Grabado que presenta algunas
de las torres-campanario de las iglesias de Wren. Tras ellas, la impresionante
silueta de la catedral de St. Paul.
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El arte puede alcanzar mayor expresividad en la
intensidad de los matices que en los gestos grandilocuentes. En estas
ocasiones, produce más emoción descubrir las leves modificaciones que
presenciar cambios radicales. Desde las Variaciones
Goldberg de Bach a la serie sobre la catedral de Rouen de Claude Monet,
muchos artistas han explorado el mundo de las “variaciones sobre un tema”. La
arquitectura, sobre todo desde los conceptos de tipología y estilo, también
crea esas fascinantes y ligeras mutaciones.
Una de las muestras más sorprendentes de variaciones
arquitectónicas son las 51 iglesias parroquiales que sir Christopher Wren
proyectó en la City londinense entre 1670 y 1695. Las circunstancias, el tema,
el método y su concentración en un espacio limitado las convierten en un caso
excepcional. Únicamente sobreviven 30 de ellas, algunas conservan solo la
torre-campanario y otras presentan remodelaciones importantes, pero 13 siguen manteniendo
la forma original.
El artículo tiene dos partes. En esta primera nos
acercaremos al concepto de variación y al contexto del barroco arquitectónico
inglés. En la segunda entrega profundizaremos en los edificios
y propondremos una ruta para recorrerlos.
Las variaciones sobre un tema como recurso artístico.
El arte puede alcanzar mayor expresividad en la
intensidad de los matices que en los gestos grandilocuentes. En estas
ocasiones, produce más emoción descubrir las leves modificaciones que
presenciar cambios radicales.
Desde luego, hay artistas proteicos, geniales, que
se alimentan del cambio constante y que persiguen la innovación sin detenerse a
agotar todas las posibilidades de sus descubrimientos. Podemos pensar en Miles
Davis, en Picasso o en Le Corbusier. Todos abrieron caminos que otros se
encargarían de explorar en profundidad, mientras ellos perseguían nuevos retos.
En ciertos casos, los creadores que fueron capaces
de encontrar ese lenguaje propio cargado de horizontes lejanos, no renunciaron a
rastrear sus límites e insistieron pacientemente en encontrarlos. Aunque, en
ocasiones, esa rotunda identidad podía convertirse en una jaula dorada de la
que no lograrían salir (muy a su pesar para algunos). Puede servir como ejemplo
arquitectónico la obra de profesionales tan prestigiosos y predecibles como Richard
Meier o Frank Gehry.
No obstante, una gran mayoría de autores sigue las
sendas apuntadas por los grandes genios, limitándose a reiterar los modelos a
través de versiones más o menos afortunadas, exprimiendo una idea básica, que
es llevada hasta el máximo de sus posibilidades. Entramos en el mundo de las
variaciones sobre un tema, algo bastante habitual en la música y en las artes
plásticas.
Ciertamente, la música es una de las artes que
aprovecha en mayor medida el recurso a la variación. De hecho, casi podría
decirse que ha llegado a constituir un género en sí mismo, integrado por
composiciones que contienen una melodía de base (por lo general sencilla y
fácil de recordar) que es sometida a un proceso de repeticiones, cada una de
las cuales va incorporando cambios en alguno de sus elementos fundamentales
(como el ritmo, el tempo, la estructura,
el timbre, la instrumentación, la armonía, etc.). El tema original se convierte
así en el sustrato que unifica a todas las variaciones, quedando enlazadas o relacionadas,
aunque presenten diferencias apreciables. Podemos pensar en Johann Sebastian
Bach y sus Variaciones Goldberg; en
Beethoven y sus Variaciones Diabelli;
o en Brahms que experimentó variaciones sobre un tema de Haydn, entre los
muchos ejemplos existentes.
Variaciones Goldberg de
Johann Sebastian Bach. Inicio de la partitura de la primera variación.
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También, como decimos, la pintura cuenta con
excelentes ejemplos que se han ocupado en mostrar la matizada variabilidad de
la realidad. Sobre todo, a partir de que esa realidad entró a formar parte de
la temática pictórica. El paisaje y sus formas sufren ligeras variaciones de
luz y color a lo largo del tiempo, reflejando las horas del día, las estaciones
o el impacto de los fenómenos meteorológicos. Por eso, a partir del Impresionismo,
las variaciones temporales se convirtieron en un tema específico de la pintura.
Entre los ejemplos más conocidos se encuentra la serie de 31 lienzos que
realizó Claude Monet entre 1892y 1894 sobre la fachada de la catedral de Rouen.
En ellos, el maestro impresionista pretendía captar los tenues cambios de luz producidos
por el transcurrir del día o los efectos de la meteorología cambiante sobre la
fachada principal del templo. También la repetición matizada se convertiría en
un asunto principal dentro del estilo pop
(solo hay que pensar en las famosas series de Andy Warhol)
Imágenes de la serie
realizada por Claude Monet sobre la fachada de la Catedral de Rouen.
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Pero no solo la música y la pintura fundamentan
algunos de sus caminos creativos en la variación. También la arquitectura,
sobre todo desde los conceptos de tipología y estilo, origina esas fascinantes
y ligeras mutaciones surgidas a partir de la reelaboración de una idea básica.
Los tipos edificatorios fijan las claves programáticas y funcionales, incluso
compositivos o materiales, para que sean adaptados a las circunstancias
específicas de cada localización. De esta forma, a partir de un sustrato
fundamental, surgen los matices. También el estilo insiste sobre la misma
cuestión, en este caso de una manera más transversal, afectando a todos los
tipos, al proponer unos recursos de diseño específicos. Esto no significa repetir,
sino ofrecer una identidad diversificada, que extiende un “aroma” familiar que
nos permite captar tanto el sustrato invariable y sus pautas como las
transformaciones que lo matizan.
Una de las muestras más sorprendentes de variaciones
arquitectónicas son las 51 iglesias parroquiales que Christopher Wren proyectó
en la City londinense entre 1670 y 1695. Estos pequeños templos tuvieron una
génesis muy particular, que las convierte en un caso excepcional. Desde luego, por la catástrofe que las puso en
marcha (el gran incendio de 1666 que destruyó casi la totalidad del antiguo
Londres); pero también por el tema, que buscaba un espacio novedoso para la
liturgia protestante; y por el singular método de trabajo (variaciones y
combinaciones a partir de una serie de elementos fundamentales); aunque, sobre
todo, por su concentración en un espacio limitado, la City, que ofrece la
posibilidad de visitarlas todas con un recorrido que no llega a los siete
kilómetros. Únicamente sobreviven 30 de ellas, algunas mantienen solo la
torre-campanario y otras presentan remodelaciones importantes, pero trece de
ellas conservan la forma original.
Las iglesias parroquiales de
Wren se encuentran “escondidas” entre los monumentales edificios y los
rascacielos de la City londinense. En la imagen, St. Magnus the Martyr.
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Proponemos una ruta que se inicia y finaliza en la
catedral de St. Paul, la obra maestra de Wren que se nutrió de la
experimentación realizada con aquellas iglesias parroquiales. Pero antes de acercarnos
a descubrir esas pequeñas joyas que se encuentran escondidas entre los
monumentales edificios y los rascacielos de la City londinense, nos
aproximaremos al contexto histórico y artístico en el que fueron engendradas.
Una aproximación a la arquitectura y al urbanismo del Barroco inglés.
Paradójicamente, el periodo barroco inglés se inicia
con el “descubrimiento” del Renacimiento italiano. La irrupción del
“clasicismo” cerraría la etapa previa caracterizada por la influencia de las
formas nórdicas y medievales. El nuevo estilo, con las singularidades que iría
adquiriendo con el tiempo, estaría vigente durante los siglos XVII y XVIII,
hasta la irrupción del romanticismo y del Gothic
Revival.
La arquitectura inglesa tuvo una evolución
particular, en gran parte debido al proverbial individualismo de las islas,
pero también por otras razones. Frente a lo que era habitual en la Francia de
Luis XIV o en la Corte pontificia de Roma, el arte no fue un instrumento de
gobierno, sino que los encargos procederían mayoritariamente de la nobleza y de
los enriquecidos comerciantes, hecho que marcaría una impronta distintiva.
Además, hay que recordar la separación de la iglesia que había promovido el rey
Enrique VIII entre 1533 y 1534, de forma que la nueva iglesia anglicana se
convirtió en una iglesia nacional, autónoma de la católica de Roma (que vio,
entre otras cosas, como sus monasterios, terrenos y tesoros pasaron a manos de
la nobleza y la Corona). Durante esos primeros siglos, hubo numerosos
conflictos entre católicos y protestantes, que redujeron el protagonismo de la
iglesia como comitente, algo muy alejado del esplendor y la ostentación de la
iglesia de la Contrarreforma.
Más allá de la importante cuestión religiosa, los
acontecimientos históricos de ese periodo resultarían determinantes para la
evolución artística. El siglo XVI se inicia con la entronización de la Casa de
los Estuardo (1603) ya que la última reina Tudor, Isabel I, había fallecido sin
descendencia. El absolutismo del segundo Estuardo, Carlos I, provocó una Guerra
Civil y que llevó a la ejecución del monarca en 1649. La monarquía fue abolida
y el país se convirtió en una república bajo el mando de Oliver Cromwell. La
muerte de este dejó el poder a su hijo Richard Cromwell, quien no pudo conservar
el denominado Protectorado más allá de 1660, fecha de la restauración
monárquica en la persona de Carlos II, quien tuvo una mejor convivencia con el
Parlamento. Pero con Carlos II y especialmente con su sucesor Jacobo II se mantendrían
fuertes disputas religiosas entre catolicismo y protestantismo, y tensiones entre
la Corno y el Parlamento que acabarían en la “Revolución Gloriosa” (1688), que tendría
como resultado el predominio de la iglesia anglicana y el Parlamento. En el año
1714 se produciría un cambio dinástico con el establecimiento de la Casa de
Hannover (cuyos reyes verían disminuir cada vez más el poder de la monarquía en
favor de los gabinetes ministeriales). La ilustración y, sobre todo, la
Revolución industrial supondrían el ascenso de Inglaterra hasta convertirse en
potencia mundial.
En este contexto, la arquitectura del barroco inglés
suele dividirse en tres periodos:
• El “palladianismo” representado por Inigo
Jones (aproximadamente los dos primeros tercios del siglo XVII)
• El barroco propiamente dicho, propuesto
por Christopher Wren y su entorno (especialmente a partir del gran incendio de
Londres 1666)
• El “clasicismo depurado” durante el siglo
XVIII, arrancando con el “neopalladianismo”, vinculado a Lord Burlington y a
William Kent, y terminando con el Neoclasicismo de Robert Adam. Un periodo que
alumbró también el modelo de jardín paisajista inglés.
El responsable del viraje estilístico de la
arquitectura inglesa hacia el clasicismo fue Inigo Jones (1573-1652), un pintor y escenógrafo que quedó
deslumbrado durante el viaje que realizó a Italia en los años 1613 y 1614 y, en
particular, por la arquitectura de Andrea Palladio. Fascinado por la pureza,
por la armonía de aquellos edificios, Jones llevaría a las islas británicas el estilo
que iniciaría la primera época del
barroco inglés, caracterizada por la liberación de la arquitectura de las
“servidumbres” nórdico-medievales y la emulación palladiana. La renovación del
lenguaje arquitectónico tuvo muestras tempranas como la Queen´s House, el palacio de la reina en Greenwich, realizado por
Jones entre 1616 y 1635. Este edificio se distanciaba radicalmente de las,
hasta entonces, vigentes formas tardo medievales para enlazar con el estilo de
las villas italianas con referencias hacia las de la familia Medici o las
construidas por Vincenzo Scamozzi. Ahora bien, Inigo Jones realizaría una
interpretación muy personal de los modelos, manifestando una gran ausencia de
prejuicios, sobre todo al fijar las proporciones de los diferentes elementos.
Arriba, Queen´s House, el
palacio de la reina en Greenwich. Debajo, Banqueting House en Whitehall.
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El nuevo estilo, que bebía de la fuente palladiana, se consolidaría con obras siguientes
como el Banqueting House en Whitehall
(iniciado en 1619) o la Queen`s Chapel
(1623-1627) del palacio de St. James. También la ciudad de Londres recibió aquellas
influencias: Inigo Jones trabajó en Covent Garden
proponiendo la primera plaza urbana monumental flaqueada por edificios con
carácter unitario (seguramente influenciado por la Place
des Vosgues parisina realizada veinticinco años atrás).
Jones fue la estrella indiscutible de un periodo del que solo pueden reseñarse
unos pocos arquitectos más, siempre vinculados de alguna manera al gran
maestro. Son los casos de Isaac de Caus (1590-1648), John Webb (1611-1672) o
Roger Pratt (1620-1684).
La segunda fase,
el clasicismo de signo romano, tendría como estrella
indiscutible a Christopher Wren
(1632-1723). La evolución del estilo tuvo unas causas relacionadas muy directamente
con el clima “pro-Vaticano” que aparecería en el protectorado de los dos
Cromwell y en la restauración monárquica. En ese tenso ambiente se produjo el
desastre de 1666. El pavoroso incendio redujo a cenizas unos 13.000 edificios,
la catedral y 87 iglesias parroquiales de las 107 existentes en el antiguo
Londres. Carlos II impulsó la renovación de la City, aunque no consiguió sus
propósitos iniciales, sobre todo por el divorcio entre los intereses del poder
y de la burguesía respecto a la ciudad (ver Los dos renacimientos de la City de Londres: tras el incendio de 1666 y después delBlitz).
Wren había sido un autodidacta que comenzó a
destacar con obras como el Sheldonian
Theatre (1662-1663) o la Pembroke
College Chapel (1663-1665), pero sería un viaje de estudios por los Países
Bajos, Flandes y Francia, así como el contacto con Mansard, Le Vau o Bernini,
lo que acabaría de fijar sus ideas renovadoras. El gran incendio se convertiría
en una oportunidad para desarrollar sus propuestas. Nombrado “surveyor” de la reconstrucción, Wren participó
en el fallido concurso para la reestructuración de la ciudad, y recibió el
encargo de levantar (o rehabilitar, en algún caso que sobrevivió a duras penas a
las llamas) 51 iglesias parroquiales,
en las que trabajo durante 25 años, entre 1670 y 1695 y, sobre todo, su gran
obra: la reconstrucción de la catedral
de St. Paul (cuyos trabajos se prolongaron entre 1675 y 1711).
La punta de la torre de St.
Bride, una de las 51 iglesias parroquiales de Wren, lucha por destacar dentro
del denso contexto construido que la acompaña.
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Catedral de St. Paul
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Estas obras
consagrarían a Wren como uno de los más grandes arquitectos de la historia
inglesa. Wren realizaría otras construcciones magníficas como Hampton Court (1689-1692), que fue el
“Versalles” de la casa real inglesa, o el Greenwich
Hospital (comenzado en 1695) que se convertirá en uno de los hitos
culminantes del barroco inglés.
Arriba, Hampton Court.
Debajo, Greenwich Hospital.
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Greenwich
Hospital sería concluido por dos discípulos de Wren que
emprenderían su propio vuelo a partir de entonces: John Vanbrugh (1664-1726) y Nicholas
Hawksmoor (1661-1736). Vanbrugh y Hawksmoor llevarían el barroco de Wren a
dimensiones más monumentales con grandes encargos, posibles gracias a la paulatina
consolidación de Gran Bretaña como potencia mundial. Ambos trabajaron en Castle Howard y en Blenheim Palace, aunque cada uno con su propia misión. Vanbrugh
destacaría también por Seaton Delaval
(1718-1729) y Hawksmoor por su revisión de la arquitectura religiosa en varias
iglesias para Londres, destacando St.
Mary Woolnoth (1716-1727).
Arriba, Castle Howard.
Debajo, Blenheim Palace.
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Otros arquitectos que seguirían la senda marcada
por Wren serían Thomas Archer (1668-1743) o James Gibbs (1682-1754), quien por edad conviviría con los
representantes del tercer periodo, significando una excepción a la corriente
neopalladiana. Entre sus obras caben destacar St. Mary-le-Strand (1714-1717), St.
Martin-in-the-Fields (1721-1726) o Radcliffe
Camera (1737-1749), la biblioteca de la Universidad de Oxford.
El tercer
periodo buscaría un “clasicismo depurado” y comenzaría con el “neopalladianismo”, que sería abrazado por la generación posterior
a Vanbrugh y Hawksmoor, alejándose del ideario de Wren y propugnando una
arquitectura más austera. El cambio no sería ajeno a la situación política que
siguió a la “Revolución Gloriosa” que establecería el protestantismo como credo
oficial, acabaría con la monarquía absoluta y asentaría la democracia
parlamentaria moderna inglesa (con la alta burguesía y los grandes propietarios
dominando el panorama político). Además, vería la llegada al trono inglés de la
Casa de Hannover en 1714 asentando la sensación de época nueva.
La aparición en 1715 y 1717 de los dos tomos del Vitrubius Britannicus (el segundo
incorporaba una traducción de los Quattro
Libri dell’ Archittetura de Palladio), así como la publicación de dibujos
de Inigo Jones, sería muy influyente para la nueva etapa. El gran impulsor de
la recuperación de Palladio sería Richard Boyle (1694-1753), arquitecto y
tercer Earl of Burlington, que había
bebido directamente de las fuentes palladianas en Italia. Tanto Lord Burlington
como William Kent (1685-1748) se
implicaron en la recuperación de la tradición iniciada por Inigo Jones,
colaborando en obras tan representativas como la Chiswick House, en Middlesex (1727-1729) o Holkham Hall en Norfolk (comenzada en 1734).
Arriba, Chiswick House, en Middlesex. Debajo, Holkham Hall, en Norfolk. |
La depuración de las formas sería más drástica con
arquitectos como Robert Adam
(1728-1792), el más relevante de finales del siglo XVIII, quien rechazaría el palladianismo,
pero sin abandonar su pasión por la antigüedad romana. Adam viraría el estilo
inglés hacia un neoclasicismo más exquisito, caracterizado por fuertes
contrastes entre la diversidad de formas, todo ello dentro de una estética
pintoresca (que le llevaría, paradójicamente, a ser un precursor del Gothic
Revival). Contemporáneos destacados serían William Chambers (1723-1796), autor
de la Somerset House de Londres, uno
de los hitos del neoclasicismo inglés, o James Wyatt (1746-1813).
Este tercer periodo, que suele etiquetarse como “arquitectura
georgiana” (en referencia a George, el nombre de los cuatro monarcas de
la casa Hannover que reinaron entre 1714 y 1830) también tendría influencia en
los planteamientos urbanos. Sobre todo, gracias a la obra realizada en Bath
por John Wood I (1704-1754) y John Wood II (1728-1781), y concretamente con el
monumental Circus (JW I, 1754) o con
el espectacular Royal Crescent (JW
II, 1767-1775).
Además, a
mediados del siglo XVIII, surgirían nuevas ideas que modificarían radicalmente
la relación entre el ser humano y la naturaleza. Nació entonces una
sensibilidad novedosa hacia el paisaje, en la que el individuo y el entorno se
relacionarían de una manera mucho más libre. El modelo de jardín paisajista inglés supuso una
propuesta alternativa e innovadora que se alejaba de las imposiciones
geométricas que procedían, sobre todo, del jardín clásico francés, y de la
densidad culturalista y simbólica de los jardines italianos. La jardinería
inglesa reivindicaría el valor del paisaje por sí mismo, caracterizado por la libertad
dispositiva de la naturaleza (aunque era más aparente que real) y por la
primacía de las percepciones humanas individuales (ideas que ya se encontraban
en el pensamiento de Andrea Palladio, el gran inspirador de la
arquitectura barroca inglesa)
(continúa en la segunda parte)
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