25 ene 2014

La Nueva York de Will Eisner (formas de mirar la ciudad)


Las representaciones de la ciudad acostumbran a mostrar el escenario donde transcurren nuestras vidas con espectaculares perspectivas o con impresionantes cartografías que privilegian la arquitectura y los espacios icónicos. Los ciudadanos, en el caso de aparecer, lo hacen como meros secundarios, para dar escala o ambiente. Pero hay otra forma de mirar la ciudad, componiendo su imagen a través de las historias de las personas que la habitan, y el mundo del cómic ha profundizado en ella.
El caso de Will Eisner y Nueva York es paradigmático. Con más de sesenta años, Eisner, el creador de The Spirit, el detective enmascarado, que había permanecido más de veinticinco años alejado de la publicación de historias gráficas, retornó con fuerza al mundo del comic. Pero lo hizo con una visión muy diferente, alejada del entretenimiento y destinada a un público adulto, al que quería transmitir sus reflexiones sobre la condición humana. Eisner denominó a sus nuevas historias “novelas gráficas”, término que acabaría asentándose.
En esta última etapa de su obra, Eisner volvió la mirada a su ciudad natal y a sus gentes. Nueva York (especialmente durante el periodo entreguerras) se convirtió en protagonista de sus nuevas historias. Pero, la Nueva York de Will Eisner es diferente, porque su mirada se focaliza en sus habitantes, en la gente de barrio, en sus pequeñas cosas y, a partir de ellas, la identidad de la ciudad se va revelando en nuestra mente como suma de experiencias.

Otra mirada hacia las ciudades, la visión del mundo del cómic.
Hay muchas formas de mirar la ciudad y de representarla. Está la visión de los cartógrafos que dibujan impresionantes planos, la de pintores, con magníficas perspectivas y vedutes o la de los grabadores que estampan los principales hitos arquitectónicos de la ciudad. Pero también encontramos la visión que los dibujantes de cómic realizan sobre los escenarios urbanos por los que se mueven sus personajes.
El noveno arte ofrece muestras impresionantes de ambientación urbana. Ciertamente, en los cómics aparecen fantasías urbanas y ciudades neutras, ciudades futuristas y de ciencia-ficción, pero también se presentan las ciudades reales (a veces con un espíritu arqueológico y en otras reflejando la contemporaneidad). En algunos casos, estas ciudades reales se muestran como el escenario fundamental sobre el que transcurren las historias. Es muy interesante comprobar cómo algunos de estos artistas del cómic han mostrado una predilección especial por ciudades concretas que emergen con personalidad propia, como un personaje más, en sus obras. La historia del cómic muestra idilios prolongados entre ciertos autores y determinadas ciudades, algunos de los cuales ya han sido analizados en este blog como El París de “Nestor Burma”  (y de Léo Malet y Jacques Tardi).
Pero las historias gráficas también pueden aportar otra mirada, que se focaliza sobre espacios más anónimos. En algunas ocasiones, en estos lugares no identificables, donde los ciudadanos se convierten en protagonistas, se crean atmósferas vitales cuya potencia expresiva nos permite ir conformando una imagen mental de la ciudad.
La literatura sabe mucho de eso. Novelas como Manhattan Transfer de John Dos Passos o La Colmena de Camilo José Cela, logran transmitir la vida en las ciudades en un momento determinado a partir de un ejercicio coral donde los personajes deambulan por el escenario urbano (La Nueva York de finales del XIX hasta la Gran Depresión o el Madrid de posguerra, respectivamente).
El cómic, sobre todo a partir de la aportación de Will Eisner, abrió un nuevo camino expresivo, que se alejaba del mero entretenimiento infantil y juvenil para ofrecer historias destinadas a los adultos, que profundizaban, sobre todo, en la condición humana. Es el caso del maestro neoyorquino, que extrajo de su ciudad natal historias que reflejaban la vida de sus habitantes. En ellas, la ciudad se convertía en un escenario sin sus grandes iconos, pero identificable por las tipologías que acompañaban a sus habitantes (por ejemplo, los tenements, casas de apartamentos en alquiler)
Will Eisner. “New York. The Big City”.
La Nueva York de Eisner es principalmente la Nueva York de entreguerras y posguerra, la de la inmigración que fue poblando barrios como Brooklyn o el Bronx y donde se fue forjando ese carácter tan particular de muchos neoyorquinos.

Nueva York entreguerras
La evolución de Nueva York durante la primera mitad del siglo XX es inseparable de lo sucedido con Estados Unidos como nación. El inicio del periodo entreguerras del siglo XX encontró un país que se presentaba como potencia internacional  y concluyó con la nación que lideraría el mundo durante las siguientes décadas. A su vez, Nueva York comenzó esa etapa sentando las bases para ser una referencia y la terminó con la ciudad convertida en la capital oficiosa del planeta.
Plano de Nueva York en 1917.

Estados Unidos hacia el liderazgo mundial.
En 1898 Estados Unidos entró en la carrera imperialista (haciéndose con el control de la mayoría de los restos coloniales españoles) y fue consolidando su estatus en el panorama internacional.  Tras la Primera Guerra Mundial, alcanzaría una posición de privilegio, al formar parte de los países aliados que habían resultado victoriosos. Estados Unidos ingresó así en el selecto club de potencias mundiales. Además, Estados Unidos se había convertido en una nación acreedora, asumiendo la posición que anteriormente tenía Gran Bretaña. Una gran parte de las reservas obtenidas sirvieron de base para la expansión a gran escala de la economía norteamericana. Estas reservas permitieron el aumento del crédito y del consumo, gracias al cual fue posible un rápido crecimiento industrial.
Se inició así una década de gran prosperidad. La década de los años veinte, los “felices veinte”, fueron paradójicos desde un punto de vista social. Por una parte se alcanzaron mayores libertades, especialmente para la mujer, y la bonanza económica impulsó una incipiente industria del entretenimiento (música, bailes o cine) pero, en paralelo, la “ley seca”, que pretendía restringir el consumo de alcohol provocó un incremento de su fabricación y tráfico clandestino con el asentamiento de grupos mafiosos.
La década concluyó con un shock: en octubre de 1929, el índice de la bolsa de Nueva York se derrumbó (el conocido como crack del 29). Como consecuencia del crack bursátil, se inició una Gran Depresión, que conllevó un gran aumento del desempleo, la disminución de los créditos, el freno del consumo y la quiebra de numerosas empresas. En 1932, 12 millones de personas se encontraban sin trabajo en Estados Unidos. La crisis norteamericana tendría graves repercusiones en el resto del mundo occidental.
En 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos, que en principio se mantuvieron neutrales, se lanzaron a la contienda en 1942, provocados por el ataque japonés a Pearl Harbour. Su participación fue decisiva en la victoria de los aliados, pero supuso algo más. El impulso económico que produjo la Segunda Guerra Mundial hizo retornar al país a la senda del desarrollo. Respecto a esta cuestión, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, en una carta abierta al presidente Obama, comentó: “What saved the economy, and the New Deal, was the enormous public works project known as World War II”  (Lo que salvó a la economía, y al New Deal, fue el enorme proyecto de obras públicas conocido como Segunda Guerra Mundial). Estados Unidos consolidó su status de primera potencia occidental y su influencia sobre el resto sería total.

Nueva York, el nacimiento de la “capital del mundo”.
En 1898, Nueva York inició una “nueva vida”. Su crecimiento repentino tras anexionarse los municipios de su entorno (Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island) la llevó a alcanzar los 3.437.200 habitantes poniéndola en la senda hacia su futuro papel de líder urbano mundial.
Los característicos tenements (edificios de apartamentos en alquiler) neoyorquinos. Fotografía de Berenice Abbot en 1936.
Nueva York era una de las principales puertas para la inmigración hacia Estados Unidos, y muchos de los recién llegados se quedaron allí. Así se convirtió en un crisol de etnias y nacionalidades que hicieron de Nueva York una ciudad construida por inmigrantes. La inmigración ha definido (y lo sigue haciendo) la ciudad. La amalgama de culturas generó un caldo de cultivo para la innovación y, además, la joven población que llegaba contribuyó a aumentar la capacidad su productiva. No obstante, la influencia cultural y el poderío económico (Nueva York se convirtió rápidamente un centro mundial de la industria, el comercio y la comunicación) tuvo que superar graves conflictos entre los diferentes grupos.
Las primeras oleadas de inmigración, sucedidas a lo largo del siglo XIX atrajeron alemanes y numerosos irlandeses, pero con la entrada del siglo XX llegaron polacos, italianos o judíos rusos. También los orientales y afroamericanos, así como los inmigrantes de centro y Sudamérica, irían dejando su impronta. Durante la década de 1920, Nueva York fue uno de los principales destinos de los afroamericanos procedentes del sur de los Estados Unidos (la conocida como “Gran Migración”). En esos años llegaría a ser la ciudad más poblada del mundo desbancando a Londres, que había ocupado esa posición durante más de un siglo.
Con todo, Nueva York fue colmatando su territorio: Manhattan vio cómo se consolidaba el Midtown y también como Harlem, uno de los principales destinos de la población negra, se convertía en uno de los barrios más activos de la ciudad, sobre todo en la época de la prohibición. Brooklyn o el Bronx fueron el destino de muchos de los nuevos residentes neoyorquinos, que fueron alojándose  en una tipología edificatoria que se convertirá en característica de la ciudad: los tenements, modestos edificios de apartamentos en alquiler, que serán especialmente numerosos en los distritos periféricos y transmitirían una imagen muy identificable con sus escaleras de incendios o sus escalinatas de acceso.
Los tenements (edificios de apartamentos en alquiler) constituyen una de las imágenes características de Nueva York, particularmente en distritos como Brooklyn o el Bronx. Fotografía de Berenice Abbot en 1930. Esta tipología, con sus escaleras de incendios o sus escalinatas de acceso, fue recurrente en las historias de Will Eisner.


Will Eisner. “New York. The Big City”.
Pero, también en esta época se consolidó definitivamente la imagen icónica de Nueva York como ciudad de los rascacielos. La tipología de grandes edificios en altura nació en Chicago con las innovaciones tecnológicas que aplicaron los arquitectos e ingenieros de la I Escuela de Chicago. Nueva York se sumó pronto a la construcción de rascacielos y a finales de la década de 1910 se  habían levantado alguno de sus hitos más representativos. La primera generación de rascacielos neoyorquinos cuenta con ejemplos tan destacados como el considerado como el primero de la ciudad, el edificio Flatiron proyectado por  Daniel Burnham, y también el  Metropolitan Life Tower construido en 1907 por el arquitecto Napoleon LeBrun o el edificio Woolworth culminado en 1913 según el diseño de Cass Gilbert.
Rascacielos neoyorquinos de la primera generación. A la izquierda el Flatiron y a la derecha el Met Life.
Esta primera etapa de construcción de rascacielos finalizaría en el año 1916 cuando se estableció una regulación sobre su formalización y diseño. La Ley de Zonificación de 1916 pretendía solventar los problemas de soleamiento y ventilación del espacio público que se estaba viendo muy reducido por las grandes moles edificadas. Para ello, la nueva normativa de edificación obligaría a realizar retranqueos en las fachadas en función de la altura (lo cual les llevó a recibir la etiqueta de “pasteles de boda”)
A partir de estas ordenanzas, los rascacielos neoyorquinos inician una segunda generación que se distinguiría tanto por ese diseño escalonado como por la adopción del Art Déco como estilo característico. Desde el punto de vista de su distribución urbana, estos rascacielos iniciaron la colonización del Midtown de Manhattan con ejemplos como el Chrysler Building (William Van Alen, 1930), el Empire State (Shreve, Lamb y Harmon, 1931) o el Rockefeller Center (Raymond Hood, 1939). Aunque la Gran depresión iniciada en el año 1929 afectaría a la construcción de estos grandes edificios, renacerían con fuerza a partir de la Segunda Guerra Mundial, con la denominada tercera generación de rascacielos.
La Gran Depresión iniciada con el “crack” bursátil de 1929, frenaría el desarrollo neoyorquino, originando un fuerte desempleo y un incremento de los índices de pobreza.
Rascacielos neoyorquinos de la segunda generación. A la izquierda el Empire Estate y el Chrysler y a la derecha el Rockefeller Center.
En 1933 llegará a la alcaldía de Nueva York, Fiorello LaGuardia, para muchos el mejor alcalde que ha tenido la ciudad. Su gobierno duraría hasta 1945. Bajo su mandato creció la figura de Robert Moses, el polémico planificador urbano que determinaría la evolución de la ciudad durante casi treinta años. LaGuardia fue un político de gran dinamismo que sentó las bases de la recuperación neoyorquina. Gran defensor del New Deal, puso en marcha un ambicioso programa de obras públicas (junto a Moses y con abundante financiación federal), que proporcionó empleo a miles de neoyorquinos y logró que Nueva York desarrollase su infraestructura. Sirva como ejemplo la creación de un aeropuerto comercial dentro de la ciudad (que acabaría siendo denominado en su honor: Aeropuerto LaGuardia).
En este contexto, suele considerarse que la Exposición Internacional de 1939, celebrada en honor del 150 aniversario de la investidura de George Washington, marcó el inicio del final de la Gran Depresión, con su mensaje optimista basado en los avances tecnológicos que fueron presentados con el lema "Building the World of Tomorrow" (construyendo el mundo del mañana). La Expo 1939/1940 (porque fue reabierta durante el verano de 1940), fue ubicada, por indicación de Robert Moses en un antiguo vertedero que se encontraba en Queens, en el entorno de la desembocadura del arroyo Flushing. Esta localización se convertiría posteriormente en un gran parque (Flushing Meadows-Corona Park) que determinaría el desarrollo del área (y también acogería la siguiente gran Expo neoyorquina, la de 1964 o las instalaciones deportivas del U.S. Open de tenis).
Imagen aérea sobre la Exposición Internacional de 1939.
Tras la guerra, Estados Unidos se convertiría definitivamente en el líder mundial y Nueva York, que en 1940 contaba con 7.455.000 habitantes, asumiría su papel de capital oficiosa del mundo.

Manhattan en 1940 con el Bronx en primer plano y los rascacielos del Midtown al fondo.
La Nueva York de Will Eisner.
Will Eisner, el maestro de la novela gráfica.
Will Eisner (1917-2005) fue uno de los autores de cómic más influyentes. Sus obras y su labor didáctica se complementaron con su esfuerzo por prestigiar el medio y dirigirlo hacia un público adulto, lo que le llevó a concebir la “novela gráfica”.
Eisner obtuvo un rápido reconocimiento internacional gracias a su celebrado personaje “The Spirit”, el detective enmascarado que apareció entre 1939 y 1952. Eisner destacó rápidamente por la originalidad de sus planteamientos narrativos, por sus encuadres cercanos al lenguaje cinematográfico o por la rotundidad de sus juegos de luces y sombras.
Durante la Segunda Guerra Mundial, aportó sus conocimientos gráficos a las necesidades de comunicación militar, lo que le permitió advertir las posibilidades de la ilustración como herramienta pedagógica. En 1952 abandonaría la producción de historias de su famoso personaje para centrarse en el mundo de la didáctica a través de la ilustración. Para ello, fundó la American Visuals Corporation con el objetivo de producir, con lenguaje gráfico, material educativo y manuales para el ejército (en la revista PS Magazine), para el gobierno y también para el mundo de los negocios.
Hasta finales de la década de 1970 Eisner no recupera su interés por la producción de comic. Con más de sesenta años, y tras más de veinticinco alejado de la publicación de historias gráficas, retornó con fuerza al mundo del comic. En esta última etapa de su vida, Eisner rastreó en su propia memoria y en su ciudad, Nueva York, para contar nuevas historias destinadas a un público adulto. Estas historias profundizaban en la condición humana y sus temáticas, costumbristas, a veces tiernas y en ocasiones crueles, se apartaban de la tradicional senda de aventuras, fantasía o humor que caracterizaban hasta entonces el mundo del cómic. En 1978 publicaría la primera de ellas A Contract with God, and Other Tenement Stories (publicado en España con el título “Contrato con Dios”) lanzando la idea del comic como “novela gráfica”, otra de sus aportaciones decisivas al mundo del cómic. La “novela gráfica” no pretendía ser un mero entretenimiento sino que buscaba motivar la reflexión. Finalmente el término “novela gráfica” haría fortuna, aunque no por las intenciones iniciales de Eisner, sino porque la industria del cómic vio el filón comercial que suponía un público adulto que creció entre tebeos y cómics.
La vocación didáctica que Eisner había manifestado en su época empresarial, también continuó en esta etapa de su vida, aunque lo hizo centrándose en la propia producción de historias gráficas. El maestro acabaría impartiendo clases sobre la técnica del cómic y la novela gráfica en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. De esa experiencia nacerían dos libros: El cómic y el arte secuencial (Comics and Sequential Art, 19851985) y La narración gráfica (Graphic Storytelling and Visual Narrative, 1996).

La Nueva York de Will Eisner.
Nueva York se encuentra muy presente en las obras de madurez de Eisner al convertirse en el escenario de muchas de ellas. Eisner volvió la mirada hacia su ciudad natal (había nacido en Brooklyn), con una particular intención sobre el paisaje sentimental que vivió en su juventud (el periodo entreguerras y posguerra de la Segunda Guerra Mundial) realizando un magnífico homenaje a la Gran Manzana.
Will Eisner. “New York. The Big City”.
Normalmente, cuando las ciudades alcanzan protagonismo en los cómics, suelen hacerlo como espectaculares fondos para la acción que narran. Pero en la obra de Will Eisner es diferente, porque, aunque de las atmósferas que crea también surge una poderosa imagen de la ciudad, ésta emerge realmente desde sus habitantes, ya que sus historias nos permiten componer en nuestra mente una identidad urbana como suma de experiencias. Así pues, Eisner se alejó de la imagen icónica de Nueva York y rastreó sus barrios y sus gentes, anónimas pero fundamentales en la conformación del carácter de la ciudad.
Eisner publicó una serie de novelas gráficas centradas en esa Nueva York de su memoria, vertiendo sus reflexiones sobre temas como la memoria colectiva, la soledad, la indiferencia, y muchas de las miserias de la condición humana aunque también aparecen sus grandes virtudes, en la solidaridad, la voluntad de vivir, o el esfuerzo para mejorar.
Will Eisner. “Avenida Dropsie”.
No obstante, Nueva York se convertía en una metáfora de todas las grandes ciudades. Will Eisner explicó sus intenciones en su introducción a “New York: Life in the Big City”:
“Aquí he abordado una serie de relatos construidos alrededor de nueve elementos que, al verse en conjunto, conforman mi retrato personal de la vida en una gran ciudad... de cualquier ciudad.
Vistas a distancia, las grandes ciudades son una acumulación de edificios enormes, una gran población y una gran superficie. Para mí esto no es lo verdaderamente “real”. La gran ciudad vista por sus habitantes es lo que realmente importa. El verdadero carácter de la ciudad se encuentra en las grietas de sus suelos y alrededor de los elementos más pequeños de su arquitectura, donde gira la vida diaria.
Los retratos son una cosa muy personal, así este esfuerzo creativo refleja mi propia perspectiva. Como yo crecí en la ciudad de Nueva York, su arquitectura interna y los objetos que pueblan sus calles se ven reflejados en esta obra de modo ineludible. Pero también conozco muchas otras grandes ciudades y lo que aquí expongo pretendes ser aplicable a todas ellas”.

Entre la producción con escenario neoyorquino destacan varias obras, en particular:
  • Nueva York (New York. The Big City, 1981), una colección de historias cortas, de todo tipo agrupadas en nueve categorías (una rejilla de alcantarillado como “lugar de encuentro”; el Metro; las escalinatas características de acceso a los edificios residenciales; basuras; ventanas; centinelas, en referencia al mobiliario urbano; paredes; música callejera y la manzana) que llegan a constituir una especie de collage costumbrista.
  • El Edificio (The Building, 1987) en el que se relata la vida de cuatro personajes que habitaron un edificio y permanecen como fantasmas incluso tras ser sustituido por otro.
  • Apuntes sobre la gente de ciudad (City People Notebook, 1989) planteado como una secuela a “The Big City” con narraciones cortas e intensas.
  • Gente invisible (Invisible People, 1992) con nuevas historias sobre personajes anónimos que representan a esa mayoría silenciosa que habita las ciudades.

Will Eisner. “New York. The Big City”.
Las cuatro novelas gráficas fueron reunidas en un volumen titulado “Will Eisner's New York: Life in the Big City (The New York Tetralogy)” (publicado en España como “Nueva York. La vida en la gran ciudad” por Norma Editorial en 2007)
Las derivas neoyorquinas de Eisner tienen también otras obras representativas, como la “novela gráfica” inicial Contrato con Dios (A Contract with God, and Other Tenement Stories, 1978), en la que se relata la vida en los tenements del Bronx de la década de 1930; Afán de vida (A Life Force, 1988) en la que se rememoran los problemas sociales y las dificultades de supervivencia individual que generó la Gran Depresión; o la Avenida Dropsie (Dropsie Avenue, 1995) en la que mostraba, a través de la historia de varias generaciones, la evolución urbana y social de una zona del South Bronx, mostrando las problemáticas derivadas de la integración de la inmigración, la aparición de las drogas, la corrupción política o la delincuencia que marcaron esa zona de Nueva York durante décadas.


En la Nueva York de Will Eisner no aparecen los grandes rascacielos ni los emblemáticos espacios de la ciudad, sino la vida en los barrios humildes de Manhattan, Brooklyn o del Bronx, con sus característicos tenements. Sus historias, logran construir una imagen nítida de la ciudad, una Nueva York en estado puro.

4 comentarios:

  1. José Antonio,

    Hay que agradecerte tu magníficos artículos tan bien documentos a la vez que sugerentes. Resulta muy motivador leer las sinergías que despiertan las visiones de las distintas ciudades del mundo desde la lejanía. ¡Buen trabajo! Gracias por compartirlo.

    http://2worldtree.blogspot.sg/2013/12/naoshima-dia-de-bicicleta.html

    Un saludo.

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    1. Gracias Miguel. Acabo de recorrer tu viajero y reflexivo blog y me ha resultado muy interesante. ¡Animo!

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  2. ¡Excelente artículo!
    En verdad las imágenes de Eisner revelan las entrañas de la vida ciudadana, cosa que no logran las fotografías.
    Una pregunta impertinente: ¿Las imágenes de Eisner tienen derechos reservados o son de dominio público? Si este último fuese el caso, solicito autorización para publicar ciertas imágenes en mi blog. Son material estupendo para la reflexión.
    Agradecido por tu atención

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  3. Gracias Néstor. Eisner es un gran observador de la vida cotidiana. Desconozco si las imágenes tienen derechos reservados. Proceden de la propia web y en cualquier caso son un homenaje al maestro. Un saludo.

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