Una buena parte de los actuales “cascos
históricos” de Madrid y Barcelona fue producto de las transformaciones
realizadas durante la primera mitad del siglo XIX, un periodo que resultaría trascendental para las dos ciudades,
todavía encerradas por murallas.
Su inicio fue
un tanto convulso debido a la Guerra de la Independencia, que estuvo asociada al
fugaz reinado de José Bonaparte. Este monarca tuvo una cierta importancia en
Madrid (no así en Barcelona), puesto que en la capital se anticiparon ideas y
reformas que, aunque no se completarían por la brevedad de su gobierno, marcarían
la tónica de intervenciones posteriores.
Las dos
ciudades se enfrentaron a su necesaria y
urgente modernización. Para conseguirla se abrieron nuevos espacios urbanos (muchos de ellos gracias a las
desamortizaciones del patrimonio eclesiástico), se construyeron equipamientos públicos o nuevas tipologías residenciales y se
mejoraron (y, en algún caso, se plantearon por primera vez) sus infraestructuras, tanto las de servicio
(agua, iluminación, etc.) como las de transporte (en particular el ferrocarril
que sería vital). En general, Madrid continuaría con la dinámica propia de una
capital de estado, pero Barcelona comenzaría su reconversión hacia una ciudad
industrial de primer orden.
Pero las
numerosas modificaciones serían insuficientes ante la creciente presión
demográfica y funcional, de manera que, a
partir de la segunda mitad del siglo, Madrid y Barcelona se vieron obligadas a
abordar sus Ensanches.