2 ago 2014

Cuando el Plan de Bolonia era una referencia urbanística (y de izquierdas) para la intervención en los centros históricos de las ciudades (2.El Plan)

Bolonia es una ciudad italiana con una larga historia, cuyo nombre se asocia a cuestiones diversas. Por ejemplo, actualmente, el Plan de Bolonia es conocido por todo el mundo como el que adapta los programas de estudios universitarios para unificarlos dentro del espacio europeo, pero hace algunos años, el Plan de Bolonia era la singular e influyente propuesta de rehabilitación de su centro histórico.
El polémico e innovador Plan para el Centro Histórico de Bolonia, se convirtió, durante las décadas de 1970 y 1980, en una referencia para las intervenciones en la ciudad antigua.
Abordamos esta experiencia en dos etapas. En un primer artículo, ya nos aproximamos a la conformación histórica de Bolonia y a la particular idiosincrasia política de la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial, que  hizo de ella un campo experimental para las ideas urbanísticas de la izquierda.
En esta segunda parte nos aproximaremos a las propuestas fundamentales del Plan, que desde su proclamado y radical contenido social, ofrecieron una rigurosa metodología de análisis morfológico, la determinación de tipos arquitectónicos, una exigente política de conservación o una decidida apuesta por la iniciativa pública. Hoy, cuarenta y cinco años después, el intenso debate que suscitó el Plan de Bolonia en toda Europa mantiene frentes abiertos, por eso, obviando algunas de las propuestas utópicas que realizó y aunque el contexto socioeconómico y cultural haya cambiado de forma muy notable, repasaremos la actualidad de algunas de sus ideas.

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La Segunda Guerra Mundial había castigado duramente a Bolonia, y en la década de 1960 el centro histórico tenía una buena dosis de problemas. Quizá el principal de ellos era el abandono de una parte sustancial de su parque de viviendas, pero también preocupaban la falta de higiene o los peligros de derrumbamiento de edificios, ya que todavía había muchos de ellos que se encontraban cerrados desde la guerra sin haberse reparado.
Edificios de Bolonia antes de la intervención restauradora.
En esos años, las autoridades municipales de Bolonia acometieron directamente el problema, proponiendo una nueva política de desarrollo urbano centrada en la recuperación del Centro Histórico. Figuras urbanísticas relevantes como Giuseppe Campos Venuti, Pierluigi Cervellati o Leonardo Benevolo contribuyeron a su definición.

El Plan para el Centro Histórico de Bolonia.
En Bolonia, el recinto definido como “casco antiguo” (basándose en la existencia de unas tramas históricas conservadas en una medida suficientemente completa) abarcaba una superficie cercana a las 450 hectáreas y albergaba entonces casi 90.000 habitantes (actualmente esa cifra se sitúa en torno a los 50.000). Para los autores, el Centro histórico era un “asentamiento donde están presentes edificios, organismos, hombres y ambientes que se pretenden conservar y en el cual es necesario que estén también presentes vínculos y normas de tipo jurídico en oposición, y como alternativa, al funcionamiento normal del mercado” (Cervellati&Scannavini, 1973, pag. 10)
La concreción de las actuaciones llegó con el Plan para el Centro Histórico de 1969, que se planteó como una variante del Plan Regulador de 1958 y del posterior PEEP (Piano di Edilizia Economica e Popolare) de 1973.
Ya se ha comentado en la primera parte de este artículo, la gran carga ideológica que, desde posiciones de izquierda, sustentó todo el proceso. La radicalidad de su visión social se vertió en cuatro líneas estratégicas que determinarían el contenido de los Planes:
  • Una Política de vivienda social, que se caracterizó por el elevadísimo porcentaje de vivienda de promoción pública, que llegó a ser del cien por cien en algunos sectores en los que se excluyó a la iniciativa privada. Además, como se verá más adelante, se impulsaron fórmulas de gestión colectiva de las residencias que chocarían con los intereses establecidos.
  • Una Política de Reformas urbanas, orientada hacia la obtención del máximo control público del suelo (activando la capacidad expropiatoria), para posibilitar la regulación de precios y frenar la especulación.
  • Una Política de Servicios Públicos, que debía incrementar de forma considerable los estándares dotacionales existentes (que se veían triplicados en algunos sectores).
  • Una Política de Reformas Sociales, que proporcionara un nuevo funcionamiento a la ciudadanía, buscando la democratización de las instituciones a partir de la creación de nuevos órganos de decisión como, por ejemplo, los Consejos de Barrio.

En el desarrollo de estos principios políticos generales, el nuevo Plan para el Centro Histórico de Bolonia fijó los siguientes objetivos básicos:
  1. Mantenimiento de las clases sociales más desfavorecidas y desarrollo de casas para obreros, para evitar la progresiva disminución de esta población en el centro de la ciudad (el casco se estaba deshabitando, ya que de las 113.000 personas residentes en 1955 se pasó a las 90.000 en 1961, sobre un total para toda la ciudad de 450.000 personas).
  2. Conservación y desarrollo de las actividades dedicadas a la artesanía tradicional, al comercio y a los servicios, encaminando la rehabilitación a mantener a los artesanos y pequeños comerciantes en sus lugares (la mayoría eran propietarios de sus locales).
  3. Creación de equipamientos públicos de barrio (bibliotecas, escuelas, guarderías, centros de salud, etc.)  y creación de equipamientos públicos de carácter regional para revitalizar el centro histórico El centro histórico debía convertirse en un “condensador” de la vida social.
  4. Rehabilitación de los edificios más prestigiosos en colaboración con la iniciativa privada para su utilización como usos terciarios. Los grandes edificios históricos que se encontraban degradados podrían reconvertirse en espacios terciarios (sedes de empresas, bancos, oficinas, despachos profesionales, etc.).
  5. Puesta en marcha de los Consejeros de Barrio (Consigli di quartiere)
  6. Desarrollo de la actividad turística para la puesta en valor de los monumentos históricos y del tejido urbano relacionado (restaurantes, peatonalizaciones, et.)
  7. Crecimiento Cero (respecto a la extensión), para evitar el desarrollo anárquico y permitir un control eficaz del territorio, de sus usuarios, de los programas y de las funciones. Las necesidades (por ejemplo de vivienda económica) se canalizarían hacia el Centro, en lugar de agrandar las periferias.

El Plan, que apostaba por la consideración del “ambiente monumental” frente a los grandes edificios singulares, no olvido su relevante papel en la organización espacial y social de ciudad, luchando por insuflarles nueva vida en coherencia con el espíritu de la intervención general.
El Plan apostó por la recuperación del Centro Histórico desde una opción conservativa, tanto espacial como socialmente, lo cual determinó definitivamente su orientación. Una de las novedades de la intervención en el Centro Histórico boloñés fue entenderlo como un organismo unitario y no como un conjunto de edificaciones y espacios individuales con mayor o menor interés. Esta superación del concepto de monumento como un hecho arquitectónico individualizable, pasando a considerar al edificio singular como una pieza más de un conjunto capaz de generar un determinado “ambiente” urbano, monumental incluso, en el que se incorporar otros elementos (no solo arquitectónicos), es una de las trascendentes contribuciones boloñesas. Se comienza a hablar de “piezas urbanas”, de “ambiente monumental” cambiando radicalmente la escala de actuación, superando aquella idea del gran edificio “autista”. No obstante los autores del Plan eran perfectamente conscientes de la importancia de esos elementos primarios y simbólicos porque “la ciudad antigua siempre se ha caracterizado principalmente por su función residencial (…) pero la intensidad figurativa de la unidad morfológica y estructural de la ciudad antigua de Bolonia, viene dada, (…) por ese conjunto de elementos que han actuado como polos de atracción. Estos elementos urbanos de naturaleza superior, se pueden definir como elementos emergentes, que han participado y participan de forma permanente en la evolución de la ciudad a través del tiempo, identificándose, a menudo, como elementos simbólicos y de carácter, con los hechos constituyentes de la ciudad misma” (Cervellati&Scannavini, 1973, pag. 29-30)
Según los redactores, “el Plan, como intervención sobre la estructura física del centro histórico, se propone actuar sobre los sistemas organizadores del espacio” (Cervellati&Scannavini, 1973, pag. 30) lo que significó centrar la intervención en la arquitectura y en el mantenimiento de la estructura urbana, impidiendo su modificación para mantener la identificación que la población tenía con su espacio.
El Plan señaló trece sectores (comparti) en la ciudad histórica que presentaban homogeneidad en sí mismos desde el punto de vista morfológico, funcional y socio-económico. Cinco de ellos fueron consideraros de actuación prioritaria. Los autores justificaron esta organización argumentando que “desde el punto de vista de la morfología urbana, se han individualizado aquellas partes caracterizadas por su homogeneidad física y espacial, entendiendo por homogeneidad la repetición de una tipología estructural, con vistas a una posible funcionalidad dentro del marco de la conservación activa” (Cervellati&Scannavini, 1973, pag. 29)
El Plan de Bolonia identificó trece sectores del casco histórico que serían las experiencias piloto para la validación del modelo.
Desde el punto de vista formal, el Plan se concretó en una rehabilitación idéntica de los antiguos edificios, así como el planteamiento de unas reglas muy precisas para la construcción de nuevos edificios, que deberían respetar el contexto con una exigencia muy estricta. Se definió la Restauración como ripristino, un término italiano que indica un tipo de restauración, consistente en la devolución del aspecto o de la forma primitiva a un organismo mediante la eliminación de añadidos o superposiciones.
El desarrollo de las políticas sociales y de los objetivos generales del Plan dio paso a una serie de propósitos técnicos:
  1. Preservar el centro de la destrucción
  2. Integrar el patrimonio histórico en el contexto socio-económico, confiándole una función activa y compatible.
  3. Descentralizar los generadores de direccionalidad (incompatibles con la estructura antigua) llevando fuera del núcleo antiguo las nuevas áreas de crecimiento terciario.
  4. Dotar al centro de los estándares y servicios necesarios (fijando parámetros de densidad, resolviendo carencias en servicios como centros educativos y asistenciales, guarderías, comercios y particularmente un sistema de zonas verdes/espacios libres)
  5. Racionalizar la red viaria, peatonalizando tramos, incompatibles con el tráfico rodado.

Para la recuperación de las esencias identitarias del Centro Histórico se fijó una metodología “científica” cuyo proceso partía de la recogida de datos, de su análisis minucioso y de la elaboración de un diagnóstico (tipológico) final. Por eso, se inició un paciente y laborioso trabajo de campo, documentando exhaustivamente lo preexistente, con levantamiento de plantas y fachadas de todos los edificios y fijando las dimensiones de los diversos elementos, que quedaron registrados con numerosas fotografías. También se realizaron estudios demográficos y socioeconómicos para caracterizar la población residente, así como para confirmar las funciones originales de cada espacio.
Fichas tipológicas del Plan de Bolonia en las que se categorizaban las estructuras residenciales.
A partir de estas bases se propusieron una serie de tipologías muy detalladas. “La tipología no es otra cosa que la constancia de modos y formas de hacer y de vivir, que se manifiesta y materializa en edificios parecidos y repetidos” (Cervellati&Scannavini, 1973, pag. 28), clasificando las edificaciones en cuatro categorías:
  • Categoría A, con los grandes “contenedores”, grandes edificios públicos, muchos de ellos religiosos que cuentan con una función específica.
  • Categoría B, incluyendo los pequeños “contenedores”
  • Categoría C, para los edificios privados con particularidades que los convierten en singulares.
  • Categoría D, para los edificios privados con características tipológicas tradicionales que ofrecen variaciones y matices sobre el modelo general (y no cuentan con rasgos propios singulares)

Las tipologías arquitectónicas se erigirían como el emblema formal del Plan y actuarían como una referencia ineludible para la actuación en cualquier caso. En consecuencia, la restauración (ripristino) se fundamentó en unas ordenanzas reguladoras muy estrictas, que habían nacido de aquellos análisis científicos y de las tipologías derivadas. Por ejemplo, se fijó una gama de colores inflexible, se marcaron las proporciones de los huecos de fachada (incluso los métodos para determinarlas en caso de ser necesario), o se exigía la reconstrucción de elementos arquitectónicos con el mismo material original (prohibiendo expresamente las imitaciones de los mismos con otros materiales, como el hormigón).
Imágenes del centro histórico boloñés, en el que las viviendas son capaces de crear “ambientes monumentales” sin la necesidad de grandes edificios singulares.
El tema particular de la vivienda.
Uno de los temas estrella del Plan fue su planteamiento sobre la vivienda. Las anónimas arquitecturas residenciales recibieron la responsabilidad formal de consolidar el ambiente (con las regulaciones normativas antes comentadas) y, sobre todo, se convirtieron en piezas claves para garantizar el cometido social del Plan. Por ello, se realizó una intensa crítica al “sistema residencial” basado en la propiedad. En ella se argumentaba, por ejemplo, que las cuotas de las hipotecas eran generalmente superiores a las del alquiler y forzaban a los trabajadores a un ahorro excesivo. Además, también se censuraba que estos trabajadores veían bloqueadas sus posibilidades de movilidad y que el mantenimiento del parque de viviendas era muy complejo debido a la atomización de la propiedad que, por otra parte, dificultaba la maniobrabilidad de la Administración para la implementación de determinados programas urbanísticos.
A partir de estas consideraciones se insistió en el concepto de vivienda como bien de uso y como un servicio social, proponiendo el derecho de superficie como alternativa. Se impulsaba así la creación de cooperativas de vivienda con propiedad indivisa, como un “instrumento de lucha” contra la “división horizontal” que generaba aquellos patrimonios individuales rechazados. En el Plan se explicaban las características de esas particulares cooperativas que, además de la propiedad y gestión colectiva, garantizaba al “socio” su residencia vitalicia con un arrendamiento “justo” (equo canon). También se sugería que, desde las administraciones públicas (municipales y regionales), se otorgaran ayudas contributivas para minimizar los intereses financieros producidos en la construcción de esas viviendas.

La lectura de los posos, cuarenta y cinco años después.
Es bien conocida la asociación entre Bolonia y el café. Por eso, haciendo un guiño a esa intensa relación intentaremos leer los posos de la taza, tras los 45 años que han transcurrido desde la aprobación de un Plan que hizo historia.
El Plan de Bolonia presentó luces y sombras desde su inicio. Desde luego, fue muy influyente en su época y logro activar una nueva visión sobre los centros históricos de las ciudades, llegando a convertirse en un paradigma, especialmente durante los años setenta y ochenta. La coherencia y brillantez del enfoque, sumado a una gran campaña mediática (con diferentes publicaciones explicativas e incluso con la edición de un libro que alcanzó una gran difusión internacional) consiguieron que el Plan de Bolonia abriera un debate muy intenso sobre el papel de los centros urbanos y la forma de intervenir en ellos.
Portada del libro “ Bolonia, política y metodología de la restauración de centro históricos” publicado por P.L. Cervellati y R. Scannavini en 1973 con los argumentos y conclusiones del Plan realizado.
Pero las sombras surgieron pronto (primero en otros lugares y luego en la propia Bolonia). Desde otras ciudades se argumentó que Bolonia era un caso muy singular (espacial y políticamente) y que su experiencia no era fácilmente trasplantable a otros entornos, que podían tener una entidad muy distinta o presentar conjuntos con menores valores monumentales e históricos.
En cualquier caso, las primeras críticas que recibió el Plan, fuera de Bolonia, no tuvieron su origen en cuestiones disciplinares, sino en la contradicción que manifestaba con los principios y fines de las sociedades contemporáneas. La admiración que suscitaba su metodología y visión formal se transformaba en rechazo hacia las componentes ideológicas que determinaban su modelo social. El modelo fue desvirtuándose en su aplicación en otros lugares, ya que se replicó solamente en sus componentes formales, escenográficos y superficiales pero no así en lo referente a sus contenidos socio-económicos, que fueron ignorados. En cierto modo, podríamos decir que, en sus “reproducciones” en otros municipios, el Plan de Bolonia fue despojado de su sustancia ideológica y quedó como una metodología rigurosa para la restauración de los centros históricos urbanos.
Perspectiva del resultado final de una de las Manzana prototipo que fue utilizada como muestra para la política del rehabilitación del centro histórico de Bolonia.
En segundo lugar, tras la fascinación inicial, con los años, también se pondría en cuestión la relación con la historia, imputándole una rigurosidad excesiva que sometía y agarrotaba la creatividad del presente. La admiración que despertó la rigurosidad del método analítico (con la prolija recogida de datos y la meticulosidad en la elaboración de tipos), pronto fue cuestionada, por el excesivo esfuerzo que exigía (y que se materializaba en un tiempo y unos costes de realización importantes). Aparecieron metodologías que aplicando un proceso similar, simplificaban cada una de sus etapas, para favorecer su aplicabilidad. La paciente tarea del método boloñés se tornaba así en una relación más relajada con la herencia histórica, que abría mayores posibilidades de interpretación. Además surgieron argumentos en contra del “embalsamamiento” de la ciudad y a favor de su carácter de palimpsesto, en el que cada generación incorporaba su visión. Y también se comenzó a constatar que la “momificación” (en palabras de los detractores) del espacio, carecía de sentido, ya que impedía que la ciudad se adaptara a las necesidades cambiantes de la sociedad.
Planta previa y reformada según los análisis tipológicos de una de las Manzana prototipo.
Esta idea se prolongaba en una tercera cuestión, que afectaba a la rígida normativa que regulaba el desarrollo urbano y que dejaba pocas opciones de interpretación o de variabilidad. Esta falta de flexibilidad fue uno de los principales argumentos esgrimidos por la iniciativa privada que veía escasas posibilidades de reacción (es decir, menores opciones de ampliar la oferta) ante los cambios sociales (es decir, aparición de nuevas demandas). Hay que recordar que el puntal fundamental sobre el que se apoyaba el Plan de Bolonia era el Sector Público, pero éste se encontró pronto con dificultades para acometer inversiones tan importantes y tuvo que recurrir (muy a su pesar) al Sector Privado para que colaborara, y éste, puso sus condiciones. La lucha desde las trincheras más liberales, fue desgastando el “historicismo trasnochado” que, según ellos, propugnaba el Plan, para proponer una interpretación más “suavizada” de la herencia histórica (y de sus exigencias normativas).
El Plan también tuvo problemas intrínsecos, que complicaron su desarrollo. Bolonia, como hemos comentado, inauguró el método científico-urbanístico, en el que tras una minuciosa recogida de información se procedía al riguroso análisis de la misma, para poder elaborar un diagnóstico que dirigiera los objetivos de intervención. Pero esta metodología fue demasiado exhaustiva y pormenorizada, hasta el punto de que, en ocasiones, la visión general se vio entorpecida por la observación, excesiva y sin perspectiva, del detalle. La demostración de la dificultad de aplicación de ese método, tan cerrado y laborioso, se aprecia en el hecho de que, en 1979, en Bolonia, solamente se habían concluido 300 viviendas.
Un último tema que afectó a la permanencia del Plan fue el tiempo. Porque, ciertamente todo Plan Urbanístico es un objeto cultural y que responde a un momento social y tecnológico concreto, e ineludiblemente sus bases de partida varían, lo cual justifica que el planeamiento deba ser revisado periódicamente. Esto es así porque la sociedad evoluciona y surgen nuevas necesidades que exigen nuevos requisitos a la ciudad. Los tiempos cambian y también las formas de habitar, imposibles de predecir. Por ejemplo, en el caso de la Bolonia actual, y más particularmente de su Centro Histórico, es reseñable la modificación del residente habitual. La numerosa población estudiantil, los miles de viajeros que se acercan a la ciudad gracias a su atractivo turístico y, en general, los visitantes ocasionales, tienen una incidencia más alta que la propia de los residentes tradicionales. La variabilidad ocasionada por las dinámicas de estos colectivos (por ejemplo con unos periodos de rotación cortos o con el fomento de una vigorosa vida nocturna) obliga a compatibilizar funciones potencialmente hostiles como la habitación, el trabajo y el ocio y, en consecuencia a modificar el funcionamiento urbano. Además, las necesidades de tráfico también se ven afectadas tanto por incremento como por disminución y también por su naturaleza (vehículos públicos o privados) poniendo en evidencia algunas partes de la trama que resultan incapaces de servir al nuevo organismo con eficacia. El cambio permanente es más constatable en la realidad actual de nuestras ciudades, en un contexto radicalmente diferente al que las ha caracterizado durante las últimas décadas (baste pensar en la globalización, en las nuevas tecnologías, en las nuevas composiciones familiares, en los nuevos hábitos sociales, etc.)
Alzados de una de las manzanas prototipo que fueron objeto de actuación prioritaria.
Con todo, las aplicaciones del modelo boloñés fuera de Bolonia fueron escasas (los casos más similares se llevaron a cabo en algunas ciudades italianas como Ferrara, Brescia, Como, Módena o Vicenza). Aun así, el Plan de Bolonia fue muy meritorio, porque la experiencia boloñesa puso sobre la mesa de la reflexión urbanística una considerable colección de temas, algunos de los cuales siguen abiertos todavía hoy, cuarenta y cinco años después. En el fondo subyace la idea de qué hacer con las “ciudades heredadas”, diseñadas con otros criterios y que, por su extraordinario valor, deben ser adaptadas para seguir formando parte del organismo urbano “vivo”. La relación del presente con el pasado es un tema recurrente que recibe argumentos diferentes en función de los principios que rigen las sociedades en cada momento. En relación con esto, continúa también el debate sobre la flexibilidad/rigidez de los métodos, lo cual enlaza, por ejemplo, con la aceptación o el rechazo de la elaboración de tipos referenciales. En algunos casos se ha desechado la elaboración de tipologías dando paso a políticas de conservación puntual mimética y de liberalización del resto (aplicando normativas, más o menos laxas, de materiales, colores, etc.) o se ha apostado por el recurso a las opiniones de comités de expertos. O también prosigue la discusión sobre los sistemas de financiación entre quienes defienden la prioridad de la inversión pública o de la privada, con las servidumbres que cada caso conlleva.


Quizá, la mayor aportación del Plan de Bolonia fue iniciar una nueva apreciación sobre los centros históricos en nuestras ciudades. Tanto, en la comentada consideración de organismos unitarios, como, siguiendo con la analogía biológica, buscando restituir su papel protagonista en el cuerpo urbano

4 comentarios:

  1. Consulta: saben donde puedo encontrar el libro Bolonia. Politica y Metodologia de la restauración de centros historicos.?

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  2. Lo más fácil es buscarlo en bibliotecas especializadas (tipo colegios de arquitectos) porque es posible que esté descatalogado (lo editó Gustavo Gili). El libro es magnífico para conocer el Plan y sus intenciones.

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  3. A pesar de que la retórica oficial actual ha adoptado (sobre el papel) buena parte de los presupuestos de la conservación activa, en la práctica es la línea de la conservación pasiva, con métodos de intervención renovados y no sin controversias dialécticas internas, la que ha llegado con más vigor a nuestros días, afianzándose más, si cabe, tanto por la vía de los hechos consumados como por las tendencias conceptuales más actuales, como la aproximación basada en el paisaje urbano histórico propuesta por UNESCO para las Ciudades Patrimonio Mundial (Lalana, 2011).

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  4. En todo caso, la salvaguardia del patrimonio no puede quedar limitada a la de la conservación de los monumentos o de las escenas urbanas pintorescas, sino que ha de estar incluida en una estrategia global de la ciudad, que tenga en cuenta muchos más aspectos. Campos Venuti planteaba, ya hace más de 30 años, cinco salvaguardias para la ciudad: la pública, la social, la productiva, la ambiental y la programática (Campos Venuti, 1981, 53-56).

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