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La Habana, el Capitolio visto desde la calle Barcelona,
una de las vías de la antigua ciudad extramuros.
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Durante cuatro
siglos, Cuba formó parte del imperio colonial español y se convirtió en una de
sus joyas más apreciadas (y también en un trauma inmenso, tras su pérdida en
1898). Su capital, La Habana, ha sido, desde su fundación en 1519, el escenario
donde han quedado grabados el poder y el esplendor de una época, las
vacilaciones de periodos turbulentos, las penurias de los momentos de
decadencia, o las dudas ante un futuro incierto, como ocurre en la actualidad (dudas
extensibles igualmente a todo el país).
La Habana es
una ciudad ecléctica, y, aunque casi todas lo son en mayor o menor medida, en
ella esa condición es extrema. No obstante, La Habana ha conseguido fusionar,
de una forma distintiva, las contradicciones propias del eclecticismo, para
generar una ciudad única. La Habana ha absorbido influencias de sus muy
variadas raíces (americanas, europeas, africanas y también asiáticas) y ha
religado comportamientos antagónicos, culturas y religiones enfrentadas, o
estilos de vida desiguales con una inquebrantable jovialidad. También, desde un
punto de vista urbano, ha yuxtapuesto, “regularidad e irregularidad, rigidez
geométrica y libertad formal, planificación y desarrollo espontáneo”, como
apuntó Roberto Segre, o ha fusionado, de una manera muy peculiar, modernidades
diversas con un centro histórico “atrapado” en el tiempo (La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad desde 1982).
Abordamos la
aproximación a La Habana en dos artículos. En este primero nos acercamos a la Ciudad Colonial, dejando para otra
ocasión su evolución durante el siglo XX.