¿Las ciudades tienen sexo? ¿Hay
diferencias de género entre ellas? ¿Es una cuestión
derivada de las toponimias o esconden algo más?
Estas
preguntas, aparentemente absurdas, nos dirigen hacia el mundo de los tópicos.
Todos estamos de acuerdo en lo peligroso que puede resultar el intento de
caracterizar una identidad urbana a partir de ellos. Son injustos con la
diversidad, demagógicos, a veces insultantes, discutidos y discutibles, pero
aunque los tópicos son un terreno
pantanoso, es indudable su capacidad para generar identidades, aunque sean problemáticas
y a veces difíciles de aceptar (en ocasiones son etiquetas establecidas por los
foráneos con ánimo de ofender, aunque en otras son proclamadas con orgullo por
los propios ciudadanos).
Los tópicos
no explican la realidad, pero, pueden invitar a la reflexión y permitir un
acercamiento, incluso divertido, al sustrato identitario de las ciudades y sus
gentes. Los tópicos suelen ser respuestas que, aunque puedan estar desenfocadas,
nos animan a meditar sobre las preguntas que las suscitaron y, ¿quién sabe?,
quizá descubramos algo.
Entonces, a
pesar de todos sus inconvenientes, comencemos
el año con humor, acercándonos, como divertimento,
al resbaladizo mundo de los tópicos para formularnos varias cuestiones
sobre las dos ciudades principales españolas, como por ejemplo ¿Es Madrid masculino como el chotis y Barcelona femenina como la sardana?
Los tópicos,
al igual que la estadística, son injustos con la individualidad y también suelen
serlo con la generalidad de las cosas y de las personas. Pero la estadística,
al menos, incorpora una fecha que la enmarca y fija su caducidad, mientras que los
tópicos surgen y sobreviven a la época de su creación siendo, muchas veces,
inmunes a las variaciones de la sociedad con el paso del tiempo.
Es muy arriesgado
utilizar los tópicos como referencias para comprender la realidad, pero su
potencia expresiva y su capacidad para sugerir identidades hacen que tampoco sean
rechazables de plano, porque la reflexión que debe acompañar a su análisis
puede ser fructífera. No obstante, los
tópicos urbanos, a pesar de referirse a las ciudades, hablan de sus ciudadanos,
de la condición humana de sus habitantes.
Un punto de partida para comenzar
nuestro “cuestionario tópico” puede ser el análisis de dos campañas
institucionales que
perseguían mejoras urbanas tanto en Madrid como en Barcelona. Cada una de las
dos ciudades planteó su estrategia y seleccionó un eslogan muy revelador.
En 1985, el
Ayuntamiento de Barcelona puso en marcha una campaña cuyo objetivo era impulsar
la rehabilitación de edificios de la ciudad y en particular de sus fachadas. El
programa fue evolucionando con los años hasta convertirse en un Plan de Protección
y Mejora del Paisaje Urbano pretendiendo estimular, fomentar e impulsar las
actuaciones de mantenimiento y rehabilitación del patrimonio privado de la
ciudad facilitando subvenciones para ello. El éxito de la campaña fue total y
de hecho, todavía continúa, incluso manteniendo el eslogan inicial: “Barcelona
posa’t guapa” (Barcelona, ponte guapa)
Por su parte,
en Madrid, desde el área de Medio Ambiente del Ayuntamiento, se puso en marcha a
principios de la década de 1990 una campaña que pretendía la mejora del espacio
urbano desde un punto de vista operativo. El Plan, que potenciaba las zonas verdes
de la ciudad y el aseo urbano, tuvo un eslogan que lo definía: “Madrid, Limpio y Verde”. También la
actuación evolucionaría y en 1999 se centraría exclusivamente en aspectos de
limpieza urbana, transformando su eslogan por el de “Madrid Limpio es Capital” prolongando una campaña que duraría hasta
2003.
Estos dos
eslóganes, tan diferentes, son una buena excusa para iniciar nuestro recorrido:
¿Es Madrid masculino
y Barcelona femenina?
Comenzamos
por la que quizá sea la pregunta más tonta de todas. ¿Acaso las ciudades tienen
sexo? ¿Es una cuestión
derivada de las toponimias o esconden algo más?
La referencia institucional alude a un
Madrid en género masculino y a una Barcelona en femenino. ¿Podría existir una diferencia de
sexo entre las dos ciudades?, porque las reseñas a ambas, en cualquier ámbito, suelen
insistir en esta diferenciación de género (por ejemplo, el Madrid del siglo XXI, el Madrid
de los Austrias, la Barcelona del
siglo XXI, la Barcelona Modernista,
etc.)
¿Es, por lo
tanto, Madrid masculino como el chotis
y Barcelona femenina como la sardana?
Chotis y sardana son dos bailes históricos y tradicionales (folclóricos). En
Madrid se baila el chotis, un baile de pareja, lento (parece que no hay que
salirse de los límites de una baldosa). En Barcelona, la sardana, más que un baile
es una danza en la que unas cuantas parejas se dan la mano (en alternancia
chico-chica) y levantan los brazos para dar suaves giros al ritmo de una música
bastante tranquila. Los tópicos hablan del chotis
como un enhiesto tótem (la pareja casi no se mueve), vertical, rectilíneo y por
eso relacionado con lo masculino, frente al sentido circular de la sardana, horizontal y curvo que puede
acercarse al mundo femenino.
Pero sigamos
indagando por la resbaladiza senda de lo masculino y lo femenino dentro del
mundo de los tópicos. La diferencia de género nos puede sugerir preguntas como:
¿Lo masculino puede asociarse con lo directo y explícito, frente a lo femenino que
se relacionaría con lo sutil y lo matizado? ¿Podríamos referirnos a lo
masculino como un hecho dominante (al menos en tiempos anteriores) y a lo
femenino como lo dominado (en esas mismas épocas)?, ¿Podemos pensar que lo
masculino indica un carácter soñador, idealista y lo femenino simboliza lo práctico
y lo apegado a la tierra?
Y, tras esta
retahíla, nos queda la duda de si ¿podrían las consideraciones anteriores tener
algo que ver con Madrid y Barcelona? Y, ¿puede condicionar nuestra mirada hacia
las ciudades el hecho de verlas como un “padre” o una “madre?
¿Son los ciudadanos
madrileños indiferentes e individualistas frente a los barceloneses,
asociacionistas y comprometidos con su ciudad?
Hay otro
tópico que determina que los madrileños son muy desapegados con su ciudad e
incluso entre ellos mismos, tildando al habitante de la capital de indiferente
e individualista frente a los barceloneses, con tendencias mucho más
colectivas, con un asociacionismo vecinal muy activo y con alto grado de
compromiso con su ciudad.
Las dos
campañas comentadas al inicio sugieren un
grado de implicación del ciudadano muy distinto. El mensaje en Madrid exhorta
a los ciudadanos al cumplimiento del deber, mientras que en Barcelona se les llama
para apoyar a una hija, a una madre o a una hermana.
En Madrid el
ciudadano permanece ajeno, no se le implica más allá de una obligación casi
contractual y la campaña aparece como el objetivo de un programa que la
administración presenta a sus ciudadanos. En Barcelona, en cambio, parece una
responsabilidad compartida, donde edificios y habitantes se fusionan en una
única entidad sentimental. Parece que Barcelona sea cosa de sus ciudadanos, mientras
que Madrid sería responsabilidad el estado o del ayuntamiento. La cosa pública
es de todos o no es de nadie.
Ciertamente el
grado de conexión del ciudadano con su espacio vital es una de las principales
cuestiones que afectan a la identidad urbana. Quizá Madrid, pueda justificarse
diciendo que sus habitantes tienen una
variada procedencia y eso hace que “sientan” menos su espacio mientras que en Barcelona sucedería
lo contrario. Pero la realidad desmiente en parte esta afirmación, porque en
Barcelona también la procedencia es variada, o por lo menos lo fue y mucho durante
los años del desarrollismo. Ahora
bien, ¿qué tiene una ciudad para implicar tanto a sus recién llegados? ¿Quizá
sea un caso parecido al de ingresar en un “club selecto” que impone unas reglas
de acceso (idioma, costumbres,…), y al superarlas, se incrementa el sentimiento
de pertenecía?, ¿Habrá, quizá, algo sobre el entendimiento del espacio como
algo propio, en donde “lo catalán” se enfrenta a “lo español”? (es conocido que
la identidad se construye mucho más fácilmente en oposición a algo).
Pero volvamos
a tópicos más relajados y que también pueden
relacionarse con los de la pregunta acercándonos de nuevo a los bailes
tradicionales de cada una de las dos ciudades, a los que nos hemos referido
antes. Frente al chotis madrileño, un baile individualizado (de dos) se
encuentra el baile por excelencia de la tradición catalana y barcelonesa, la sardana,
que es un baile de grupo. ¿Significará
algo esa individualidad madrileña y ese baile colectivo catalán? (que puede
relacionarse con otra tradición muy arraigada, los castellers, esas torres humanas que se levantan en las fiestas de
muchos municipios catalanes).
Un dato a
tener en cuenta es el peso de las asociaciones vecinales de Barcelona, que en
algún caso lograron éxitos importantes frente a decisiones del poder (basta
recordar cómo se tumbó el conocido Plan de la Ribera que en los años setenta
pretendía transformar el frente marítimo con criterios especulativos). En
cambio en Madrid, el asociacionismo vecinal es prácticamente inexistente (salvo
alguna excepción de barrios “con solera”).
¿Es Madrid un collage
acogedor y Barcelona una unidad refractaria?
El poeta José
Hierro fue el encargado del pregón de las fiestas madrileñas del dos de Mayo de
1999. En su alocución hizo una divertida referencia a que Madrid era una ciudad inventada por los forasteros, donde lo más
tradicional era producto de importación. Para demostrar este argumento, el
poeta invitó a visualizar una imagen típica del casticismo madrileño: una
pareja bailando un chotis (danza escocesa), con la mujer portando un mantón (de
Manila), al ritmo que marcaba el organillo (invento italiano) bajo las luces de
los farolillos (chinos).
La propia
ciudad aparece como un collage de tramas, muchas veces mal articuladas o
simplemente yuxtapuestas, reforzando la idea de Madrid como suma de elementos.
Quizá esa
asimilación de lo foráneo sea una de las grandes virtudes de la capital. Madrid,
se presenta como un lugar de acogida donde la integración es inmediata (muchos
“madrileños” actuales tienen su pasado en otro lugar). Pero en su virtud
esconde también su “pecado” ya que la diversidad es a su vez origen de su gran
defecto, la falta de identificación de los ciudadanos con su espacio. Solo hay
que contemplar las fiestas patronales de la ciudad, una celebración puntual con
escasa participación ya que, en general, muchos ciudadanos aprovechan esos días
de asueto para viajar y alejarse del “mundanal ruido” capitalino.
Barcelona, en cambio, se ofrece como
una unidad, matizada pero con sentido de conjunto. Desde luego socialmente porque la
identificación de cada miembro con la comunidad, con la ciudad y con el
territorio catalán es muy importante (aunque este tema admitiría muchos matices).
La propia ciudad refuerza esa idea con sus planteamientos básicos: el lado de
la “montaña” y el lado del “mar”, los ríos delimitadores, y entre todos el “llano”.
Barcelona no se presenta como una ciudad
collage (aunque lo sea como todas) ya que a la unidad del centro histórico
se enfrenta la del Eixample para dar paso a unas periferias menos identificadas
con las “esencias” barcelonesas.
Barcelona no
se ofrece como lugar para cualquiera como sucede en Madrid. Integrarse requiere
cumplir varias reglas, y la principal es el idioma. La lengua se convierte en
un filtro de identificación que actúa como barrera para la integración de los
forasteros. Ahora bien, también se dan los casos de quienes profesan “la fe del
converso” y una vez aceptados se convierten en más “papistas que el papa”
promoviendo ese aspecto refractario que hace difícil la inmersión del
forastero.
¿Es Madrid cerebral y
automatizado frente a Barcelona, que sería sentimental y viva?
En la campaña
institucional citada al principio, en
Madrid se aprecia una componente aséptica, distante, objetiva. La limpieza
y el incremento de zonas verdes son valores sobre los que nadie discute y que
son cuantificables (porcentaje de zonas verdes, toneladas de basura retirada de
la ciudad, etc.). El mensaje del eslogan sugiere un cumplimiento del deber sin otro
objetivo que asegurar la calidad de vida. Es un mensaje institucional, frio,
que simplemente llama al ciudadano a atender a sus obligaciones.
En cambio, en Barcelona, se transmite una
familiaridad, entrañable y subjetiva. La belleza, y más si nos referimos a
la femenina, es un tema de permanente discusión y de cambios de cánones.
“Guapa” es un adjetivo en el que difícilmente podrá ponerse de acuerdo a todo
el mundo. ¿En qué consiste poner guapa a una ciudad?, es algo también complejo
de definir, será la limpieza urbana, el arreglo de sus fachadas, el cuidado de
los elementos de su mobiliario urbano, etc. aunque esto no sea lo importante de
la comunicación. Lo trascendente del mensaje es caracterizar a Barcelona como
algo vivo, que irradia humanidad frente a la frialdad de Madrid. Se presenta Barcelona
como ciudad viva, con alegrías y tristezas, frente a Madrid que sería una ciudad
robotizada, automática, donde los objetivos se plantean con criterios meramente
cuantificables.
Por otra
parte, los proyectos de Barcelona suelen ser figurativos, como “abrir la ciudad
al mar” o “reinterpretar el Eixample con criterios del siglo XX”, pero en
Madrid suelen ser, en el mejor de los casos (cuando hay información), datos,
metros cuadrados construibles, número de viviendas, etc. Barcelona sabe operarse
las células cancerígenas y abordar transformaciones espectaculares y
contemporáneas, incluso en su casco viejo. Pero Madrid tiene tendencia al
embalsamamiento, como sucedió con la remodelación de la Plaza de Oriente, justificada
con criterios numéricos y que fue remodelada con un espíritu historicista (por
no hablar de aquella polémica sobre las farolas de la Puerta del Sol que en
1985 fueron apodadas “supositorios” y tuvieron que ser cambiadas por otras que momificaban
el pasado).
¿Madrid es una ruda
ciudad castellana y Barcelona una sensual ciudad mediterránea?
El clima es
un factor determinante para las ciudades. Desde luego, lo ha sido a lo largo de
la historia y en la actualidad, a pesar de que la tecnología parece poder con
casi todo, sigue siéndolo (y debe serlo si queremos conseguir ciudades
sostenibles).
Madrid,
situada en el centro de la Meseta peninsular, cuenta con un clima contrastado.
Prácticamente hay dos estaciones (verano e invierno) porque los periodos
templados son de corta duración. En cambio, Barcelona, como ciudad marítima, es
más estable, está sometida a un régimen de humedad alto y a las brisas
costeras, lo cual suele dulcificar al menos los periodos fríos, ya que los
calores pueden ser también muy fuertes.
Que el clima
imprime carácter a las sociedades humanas es algo defendido por los historiadores
de las civilizaciones. Las sociedades
enfrentadas a climas extremos suelen expresarse de una forma mucho más
contenida y privada que las que disfrutan de temperaturas más acogedoras para
el ser humano. Estas comunidades muestran tendencia hacia las expresiones
colectivas y las celebraciones callejeras.
Hay quienes
defienden que la rudeza o la sensualidad tienen que ver con la cantidad de ropa
que los ciudadanos se ven obligados a vestir para reaccionar ante el clima. Abrigos frente a bañadores representan dos
tendencias sobre la cultura del cuerpo. Y a partir de eso se puede
caracterizar comunidades más sensuales y otras más espirituales (y ¿rudas?).
Pero hay más,
la situación abierta al mar o encerrada entre montañas también puede llevarnos a cuestiones que tienen que ver
con la permisividad y la intolerancia. Históricamente, la existencia del
mar abría una puerta enorme a culturas diferentes que eran aportadas por
marineros, comerciantes y navegantes en general. El choque cultural abría
mentes y relativizaba las posiciones intelectuales. En cambio, las situaciones
alejadas de las grandes rutas comerciales, contaban con un aislamiento que
fomentaba un cierto retraimiento a la vez que reforzaba creencias intolerantes al no ser sufrir el
contraste con el pensamiento de ciudadanos de otros lares. El tópico indica
tendencias fundamentalistas en los lugares aislados y por el contrario, permisividad
en los sitios transitados.
Claro que
esto es lo que podemos extraer de tiempos históricos. En la actualidad los
canales de comunicación son numerosos y es difícil encontrar comunidades
aisladas. Y paradójicamente, con los movimientos migratorios que caracterizan
nuestro tiempo, los lugares tan frecuentados puede originar posturas de
cerrazón y sentimientos nacionalistas alejados de la permisividad comentada.
¿Es Madrid
generalista y Barcelona detallista?
Esta pregunta
suscita uno de los debates más tópicos sobre Madrid y Barcelona. Dentro de las
divagaciones habituales, suele asignarse a Madrid una visión generalista sobre
las cosas frente a la concesión de un carácter detallista para Barcelona. Estos
“encasillamientos” vienen de lejos y se apoyan en argumentos de lo más variado.
Repasemos algunos de los que tiene que ver con la construcción de las ciudades.
Hay un primer grupo de tópicos que hace
referencia a los materiales de la ciudad y se fija en que Madrid es una ciudad de granito frente a
Barcelona, que es una ciudad de piedra arenisca. Respecto a la cuestión del
material que identifica mayoritariamente a cada ciudad, en este blog ya
analizamos la peculiaridad de la construcción de sus centros históricos.
Allí se refirió como la
Barcelona antigua construyó sus edificios principales con la piedra arenisca de
Montjuïc, mientras que Madrid hizo lo propio con el granito de la Sierra de
Guadarrama. (Barcelona y Madrid, arenisca frente a granito. Los materiales de las ciudades).
El granito,
una piedra con grandes virtudes constructivas es, en cambio, poco versátil para
ser trabajada de una forma escultórica y preciosista, razón por la que suele
ofrecer formas generales y de poco detalle. En cambio, la arenisca sí permite
un trabajo muy detallado, admitiendo repujados y arabescos imposibles con el
granito. Por esa razón, el detalle se asocia como algo típico del supuesto carácter
práctico y promenorizado del barcelonés frente a la generalidad “granítica” de
los madrileños.
Un segundo argumento, vuelve sus ojos
hacia cuestiones estilísticas y cataloga a Madrid como ciudad Barroca frente a
una Barcelona gótica.
Los principales edificios históricos de Madrid se construyeron durante el
Barroco, cuando la ciudad fue designada capital del país, mientras que en Barcelona,
fueron realizados durante el gótico, ya que la capital catalana recibió mucho
antes esa responsabilidad de gran ciudad. El barroco, escenográfico, teatral y muy
proclive a grandes gestos, se enfrentaba al gótico, un estilo constructivo
donde casi todo lo que aparece tiene una función estructural y presta mucha más
atención a las pequeñas cosas. Hay quien relaciona esta razón práctica con la burguesía
económica mientras que las escenografías barrocas de fachadas o interiores casi
irreales son identificadas con la nobleza y corte, mucho más fantasiosas. En
aquellos tiempos, el material que predominaba en cada territorio era el que servía
de base constructiva, y eso nos plantea otro tipo de cuestiones, como la duda
sobre si es el material el que condiciona el carácter y el estilo o es el
carácter el que condiciona el uso del material. Es decir ¿Qué fue primero, el huevo
o la gallina? ¿El material determina el estilo o viceversa?
Finalmente, y
en la misma línea tópica, es reseñable el
debate sobre el carácter de los proyectos arquitectónicos. Un debate que durante
los años sesenta y setenta del pasado siglo llevó a hablar de una “Escuela de
Madrid” y otra “Escuela de Barcelona”, ambas con rasgos propios y
contrapuestos. Durante esas décadas, cuando las escuelas de Arquitectura de
Madrid y Barcelona dominaban el panorama nacional, se asentó la creencia de que
en los proyectos surgidos en Madrid predominaban
las ideas, frente a los producidos en Barcelona, que contaban con una mayor
atención al detalle.
Las denominaciones
“Escuela de Barcelona” (propuesta por Oriol Bohigas) y la de “Escuela de
Madrid” (planteada por Juan Daniel Fullaondo) aparecieron en sendos artículos publicados
en la revista Arquitectura (nº 118 de
agosto de 1968) y consolidaron la percepción de que había dos formas diferentes
de hacer arquitectura.
Cada etiqueta
pretendía englobar el trabajo de una serie de jóvenes profesionales que buscaban
renovar la arquitectura, pero en ninguno de los dos casos fueron un grupo formalizado
y homogéneo sino más bien un movimiento de tendencia en el que los arquitectos
reclamaban la modernidad que se había perdido en España y buscaban conexiones
con los movimientos renovadores del racionalismo europeo. Pero cada uno con un
punto de vista distinto.
En Barcelona,
con miembros destacados como el propio Bohigas, Correa o Milá, que ejercían su
magisterio desde la Escuela y desde sus despachos, el lenguaje de las obras
prestaba mucha atención al detalle, a las características intrínsecas de cada
material, y se fijaban con atención en el diseño interior de los espacios con
el mobiliario como parte muy importante, y todo ello con una ironía muy
catalana.
En Madrid, la
“escuela” se identificaba con figuras como Sáenz de Oiza, Carvajal o Fernández
Alba, por citar algunos, y presentaba planteamientos mucho más idealistas y
poéticos, donde los trazados orgánicos de gran plasticidad ofrecían proyectos
muy rotundos que se fijaban menos en los detalles.
Hubo mucho debate
y fuego cruzado entre ambos frentes. Se achacaba, por ejemplo, la existencia de
grandes encargos públicos en Madrid frente a la promoción privada más habitual
en Barcelona, y en consecuencia un predomino de la arquitectura residencial en
Barcelona frente a la más institucional madrileña. También se señalaban
distinciones en los materiales porque se asignaba un protagonismo al hormigón visto
en Madrid (material continuo, generalista) frente al habitual ladrillo catalán
(pieza individual cuyo valor reside en el conjunto)
Esta bicefalia
arquitectónica española fue cuestionada por unos y defendida por otros. Pero
sin pretender llegar a una conclusión, siempre sobrevuela la misma pregunta ¿Es
Madrid generalista y Barcelona detallista?
¿Es Madrid rancia e
inmovilista mientras que Barcelona es moderna e innovadora, o es a la inversa?
Esta
apreciación es delicada porque compara etiquetas positivas y muy deseadas con
otras negativas y rechazadas por todos. Además cada ciudad se adjudica la buena
y asigna la mala a la otra.
Madrid tuvo
en los primeros años de la década de 1980 una explosión de alegría y libertad
(la celebrada “movida madrileña”) que la colocó en la vanguardia de una nueva
forma de entender el mundo. Pero ese aluvión de creatividad quedó abortado y la
ciudad se sumió en un discurso muy gris. Entonces Barcelona, aprovechando la
repercusión de la futura Olimpiada de 1992, se mostró al mundo como el centro
del nuevo diseño, del glamour urbano
y de la sofisticación (que ya había mostrado décadas atrás en la época de la
elitista “gauche divine”).
La disputa
sobre cuál de las dos ciudades encarna la modernidad es continua. Por ejemplo,
cuando en los inicios del siglo XX las dos ciudades miraron hacia las
vanguardias europeas y lo hicieron fijándose en modelos distintos. Mientras
Madrid miraba hacia Centroeuropa, Barcelona lo hacía hacia Francia. Madrid
apostó por una vanguardia tranquila y Barcelona por otra más radical. También este
tema fue tratado en este blog (Barcelona con Francia, Madrid con Alemania: Actitudes de Vanguardia)
No obstante,
contando con la opinión internacional como árbitro, es cierto que Barcelona ha
logrado transmitir unos valores que la posicionan en un puesto más avanzado que
Madrid. Ciertamente, desde las instancias políticas barcelonesas suelen
potenciar esa visión y apuestan por el apoyo a una creatividad (que ha tenido
momentos mejores que los actuales) mientras que en Madrid, lamentablemente y
poniendo a salvo algunas honrosas excepciones, hay demasiados casos que dejan
un retrogusto rancio.
Hay quien
asocia todo esto al “motor urbano”, diciendo que Barcelona es lanzada por la
burguesía y por un sector industrial y comercial mientras que Madrid es
impulsada por el estamento político, “nobiliario y cortesano”. Estos tópicos
enfrentan una ciudad de comerciantes con una ciudad de funcionarios. O una
comunidad consciente de sí misma que potencia su valor de grupo y aspira a marcar
su rumbo frente a otra en la que los ciudadanos se dejan llevar por una “élite”
que toma las decisiones.
Pero también
hay voces que, desde posiciones actuales, defienden el potencial de futuro
madrileño para que surjan ideas innovadoras motivadas por su gran capacidad de
hibridación, de “polinización cruzada”, frente a una Barcelona ensimismada que
estaría estancada en derivas nacionalistas, perdiendo el paso de los tiempos
que vienen.
En cualquier
caso, y más en los tiempos de crisis que nos ha tocado padecer, las dos
ciudades luchan en un escenario internacional para conseguir un posicionamiento
entre las urbes más avanzadas del planeta.
Insistimos, los tópicos no explican la
realidad, pero, al menos invitan a la reflexión y permiten un acercamiento, a
veces divertido, a cuestiones que pueden formar parte de un sustrato
identitario de las ciudades y sus gentes. Los tópicos suelen ser respuestas,
que pueden estar desenfocadas, pero, desde luego, nos animan a meditar sobre
las preguntas que las suscitaron, y quien sabe, quizá descubramos algo al
analizarlas.
¡Vaya parrafada, amigo mío¡
ResponderEliminarDudo sinceramente que alguien haya leído hasta el final.
Las ciudades no pueden tener sexo si no tienen órgano sexual para empezar.
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