En nuestro tiempo de sofisticadas tecnologías de orientación y donde la
realidad aumentada es capaz de mostrarnos sorprendentes escenarios virtuales,
descubrir la ciudad siguiendo los sistemas “tradicionales” puede parecer un
anacronismo. Pero no es así. Pasear con tiempo, sin la ayuda de los
navegadores, interpretando planos y dejándose llevar por las sugerencias de la
arquitectura, prestando atención a los detalles, sigue siendo la mejor manera de
profundizar en una ciudad. Desde luego, esto es así para las generaciones
“analógicas”, pero también para los nativos digitales y particularmente para
los niños. Porque la ciudad es un poderoso y estimulante campo abierto a muchos
tipos de juego, algunos de ellos relacionados con la misma experiencia espacial
que puede resultar divertida y apasionante.
Algo de eso sucede en Dijon. La monumental capital de la Borgoña francesa
ofrece una entretenida opción para ser explorada jugando a perseguir chouettes
(lechuzas o buhitos, el ave simbólica de la ciudad) que apuntan direcciones y
llaman la atención sobre los principales hitos arquitectónicos y urbanos. “Le
parcours de la chouette” es una manera de descubrir la ciudad jugando. Da
igual la edad que se tenga.
El recorrido de las chouettes, una divertida forma de conocer el
centro de Dijon.
En nuestro tiempo de sofisticadas tecnologías de orientación y donde la
realidad aumentada es capaz de mostrarnos sorprendentes escenarios virtuales,
descubrir la ciudad siguiendo los sistemas “tradicionales” puede parecer un
anacronismo. Pero no es así. Pasear con tiempo, sin la ayuda de los
navegadores, interpretando planos y dejándose llevar por las sugerencias de la
arquitectura, prestando atención a los detalles, sigue siendo la mejor manera de
profundizar en una ciudad. Desde luego, esto es así para las generaciones
“analógicas”, pero también para los nativos digitales y particularmente para
los niños. Porque la ciudad es un poderoso y estimulante campo abierto a muchos
tipos de juego, algunos de ellos relacionados con la misma experiencia espacial
que puede resultar divertida y apasionante.
Algo de eso sucede en Dijon. La monumental capital de la Borgoña francesa
ofrece una entretenida opción para ser explorada jugando a perseguir chouettes
(lechuzas o buhitos, el ave simbólica de la ciudad) que apuntan direcciones y
llaman la atención sobre los principales hitos arquitectónicos y urbanos.
Plano del centro de Dijon señalando el recorrido
indicado por la lechuza de Dijon con sus 22 hitos.
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“Le parcours de la chouette” es una manera de descubrir la ciudad
jugando. Da igual la edad que se tenga. El recorrido consta de 22 etapas, a lo
largo de unos tres kilómetros, identificado por casi 1.600 plaquitas
triangulares doradas, encastradas en el pavimento, en las que se encuentran grabadas
las chouettes, y por otras 22 placas, rectangulares y mayores que
señalan la ubicación de cada uno de los lugares memorables.
Las plaquitas son como las migas de pan de Pulgarcito, pero sin riesgo de
desaparecer y desorientar a sus seguidores. Son muchos los visitantes que se
“aventuran” a seguir a esas aves, tanto rastreando el suelo (algo con lo que
los niños disfrutan) como apoyándose en una app específica preparada
para dispositivos móviles que proporciona información complementaria (la
tradición se une con la innovación).
El término francés chouette se traduce como lechuza, aunque
en ocasiones puede verse utilizado también para los búhos (aunque estos disponen
de su propio vocablo, hibou). Las dos aves son muy parecidas y sus
diferencias son sutiles: los búhos son más grandes y cuentan con unas
características plumas en la cabeza que aparecen como si fueran unas orejas
salientes. En contraste, las lechuzas son más pequeñas y carecen de esas
protuberancias, además de presentar una careta muy característica. En los
dibujos de la chouette de Dijon aparecen dos tríos de pelillos saltones
que bien pudieran identificar a un búho en lugar de una lechuza, aunque en el
fondo esa disquisición no es importante.
Tanto el búho como la lechuza son animales a los que se les otorgó
antiguamente un fuerte carácter simbólico. El búho representaba la sabiduría
y la inteligencia, cuestiones que también se relacionaron con la lechuza,
aunque a esta rapaz se le sumaron otras referencias más oscuras (en algunas culturas
encarnaba la muerte y en otras se la relacionaba con la brujería).
No se sabe a ciencia cierta porque Dijon adoptó estas aves como
representación simbólica y hay versiones para todos los gustos. Algunos
investigadores hablan de un maestro picapedrero de nombre Chouet que firmaba así
las piedras que tallaba para Nôtre-Dame; otros recurren a la mitología y
justifican el hecho en que los Duques deseaban la asociación simbólica con
Atenea, la diosa griega (de la inteligencia y la sabiduría) que tenía en ellas
su animal totémico; también hay quien argumenta que la elección respondió a la
necesidad de protección, puesto que esas aves nocturnas pueden alertar en caso
de peligro; y quienes creen que es producto de una serie de circunstancias que
en el siglo XVII las convirtieron en un amuleto de la buena suerte.
En la base de uno de los
contrafuertes de la iglesia de Nôtre Dame se encuentra la lechuza (o el búho)
de la buena suerte (que debe ser tocada con la mano izquierda).
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Y es precisamente este último tema el que ha dado fama a la chouette
de Dijon. En la iglesia de Nôtre-Dame, se esculpió, en la base de uno de los
contrafuertes laterales, una pequeña ave de piedra, que forma parte del
circuito exploratorio de la ciudad. Según la tradición, tocarla con la mano
izquierda proporciona buena suerte y allí permanece, deteriorada por el roce
continuo y reconstruida en numerosas ocasiones en un proceso sin fin (además de
haberse convertido en un souvenir muy típico de la ciudad).
Borgoña, un estado medieval que acabaría “disolviéndose” en la Francia
triunfante, …
Los burgundios (de cuyo nombre derivaría el de borgoñones) fueron un pueblo
de procedencia escandinava que había migrado alrededor del año 200 hacia Europa
Central, instalándose, inicialmente, en el entorno de las actuales Polonia y
Alemania nororiental. Desde allí se trasladaría hacia el rio Rin, ubicándose
entre los territorios de las tribus germánicas de los francos y de los
alamanes. No obstante, su destino final estaría más al sur. A principios del
siglo V se establecieron en la cuenca de los ríos Ródano y Saona, llegando hasta
el rio Durance, que sería su frontera meridional, gracias a la firma, en 443,
de un tratado que los convertía en foederati del imperio romano.
La caída del imperio les permitiría instaurar su propio reino, aunque
durante en el año 534, este sería conquistado y anexionado por los francos
merovingios, quienes mantendrían su autonomía nominal a pesar de ser un estado
vasallo.
Tras la muerte de Carlomagno, el territorio burgundio, o borgoñón, se
escindiría en varias entidades políticas. El tratado de Verdún de 843 integró
en la Francia Occidental el territorio situado al oeste del rio Saona
(que pasaría a denominarse Ducado de Borgoña, correspondiendo
aproximadamente con la actual región francesa de Borgoña), mientras que el
resto formaría parte de la Francia Media del emperador Lotario I. Las
complicaciones políticas de esta Francia Media forzaron a una nueva
división de los antiguos territorios burgundios en la Alta Borgoña septentrional
y la Baja Borgoña meridional. Aunque con el colapso del imperio carolingio, en
933 volvieron a integrarse como parte del Reino de Arlés (también conocido como
Arelato, que integraba además Provenza y en consecuencia disponía de
acceso al mar Mediterráneo).
Francia en 1477. Debajo, detalle
del territorio del Ducado y del Condado de Borgoña.
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La descomposición del Arelato provocó la incorporación de su área
meridional a la Casa de Francia, mientras que las partes septentrionales
tuvieron un doble destino. La zona oriental de la Alta Borgoña fue distribuida
entre las casas de Zähringen y de Habsburgo, mientras que la zona occidental se
convirtió en un condado (el Condado de Borgoña que no debe confundirse con el
Ducado), quedando como dominio personal del emperador (que corresponde en gran
parte con la actual provincia francesa del Franco Condado). La historia
posterior de ambos territorios (Ducado y Condado) es diferente, pero compartieron
el hecho de ser regiones muy disputadas durante largo tiempo entre los Borbones
franceses y los Habsburgo austriacos.
… y Dijon, su monumental capital.
El Ducado de Borgoña, que fijó su capital en Dijon, actuó como un
estado medieval independiente entre 880 y 1482 siendo protagonista de numerosos
acontecimientos y estando en el centro de muchos de los vaivenes sufridos por
las diferentes casas nobiliarias y reales de la época (la habilidad política de
los duques los llevó a controlar además de su territorio buena parte de los Países
Bajos). Con todo, la ciudad se convirtió en uno de los centros más importantes
de la época, hecho que queda testimoniado por el carácter monumental de su casco
histórico (reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, junto al
paisaje de los viñedos de Borgoña).
El solar de Dijon estaba llamado a ejercer un papel relevante en la
historia gracias a su ubicación. Originalmente eran unos terrenos pantanosos en
la confluencia de dos modestos ríos (el Ouche y Suzon) enclavados en una fértil
llanura que separaba la vertiente mediterránea (el sistema fluvial del Saona y
el Ródano) de la vertiente atlántica (el Sena y el Loira nacen cerca de Dijon).
El primer asentamiento sería celta (galo) e iría creciendo en importancia,
sobre todo en época romana (bautizado como Divio, Castrum Divaniense).
Aquel lugar se convertiría en punto de paso inevitable para los flujos
comerciales, una encrucijada que se iría reforzando conforme Dijon iba
adquiriendo notoriedad. La calzada norte-sur unía Chalon-sur-Saône (la romana Cabillonum,
que recogía el tráfico procedente de Lugdunum, Lyon) con Langres (la
romana Andomatunum, futura ciudad episcopal, y desde la que se continuaba
hacia Augusta Treverorum, Treveris). Perpendicularmente, de este a oeste
la vía conectaba Vesontio (Besançon) y el valle del Rin con Agedincum
(Sens) para seguir desde allí a Lutecia (París).
Plano del núcleo galorromano de
Dijon.
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Dijon sería amurallada en el Bajo Imperio romano, entre los años 270 y 275,
por orden del emperador Aureliano. Su fortificación haría que los obispos de
Langres prefirieran esta ciudad a su sede principal. El obispo Gregorio de
Tours dejó una descripción laudatoria de la ciudad en su “Historia de los
francos”, escrita en el año 572. En aquellos años, la ciudad contaba con cuatro
iglesias: Saint-Étienne, la basílica de Saint-Jean (que actuaba como baptisterio),
otra basílica que albergaba los restos de Santa Pascasia y la iglesia de
Saint-Bénigne (que sería catedral desde 1801).
El esplendor de Dijon llegaría durante la Edad Media, impulsado por los
influyentes Duques de Borgoña que aprovecharon su papel de charnela entre
ámbitos políticos y geográficos diferentes hasta convertir su Ducado en uno de
los estados clave de la Europa Medieval. La prosperidad de Dijon llevó a la
aparición de barrios extramuros vinculados a nuevas parroquias que se fueron
sumando a las iglesias mencionadas. Con esos burgos, Dijon crecería de manera
muy notable hecho que llevaría a plantear la construcción de un nuevo recinto
que recogiera esas extensiones. Hugo II de Borgoña puso en marcha esa nueva
muralla que ampliaba considerablemente el casco urbano y que se vería rodeada
por un foso cuyas aguas procedían del rio Suzon. Los trabajos debieron
terminarse hacia 1187. Esos muros medievales serían reforzados y bastionados en
la época moderna (acabándose los trabajos en 1540).
Primer plano de Dijon grabado en
1574 por Édouard Bredin.
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Plano de Dijon en 1696 con
indicación de la ubicación del castro romano.
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A lo largo del siglo XVI, dentro
del nuevo recinto comenzarían a proliferar mansiones y casas de ricos burgueses
que seguían el estilo del Renacimiento italiano, que tuvo en Hugues Sambin (1520-1601)
uno de los principales representantes. Esa Dijon medieval se muestra orgullosa
en el primer plano de la ciudad grabado en 1574 por Édouard Bredin.
Con el Tratado de Nimega (1678), que dio fin a la guerra entre Francia y
las Provincias Unidas de los Países Bajos, Dijon dejó de ser ciudad fronteriza.
España, que había apoyado a los holandeses, intercambió territorios con Francia
y entre estos estaba el Franco Condado que pasó a manos francesas, haciendo innecesarias
las murallas de Dijon. Sus fosos serían reconvertidos en paseos, aunque los
muros no serían demolidos hasta el siglo XIX dando lugar a los bulevares
perimetrales que desde entonces definen el casco histórico de la ciudad.
Dijon en 1892 con las murallas
sustituidas por los bulevares.
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El
interior tendría un desarrollo esplendido con importantes obras, tanto arquitectónicas,
entre las que destaca el formidable Palacio de los Duques que fue adquiriendo
gran esplendor con el tiempo (y que hoy acoge el ayuntamiento y el museo de
Bellas Artes) como urbanas, sobresaliendo la plaza semicircular real, hoy de
“La Liberación”, obra de Jules Hardouin-Mansart y numerosas rectificaciones de
calles que serían flanqueadas por espléndidos edificios clásicos tanto civiles
como religiosos.
Fachada de la iglesia de Nôtre
Dame de Dijon con su característico muestrario de gárgolas.
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Palacio de los duques de Borgoña
desde la Place Liberatión. En el centro emerge la Torre Felipe el Bueno
(Philippe Le Bon)
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Plaza de la Liberación de Dijon,
un gran semicírculo que sirve de atrio al palacio ducal.
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Imagen de la Rue de la Liberté.
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La Puerta Guillaume, uno de los
accesos históricos al centro de la ciudad (y, por supuesto, otro de los hitos
del recorrido de la chouette).
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Dijon es en la actualidad una ciudad de tamaño medio (unos 160.000 habitantes
en 2019 que ascienden a 385.000 sumando el área metropolitana), prefectura de
la región de Borgoña-Franco Condado (la capital se encuentra en Besançon), que
atesora un legado monumental de primer nivel muy apreciado por el turismo (que
también valora los vinos de Borgoña o la célebre mostaza de Dijon).
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