Algunas
formas tienen la particularidad de poder cambiar de tamaño generando objetos diversos
con utilidades muy diferentes pero que mantienen su esencia geométrica. Esto
sucede, por ejemplo, con un plano horizontal,
acotado y situado a una altura del suelo (y sujetado por postes, dado que
no se puede sustraer a la fuerza de la gravedad). De esa abstracción surgen materializaciones
concretas como sillas, mesas, púlpitos, templetes o cenadores, muy distintas entre
sí pero que comparten su esquema constitutivo. Dicho de otra manera, la misma
forma esencial produce piezas con usos variados dependiendo de su escala y su consecuente
relación antropomórfica, obteniendo desde elementos de mobiliario hasta arquitectónicos.
Vamos a
profundizar en esa forma mencionada y en sus manifestaciones tipológicas para conceptualizar
sus principales funciones y, además,
descubrir significados que van más
allá del servicio que deben prestar. Presentaremos cuatro categorías a partir de
la situación del plano, que puede estar a la altura de nuestras rodillas (categoría
identificada con el sencillo taburete),
de nuestra cintura (mesa), de nuestra
cabeza (púlpito) o sobre nosotros (baldaquino).
El ser humano
crea objetos para que le ayuden en su existencia (desde un cuchillo hasta una
casa). A veces, a partir de la necesidad, imagina formas previamente para
modificar después elementos que se procura en su entorno, adaptándolos a lo
pensado (por ejemplo, afilando una lasca de piedra para crear un primitivo
cuchillo o ensamblando piezas para elaborarlo)
Distinguimos
entre la forma y el objeto. La primera es abstracta y
generalizable (lo característico e imprescindible de, por ejemplo, un
cuchillo), mientras que el segundo es concreto e individual (cualquiera de los
innumerables cuchillos diferentes que se han fabricado). Nos interesa apuntar
que formas y objetos, además del cumplimiento de sus funciones específicas, adquieren significados que van más allá del servicio que deben prestar.
Algunas formas tienen la propiedad de
mantener su esencia geométrica a pesar de cambiar de tamaño y de uso. Cada una de estas presencias
homotéticas mantienen invariable su sustancia abstracta, pero al tener una relación
dimensional distinta con respecto a nuestro cuerpo, es decir una escala
particular, sirven para funciones muy diferentes y ofrecen significados
diversos. Aquí vamos a fijarnos en una de estas formas versátiles, profundizando
en las funciones y significados básicos de cada una de sus manifestaciones, obviando
el indudable interés que tiene la multiplicidad de diseños y materializaciones
concretas.
La forma esencial: un
plano elevado (sujetado por postes).
La forma que
vamos a tratar es un plano situado a
cierta altura. Esta imagen tan sencilla es una de las construcciones más
frecuentes y que, según su escala, sirven de manera diferente para nuestras
necesidades.
Esta forma
reúne una superficie que determina
el carácter del elemento que, en esencia, es plana, horizontal, acotada y
situada, como decimos, a una determinada altura del suelo que varía según los
casos; y unas líneas que son las
responsables de proporcionar el apoyo al plano, como respuesta a la ineludible
ley de la gravedad (ya que el plano no vuela), otorgándole la estabilidad
requerida y que, en principio, son verticales.
Estos postes de sujeción deben ser la
expresión exclusiva de la necesidad de sustentación y, en consecuencia, no
pueden generan, en ningún caso, cierres (más adelante volveremos sobre este
argumento para descartar algunas opciones que, aunque puedan ser parecidas a la
forma que analizamos, no tienen nada que ver en significación y uso). Se
requieren al menos tres apoyos, que son los mínimos para garantizar el
equilibrio adaptándose a cualquier terreno, aunque que no fuera horizontal.
Ahora bien, también podemos encontrar menos soportes (dos o uno) si son
suficientemente estables cuestión que en estos casos se consigue creando un
“pie” o sujetando mecánicamente el poste al suelo. También podemos encontrar
más de tres postes, en cuyo caso hay que ajustarlos a la superficie de apoyo
para que el elemento no “cojee”. Lo más habitual son cuatro patas, cuestión que
tiene que ver con la sistematización de fabricaciones, con la simetría, con la
adaptación a un entorno que muchas veces está diseñado desde modulaciones
cuadradas, etc.; aunque también podemos encontrar cinco (pocas veces), seis
(algo más frecuente) o incluso más (situación poco usual). Solemos referirnos a
los postes de apoyo como “patas” utilizando el símil con las extremidades sustentantes
de los animales, que suelen ser cuatro o dos (en aves). Los humanos también nos
apoyamos en dos extremidades, aunque las denominamos “piernas”, prolongadas en sendos
pies para garantizar nuestra estabilidad.
La misma forma puede proporcionar usos distintos en función de su escala: sentarse, apoyarse, elevarse o resguardarse.
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• la primera agrupa planos situados a la
altura de nuestras rodillas. Tiene como función principal SENTARSE y como sentido simbólico REPRESENTAR. Lo identificaremos como “taburete” por ser esta la manifestación más sencilla, aunque la “silla”
sea la más habitual.
• la
segunda categoría, reúne planos ubicados al nivel de nuestra cintura, teniendo
como función principal APOYAR y un
sentido simbólico de CONFRATERNIZAR.
Le asignaremos la palabra de su pieza más conocida, la “mesa”.
• la tercera, presenta el plano a la
altura de nuestras cabezas, más o menos. Sobre ese plano se sitúa una persona
que requiere DESTACAR y que
simbólicamente busca SUBYUGAR a un
público, por lo general con la palabra. Lo vamos a identificar con la palabra “púlpito”.
• la cuarta y última emplaza el plano
claramente por encima de nuestras cabezas creando una cubierta para RESGUARDAR lo que hay debajo y, simbólicamente,
DISTINGUIR esa presencia o ese lugar.
Lo reconoceremos como “baldaquino”.
Las dos primeras
suelen ser móviles y permiten su
desplazamiento hasta el lugar adecuado para cumplir su misión. Por eso son “mobiliario” y aunque aparecen en
cualquier espacio, son característicos de la arquitectura interior. Las dos
últimas, aunque tienen ejemplos móviles, suelen quedar fijadas en una posición.
El plano de los dos últimas suele requerir algunos complementos para satisfacer
adecuadamente su función (aunque también pueden aparecer añadidos en las dos primeras
categorías).
El taburete y su familia: un plano elevado
para SENTARSE y para REPRESENTAR.
El caso de
menor escala y más elemental de todos es el que denominamos “taburete”. Consta de una pequeña
superficie plana, horizontal y elevada (a la altura de nuestras rodillas, entre
45 y 50 centímetros), casi siempre cuadrada o redonda y cuyos lados o diámetro
están comúnmente en torno a los 20-30 cm. Este plano dispone de puntos de apoyo
que usualmente son tres o cuatro. No obstante, también hay casos de pata única,
si esta es lo suficientemente ancha (incluso podría ser un bloque macizo
recordando a un mojón, pero este tipo se aparta de la forma que analizamos y
recibe otros nombres). Esa pata única sería inestable si no dispone de una base
suficientemente ancha o si no está firmemente anclada al suelo.
La forma
esencial genera una familia de mobiliario con la misma función (SENTARSE). El taburete puede ver
elevada su superficie de apoyo, pasando a ser “taburete de barra de bar” (situando el plano entre 65 y 75
centímetros, en función de la altura de la encimera o barra a la que sirvan).
Este tipo suele presentar unas barras intermedias que unen las patas para
mejorar el confort al poder apoyar los pies en ellos, además de optimizar las prestaciones
estructurales de los postes. También puede haber variedad en el número de
apoyos, tal como hemos referido anteriormente. Una de las evoluciones de esta
forma se produce con el añadido de un plano vertical que realiza la función de
respaldo para descansar la espalda de la persona que se sienta, creando la pieza
que denominamos “silla”. En la silla
pueden aparecen dos pequeños planos también verticales y paralelos contiguos al
respaldo, aunque más bajos, que conocemos como reposabrazos e incrementan
nuevamente la comodidad de la pieza. Si estos elementos adquieren un cierto
volumen y se concretan con materiales, por lo general, más blandos y mullidos, solemos
hablar de “sillón”.
Diferentes muestras de la tipología que sitúa el plano
horizontal a la altura de nuestras rodillas para permitir el asiento.
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Al margen de esta
evolución surgida de la incorporación de planos complementarios, la forma
esencial también puede desarrollarse de otra manera, generando una nueva familia.
Si el plano del taburete cuadrado o rectangular se extiende en una dirección,
creando una forma marcadamente longitudinal hablamos de “banco”, que puede tener respaldo o reposabrazos, aunque no
necesariamente. La silla o el sillón prolongado caracterizarían los “sofás” típicos del ámbito doméstico.
Incluso hay variaciones peculiares en las que esa prolongación longitudinal
sirve más para tumbarse que para estar sentado, como sucede con las denominadas
chaises
longes o triclinios clásicos. Finalmente, la extensión del plano puede
ir en las dos direcciones de sus ejes, longitudinal y transversal, llegando a
originar una “cama”, mobiliario
propio para el descanso tumbado.
La tipología “taburete” con el plano rectangular y
horizontal extendido siguiendo sus ejes produce nuevas variantes.
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Sentarse satisface
la necesidad de descanso y proporciona una posición cómoda para realizar muchas
actividades, pero, al margen de esta función primordial, la silla también puede ser un símbolo, convirtiéndose entonces en un
elemento de REPRESENTACIÓN. Desde este punto de vista, las sillas, tan
numerosas y convencionales en nuestro entorno, se convierten en referencias
singularísimas de estatus y quedan reservadas para el asiento de algún personaje ilustre. Tenemos, por ejemplo, la silla
en la que se sienta el obispo en los oficios litúrgicos y desde la que ejerce
su magisterio, que recibe el nombre de cátedra
(una palabra de etimología griega que hace relación al acto de sentarse). Este
es el origen de la palabra catedral, que identifica al edificio donde se ubica
la “cátedra” episcopal (señalando al templo que, por esa razón, posee un rango
superior al resto de iglesias católicas). Siguiendo esta línea, llegaríamos a la
catedra papal como máxima expresión. En términos parecidos, encontramos la
cátedra universitaria que era la silla destinada al profesor, elevada por lo
general sobre una tarima para ser mejor visto y escuchado, así como para marcar
la distancia entre maestro y alumno. La palabra catedrático hace referencia al
poseedor de la “silla universitaria”. También reyes y otros nobles disponían de
sillas singulares que se diferenciaban del resto como signo de estatus de sus
poseedores. El trono real es, en este
sentido, una silla en la que se simbolizan los atributos del poder ante
súbditos y visitantes. O las sillas curules en las que los
magistrados romanos tenían derecho a sentarse.
Estas sillas son piezas
históricas (en el caso de las universitarias ya son más un recuerdo que una
realidad, pero las de los templos siguen presidiéndolos) que suele estar
decoradas profusamente y con presencia abundante de símbolos. Resulta curioso,
aunque no tenga fundamento etimológico que esta familia sirva para “sentar” y
“re-pre-sentar”.
Taburete y mesa comparten la misma esencia geométrica.
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La mesa y su familia: un plano elevado para
APOYAR y para CONFRATERNIZAR.
Elevamos
ahora el plano horizontal hasta alcanzar aproximadamente casi la mitad de
nuestro cuerpo (en torno a los 70-75 centímetros). Con esta altura, la forma,
que denominamos “mesa”, se convierte
en una superficie para APOYAR otros
utensilios. Esa es su función principal. Gracias a las mesas realizamos
numerosas actividades con la comodidad adecuada. El plano suele ser circular,
cuadrado o más habitualmente rectangular, aunque se encuentran formas de lo más
diversas (así como de materiales). Normalmente cuentan con cuatro patas, pero
nuevamente existen casos de una, dos, tres o más de cuatro (también dependiendo
de la longitud del tablero). Las mesas pueden tener cajones en una franja
paralela al plano o incluso asumiendo el papel de patas. La mesa es uno de los
elementos de mobiliario que ha recibido atención desde tiempos remotos y por
eso su diseño presenta una diversidad casi infinita.
La mesa puede
ser pequeña, poco más que un taburete, y lo llamamos “mesilla” y suele servir de acompañamiento a las camas. Existen
mesas con “adjetivos” que indican su misión principal y dan pistas sobre su
diseño: así tenemos mesas de reuniones, mesas de oficina, mesas de comedor,
de trabajo,
etc. También hay mesas que sirven para jugar, como son las mesas de billar
(en este caso sirven de apoyo a las bolas) o las mesas de juego o de casino
(en las que se apoyan las cartas). Y, aunque ahora ya no sean comunes, en la
arquitectura e ingeniería se tenían mesas de dibujo (que además se
inclinaban para facilitar el trabajo, contradiciendo la definición de plano
horizontal). Incluso hay evoluciones muy sugerentes, como las mesas de escritorio,
cuya misión sería servir de apoyo para “escribir” (en estos casos, los cajones
pueden adquirir protagonismo tanto en paralelo al tablero como ejerciendo labor
de patas). Otra muy particular era la antigua mesa “camilla” por lo general
redonda, cubierta con faldas y que ocultaba en su interior un brasero para
calentarse. O las mesas singulares de palacios que permiten grandes comidas o
cenas ceremoniales (de gala, aunque el apelativo refiera
también a la decoración para el evento) en las que un anfitrión agasaja a sus
invitados (por ejemplo, políticamente, con el encuentro relajado de
representantes de diferentes pueblos).
Más allá de
sus funciones variadas, la mesa también es un símbolo. La mesa nos refiere a la noción de comunidad, de grupo que se reúne
con un fin. Sentarse alrededor de una mesa indica una voluntad de CONFRATERNIZAR, de sintonizar, de comunicarse. Suele
ser algo relajado (aunque algunas reuniones sean tensas, la existencia de la
mesa indica voluntad de las pares en llegar a un acuerdo, aunque eventualmente
pueda no conseguirse). Esta visión de grupo se refrenda con una curiosa costumbre
lingüística, porque hay muchas mesas de uso individual en las que se usa un
nombre diferente para evitar la palabra mesa y ese sentido de agrupación que
parece indicar. Por ejemplo, es habitual referirse a “escritorio” en lugar de
mesa de escritorio, o a “pupitre” para las mesas individuales de colegio. Alrededor
de una mesa se congregan las familias o los amigos para comer y departir. Alrededor
de una mesa se reúne el consejo de administración de una empresa. Alrededor de
una mesa se sientan los miembros de asociaciones diversas para lograr acuerdos
(“mesa de negociación” en sentido figurado). También hay mesas de contratación, mesas de empleo, etc. Este simbolismo lleva
asociada la unidad de objetivos (aunque se puedan “romper” las “mesas de
negociación” cuando no se llega a pactos). Finalmente hay mesas con
personalidad (real o ficticia) como fue mesa de la última cena de Jesucristo o la mesa
redonda del Rey Arturo, que insisten en el símbolo de unión y proyecto
común.
Una mesilla de noche (con su cajón) y un púlpito (con
su parapeto) son la misma forma a diferente escala (púlpito de la pasión, obra de Donatello para la basílica de San Lorenzo de Florencia)
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El púlpito y su familia: un plano elevado
para DESTACAR y para SUBYUGAR.
Un nuevo
aumento en la escala nos dirige a otro ámbito. En este caso, el plano asciende,
más o menos, a la altura de nuestras cabezas (pongamos entre 1,5 y 2 metros),
para servir de alza a una persona que requiere ser vista y escuchada por un
determinado público (numeroso por lo general). Lo vamos a identificar con la
palabra “púlpito” y su función es la
de DESTACAR a ese orador. Para
llegar a ese plano superior hay que servirse de unas escaleras que permitan el
acceso y requiere un parapeto para evitar la caída del orador, dos elementos asociados
indefectiblemente a la forma.
El púlpito no
tiene voluntad de crear espacio bajo el plano, pero su altura podría sugerirlo (una
mesa también puede generar espacio bajo el tablero, sobre todo si cuenta con un
mantel de tela que caiga por los laterales y “habilita” una excelente tienda de
campaña para los niños). En su origen, el púlpito cristiano solía abrazarse a
una columna del templo apoyando sobre ella unas escaleras y sacando el plano en
voladizo para la ubicación del orador (eso sí, protegido por el inevitable antepecho).
En otras confesiones, por ejemplo, en algunas mezquitas, el pulpito es realmente
una silla elevada a la que se accede mediante escalera (y esto también nos
conectaría con la función simbólica de representar).
Ahora bien, en un momento dado, (finales de la Edad Media y primer Renacimiento),
aparecieron los púlpitos exentos, formados por plano, parapeto y apoyos que
variaban desde los cuatro hasta los seis u ocho como cifras más habituales,
siguiendo la forma del tablero (cuadrado, rectangular, hexagonal, etc.) El
púlpito extendido longitudinalmente genera una tribuna (que incluso
puede mezclarse con el asiento en forma de graderío incorporado). Desde la
tribuna, uno o varios oradores, lanzan sus mensajes a los espectadores.
Imagen del púlpito del Duomo de Pisa, obra de Giovanni
Pisano (1302-1310)
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El púlpito es
el lugar de la palabra. El mensaje transmitido desde arriba (desde el púlpito)
adquiere una mayor solemnidad y veracidad aumentando la capacidad de
convencimiento. Hay que tener en cuenta que los ámbitos elevados siempre han
tenido una consideración especial. De hecho, uno de los atractivos de los
rascacielos es poder observar el mundo desde lo alto, como hacen los dioses. Es
más, en las empresas que tienen sus sedes en edificios en altura, los despachos
de los dirigentes suelen situarse en los pisos más elevados, en la cúspide que
simboliza el triunfo y el dominio. El púlpito participa de esto, incrementando
el estatus y la influencia de la persona que habla a los feligreses que se
encuentran abajo, obligados a mirar hacia arriba y escuchar. El orador es el
foco de atención y proyecta la voz con mejor resultado. Ahora bien, el púlpito
no se asocia con la imposición sino con la sugerencia, es decir, el púlpito no
suele emplearse para “vencer” sino para “convencer”. El sacerdote que pronuncia
su sermón desde el púlpito busca que los fieles sigan sus indicaciones de buen
grado o el político que sube a la tribuna espera seducir a sus compañeros o a sus
votantes. El púlpito potencia y ensalza simbólicamente al predicador que aprovecha
su “dominio” frente a la “subordinación” de los oyentes para conseguir SUBYUGAR al auditorio, es decir, “someter o dominar completamente a una
persona o colectividad utilizando la persuasión” como indica el diccionario.
El baldaquino y su familia: un plano elevado
para RESGUARDAR y para DISTINGUIR.
Finalmente
elevamos la superficie de referencia hasta la que sería la cota más alta, que
se sitúa con holgura por encima de nuestras cabezas (más o menos el equivalente
a un piso convencional, es decir 2,5 o 3 metros, pero esta altura puede verse
ampliada). Así, el plano horizontal se convierte en una cubrición. Esto delata su
misión: ejercer de techo para RESGUARDAR
a quien se encuentra debajo (del sol, de la lluvia, etc.), creando para ello un
espacio efectivo, habitable. Identificaremos esta forma abstracta con la
palabra “baldaquino” que es una de
sus manifestaciones más solemnes, aunque como veremos hay otras muchas concreciones
que comparten esta misma forma esencial.
La cubierta
es un elemento arquitectónico y, en consecuencia, sus soportes pasan a la
categoría de columnas o pilares. Normalmente suelen ser cuatro, situados en los
vértices del plano que tiene tendencia a ser cuadrado, aunque puede haber
variedad, pero pueden ser más o menos (por ejemplo, con un soporte único, teniendo
muestras que van desde las sombrillas playeras desmontables hasta las estructuras
en forma de “paraguas” diseñadas por Norman Foster para las estaciones de
servicio de Repsol). El plano-cubierta puede adquirir formalizaciones
particulares para satisfacer requisitos complementarios, como la evacuación de
agua (encontrando planos inclinados, cúpulas, etc.).
Como hemos
advertido al principio del artículo debemos descartar ciertos casos que cierran el espacio “interior” gracias a
paredes laterales, convirtiendo el baldaquino en una “caseta”. Pensemos en pequeños
kioscos de prensa o de lotería. Esta forma es diferente funcional y
simbólicamente a pesar de su parecido relativo. Precisamente la palabra kiosco
se presta a confusión porque puede ser también una de las versiones del tipo
baldaquino. Nos referimos a los kioscos abiertos cuya muestra más emblemática
es el denominado kiosco de música, una tipología poco utilizada en la actualidad,
pero que tuvo un gran desarrollo en épocas pasadas, particularmente en el siglo
XIX, proliferando en plazas y parques como elemento focal de la composición (y
donde, efectivamente, bandas de música solían amenizar a los paseantes). En
general aparecen algo elevados para facilitar la apreciación sonora. Otra
variante de esta forma es el templete, construcción que nació
como un pequeño edículo para albergar a los dioses o sus altares y que se
transformó en un elemento muy vinculado a jardines y parques, sirviendo como un
pequeño lugar de descanso cubierto (habitualmente con una formalización muy
clásica).
La forma
puede cumplir otras muy variadas misiones como la de ser un cenador
dentro de un jardín privado o incluso una terraza en la calle que da servicio
a un bar. También puede aparecer adosada a una edificación y actuar como porche.
Si la prolongamos longitudinalmente se convierte en una pérgola, aunque en este
caso la palabra suele llevar asociada una cubrición parcial (por ejemplo, de
viguetas, o de brezo) que protege, pero no completamente. Incluso puede ser
móvil y lo llamamos palio. En este caso suele ser ligero, con una cubrición de tela
y unos postes ligeros, habitualmente cuatro varas que suelen ser llevados por
personas durante ciertas ceremonias (especialmente religiosas) cubriendo a un
personaje o a una imagen (como en ciertos pasos de Semana Santa).
El baldaquino
tiene un significado simbólico que
pretende transmitir la importancia de lo que hay debajo, ensalzándolo,
induciendo a su respeto y consideración. Así su misión simbólica es la de DISTINGUIR a la persona o al objeto que
resguarda. Esto se evidencia en los baldaquinos de los templos en los que no
hay que resguardar de las inclemencias climáticas ya que allí no llueve, ni da
el sol. Su presencia provoca distinción al transmitir una deferencia máxima hacia lo que allí se encuentra, por ejemplo, el
altar. Sirve como ejemplo el fabuloso baldaquino de San Pedro del Vaticano,
obra de Bernini, que alberga el altar mayor, situado a su vez sobre la cripta
en la que se halla la tumba del apóstol San Pedro. También las manifestaciones
menos solemnes, como pueden ser cenadores,
terrazas o kioscos, buscan distinguir, aunque en este caso sea focalizando un lugar al fijar la atención
del público en ese punto y en lo que allí puede suceder, sea un concierto
musical en un kiosco de una plaza o una celebración familiar en el cenador del
jardín doméstico.
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