Los pueblos de colonización construidos durante el
franquismo constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico y
social. En la imagen, Cartuja de Monegros (Huesca)
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No es lo
mismo crear una ciudad singular que activar un programa de fundaciones
urbanas. En estos casos, la exclusividad deja paso a la aplicación de
modelos, como sucede en los procesos de colonización interior afrontados
por muchos países para consolidar posiciones o mejorar el aprovechamiento del
territorio propio.
A lo largo de
la historia de España ha habido diferentes momentos en los que, por diferentes
causas, se ha procedido a esa implantación sistemática de asentamientos. Una de
esas programaciones se produjo tras la Guerra Civil, con los denominados poblados
agrícolas del franquismo, que fueron el resultado de la política autárquica
adoptada. Para potenciar la agricultura se apoyaron en dos bases: en primer
lugar, en el agua, que debía transformar tierras de secano en regadíos y,
en segundo lugar, en las gentes, en los colonos que se comprometían a sacarles
rendimiento.
Entre
mediados de la década de 1940 y principios de los setenta se construyeron aproximadamente
trescientos pequeños pueblos de colonización, algunos proyectados por
destacados arquitectos del momento, que constituyen un conjunto de gran interés
urbano, arquitectónico y social. Vamos a acercarnos, como ejemplo, a las nuevas
poblaciones que se levantaron en los Monegros de Huesca.
Una cosa es
crear una ciudad singular (como puede ser una nueva capital para un estado,
como sucedió con Washington, Canberra, Nueva Delhi o Brasilia) y otra muy
distinta es activar un programa sistemático de fundaciones urbanas. En
estos casos, que suelen vincularse a estrategias de colonización, pueden
distinguirse dos categorías con circunstancias y resultados diferentes. La
primera es la colonización exterior, encaminada a dominar, controlar y
estructurar las conquistas efectuadas más allá de las fronteras nacionales (tal
como ocurrió en el imperio español americano) con interesantes hibridaciones
culturales en algunos casos. La segunda es la colonización interior que
suele buscar consolidar posiciones o mejorar el aprovechamiento del territorio
propio (como sucedió con las bastidas medievales francesas o en el Far West
norteamericano). En estos últimos casos, la exclusividad deja paso a la aplicación
de modelos.
Colonización
interior.
“De dos modos puede
aumentarse el suelo de la patria: por medio de conquistas guerreras fuera del
territorio, y por medio de conquistas agrícolas en el interior. Lo
primero no se consigue sin muchas lágrimas y sangre, y supone frecuentemente
una injusticia en la historia; lo segundo se logra con el ejercicio de un
trabajo legítimo, y es la honra de la humanidad, que domina con su inteligencia
las fuerzas más poderosas de la Naturaleza. Lo primero es la barbarie y el
despotismo; lo segundo el progreso y la libertad”.
Joaquín Costa, “La
fórmula de la Agricultura Española”
(1912)
El Regeneracionismo
fue un movimiento que reflexionó sobre las causas de la decadencia de España
que, a finales del siglo XIX, estaba liquidando los últimos restos de su pasado
imperial. Coincidieron en muchos aspectos con sus coetáneos de la conocida Generación
del 98, aunque la visión pesimista de estos fue más subjetiva y artística.
Los regeneracionistas pretendían ser más objetivos en sus análisis y, sobre
todo, buscaron alternativas y presentaron propuestas de cambio. Uno de sus principales
exponentes fue Joaquín Costa quien reivindicaba “escuela y despensa”,
así como “doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar”.
Las palabras de la cita inicial, escritas en 1912, defendían con vehemencia la
necesidad de una reorientación nacional, señalando la “conquista agrícola del
interior” como un nuevo horizonte.
Las demandas calaron
puesto que el reformismo agrario se convirtió en una de las estrategias seguidas
durante la Restauración, concretada con los Planes de Obras Hidráulicas
de 1902 o la Ley Gasset de 1911 que sustentarían los programas hidrográficos
impulsados por el Conde de Guadalorce durante la dictadura de Primo de Rivera y
por Manuel Lorenzo Pardo en la II República.
Desde luego,
el agua, que debía transformar tierras de secano en regadíos era un pilar
fundamental, pero esa “colonización interior” reclamada por Costa requería un
segundo apoyo: las gentes, los colonos que se comprometían a sacarles rendimiento.
La conjunción de los dos factores no se produciría hasta después de la Guerra
Civil española, con los denominados poblados agrícolas del franquismo. Tras
la contienda, España se encontraba aislada internacionalmente y en una situación
económica muy delicada. Las primeras políticas del régimen apostaron por la
autarquía, poniendo en marcha un importante programa de impulso agrario. Los
planes se apoyaron en las dos bases comentadas: una política hidráulica que
buscaba crear nuevas áreas de regadío (estrategia que, como decimos, ya
se había comenzado décadas atrás, pero que el régimen franquista potenció
extraordinariamente); y la creación, en esos mismos lugares, de asentamientos
para colonos que pudieran explotar los nuevos regadíos. Esa política,
iniciada al finalizar la contienda, tendría continuidad en el tiempo incluso cuando
la coyuntura fue mejorando.
Vegaviana (Cáceres), obra de José Luis Fernández del
Amo
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No era la
primera vez que la península asistía a la fundación sistemática de nuevos
asentamientos. Hay numerosas muestras históricas, aunque las motivaciones fueran
distintas. Tenemos, por ejemplo, el caso de la colonización medieval del
despoblado valle del Duero, efectuada para consolidar las posiciones
adquiridas por los reinos cristianos durante la “Reconquista”, o las nuevas
poblaciones de Andalucía y Sierra Morena levantadas a finales del siglo
XVIII para asegurar y proteger el tráfico de personas y mercancías entre la
meseta y el sur. A pesar de las diferencias, todas tienen en común el espíritu característico
de los colonos, que llevan asociado el ánimo de los pioneros (habitualmente
empujados por la necesidad y falta de oportunidades en su lugar de origen,
aunque esto no resta valor al hecho de aceptar el riesgo de lo desconocido sin
tener garantía de éxito).
La Carolina en Jaén es una de las Nuevas Poblaciones creadas
por Carlos III.
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En el caso de
los poblados franquistas, muchos hombres y mujeres afrontaron el reto de
transformar paisajes desérticos en territorios productivos con valentía e
ímprobos esfuerzos. Así entre mediados de la década de 1940 y principios de los
años setenta se construyeron aproximadamente trescientos pequeños pueblos de
colonización, que constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico
y social.
Los poblados
agrícolas del Instituto Nacional de Colonización.
En octubre de
1939, con un país devastado por la guerra recién terminada, que había dejado las
áreas rurales en situación crítica, se fundó, dentro del Ministerio de
Agricultura, el Instituto Nacional de Colonización (INC) y se aprobó la
Ley de Bases para la Colonización de Grandes Zonas Regables.
Uno de sus
objetivos principales sería el incremento de la producción agrícola, lo cual
requería aprovechar mejor los recursos naturales disponibles, en particular los
hidráulicos. Para ello se redactaron planes encaminados a crear nuevos regadíos
y a mejorar las infraestructuras de los ya existentes. El camino ya estaba
iniciado décadas atrás, pero se retomó con un renovado ímpetu. Desde esas bases,
en 1940, se formuló un ambicioso Plan General de Obras Públicas que puso en
marcha la construcción de numerosos embalses, así como redes de canales y
acequias de riego (en algunos casos disponiendo de la fuerza de trabajo
procedente del Programa de Redención de Penas por el Trabajo establecido
en 1937 para los prisioneros)
En esas
nuevas zonas regables, el INC activaría la que sería una de sus labores más
destacadas: la creación de pueblos para vertebrar las áreas transformadas
por los regadíos. Se estudiaron experiencias internacionales en ese
sentido, como los modelos de implantación desarrollados por el Departamento de
Agricultura de los Estados Unidos o por la Italia de Mussolini, tanto en la península
como en su colonización libia.
El INC
estructuró el territorio español en delegaciones vinculadas a las cuencas
hidrográficas (Ebro, Noreste, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Sur-Levante,
Baleares-Canarias y Duero). La colonización era un ejercicio de ordenación
territorial que partía de los “Planes de Colonización” que fijaban las
directrices (superficies afectadas, obras a realizar, sistemas de expropiación
y posterior reparto a colonos, etc.) a los que seguían los denominados “planes coordinados
de obras” y “proyectos de parcelación”. Hubo debates iniciales acerca del
modelo de hábitat (disperso o concentrado) pero se decidió crear agrupaciones
de entre 100 y 200 viviendas de manera que los terrenos agrícolas no distaran
más de 2,5 kilómetros de la vivienda del colono (el denominado “módulo carro”).
Esta particular estrategia de implantación se vería superada con el tiempo
dando lugar a conjuntos mayores. En cualquier caso, la selección de sitio
correspondía a los ingenieros agrónomos que estudiaban las posibilidades de
cada área y su orografía. Posteriormente, los arquitectos-urbanistas planificarían
la estructura urbana.
En 1941 se crearía
el Servicio de Arquitectura del INC, que sería dirigido desde 1943 por José Tamés
Alarcón. Cada delegación nombró a un arquitecto como encargado de zona tras la
convocatoria de las correspondientes oposiciones públicas.
Los proyectos,
dentro de la variedad, mantenían una serie de invariantes: la plaza nuclear con
el ayuntamiento, la iglesia y la escuela; el trazado regular geométrico de
calles anchas, aunque con variedad de disposiciones estructurales; ordenaciones
de casas unifamiliares, de una o dos plantas, con oferta de diferentes
superficies, con huerto-corral incorporado. En algunos casos, como es el de los
poblados monegrinos, se proponía un bosquete perimetral de pinos que ayudaba a
sofocar el calor de la zona. En general, tanto la urbanización como la arquitectura,
muy modular, se convertirían en muchos casos en muestras de un modesto pero
atractivo racionalismo arquitectónico. Así, ciertos poblados de colonización
serían avanzadillas de vanguardia artística en casi todos sus detalles.
Calle de Vencillón (Huesca) mostrando la modulación y
la racionalidad de la ordenación características de muchas propuestas.
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Los colonos
debían cumplir una serie de requisitos (matrimonio con hijos, preferiblemente
familias numerosas, edades, experiencias previas, etc.). Recibían una vivienda
con huerto y finca asociada que debían pagar en un plazo largo además de una
serie de ayudas para aperos, semillas, ganado, etc.
Se
construyeron aproximadamente trescientos municipios y en su
planificación colaboraron tanto reconocidos arquitectos del momento como
jóvenes que despuntarían posteriormente. Cabe destacar a Alejandro de la Sota,
José Luis Fernández del Amo, José Borobio, Antonio Fernández Alba o Fernando
Terán entre otros.
La Delegación
del Ebro
Una de las
más delegaciones más activas fue la del Ebro, que desarrolló una intensa
actividad en Aragón, una región con necesidades de agua en parte de su
territorio y que contaba con importantes infraestructuras hidráulicas en marcha
(además de ser la patria chica de Joaquín Costa, cabeza del Regeneracionismo).
De hecho, en 1906 se había inaugurado el Canal de Aragón y Cataluña, que
se alimenta del embalse bautizado precisamente con el nombre de Joaquín Costa (aunque
habitualmente conocido como embalse de Barasona, situado aguas abajo de Graus).
También en 1913 se había propuesto un Plan de Riegos del Alto Aragón y, en 1926,
se había constituido la Confederación Hidrográfica del Ebro.
Área de la Delegación del Ebro con las nuevas áreas regables.
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Sobre esa
base el INC actuaría en varias zonas como el Delta del Ebro, Bardenas,
Monegros, Flumen o Valmuel. La jefatura de la delegación correspondería,
desde 1946 hasta su desaparición, a Francisco de los Ríos, ingeniero que
trabajaba allí desde 1941, gran conocedor de la materia (de hecho, su padre fue
uno de los impulsores del Plan de Riegos del Alto Aragón).
En 1943, la
Delegación del Ebro convocó oposiciones para el puesto de arquitecto que fue
ganado por José Borobio Ojeda (1907-1984). José Borobio ya había destacado
junto a su hermano Regino (1895-1976) en la realización del edificio de la
Confederación Hidrográfica del Ebro en Zaragoza, un ejemplo sobresaliente de la
arquitectura moderna española proyectado en 1933 y construido entre 1936 y
1944. José Borobio se encargaría de buena parte de los diseños de los pueblos
promovidos en el entorno aragonés, pero la incesante actividad llevaría a la
necesidad de incorporar otros arquitectos, algunos en plantilla y otros como
colaboradores externos. Así, a lo largo de la década de 1950 comenzarían a
trabajar para la Delegación del Ebro del INC José Beltrán Navarro, Santiago
Lagunas, Francisco Javier Calvo Lorea, Alfonso Buñuel Portolés, Carlos Sobrini
Marín, Antonio Barbany Bailo o Fernando Nagore, entre otros.
La Delegación
del Ebro levantó en poco más de veinte años 41 pueblos. El primero fue Ontinar
de Salz, en 1944 según diseño de José Borobio. El último proyecto fue El Fayón,
redactado en 1965 por José Borobio y su sobrino Regino Borobio Navarro.
Listado de pueblos de colonización construidos por la
Delegación del Ebro del INC
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Poblados de
Colonización en los Monegros oscenses.
El territorio: los Monegros (una
muestra de la “España vaciada”)
Los Monegros
es una extensa y árida región localizada en Aragón, al norte del río Ebro, entre
las provincias de Huesca y Zaragoza. Su topónimo deriva de “montes negros”
debido al color predominante en el paisaje, aportado por su característica
vegetación oscura. Desde 1996 es una “comarca” política, entidad administrativa,
en este caso supraprovincial, incluida dentro de la comunidad autónoma
aragonesa (aunque su delimitación definitiva no se fijaría hasta 2002). La
comarca de los Monegros tiene una extensión 2.764,4 km², superficie similar a
la de la provincia de Vizcaya (2.217 km²), pero mientras esta presenta una
población de 1.149.628 de habitantes (censo de 2018) y una densidad de 518,55 hab/km²,
en la comarca aragonesa habitan 20.376 habitantes, lo que ofrece una densidad
de 7,46 hab/km². Según los baremos de la Unión Europea, al no alcanzar los 10
hab/km², los Monegros se convierten en “Desierto Demográfico”. La
comarca cuenta con 50 núcleos urbanos agrupados en 31 municipios, de los que tan
sólo seis superan el millar de habitantes empadronados, siendo el más poblado
Sariñena, la cabecera de comarca, con 4.168 hab. (2018)
A pesar de
contar con una identidad geográfica fuerte, que produce un arraigado
sentimiento de pertenencia, los Monegros es un ejemplo de lo que se conoce
como la “España vaciada”, y está sufriendo un progresivo descenso de
población, así como un envejecimiento de la misma. Su situación, circunvalada
por líneas de comunicación, pero sin ser tierra de paso; la proximidad de importantes
núcleos de población (principalmente Zaragoza); una base económica vinculada
estrechamente a la agricultura y ganadería; la ardua y eterna lucha por el agua;
el rigor climático o la austeridad de su paisaje, son algunas de las claves que
pueden justificar la paulatina merma de la demografía monegrina.
La infraestructura: Riegos del Alto
Aragón y el Sistema Gállego-Cinca.
La provincia de Huesca cuenta con dos importantes ríos que
descienden en dirección norte-sur caracterizando su parte occidental (el rio
Gállego) y oriental (el rio Cinca). Ambos nacen en la cordillera pirenaica y
ceden sus aguas al Ebro, el primero directamente, junto a Zaragoza, y el
segundo por medio del Rio Segre. El Gállego tiene una longitud de 193,2 km y
drena una cuenca de 4.020 km², con un caudal medio de 34,22 m³/s. Por su
parte, el Cinca tiene una longitud de 191 km y drena una cuenca de 9.740 km²,
con un caudal medio de 75,94 m³/s (en Fraga).
Aprovechando sus aguas, en 1913 se redactó el “Proyecto de
Riegos del Alto Aragón” una propuesta privada cuyo objetivo era llevar el agua
a 300.000 hectáreas de terrenos pertenecientes a las comarcas de Sobrarbe,
Somontano y Monegros. En 1915 se promulgaría la ley que asumiría la iniciativa
pública y daría soporte jurídico a la institución encargada de su desarrollo,
comenzando ese mismo año las obras.
Plano del Sistema Gállego-Cinca de Riegos del Alto
Aragón
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Así comenzó el denominado sistema Gállego-Cinca, una
infraestructura de transporte de agua que riega un amplio territorio situado
entre las provincias de Huesca y Zaragoza (fundamentalmente los Monegros, la comarca
descrita anteriormente), aunque la superficie regada actual queda lejos de las
previsiones iniciales, siendo de 124.415 hectáreas. El sistema se abastece del
rio Gállego y del rio Cinca a partir de cinco embalses de cabecera (Búbal, El
Grado, Lanuza, Mediano y Ardisa) y uno en derivación (La Sotonera). Desde los
que parte una red de canales y acequias de unos 2.000 kilómetros en total, que
es la mayor de Europa, destacando el Canal de Gállego, el Canal de Monegros, el
Canal de Violada, el Canal del Cinca o el Canal del Flumen.
Riegos del Alto Aragón. Arriba, Canal de la Violada.
Debajo, Canal de los Monegros.
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Los pueblos de colonización.
De los 41
pueblos que levantó la Delegación del Ebro del INC entre 1944 y 1965, diez se
fundaron en el área denominada “Monegros-Flumen”. Son los siguientes
(por orden alfabético): Cantalobos, Cartuja de Monegros, Curbe, Frula, Montesusín,
Orillena, San Juan del Flumen, San Lorenzo del Flumen, Sodeto y Valfonda de Santa Ana
(proyectados por diversos autores). Otros seis lo hicieron en la
contigua área de los Llanos de la Violada (cuyo nombre procede de la
antigua calzada romana que unía Osca y Cesaraugusta, la Via Lata). Son: Artasona del Llano, El Temple, Ontinar
de Salz, Puilato, San Jorge y Valsalada (todos proyectados por José Borobio)
Los colonos que
los poblaron procedieron del entorno y de los pueblos del Pirineo, aunque
también llegaron de otras regiones como Andalucía o Extremadura.
Frula (Huesca)
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En la
actualidad, los pueblos de colonización de los Monegros sufren los problemas
generales de la comarca y la mayoría cuenta con menos población de la que
tuvieron en su fundación. Hay quien achaca el proceso de
emigración-despoblación a la inexistencia de terrenos edificables en el
entorno, o a que la productividad de los terrenos no es suficiente para
garantizar el nivel de vida exigido en la actualidad, o a la falta de
alternativas profesionales y vitales que si presentan las atractivas ciudades
del entorno próximo (como Huesca o Zaragoza).
San Juan del Flumen (Huesca). Arriba proyecto. Debajo,
estado actual
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Uno de
aquellos pueblos, Sodeto (hoy integrado administrativamente en el municipio de
Alberuela de Tubo), cuenta con un Centro de Interpretación sobre la
colonización agraria en la España del franquismo en los que se expone la
historia con imágenes y maquetas, se rememoran aspectos de la vida cotidiana de
la época (recreando una casa con sus enseres y utensilios) y se conserva un
archivo documental. También se ha creado la “Asociación de Amigos de los
Pueblos de Colonización de la provincia de Huesca” para mantener el
legado.
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