Pirámides hacia el cielo (Gran Pirámide de Keops en
Egipto) y pirámides hacia el infierno (Chand Baori en la India)
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Los humanos siempre han querido acercarse al cielo, pero,
hasta la invención de máquinas voladoras, los intentos de aproximación no
podían ir más allá de la ascensión a cumbres o del levantamiento de
construcciones en altura. En la antigüedad, las pirámides asumieron este papel
y, como si fueran montañas artificiales, se convirtieron en el lugar para la
conexión trascendente con la divinidad y la eternidad.
Pero la forma piramidal no albergó únicamente tumbas y
templos, sino que también adoptó una posición invertida para hundirse en el
suelo y ofrecer funciones y significados más mundanos, relacionados con los
recursos ofrecidos por la “madre” Tierra (sobre todo los relacionados con el
agua, como en los baori, los espectaculares aljibes del norte de la
India).
En ambos casos, normal o traspuesta, la pirámide es una de
las construcciones arquitectónicas más asombrosas de la antigüedad, tanto por
cuestiones técnicas como por la poderosa carga simbólica que recibieron. Buena
parte de sus significados se basan en las peculiaridades geométricas del
poliedro, pero también en su “relación” con el cielo y el infierno, lo divino y
lo humano, o la vida y la muerte, sin olvidar otras connotaciones de poder y de
orden social, e incluso esotéricas.
Pirámides: geometrías
significantes.
Los humanos siempre han querido acercarse al cielo. Pero,
hasta la reciente invención de máquinas voladoras, los intentos no podían ir
más allá de la ascensión a cumbres o del levantamiento de construcciones en
altura. La proximidad a los dioses fue la razón principal de esa aspiración
ancestral, aunque luego encontraría un nuevo impulso en la expresión de
dominio de unos hombres sobre otros. En la antigüedad, las pirámides asumieron
este papel de “escalera al cielo” y, como si fueran montañas artificiales, se convirtieron
en el lugar para la conexión trascendente con la divinidad y la eternidad
(además de otros significados como la aludida manifestación de poder). La
técnica y el simbolismo se aliaron para crear uno de los tipos constructivos
más fascinantes de la historia.
La propia palabra advierte del sentido alegórico de la
forma. El término pirámide procede del latín pyramis, y este,
a su vez, del griego antiguo πυραμίς (pyramís) y de πυρα (pyra,
que hacía referencia a hoguera y fuego; cabe recordar que, en español, la
palabra pira mantiene ese sentido de fogata). La particular disposición
que suelen adquirir las llamas, por lo general anchas en la base y apuntadas
hacia arriba, habría sido la responsable de la identificación de la forma
piramidal con esa peculiar configuración de las hogueras.
Una cuestión que llamó la atención antropológica durante
bastante tiempo era la que interrogaba sobre el hecho de que civilizaciones
sin ningún contacto entre ellas levantaran edificaciones piramidales semejantes
(mesopotámicas, egipcias o mayas, principalmente, pero también asiáticas como
en China o Camboya con los templos Khmer). La explicación es más sencilla que las
que apuntan algunas propuestas de carácter esotérico. Fue la existencia de aspiraciones
comunes y limitaciones tecnológicas análogas las que llevaron
a diferentes grupos humanos a realizaciones similares, como comentaremos
despues.
Pirámide escalonada de la época Khmer en Koh Ker (Camboya) |
No obstante, la forma piramidal no miró exclusivamente hacia
el cielo, sino que también adoptó una posición invertida para hundirse en el
suelo y ofrecer funciones y significados más mundanos, relacionados con los
recursos ofrecidos por la “madre” Tierra, sobre todo los relacionados con el
agua, como en los baori, los espectaculares aljibes del norte de la
India (hay un tercer caso, utilizado residualmente en épocas modernas, que
presenta edificios como pirámides invertidas situando el ápice sobre el ras del
terreno y la base ejerciendo de cubierta; con pretendidas simbologías que
mezclan lo humano y lo divino refiriéndose a la expansión y crecimiento
espiritual).
En ambos casos, normal o traspuesta, la pirámide es una de
las construcciones arquitectónicas más asombrosas de la antigüedad, y siguen
siéndolo actualmente. De hecho, son innumerables las investigaciones, informes
y libros que se han realizado sobre ellas. A esa fascinación ha contribuido sin
duda el hecho de ser edificaciones de una altura sobresaliente (en algunos
casos de dimensiones gigantescas), la inusitada precisión geométrica en tiempos
pretecnológicos, o la falta de certeza sobre el sistema concreto utilizado para
su construcción (circunstancia que ha alimentado leyendas de todo tipo) y,
desde luego, la poderosa carga simbólica que recibieron. Buena parte de
sus significados se basan en las peculiaridades geométricas del poliedro, pero
también en su “relación” con el cielo y el infierno, con lo divino y lo humano,
o con la vida y la muerte, sin olvidar otras connotaciones de poder y de orden
social, e incluso esotéricas (hasta el punto de activar un movimiento esotérico,
la piramidología, que les atribuye poderes sobrenaturales)
Apunte geométrico
sobre las pirámides.
La pirámide es un poliedro que tiene una cara
principal (que denominamos base y que puede ser un polígono cualquiera)
y una serie de caras laterales triangulares que apoyan un lado sobre la
base y unen sus vértices opuestos en otro común (el ápice o vértice
de la pirámide, distinguiéndolo así de los vértices del polígono-base). Los
lados comunes entre cualquiera de las caras se denominan aristas. La altura
de la pirámide es el segmento perpendicular (y la medida de su longitud) que
une el vértice de la pirámide con el plano de la base.
La tipología de pirámides es muy variada. Depende del
número de lados del polígono-base y de la relación posicional de este con el
ápice. Suelen recibir el nombre de su base: pirámide triangular, cuadrada,
pentagonal, etc. Si la proyección ortogonal del vértice de la pirámide sobre la
base (es decir, la altura, tal como la hemos definido) coincide con el centro
del polígono, la pirámide se denomina recta. En caso de que esto no
ocurra, recibe el nombre de oblicua. Si el polígono-base es regular,
la pirámide también adquiere ese calificativo. Una pirámide regular recta
presenta todas sus caras laterales como triángulos iguales (que pueden ser
equiláteros en los casos de polígonos de 3, 4 y 5 lados, e isósceles en todos
los demás). Los dos tipos de pirámides más conocidos son el tetraedro
(todas las caras incluida la base son triángulos equiláteros) y la pirámide
cuadrada recta en la que la base es un cuadrado (y sus lados equiláteros o
isósceles).
El área de la superficie de una pirámide es la suma
del área del polígono base y las de sus caras laterales. En una pirámide
regular recta: el área de polígono es el resultado de multiplicar la longitud
del lado de la base por la apotema y por el número de lados, dividiendo el resultado
por 2; mientras que el área de las triangulares caras laterales será el
resultado de multiplicar la dimensión del lado base por su apotema para luego volver
a multiplicar por el número de caras laterales, también dividido por 2. El volumen
de una pirámide regular recta es el resultado de multiplicar el área de la base
por su altura dividida por 3.
Geometría de la pirámide: tipos y denominaciones.
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Finalmente, si la base se apoya en el plano y el ápice se
eleva sobre ella es una pirámide normal. Por el contrario, si el vértice
de la pirámide se encuentra en el plano y la base por encima de este, paralela
al mismo, se habla de pirámide invertida. Un tronco de pirámide (o
pirámide truncada) es el cuerpo geométrico resultante al cortar la pirámide por
un plano y separar la parte que contiene al vértice. Si el plano es paralelo a
la base, el tronco de pirámide es de “bases paralelas”.
Pirámides hacia el
cielo (tumbas o templos) en comunicación con lo divino.
Como hemos anticipado, puede sorprender que diferentes
civilizaciones antiguas levantaran pirámides sin tener contacto entre ellas, pero
hay una explicación a esta coincidencia. El hecho es que sí compartían algo,
aunque fuera de modo inconsciente. Todas ellas tenían una aspiración común: construir
edificios lo más altos posible. Más adelante profundizaremos en las razones
que alimentaron esa idea concurrente, aunque ya hemos adelantado su relación
con la divinidad y la expresión de poder. Ahora atenderemos al contexto
técnico.
La edificación en altura es algo muy habitual en nuestro
tiempo porque la tecnología permite levantar interminables planos verticales
que constituyen torres prismáticas muy elevadas. Pero en la antigüedad, era
algo excepcional y, desde luego, las alturas conseguidas eran considerablemente
menores respecto a las actuales. Esto era así porque sufrían grandes
restricciones materiales y técnicas, de manera que los intentos de superar los límites
establecidos implicaban poner en riesgo el equilibrio de las edificaciones. Los
mitos expresaron esas limitaciones humanas en leyendas como la de la Torre de
Babel. Las torres demasiado ambiciosas podían derrumbarse por el empuje del
viento, por el pandeo propio de los elementos esbeltos sometidos a compresión,
por el colapso de los materiales debido al peso soportado, o también por la insuficiencia
de los mecanismos estructurales. Eran muchas las razones que ponían freno a las
construcciones verticales, y ante las limitaciones tecnológicas se impuso la
lógica constructiva que aprovechaba las posibilidades de cada época. La
única opción para los edificios de gran altura era la disposición de volúmenes
ataluzados con mayor masa en las zonas más cargadas y menor conforme se
asciende. La inclinación garantizaba la estabilidad del conjunto al distribuir
las tensiones. El resultado de esas posibilidades constructivas no fueron
airosas torres sino pesadas pirámides que, aunque menos efectivas en la
relación altura-esfuerzo, al menos eran viables (hubo ciertos intentos de
hibridación como muestran algunos minaretes helicoidales que intentaron
fusionar la verticalidad de la torre con la estabilidad de los planos
inclinados, pero fueron casos no generalizados).
La forma piramidal ha dado forma a numerosos edificios
desde la antigüedad. En la imagen, comparación de alturas entre los grandes
hitos de la antigüedad y alguno de los iconos piramidales modernos.
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No obstante, la gestación arquitectónica de la pirámide fue
paulatina. Antes de que se construyeran las primeras, aparecieron los túmulos,
que geométricamente eran troncos de pirámide, y tenían la misión de servir de
tumba. El túmulo era un amontonamiento de tierra y como tal requería de taludes
laterales puesto que ese material no se sostenía en un corte vertical
prolongado. Su evolución material llevó a las mastabas, en las que las
paredes exteriores eran de piedra, que se disponía siguiendo la inclinación de
los taludes sobre los que se apoyaban. La concepción piramidal, nacería de
allí, extendiéndose hacia arriba, como una apilación de mastabas que originó
una forma inicialmente escalonada (los zigurats), hasta que finalmente
se consiguió la pureza geométrica de la pirámide (aunque la técnica
constructiva seguía escalonando interiormente pisos de piedra que eran
revestidos con losas menores que producían la pendiente perfecta del plano
inclinado, como en las espectaculares pirámides del antiguo Egipto).
La recurrencia en utilizar plantas cuadradas (con un polígono-base
cuadrado que, junto a las otras cuatro caras triangulares, conformaba un
pentaedro), puede responder a la facilidad de construcción de esa forma frente
a cualquier otra (triangular, pentagonal, hexagonal, etc.) que fuerza a
encuentros geométricos singulares y difíciles de resolver con la piedra. Por
otra parte, las pirámides, al contrario de lo que les ocurría a las torres
prismáticas, teóricamente infinitas, nacían con la prescripción de su altura,
puesto que la determinación de su base y la inclinación del muro (fuera
escalonado o no) situaban indefectiblemente el vértice superior. Su
planteamiento inicial determina su final. Por eso, las pirámides tienen algo
de humano: el principio implica el final, el nacimiento lleva asociada la
muerte.
Pirámide escalonada de Saqqara en Egipto
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La función funeraria inicial de túmulos y mastabas varió con
los zigurats que buscaban la conquista de los cielos para relacionarse con
lo divino. Estas pirámides escalonadas eran, para las culturas
mesopotámicas, la base para un templo (de ahí su etiquetado como pirámide-templo).
En ese templo elevado se efectuaba, como sugiere Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario
de Símbolos, la hierogamia, o sea el matrimonio sagrado entre el
cielo y la tierra y la manifestación de la divinidad. Por ello, los zigurats
recibieron un fuerte simbolismo. Estos templos-montaña solían presentar siete
“escalones” correspondientes a los siete planetas-cuerpos celestes conocidos en
la antigüedad. Su simbolismo, ascendente, fusiona la significación de la forma
piramidal y la de la escalera. Cada plano-terraza disponía de una referencia
propia que emanaba del planeta-cuerpo celeste asignado y del color que le
corresponde (Saturno-negro, Júpiter-anaranjado, Marte-rojo, Sol-oro,
Venus-amarillo o verde, Mercurio-azul y Luna-plata). El orden septenario
también aludía a las divisiones del espacio y del tiempo. Por otra parte, la
circunrotación acompañaba ritualmente a la ascensión.
La pirámide-templo está presente en muchas culturas que
tuvieron en común ese deseo de acercarse al mundo divino. Muy lejos del Oriente
Medio, los mayas levantaron sus espectaculares construcciones con fines
similares, pero con rasgos formales propios. Sus pirámides presentan los cuatro
planos inclinados (por lo general escalonados, aunque más sutilmente) con una gran
pendiente, incorporando una enfática escalinata central. Estas caras laterales
tan empinadas ejercían prácticamente de fachadas de un edificio que se remataba
con una reducida plataforma superior en la que se ubicaba el pequeño templo (y
el altar para los sacrificios rituales) que justificaba toda la construcción
(en rigor geométrico, la forma correspondía a troncos de pirámide). En las
muestras americanas, la subida no circunvalaba el volumen, sino que se
realizaba directamente por las esforzadas escaleras que se desplegaban como una
“alfombra” de piedra ascensional adquiriendo un matiz diferente al oriental.
Otra diferencia radica en la distinta relación de estas
pirámides con su entorno, porque mientras las pirámides mayas se elevaban
sobre el bosque circundante, las mesopotámicas (o egipcias) eran avistadas
desde muy lejos porque surgían en planicies desérticas. Las pirámides-templo
(aunque muchas de ellas también albergaron tumbas) eran hitos que anclaban a
las comunidades a su espacio, siendo la manifestación de la apropiación de
su territorio, la marca de territorialidad, el punto de referencia al que
volver siempre, el sitio de reunión de los pueblos itinerantes que acabarían
sedentarizándose en sus proximidades. Entre otros simbolismos relacionados con
la proximidad de la divinidad, los mayas creían que la pirámide era un captador
de la energía del universo, y del sol en particular, que tras ser recibida
era repartida a los cultivos y al pueblo en general (que buscaba la proximidad a
esos edificios para recibir la bendición de los dioses). Y, por supuesto, no
estaban exentas de expresiones sociopolíticas (como poder, jerarquía, grandeza,
etc.)
Pirámide-templo maya: Templo de Kukulcán en Chichen
Itzá (México)
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La pirámide-templo está presente en otras muchas culturas. No
obstante, en el Antiguo Egipto la protagonista fue la pirámide-tumba que
depuraría la forma (desapareciendo los escalones en favor de la pureza de los
planos inclinados) y potenciaría antiguos simbolismos además de proponer otros
nuevos relacionados con la muerte y su trascendencia. En esta línea, Jean
Chevalier en su Diccionario de Símbolos indica que “la pirámide
participa del simbolismo del túmulo con el que se recubrían los cuerpos de los
difuntos; es un túmulo de piedra, gigantesco, perfecto, que eleva al máximo las
garantías mágicas esperadas de las más humildes ceremonias funerarias”.
El ritual funerario del enterramiento de los muertos enlazaba
con los antiguos túmulos y mastabas, así como con su simbolismo. La fosa en la
tierra era algo parecido a una devolución (“polvo eres y al polvo volverás”,
recuerda el Génesis bíblico, 3:19). En épocas nómadas, esos nichos, que solían
agruparse e identificarse con ciertos elementos más o menos sofisticados
(podían llegar a ser simples piedras o palos), fueron el origen de lugares
sagrados. Pero, cuando el enterramiento correspondía a un personaje ilustre
(gobernantes o sacerdotes principalmente) se levantaba un monumento en
testimonio. Eran construcciones (inicialmente de tierra, los túmulos) sobre el
nivel de suelo que, como hemos comentado, serían el antecedente formal del que
partiría la evolución hacia la pirámide, llegando a muestras tan espectaculares
como la Gran Pirámide de Keops, concluida hacia el año 2570 a.C. en la
necrópolis de Guiza, en las afueras de El Cairo. Con sus 146,50 metros de
altura original, fue una de las siete maravillas de la antigüedad y el edificio
más alto del planeta a lo largo de casi cuatro mil años, hasta el siglo XIV. Su
gigantesco volumen parte de los 230 metros de lado de la base. El asombro que
debió producir en la antigüedad por sus dimensiones y su perfección técnica
debió ser absoluto.
Necrópolis de Guiza (Egipto)
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Pero la
pirámide-tumba era algo más que un monumento funerario: era un
extraordinario colector simbólico con otros muchos significados. Juan
Eduardo Cirlot, en el referido Diccionario de Símbolos, cita a Marc
Saunier, quien concebía la pirámide como una integración de formas diferentes,
cada una con su propio sentido. Así la base cuadrada representaría a la tierra
mientras que el vértice se convertiría en el punto de partida y llegada de
todo, el “centro místico”. La unión del ápice con la base, es decir las caras
triangulares, simbolizarían el fuego y la manifestación divina.
Uno de sus
mensajes ocultos relaciona a las pirámides con el astro rey (en una idea que
también aparece en las pirámides americanas, como ya hemos reseñado). En
este sentido, las pirámides egipcias son las que mejor aprovechan las
características geométricas en su simbolismo. El ápice, especialmente en los
casos en los que la coronación era dorada (hay que recordar que algunas de las
pirámides egipcias, como sucedía en la Gran Pirámide de Keops, contaban con una
pirámide de oro culminando el vértice), se convertía en un remedo del Sol y
desde allí se “irradiaban” los rayos siguiendo las aristas de la pirámide. El
efecto que debió producir en las planicies del desierto, apareciendo como un
sol descendido a la Tierra, emitiendo la luz reflejada debió ser prodigioso. Así,
la pirámide “atraía” la energía
del Sol y era la representación petrificada de los rayos solares que
ayudarían a la regeneración y la vida eterna del cuerpo inhumado. Ese
efecto descendente por las aristas, se complementaba con el sentido contrario,
el ascendente, por el que las aristas confluyen en el vértice superior
representando el valor de la unión y la potencia resultante de la fusión de
fuerzas (esto ha sido utilizado por determinadas corrientes esotéricas que
creen que desde el vértice emanarían ondas de conexión con el mundo
extraterrestre)
Otro significado
es el que apunta Georges Possener en su Dictionnaire de la
civilisation égyptienne recuperando la idea de que el túmulo original o la
pirámide, “más que puramente utilitario en el origen, servía para evocar la
colina que emergió de las aguas primordiales en el nacimiento de la tierra y
representó así la existencia. La muerte podía combatirse pues en el plano
mágico por la presencia de este poderoso símbolo”. Así la pirámide era el recuerdo simbólico de la isla, la tierra
originaria, colina primigenia que emergía de las aguas (en este caso, de la
uniformidad del desierto) dando comienzo a la vida con la aportación de los
escalones (en el caso de los zigurats) que ayudarían al difunto a alcanzar ese
cielo donde disfrutaría de la eternidad.
Y finalmente,
como hemos apuntado al comentar las pirámides-templo, también la edificación majestuosa
de las pirámide-tumba simbolizaba el poder (derivado de la grandeza de
la construcción) y la jerarquía social (aludiendo a la comunidad de una
amplia base y con una cabeza en la cúspide, el lugar del faraón).
Una
particularidad de las pirámides-tumba es que solían conformar conjuntos
funerarios donde abundaban ejemplos de tamaños muy diferentes. Un rasgo reseñable
de estos es su ubicación, en la margen izquierda del rio Nilo, la ribera
occidental por la que se oculta el sol (el ocaso como correspondencia con la
muerte). De hecho, los palacios, manifestación de la vida, se situaron en la
margen derecha, la oriental, por la que salía el sol irradiando su energía
vital. Más allá de esta circunstancia contextual, estas necrópolis han suscitado
numerosas disquisiciones acerca de la orientación y las relaciones
posicionales entre las diferentes pirámides reunidas (muchas de ellas señalan
supuestas conexiones con constelaciones solares, como es el caso del grupo
monumental de Guiza y las estrellas que configuran Orión).
Pirámides hacia el
infierno (aljibes de agua) y su simbolismo vital.
Las pirámides antiguas no solo apuntaron al cielo. Con otros
propósitos, también señalaron hacia el infierno, apareciendo como
solución constructiva de excavaciones importantes. Nuevamente, la forma
piramidal, con sus paredes inclinadas, en este caso convergiendo en la
profundidad, sería la más conveniente técnicamente dado que los vaciados de
terreno también están determinados por las condiciones de cohesión granular de
la tierra.
Los cortes verticales solo son posibles en roca o en
terrenos de gran compacidad. Los pozos, agujeros taladrados en la tierra para
acceder habitualmente al agua (o a otros recursos subterráneos como gas,
petróleo o vetas minerales) son “túneles verticales” que, dado su estrecho
diámetro, suelen resistir ante derrumbes (aunque en algunos casos se refuerzan
sus paredes para evitar desplomes del terreno natural). Cuando la excavación es
más extensa, como sucede en los desmontes para carreteras o en las minas a cielo
abierto, lo normal es ejecutar taludes, inclinando el plano y dotando de una
pendiente al terreno para garantizar su estabilidad.
Pirámide invertida escalonada del Baori (Pushkarini) de
Hampi en Karnakata (India)
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El caso que nos interesa tiene como misión la extracción de
agua freática, yendo más allá de las posibilidades de los pozos. En la India
(especialmente en el noroeste), hay unas antiguas construcciones que no
solamente proporcionan acceso directo a las capas freáticas, sino que además
pretenden servir de almacenamiento para el agua descargada por lluvias intensas
(como sucede con los monzones). Son los baori, una tipología
arquitectónica que disponía una forma piramidal invertida para estos fines. Baori
es una palabra hindú que puede ser traducida como “cisterna escalonada”. Estos
grandiosos depósitos se hundían en el terreno gracias al ataluzamientos de sus
paredes laterales con espectaculares disposiciones de escalinatas y graderíos
que eran utilizadas hasta donde posibilitara el nivel de agua en cada momento. Pero,
además, estos aljibes presentaban fuertes connotaciones simbólicas como muestra
la presencia de pequeños templos interiores y salas especiales para abluciones en
los más destacados. Algunos baori, en función del diseño de su graderío,
también eran lugares de reunión para los miembros de la comunidad o para la
representación de rituales y fiestas en honor de los dioses.
Chand Baori en Abhaneri, cerca de Jaipur, en el estado
indio de Rajastán. Planta y Sección.
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Algunos ejemplos llegaron a alcanzar una sofisticación
arquitectónica extraordinaria (uno de ellos, Rani-ki-Vav, el “pozo
escalonado de la reina”, en Patan, Guyarat, fue incluido en 2014 en la lista del
Patrimonio de la Humanidad). Quizá el más conocido por su geometría de pirámide
invertida escalonada sea el Chand Baori situado en Abhaneri, cerca de
Jaipur, en el estado indio de Rajastán. El entorno de Abhaneri es árido y tiene
dificultades para garantizar el suministro hídrico ya que solamente cuenta con
un pequeño rio, el Banganga, situado a cinco kilómetros al norte. La
solución fue el Chand Baori, construido hacia el primer cuarto del siglo
VIII, partiendo de un cuadrado de 30 metros de lado marcado en el suelo y con
una profundidad de 20 metros, en 13 niveles, permitiendo una gran capacidad de
acumulación de agua durante la época de los monzones.
El simbolismo del baori se basa en fundamentalmente
en el agua, aunque se complementa con la alegoría de la forma piramidal.
El agua era la sustancia primordial en la religión védica y también en el
posterior hinduismo, que asumió su legado. Del agua nacían todas las cosas, de
manera que esa responsabilidad en el origen de la vida y por eso era su
símbolo. Esta asociación se reforzaba con su necesidad para el mantenimiento la
existencia, simbolizando también la esperanza y la purificación (a
algunas aguas se les atribuían también poderes curativos). Por eso, un baori
era algo más que una fuente de agua potable, convirtiéndose en un santuario
para el baño, para la oración y para la meditación.
Imagen del Chand Baori en la que se aprecia la
construcción complementaria del templo y las salas de abluciones.
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Estas pirámides invertidas están formalmente caracterizadas
por las escaleras y de ellas derivan nuevos significados complementarios:
el viaje hacia el encuentro con la esencia de la vida. El camino se inicia
con el descenso para obtener el líquido de la vida, bajando escalón tras
escalón, perdiendo paulatinamente las referencias del exterior, alejándose del
entorno habitual, para llegar a un punto en el que el ambiente es
exclusivamente el interior del baori. Y el agua en el fondo, cuya
presencia da sentido al trayecto. Es un proceso de desprendimiento, de
liberalización del día a día, de acercamiento a la pureza, acreditada por las
abluciones limpiadoras. Posteriormente llega el ascenso, esforzado debido a la
pesada carga de agua, y con el retorno al mundo se recupera el paisaje
cotidiano, pero la persona se siente renovada y amparada por la compañía del
agua que proporciona la vida.
Puede resultar paradójico que, mientras la pirámide que
apunta al cielo puede ser una tumba, la que señala al interior de la tierra
simbolice la vida. Pirámides para la muerte y pirámides para la vida, aunque
en ambos casos la presencia de templos y santuarios refrendan la estrecha
relación de la forma piramidal con la divinidad.
Maravilloso documento muy interesante
ResponderEliminarInteresante texto que contesta, una de las preguntas de mis estudiantes en el proyecto, las pirámides. Gracias
ResponderEliminarelconceptodepiramide
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