio de las Inditas”). Aunque el colegio se abrió en 1753, el
convento se levantaría en 1811. Tuvo una vida efímera, amenazando ruina ya en
1827.
(21). Ex Convento de San Jerónimo. c/
San Jerónimo 47. c/ José María Izazaga, 92
Se fundó en 1585 como el primer convento mexicano para la
rama femenina de la Orden de San Jerónimo (con el nombre de Convento de Nuestra
Señora de la Expectación de San Jerónimo), aunque la iglesia se iniciaría en
1673 (en este caso con crucero y cúpula). Actualmente es la Universidad del Claustro de Sor Juana, UCSJ,
en homenaje a que allí vivió la monja y escritora Sor Juana Inés de la Cruz
durante 25 años.
Claustro del antiguo Convento de San Jerónimo (actualmente
parte de la Universidad del Claustro de Sor Juana, UCSJ)
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¡Estupendo estudio acerca de los conventos de monjas! Hubieron otros más, como Santa Catalina de Siena; sin embargo me encanta el artículo. Felicitaciones!!!
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