En las
ciudades, hay lugares de gran intensidad cuantitativa y cualitativa. Cuando se reúnen ingredientes como una destacada
posición estratégica, referente de movilidad, una ajetreada historia urbana,
mucha representatividad social y algo de simbolismo, todo ello sazonado con un
elevado grado de uso ciudadano, surgen zonas únicas.
En Madrid, la
Plaza de Santa Bárbara y su entorno es uno de esos puntos. Allí se fusionan una
calle (Hortaleza) con una plaza (Santa Bárbara) y una glorieta de tráfico
(Alonso Martínez). Tres espacios en
uno, en una yuxtaposición morfológica creada por una larga sedimentación
temporal.
Este lugar
fue frontera urbana, en la que se abría una de las puertas de la última muralla
de la Villa, y por ello se convirtió en un ámbito de transición entre la Ciudad
Antigua y el Ensanche Moderno. En ese punto de fricción histórica se
implantaron conventos y palacios, se instalaron fábricas e incluso durante algún
tiempo albergó la cárcel de Madrid. Todo ello en una sucesión de capas
superpuestas originadas por numerosas reformas que finalmente han producido uno de los lugares más
significativos de la ciudad.
Y en este intenso punto urbano de
Madrid se ha instalado la nueva sede de Urban
Networks, en la calle Orellana 1, edificio que, además,
cuenta con su propia “leyenda mágica”.
La intensidad
urbana suele relacionarse con valores cuantitativos que pueden ser medidos con
objetividad y que habitualmente se centran en cuestiones de tráfico, como el
número de personas que transitan por un determinado punto o la cantidad de
vehículos que atraviesan una vía.
No obstante,
la intensidad urbana también depende de cuestiones más subjetivas que tienen
que ver con el protagonismo histórico de un lugar en el que han acontecido
hechos relevantes, con su capacidad de penetración en la memoria de los
ciudadanos o con su potencial como referente mental dentro de la ciudad. Lo
cualitativo resulta fundamental para hablar de una intensidad urbana completa.
La Plaza de Santa Bárbara reúne todo lo
anterior y por ello se ha convertido en uno de los lugares intensos y
significativos de Madrid. En este artículo nos acercaremos a su densa historia de
transformaciones.
El camino hacia el
pueblo de Hortaleza que se transformó en la Calle
de Hortaleza.
Tras la
designación de Madrid como capital del Reino de España en 1561, Felipe II
ordenó la construcción de una nueva muralla que ampliaría su recinto. Una de
sus puertas fue la de la Red de San Luis.
Este acceso, que conectaba directamente con el centro (la Puerta del Sol) a
través de la actual calle Montera, era el punto donde nacían dos caminos, uno en dirección al pueblo de Fuencarral
(y desde allí hacia el norte de la
península y Francia) y otro hacia el
municipio de Hortaleza.
Plano del entorno de Madrid en 1800 remarcando en rojo
el camino que conducía al cercano pueblo de Hortaleza.
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El primer
tramo de este último camino se consolidaría como calle de la ciudad cuando se
levantó la siguiente y última muralla de la Villa (por Felipe IV en 1625). En el cruce del camino con la cerca urbana
se abrió el Portillo de Santa Bárbara
que marcaría el final de la nueva calle
de Hortaleza. La puerta recibió ese nombre porque allí se había
levantado, pocos años antes, un convento de los Mercedarios descalzos dedicado
a Santa Bárbara.
El entorno de
la puerta se convertiría en uno de los puntos importantes de la ciudad. En su
interior surgiría una plazuela que con el tiempo adquiriría rango de plaza: la Plaza
de Santa Bárbara. Desde la puerta volvían a nacer dos caminos, uno
hacia el noroeste para unirse con el camino de Fuencarral (actual calle
de Santa Engracia) y otro hacia el noreste, que era la continuación de
la dirección hacia Hortaleza (actual calle de Almagro). El punto
incrementaría su complejidad añadiendo dos nuevas vías que seguían el trazado
de la muralla configurando dos paseos de ronda: la Ronda de Santa Bárbara
(actual calle de Sagasta) y la de Recoletos (actual calle
de Génova).
En ese lugar
se implantaron conventos (como los de Santa Bárbara, Santa Teresa y, algo más
alejado el de las Salesas Reales), palacios (como por ejemplo el de Longoria,
el de la Condesa de Guevara, el del Marqués de Ustáriz, de la Condesa de Adanero,
o del Conde de Villagonzalo), se instalaron fábricas (desde la Real Fábrica de
Tapices para la que trabajó Goya hasta una fundición de hierro), e incluso
durante un tiempo albergó la cárcel de Madrid (la cárcel del Saladero).
El espacio interior junto
a la puerta de la muralla que se transformó en la Plaza de Santa Bárbara.
El final de
la calle Hortaleza, en las proximidades
de la Puerta de Santa Bárbara, era un amplio espacio, de marcado carácter
longitudinal y con una pendiente pronunciada, en el que se configuró una
plazuela que se convertiría en uno de los lugares más significativos de la
antigua Villa. Allí confluía también la calle de San Mateo que conectaba con la
calle de Fuencarral. El preexistente convento de Santa Bárbara fue su primer
hito.
El Convento de Santa Bárbara (y el
complejo conventual del norte de la villa histórica)
En las
afueras de la Villa, junto al camino que conducía al cercano pueblo de
Hortaleza, existía una pequeña ermita dedicada a Santa Bárbara. En ese mismo
lugar, en 1606, se abrió un convento de los Padres Mercedarios descalzos,
fundado por Fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento y que se puso bajo la
advocación de la misma santa. La iglesia no quedaría concluida hasta 1622. El convento marcaba un
teórico límite que sirvió de apoyo al trazado de la última muralla que se
levantaría pocos años después, en 1625 bajo el reinado de Felipe IV.
Con esta
nueva cerca urbana, el convento quedó incorporado dentro del recinto madrileño.
Su importancia hizo que la puerta (portillo) que se abrió al final de la nueva
calle de Hortaleza, y la plazuela interior que se configuró, recibieran su
nombre.
En
continuidad con el convento de Santa
Bárbara fueron situándose otras instituciones religiosas hasta conformar
una inmensa manzana de carácter conventual (que se encontraba delimitada
aproximadamente por las actuales calles de Génova, Bárbara de Braganza,
Fernando VI, Paseo de Recoletos y Plaza de Santa Barbara).
El segundo
convento fue el convento de Santa Teresa,
de monjas carmelitas descalzas, que fue fundado por Nicolás de Guzmán, Príncipe
de Astillano y duque de Medina de las Torres, quien cedió a la comunidad los
terrenos necesarios. Este convento se inauguró en 1684 (aunque la iglesia se
finalizaría en 1719).
El tercer
convento, el más oriental, fue el de las Salesas
Reales, oficialmente Monasterio Real de la Visitación de Nuestra Señora, de
monjas pertenecientes a la orden de San Francisco de Sales. Fue una iniciativa
de Bárbara de Braganza, la esposa del rey Fernando VI, que lo fundó en 1748. El
objetivo principal era la educación de las jóvenes de la nobleza, aunque la
reina también pensaba en un retiro tranquilo para ella ente el eventual
fallecimiento de su marido, ya que no tuvieron descendencia (no obstante, ella
murió un año antes que el rey, en 1758 y ambos se encuentran enterrados en la
iglesia del convento). El monasterio no se finalizó hasta 1757 según el
proyecto de los arquitectos François Carlier y Francisco Moradillo.
El plano de Espinosa de los Monteros, realizado en
1769, muestra ya el complejo conventual con los tres cenobios y la remodelación
del trazado de la muralla.
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Los tres
complejos religiosos contaban con amplios espacios libres destinados a huertas
y jardines, cuestión que los puso en el punto de mira del crecimiento urbano, y
fue determinante para su futuro.
El primero en
desaparecer fue el convento de Santa Bárbara que fue desamortizado en 1836 y
vendido en subasta pública a José Bonaplata quien, en 1839, instaló en ese
lugar una fundición de hierro muy conocida, que se mantuvo hasta 1861. En ese
año la fábrica fue trasladada y las instalaciones compradas por la Sociedad de
Crédito Inmobiliario que derribó las edificaciones para urbanizar y construir
viviendas. Entonces se trazó la calle Orellana
y parte de las Calles Campoamor y Argensola. En el lugar en el que estuvo
la iglesia, haciendo esquina con la Plaza de Santa Bárbara, se levantó el
edificio de la calle Orellana 1.
En 1869 fue
derribado el convento de Santa Teresa y en parte de su solar se levantó un
parque de recreo denominado “Jardines Orientales” que acabó desapareciendo para
dar paso a una zona continua de edificaciones residenciales, abriendo las
calles de Justiniano, y otra parte de
las de Campoamor y Argensola así como la prolongación de Santa Teresa.
Una relativa
mejor suerte tuvo el convento de las Salesa Reales, puesto que aunque en 1870
se firmó el decreto de exclaustración de las monjas, el convento se transformó
en Palacio de Justicia (con proyecto del arquitecto Antonio Ruiz de Salces) y la
iglesia se convirtió en la parroquia de Santa Bárbara. Las monjas tras pasar
brevemente por el Monasterio de las Salesas Nuevas en la calle San Bernardo, se
trasladaron definitivamente en 1880 al nuevo monasterio de la calle Santa
Engracia 18 (obra del arquitecto Francisco de Cubas).
La Real Fábrica de Tapices de Santa
Bárbara, el Saladero y la Cárcel de la Villa.
Más allá de
las murallas de la ciudad, junto a la puerta de Santa Bárbara, el rey Felipe V,
inspirado por los talleres franceses y ante la interrupción de las
importaciones de los tapices flamencos, fomentó la creación de una fábrica que
pudiera proveer las necesidades de la Corte. La Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara se puso en marcha en 1721 tomando
el nombre de la cercana puerta (para esta fábrica trabajó Francisco de Goya
como pintor de cartones para
tapices).
Años después,
en 1768, en esa parte alta de la ciudad que se encontraba junto a la puerta de
Santa Bárbara y estaba por lo tanto bien ventilada, el rey Carlos III ordenó construir
un edificio para matadero de cerdos y salazón de tocino. El edificio, atribuido
al arquitecto Ventura Rodríguez, sería conocido como El Saladero.
En aquellos
años la Cárcel de la Villa se encontraba en la parte posterior del Ayuntamiento
y presentaba graves problemas de saturación. La conflictiva situación se agravó
con la epidemia de tifus que en 1803 afectó a los reclusos y que dada su
posición central en la ciudad provocó una gran alarma social entre los
madrileños.
Desde
entonces la ciudadanía reclamaba insistentemente el traslado de la población
reclusa a otro lugar, decisión que se tomó finalmente en 1831 cuando se eligió
el inmenso caserón del Saladero como nueva Cárcel de la Villa en sustitución de
la anterior. El traslado se efectuó en 1833 y desde entonces fue conocida como
la Cárcel del Saladero. En 1848 recibió,
además, los reclusos de la cárcel de Corte, centralizando la penitenciaría
madrileña.
Estas dos
grandes instalaciones acabarían desapareciendo por haberse convertido en un
impedimento para el desarrollo del Ensanche madrileño. Respecto a la fábrica de
Tapices, se ordenó su traslado a través de una ley de 1882. No obstante, la operación
no se llevó a cabo hasta 1891, cuando el nuevo edificio que se construyó en el
barrio de Atocha estaba preparado. Entonces, la fábrica de Santa Bárbara fue
derribada y troceada en solares que fueron construidos.
También la cárcel
impedía el trazado del Plan Castro, pero además tenía importantes problemas, dado
que el edificio no reunía las condiciones mínimas y las condiciones de los
reclusos no habían mejorado. Finalmente se optaría por construir un nuevo centro
penitenciario al final de la calle Princesa: la Cárcel Modelo (donde hoy se
levanta el Cuartel General del Ejército del Aire). En 1884 los presos fueron
trasladados y el edificio, derribado en 1888.
Palacios de la nobleza.
El incremento
del prestigio de la zona terminó por animar a la nobleza a construir en ella
alguno de sus palacios. El primero fue en 1748 el Palacio del Marqués de Ustáriz, que siguiendo el proyecto del
arquitecto José Pérez, se encuentra en la manzana delimitada por las calles
Mejia Lequerica, Beneficiencia, Serrano Anguita y San Mateo (actualmente su
estado es lamentable).
En la manzana
contigua, de forma triangular y delimitada por las calles de Hortaleza, San
Mateo y Mejía Lequerica se construiría más de un siglo después el Palacio del Conde de Villagonzalo (también
denominado Palacio de Santa Bárbara), que fue proyectado por Juan de Madrazo y
Kuntz y construido entre 1862 y 1866.
Una de las
construcciones más destacadas de la plaza de Santa Bárbara es el Palacio de la Condesa de Guevara que en
1920 construyó su residencia según el diseño de Joaquín Pla Laporta. En la
actualidad, el palacio es propiedad del banco BBVA.
Próximos a la
plaza se encuentran palacios tan relevantes como el Palacio de Longoria (actualmente sede de la SGAE, en la calle
Fernando VI). Este edifico es la muestra modernista más espectacular de la
capital que diseñó el arquitecto José Grases Riera y se construyó entre 1902 y
1904. También puede reseñarse el Palacio
de la Condesa de Adanero (actualmente alberga instalaciones del Ministerio
de Hacienda y Administraciones Públicas, en la calle Santa Engracia 7). Fue
construido en 1911 según proyecto de Joaquín Saldaña y dirección de obra de Mariano
Carderera.
La reforma
urbanística del entorno a finales del siglo XIX y la creación de la Glorieta de
Alonso Martinez.
El
planteamiento de Ensanche para Madrid, aprobado en 1860, tuvo importantes
consecuencias para el entorno de la Plaza de Santa Bárbara. Primero por el
derribo de la muralla y segundo por la reconfiguración de los bulevares, ya que
el Plan Castro, realineaba las entonces llamadas Ronda de Santa Bárbara y Ronda
de Recoletos.
La Ronda de
Santa Bárbara partía de la Puerta entonces llamada de Bilbao hacia el Portillo
de Santa Bárbara e iba curvando su recorrido obligada por la presencia del gran
edificio de la Cárcel del Saladero. La nueva directriz propuesta para esta vía (actual
calle
de Sagasta) era rectilínea y el planteamiento de una glorieta
semicircular para organizar el tráfico (la actual Glorieta de Alonso Martínez),
implicaban el derribo del edificio penitenciario. Por su parte, la Ronda de
Recoletos (actual calle de Génova) que conectaba la Puerta de Santa Bárbara con
la Puerta de Recoletos (en la actual Plaza de Colón, aunque entonces esta plaza
estaba ocupada por la Fábrica de Moneda y Timbre), también era un paseo obligado
a curvarse por la existencia de los huertos del antiguo Convento de Santa
Bárbara. La nueva calle sería rectificada desde la nueva Glorieta de Alonso
Martinez pasando por encima de aquellos huertos conventuales. Las dos rondas se
convertirían en bulevares, y así siguen siendo conocidas a pesar de haber
perdido sus señas de identidad.
No obstante,
no todas las determinaciones del Plan Castro fueron atendidas, ya que por
ejemplo se mantuvieron los caminos hacia el norte (calle de Santa Engracia y
calle
de Almagro), que Castro
propuso en primera instancia suprimir. La urbanización del encuentro entre las calles de Sagasta y Santa Engracia, y la Glorieta forzó el derribo de la antigua Real
Fábrica de Tapices.
En 1886 la
Ronda de Recoletos paso a tener su denominación actual (calle de Génova) y en 1889 se trazó definitivamente la alineación
de la antigua Ronda de Santa Barbara que, a partir de entonces se denominaría calle de Sagasta. La remodelación
finalizó en 1891 con la creación de la glorieta que fue rebautizada como Glorieta de Alonso Martínez.
El impulso
del Ensanche fue animando la urbanización de esa “frontera norte” que había estado
ocupada por los diferentes conventos relacionados anteriormente, abriéndose calles
como Argensola (en honor a los poetas
barbastrenses del siglo XVI) y Campoamor.
También la parte occidental tuvo una importante reurbanización, con nuevas
calles (parte de la calle Mejía Lequerica
o la calle Barceló) o ensanchamientos
(que posibilitaron edificaciones tan singulares como la estrecha casa de Mejía Lequerica 1, denominada “de los
lagartos”, cuyas salamandras soportan las terrazas del ático).
Plano de Madrid (Facundo Cañada, 1900) con los trazados
definitivos de la plaza y sus calles aledañas.
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La última reurbanización
de la Plaza de Santa Bárbara (2009)
El Plan
General de Ordenación Urbana de 1997 había definido una estrategia de
recuperación del centro histórico de Madrid y para concretarla seleccionó
diferentes áreas de la ciudad. Una de ellas fue definida a partir del mercado
municipal de Barceló y su entorno, en un sentido amplio, ya que incorporaba la
Plaza de Santa Bárbara.
Con ese
objetivo, el ayuntamiento convocó en 2007 el Concurso de Ideas para el Equipamiento, Diseño Urbano y
Reestructuración del Mercado de Barceló, Plaza de Santa Bárbara y su entorno.
La competición fue ganada por los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique
Soberano.
Como una fase
de la operación global, en el año 2009 se inauguró la reurbanización de la
Plaza de Santa Bárbara y sus aledaños. Hasta entonces, el tramo final de la calle
Hortaleza se bifurcaba al llegar a la plaza que funcionaba como un salón-bulevar urbano
aislado. Con la reforma, se incrementó notablemente el espacio estancial ya que
se suprimió una de las calzadas de la calle (la oriental), manteniendo la otra con
doble sentido.
La estrategia
de peatonalización se extendió a varias de las calles contiguas a la plaza. En
esta línea se amplió la acera derecha de la calle Mejía Lequerica (entre la calles Hortaleza y San Mateo) y
el tramo final de esta última calle fue peatonalizado al igual que el de la
calle Orellana, entre la plaza y Campoamor.
El kiosco
histórico que tuvo la plaza fue derribado y en su lugar se construyó uno nuevo,
también dedicado a librería y sintonizado con el nuevo diseño. La pavimentación
de losas de granito con diferentes despieces, conjugado con el adoquín, madera
o terrizas se completa con la aparición de zonas verdes en parterres, el incremento
del arbolado y el nuevo mobiliario urbano.
Plano de la última reurbanización de la Plaza de Santa
Bárbara y sus aledaños, inaugurada en 2009.
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La “leyenda mágica”
del edificio “Orellana, 1”.
El convento
de Santa Bárbara alojó los restos de la beata Mariana de Jesús, religiosa que
fue muy popular en el Madrid de principios del siglo XVII por sus visiones
prodigiosas. La monja murió en 1624 y pronto se inició su proceso de
beatificación para el cual fue exhumada en 1627 con la sorpresa de encontrar su
cuerpo incorrupto (finalmente sería beatificada en 1783 y actualmente tiene
abierto el proceso de canonización).
Con la desamortización
del convento en 1836, la sepultura de la beata fue trasladada al convento
mercedario de Don Juan de Alarcón, en la cercana calle de Valverde 15, donde
permanece desde entonces (y es expuesto al público cada 17 de abril).
Sobre este
insólito hecho, investigadores de lo esotérico y de lo paranormal, consideran
que la impresionante conservación del cuerpo de la beata fue debida a la
existencia de un vórtice de energía que se encontraba en la posición de la
antigua ermita de Santa Bárbara, luego ocupado por la iglesia del convento (en
el punto donde habría sido enterrada la religiosa). Estos supuestos vórtices
serían lugares singulares dentro de la red de flujos bioenergéticos terrestres
y tendrían esa extraordinaria capacidad de momificación.
Actualmente,
sobre el solar de este templo, haciendo esquina con la Plaza de Santa Bárbara,
se levanta el edificio de la calle Orellana 1. Así pues, este edificio cuenta
con su propia “leyenda mágica” ya que en su interior contendría el hipotético
vórtice generador de la energía que evitó la putrefacción del cuerpo de la
beata Mariana de Jesús. (¡¡!!)
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