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Plaza de la Ciudad Vieja de Praga.
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Praga es una joya, o mejor dicho,
un collar en el que se engarzan sus plazas medievales como alhajas
extraordinarias. Sus seis plazas históricas: la Plaza de la Ciudad Vieja, la Plaza
del Castillo, la de Mala Strana y
las tres de la Ciudad Nueva (Wenceslao,
Carlos y Senovazne) se configuraron como centros de cada una de las cuatro ciudades en las que Praga estuvo dividida
hasta 1784. Estas maravillosas plazas son un buen campo de investigación sobre
alguno de los temas esenciales en la configuración de los espacios urbanos.
La tridimensionalidad del espacio es una evidencia, y su descomposición
en “planos” es una aproximación metodológica tanto para su diseño como para su
didáctica y comprensión. Por ejemplo, podemos analizar la relación entre el
Espacio Urbano y los planos verticales arquitectónicos que lo definen. En una
primera instancia el estudio puede focalizarse en la propia disposición de los
planos, es decir, dejando de lado su composición o su materialidad (es decir, ritmos,
tipologías de huecos y relieves, materiales, colores, texturas, etc.) y sin
profundizar en temas como la rotundidad de los lienzos, sus proporciones, su
grado de penetración en planta baja, la presencia de elementos volados e
incluso la continuidad o discontinuidad de las cornisas en su “encuentro” con
el cielo.
Las seis plazas históricas de la Praga Medieval, que fueron
reinventadas por el Barroco, ofrecen una interesante variedad de ejemplos sobre
esta relación entre el espacio público y los paramentos verticales que lo configuran,
debido, entre otras cosas, a su diversa disposición topográfica, a su pluralidad
morfológica o a sus particulares relaciones con el entorno. De un primer
análisis elemental podremos extraer unas conclusiones iniciales, tanto
espaciales como visuales.