“Excesivo” es
un adjetivo controvertido. Indica que algo va más allá de lo normal, de lo
razonable, de lo equilibrado. Pero aplicarlo requiere una referencia con la que
comparar y no siempre hay un acuerdo generalizado para establecerla. Sobre
todo, con los excedentes moderados, porque cuando son exagerados sí suele
suscitarse la unanimidad.
Esto puede
ser trasladable a la ciudad y entonces hablaríamos de “ciudades excesivas”,
denominación que tampoco queda exenta de polémicas. Habitualmente los excesos
suelen referirse a cantidades de población que superan lo recomendable, pero
hay otros. En este artículo abordaremos dos casos muy conocidos. En el primero,
Lagos, la antigua capital de Nigeria, nos acercaremos a una ciudad
desbordada demográficamente y caracterizada por la “informalidad” (en
sentido urbanístico). En el segundo, la superación de la moderación
presenta claves económicas en una ostentación desmedida, que ha generado
una especie de planificada monumentalidad de “nuevo rico”. Para ello,
acudiremos a Dubái, la capital del emirato homónimo que forma parte de
los Emiratos Árabes Unidos.
Lo “excesivo”, un
calificativo aplicable a algunas ciudades.
Excesivo es
un adjetivo controvertido. Indica que algo va más allá de lo normal, de lo
razonable, de lo equilibrado y afecta tanto a cuestiones cualitativas (“es excesivamente
sentimental”) como cuantitativas (“produce un ruido excesivo”). Pero aplicarlo
requiere una referencia con la que comparar y no siempre hay un acuerdo
generalizado para establecerla. Sobre todo, con los excedentes moderados,
porque cuando son exagerados sí suele suscitarse la unanimidad. Disponer de una
referencia “normalizada” es difícil, pero el convenio surge, aunque con esfuerzo,
en cuestiones cuantitativas y sirve de base para fijar baremos reglamentarios
(por ejemplo, niveles sonoros admisibles, temperaturas ideales, etc.)
Esto puede
ser trasladable a la ciudad y entonces hablaríamos de “ciudades excesivas”,
denominación que tampoco queda exenta de polémicas. Habitualmente, los excesos
suelen referirse a cantidades de población que superan lo recomendable, pero
hay otros. En este artículo abordaremos dos casos muy conocidos y muy diferentes.
En el
primero, nos acercaremos a Lagos, la antigua capital de Nigeria, una
ciudad desbordada demográficamente (es el destino de una emigración
extraordinaria que se suma a su propio incremento vegetativo) y que se ve caracterizada
por la “informalidad” (en sentido urbanístico). Los datos de crecimiento
son impresionantes y vertiginosos, imposibilitando cualquier planificación, de
manera que la ciudad va configurándose espontáneamente. Es prácticamente
imposible organizar con racionalidad los suministros o los saneamientos para garantizar
un mínimo nivel de vida (con salubridad suficiente, por ejemplo). La mayor
parte de sus habitantes viven hacinados en infraviviendas que se extienden sin
control en unas condiciones que serían inadmisibles en nuestro entorno. Todo es
excesivo en Lagos.
La congestión y la intensidad comercial callejera son
dos rasgos de la antigua capital de Nigeria.
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En el segundo
caso es Dubái, la capital del emirato homónimo que forma parte de los
Emiratos Árabes Unidos. Allí, la superación de la moderación presenta claves
económicas, expresadas en una ostentación desmedida, que ha generado una
especie de planificada monumentalidad de “nuevo rico”. En Dubái, el exceso
puede relacionarse con una estrategia de “city marketing” que busca
asombrar y atraer turismo de alto standing, pero también con la soberbia humana
que surge cuando se dispone de dinero a raudales para gastar.
En cualquier
caso, la calificación de “excesivo” puede no resultar negativa A veces,
sobrepasar los límites de lo razonable conduce a caminos inexplorados que
pueden esconder recompensas. La excesiva informalidad de la “jungla urbana” de Lagos
se resuelve con una autoorganización impredecible que hace funcionar la ciudad
y que quizá esté avanzando situaciones futuras en otros lugares. Y la opulencia
desmedida de Dubái es producto de una estrategia de atracción que está dando
sus frutos.
Pero Lagos y
Dubái comparten algo más que el calificativo de excesivas. Su realidad las
convierte en ejemplos paradigmáticos y radicalmente opuestos en cuestiones
de sostenibilidad o renta per cápita.
La sostenibilidad
es uno de los principales objetivos que dirigen las actuaciones urbanas
actuales. En Lagos todo se aprovecha, todo tiene un nuevo uso posible, siempre
hay alguien dispuesto a reutilizar lo que otro rechaza. En Lagos se manifiesta
un particular entendimiento del reciclaje por necesidad. En cambio, en Dubái, los
recursos utilizados para su construcción son descomunales y el consumo
energético exigido para mantener las infraestructuras creadas es enorme, contradiciendo
la filosofía ecológica.
Por otra
parte, está la renta per cápita. Lagos, aun siendo la ciudad más próspera de
Nigeria, presenta unos índices de pobreza elevadísimos (aunque también alberga
familias acaudaladas). Por el contrario, en Dubái todo el mundo parece ser rico,
lo cual no quiere decir que ese supuesto paraíso carezca de desigualdades muy
notables (los inmigrantes que están construyendo las infraestructuras no suelen
aparecer en los indicadores).
Lagos, ciudad
excesiva: crecimiento e informalidad urbanística en la “jungla urbana”.
En la antigüedad
hubo ciudades que nacieron como sin querer. Otras en cambio lo hicieron con
mucha premeditación. Entre las primeras, hay algunas que, sorprendentemente, superaron
la espontaneidad original y lograron alcanzar el imprescindible nivel de
organización que exige todo funcionamiento urbano. Por eso sobrevivieron.
Con la
modernidad, las nuevas ciudades son ejemplos de la estrategia planificada. No podría
ser de otra manera dado el ingente esfuerzo y la cantidad de recursos que
requieren. Pero esto no significa que haya desaparecido la informalidad
(que, en sentido urbanístico, es lo opuesto a la planificación). Desde luego, ya
no surgen nuevas ciudades involuntariamente, pero sí crecen vertiginosa y
descontroladamente muchas de las existentes, sobre todo las ubicadas en el
anteriormente llamado “Tercer Mundo”, en países en vías de desarrollo. Los
crecimientos de estas urbes están vinculados a los de las clases sociales más
pobres que suelen llegar en migraciones intensas y continuas, buscando un
futuro mejor. Estos nuevos barrios, que surgen sin proyecto y sin previsión han
dado lugar a lo que se conoce como “ciudad informal”. Lagos es un ejemplo
típico (pero se están dando casos en otras partes de África, Asia y Sudamérica)
Lagos es una ciudad marítima que fue capital de Nigeria
hasta la planificación de Abuja, una nueva ciudad construida para asumir esa
dignidad.
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Lagos fue
la capital de Nigeria hasta 1976, cuando, dentro de una estrategia de reordenación territorial, esa
distinción pasó a Abuja, una nueva ciudad creada en el interior del país para
tal fin. Lagos era una ciudad costera que había prosperado extraordinariamente
apoyándose en su puerto y gracias al tráfico de materias primas. Esa
circunstancia la convirtió en un lugar muy atractivo para muchos que no
encontraban salida en los difíciles interiores nigerianos. Así una ingente
cantidad de población, mayoritariamente pobre, se fue desplazando a la ciudad
en busca de oportunidades. Durante las décadas de 1960 y 1970 el crecimiento
fue extraordinario. Lagos, que contaba con 252.000 habitantes en 1952,
superó el millón en menos de veinte años, alcanzando en 1971 la cifra de
1.200.000 personas. La ciudad se vio totalmente desbordada y comenzó a sufrir
graves problemas infraestructurales, de vivienda, de servicios, etc.
Pero ese
crecimiento espectacular quedaría minimizado al compararse con lo que sucedió a
partir de entonces: una auténtica explosión demográfica. En la
actualidad es difícil saber cuál es la verdadera población de Lagos, pero los analistas
coinciden en que es la mayor de África (superó a El Cairo en 2012).
Según diferentes aproximaciones, el área metropolitana de Lagos puede tener entre
17,5 y 21 millones de personas y algunos analistas especulan con la
posibilidad de que la población pueda duplicarse para el año 2050. La ONU
apuntó que Lagos está creciendo con ¡77 nuevos habitantes por hora! y espera
que mantenga ese ritmo al menos hasta 2030 (UN World Urbanization Prospects,
2014)
El crecimiento de Lagos ha sido explosivo. En la imagen
se indica la extensión en distintos periodos del siglo XX.
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Con esa
dinámica acelerada vertiginosamente, Lagos se convirtió en un caos. No había
ningún tipo de planificación y el crecimiento se realizaba de manera informal,
es decir, sin ningún orden ni concierto. Lagos es una ciudad excesiva por
reflejar una vitalidad inaudita que desborda cualquier intento de previsión.
Lo es también por ser ejemplo de una informalidad alocada cuyo aparente caos
esconde una autoorganización impredecible (desde luego para las mentes
racionales occidentales). Es excesiva por albergar masas de población que se
encuentran por debajo de los umbrales de pobreza y, a pesar de eso, sigue
siendo la meta de miles de personas que se dirigen hacia ella con la esperanza
de prosperar (o de sobrevivir simplemente).
La falta de planificación general ha convertido Lagos
en un conglomerado informal, complejo y heterogéneo, con sorprendentes
vecindades.
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Tal es así
que su realidad llamó la intención de estudiosos y planificadores urbanos
sorprendidos. En 1997, Lagos se situó en el foco urbanístico internacional
gracias a una investigación académica dirigida por Rem Koolhaas y Kunlé Adeyemi
dentro de la Universidad de Harvard que duraría dos años y presentó unas
interesantes conclusiones. Koolhaas hizo hincapié en que había que darse cuenta
de que una ciudad como Lagos era muy distinta a nuestras planificadas y
controladas urbes occidentales. El acercamiento para comprenderla debe
contemplarla como un organismo anárquico, o al menos impredecible, que avanza
empujado por el ímpetu de unos ciudadanos que convierten las desventajas en
oportunidades, que improvisan, asumen riesgos y aceptan casi cualquier
realidad. No podemos aplicar las lógicas occidentales que pueden
ser inapropiadas para abordar soluciones ante esa escala (de extensión y
población) y esos problemas (carencia de infraestructuras o atascos de tráfico
constantes, por ejemplo)
Sobre esa
base se realizó un documental: “Lagos Wide and Close - An Interactive
Journey into an Exploding City”, dirigido en 2002 por Bregtje van der Haak,
en el que se muestra la realidad de esa impresionante ciudad, con los comentarios
de Rem Koolhaas.
Lagos destaca por una vitalidad intensa pero difícil.
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Para algunos,
los excesos de Lagos están advirtiendo sobre modelos urbanos de un futuro
próximo, donde la autoorganización de los ciudadanos sucede a la
planificación de técnicos y políticos. Los problemas con los suministros (agua
y luz, sobre todo) y con las infraestructuras (saneamientos difíciles y
tráficos en congestión permanente) son endémicos en una ciudad donde la
improvisación es una de las principales señas de identidad. Y, a pesar de todo,
sorprendentemente, la ciudad funciona.
Dubái, ciudad
excesiva: ostentación económica entre la estrategia y la soberbia del “nuevo
rico”.
¿Puede nevar
en el desierto en plena canícula?, ¿puede urbanizarse el mar?, ¿se puede vivir
a casi un kilómetro de altura?, y la pregunta más sorprendente: ¿puede hacerse
todo esto en el mismo lugar? La respuesta a las primeras cuestiones podría ser
afirmativa (con alguna reserva) en varias ubicaciones del planeta, pero, la
cuarta, que reúne todas las anteriores en un único sitio, puede parecer imposible,
pero tiene una contestación positiva: Dubái.
Dubái es uno
de los ejemplos contemporáneos de la ostentación, de la exhibición presuntuosa
y vanidosa de la fortuna (que tiene su origen en el petróleo). Dubái es una manifestación
excesiva del lujo y de la riqueza aparentemente impulsada por el deseo de
ampliar los sectores económicos de la ciudad para hacerla depender menos de la
industria derivada de los hidrocarburos.
La
ostentación urbana no es algo nuevo, ni siquiera Dubái es un caso aislado en nuestra época. Los
motivos que han llevado, y llevan, a esas demostraciones excesivas de opulencia
pueden ser diferentes, pero siempre hay un denominador común, que tiene que ver
con las elevadas aspiraciones de unos gobernantes que utilizan a la ciudad para
conseguirlas. Podemos recordar cómo los emperadores de la antigua Roma la convirtieron en una urbe de un esplendor inusitado. La excusa
compartida era que la capital imperial debía mostrar su poderío para subyugar a
los visitantes (amigos o enemigos), abrumados ante tanta riqueza monumental;
pero, en el fondo, cada mandatario actuaba lisonjeando su propio ego, esperando
superar a sus predecesores con la construcción de obras espectaculares que le
garantizaran la eternidad y, de paso, contribuyeran a levantar esa capital
deslumbrante. En nuestra época, hay diversos ejemplos que combinan ese deseo de
pompa arquitectónica con la soberbia humana. Entre las obras actuales que
buscan efectos similares a las grandes construcciones de la antigüedad,
apreciamos tecnologías llevadas al límite, dimensiones descomunales, o espacios
aparentemente imposibles. Una muestra de ello es la nueva capital de
Kazajistán, Astaná (rebautizada
en 2019 como Nur-Sultan), pero entre todas las exuberancias, la más
destacada es, precisamente, Dubái.
Dubái es una ciudad costera del Golfo Pérsico, capital
del emirato unido que está integrado en el estado denominado Emiratos Árabes
Unidos.
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Dubái es la
capital de uno de los emiratos que integran los Emiratos Árabes Unidos (EAU),
un estado enclavado en la península arábiga junto al Golfo Pérsico. Los EAU son
una federación de siete estados regidos cada uno por su emir y con un gobierno
central que los coordina. Además de Dubái (la capital y el emirato se llaman
igual), los otros seis son: Abu Dabi, Ajmán, Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarja y Umm
al-Qaywayn.
Dubái se
convirtió en una ciudad próspera gracias al petróleo, sobre todo a partir de
los años setenta del siglo XX. La constitución de los EAU en 1971 reforzó sus
posibilidades. La capital del emirato fue recibiendo infraestructuras básicas
para su desarrollo, desde las que conectaban con el exterior, como el
aeropuerto internacional (con línea aérea propia, Emirates Airlines) o
el puerto de Jebel Ali; hasta las que facilitaban la vida en el interior
urbano, como plantas desalinizadoras o nuevos puentes y vías. Su tradicional
economía comercial se incrementó y comenzó tímidamente un acercamiento al
turismo, sector al que se pretendía acceder. Pero había que crear atractivos
para esa floreciente industria y esa sería la estrategia emprendida a partir de
la década de 1990.
El hotel de gran lujo Burj Al Arab deslumbró al mundo
cuando se construyó. Fue uno de los primeros pasos de la estrategia del emirato.
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Dubái se
convertiría en una ciudad excesiva porque decidió poner en marcha una serie de
operaciones en contra de la lógica de su territorio. Esto formaba parte de la estrategia
de sus gobernantes que aspiraban a posicionar su capital en la escena
internacional como un destino turístico de primer nivel (en parte, buscando ingresos
alternativos al petróleo y en parte, por satisfacer sus ansias de
reconocimiento). Para conseguirlo, era necesario asombrar al mundo y
particularmente a la clase social más elevada del planeta a la que se conquistaría
con una oferta sin competencia. La creencia absoluta en las posibilidades
tecnológicas y una aparentemente inagotable capacidad financiera serían los
motores de una serie de transformaciones que cambiarían radicalmente la ciudad.
Dubái comenzaría a adquirir una monumentalidad contemporánea que bien podría
ser tachada de “nuevo rico”.
Desde
luego, Dubái no tenía déficits de suelo para implantar nuevos usos, pero los
terrenos eran parte del desierto y eso no iba a persuadir al público-objetivo.
Por eso, la decisión de los gobernantes fue crear nuevos entornos, “urbanizando”
el mar o construyendo edificios de “récord”, que ofrecerían paisajes
idílicos y singulares para espectaculares mansiones con amarres, sofisticados apartamentos,
lujosos hoteles, resorts increíbles, parques de entretenimiento gigantescos,
etc. que tuvieran una identidad poderosa de atracción irresistible.
El
primer edificio que posicionó Dubái en la escena internacional fue el hotel
de gran lujo Burj Al Arab, situado en una isla artificial construida
a casi 300 metros de la playa y a la que se accede por una vía-puente. El
icónico hotel fue levantado entre 1994 y 1999 siguiendo el diseño de la empresa
Atkins, contando con la dirección de Tom Wright.
Plan y ortofoto del litoral de Dubái. El Dubai Waterfront
y Palm Deira todavía no están construidos.
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A
partir de ese impacto inicial, otras operaciones fueron asentando la ambiciosa
apuesta de la ciudad por convertirse en referencia del turismo de alto standing.
Se continuó con las Palm Island, archipiélagos de islas artificiales
situados frente a la costa que adoptaban formas de palmera. Las actuaciones
impresionarían por su peculiar conformación, pero también por su extensión, su
dificultad tecnológica y las gigantescas inversiones necesarias. Son tres
conjuntos cuyos nombres son Jumeirah (que, comenzada en 2001, es la más
pequeña con sus 5,6 km2), Jebel Ali (emprendida en 2002, con 8,4 Km2) y Deira
(la mayor, iniciada en 2004 con 46,3 km2, y actualmente interrumpida). Las
islas-palmera no son las únicas urbanizaciones que pueblan el frente marítimo
de Dubái. “The World”, empezado en 2003, es un conjunto de unas 300
islas que simulan un mapamundi. Dubai Waterfront, arrancó en 2007 como
un conjunto de canales e islas artificiales que sumarían 130 km2, aunque es
otro de los proyectos inacabados. En 2008 se anunció The Universe, un archipiélago
que recordaría formas astrales, pero que todavía no se ha comenzado a construir.
El
asombro del mundo no cesó con esas demostraciones ya que en 2005 se inauguró Ski
Dubai, una de las estaciones de esquí cerradas más grandes del mundo
(22.500 m2 de superficie esquiable). Esta fue, y sigue siendo una operación muy
polémica, criticada por la energía que consume para mantener la temperatura
bajo cero en pleno desierto. La apuesta de Dubái se va completando con otras
promociones. Es el caso del colosal complejo de entretenimiento Dubailand,
que cuando esté concluido será, con sus 278 kilómetros cuadrados el mayor
parque de atracciones del mundo, superando en más del doble la extensión del
Disney World de Florida.
Entre
2004 y 2010 se levantó el que desde entonces es el rascacielos más alto del
mundo, el Burj Khalifa con sus 828 metros de altura, superando en
más de 300 metros el registro anterior de la torre Taipei 101 de Taiwan
(que actualmente, “sólo” es la octava mayor altura). El proyecto fue realizado
por Adrian Smith y Skidmore, Owings and Merrill (SOM).
Dubái,
a pesar de disponer de fuentes de inversión extraordinarias gracias al
petróleo, también ha sufrido las consecuencias de la crisis de 2008, hecho que
ha llevado a interrumpir y retrasar algunas de las actuaciones que se estaban
acometiendo. No obstante, el ímpetu y los delirios de grandeza que parecen
buscar continuamente superar récords, no han cesado y son muchos los proyectos
que siguen la estela de una ciudad excesiva.
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