Según se
dice, las desgracias nunca vienen
solas. Algo supo de ello la ciudad de Valladolid en 1561, con la designación de
Madrid como capital de España y el
devastador incendio que destruyó una
parte de la ciudad. Pero también se dice que no hay mal que por bien no venga y
que de las crisis surgen oportunidades.
Y también Valladolid se hizo eco de ello. La rápida reconstrucción del área
quemada supuso la primera aplicación
urbana en España de los criterios renacentistas que venían de Italia y
lanzó al mundo la referencia morfológica de la Plaza Mayor, que se convertiría en el modelo para otras muchas
plazas, tanto en la península como en América. Además, junto a aquel trazado,
que se concibió como un alarde geométrico y simbólico, se comenzó a levantar en
esos años y con el mismo espíritu renacentista la Catedral, un extraordinario proyecto de Juan de Herrera que,
lamentablemente, no llegaría a concluirse.
Valladolid fue el campo avanzado del
urbanismo renacentista hispano con aquel nuevo barrio, sus innovadores espacios urbanos y las
renovadas edificaciones. No obstante, el ímpetu experimentador se vería
frustrado porque el traslado del centro de poder a Madrid originaría un declive
del que la ciudad castellana tardaría mucho en recuperarse.
Según se dice,
las desgracias nunca vienen solas.
Algo supo de ello la ciudad de Valladolid en 1561. Primero porque ese año, el
rey Felipe II (que había nacido en Valladolid) designó a Madrid como capital de España y la orgullosa y próspera ciudad
castellana, que había albergado tantas veces a la Corte y se proclamaba
oficiosamente residencia real, sufrió un fuerte varapalo a sus expectativas y,
en consecuencia, vería frenado su desarrollo. La segunda calamidad ocurrida en
ese mismo año fue un devastador incendio
que destruyó una parte importante de la ciudad, afectando al entorno del
espacio meridional que se utilizaba como mercado. Numerosas viviendas y
talleres de artesanos y comerciantes fueron arrasados.
Hipótesis sobre el área afectada por el incendio de
1561 sobre el plano de Ventura Seco de 1738.
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Pero también
se dice que no hay mal que por bien no venga y que de las crisis surgen oportunidades. Y también Valladolid se
hizo eco de ello. En aquella segunda mitad del siglo XVI, la ciudad fue el
origen de varias innovaciones urbanas. Sin pérdida de tiempo, al año siguiente
del terrible incendio, se acometió la reconstrucción del área quemada proponiendo
una planificación que supuso la primera aplicación
urbana en España de los criterios renacentistas que venían de Italia. Y,
además, uno de los elementos del nuevo diseño marcaría época porque la Plaza Mayor se convertiría en el modelo
para otras muchas plazas, tanto en la península como en América. Y aún habría
más, porque la normativa creada para la zona reformada, influiría en las denominadas Ordenanzas de Felipe II, que el rey
promulgó en 1573 con el objetivo de regular la expansión en el Nuevo Mundo.
Plaza Mayor de Valladolid.
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Las ideas
urbanas del Renacimiento italiano, que abogaban por la racionalidad, la
sistematización o la fuerza de la geometría tardaron en entrar en España, pero
Valladolid fue pionera con la primera experiencia sintonizada con los nuevos
tiempos. Aquel trazado renacentista, que se concibió como un alarde geométrico
y simbólico y que lanzó al mundo la referencia morfológica de la Plaza Mayor,
influiría notablemente en el urbanismo español de las centurias siguientes.
Además, en esos años, con el mismo espíritu renacentista, aunque desvinculado
de la reconstrucción, se comenzó a levantar la Catedral, un extraordinario proyecto de Juan de Herrera que,
lamentablemente, no llegaría a concluirse.
El Renacimiento
se acabaría introduciendo definitivamente en la Península Ibérica, si bien
presentando una particular versión española. Valladolid fue un campo experimental con aquel nuevo barrio, sus
innovadores espacios urbanos y las renovadas edificaciones. No obstante, el
ímpetu y la ilusión se verían frustrados porque el traslado del centro de poder
a Madrid originaría un declive del que la ciudad castellana tardaría mucho en
recuperarse.
Valladolid, el
laboratorio del urbanismo renacentista hispano.
La reconstrucción
de esa zona tan importante para la ciudad permitió olvidar la poco eficiente
trama medieval y levantar una esplendorosa ciudad que seguiría la racionalidad
de la vanguardia renacentista que estaba triunfando en Italia y otros países
europeos.
En aquella
segunda mitad del siglo XVI, ya se habían producido ciertas experiencias
arquitectónicas que seguían aquellas ideas, pero no habían pasado de ser
tímidas propuestas con una aplicación, en algunos casos dudosa, de los
criterios renacentistas. Pero las ciudades, todavía no habían desarrollado
ninguna propuesta coherente con las teorías que llegaban de Italia. Y
Valladolid abrió el camino a la modernidad. El rey Felipe II se comprometió a
apoyar la rápida recuperación de su lugar natal y contando con las ideas y la
financiación, la ciudad castellana se convirtió en el laboratorio del urbanismo renacentista hispano.
El concejo
vallisoletano encargó la planificación del área afectada por el incendio a
Francisco de Salamanca (1514-1573), arquitecto que gozaba de prestigio en la
ciudad castellana, donde había levantado varias obras. Entre las condiciones
señaladas estaba la de diseñar un gran espacio central que configurara
adecuadamente los antiguos terrenos del mercado y organizara el resto de la
actuación (como se establecía en el Acta de reconstrucción: “… una muy principal plaça de que esta villa
tenía muy gran falta” y además “…sitio
en ella para hacer casas de consistorio”). Parece que el trazado pudo
contar con la supervisión del mismísimo Juan Bautista de Toledo (1515-1567),
arquitecto real y primer trazador del monasterio de El Escorial.
Plano-esquema con el trazado de Francisco de Salamanca
para la reconstrucción del centro de Valladolid que se iniciaría en 1562.
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Con la remodelación
se pondría de manifiesto la importancia del espacio urbano y, sobre todo, la
trascendencia de un plan de ordenación previo con el que incorporar la
racionalidad y la sistematización. Los espacios públicos dejarían de ser elementos
aislados, como era típico del orden medieval, y formarían parte de una
estructura relacional a la que se sometería la arquitectura gracias al instrumento,
entonces novedoso, de las alineaciones.
La
importancia del trazado fue complementada con otras cuestiones no menos
notables. Particularmente por las “Ordenanzas de la reedificación” que
establecían las condiciones para las nuevas construcciones (hubo cuatro
ordenanzas que aparecieron entre 1562 y 1564). En ellas se evidenciaba la diferencia
entre “plan” (el trazado) y “proyecto” (la materialización concreta que
condicionaba a la arquitectura). Es destacable la imposición de cortafuegos
medianeros para evitar la transmisión de incendios, así como la fijación de
alturas, retranqueos, o las sugerencias de materiales, de composición
arquitectónica (como es el caso de los soportales obligados en varias zonas) o de
sistemas constructivos.
La geometría, con un sustrato
simbólico, presidió la
confección de una trama que nacía en la Plaza Mayor y ubicaba cada uno de los
diferentes elementos con una precisión sorprendente (que, además, solo necesitó
una escuadra y un cartabón para ser trazada). El planteamiento sigue
proporciones y relaciones numéricas que son, principalmente, fruto de decisiones
internas, aunque, en algún caso, también se atiende a sugerencias contextuales.
La propuesta incluye espacios urbanos extraordinarios, conformados por
polígonos regulares (desde un triángulo equilátero a un octógono),
paralelogramos (cuadrado y rectángulo sesquiáltero) o triángulos rectángulos,
unidos por calles que se disponen sobre una compleja red de relaciones.
Vamos a
retrazar aquella ciudad renacentista siguiendo 8 pasos sucesivos (no podía haber
otro número más significativo para esta ordenación).
Paso 1: Trazado de la
plaza Mayor.
La nueva
plaza del mercado (que pronto sería conocida como Plaza Mayor) se convirtió en el germen que daría origen al renovado
conjunto urbano. La caracterización geométrica y simbólica de ese espacio tan
singular sería la base desde que se definirían el resto de las calles, plazas y
manzanas proyectadas. Todo el trazado parte de la conformación de una plaza sesquiáltera: un rectángulo cuyos
lados presentan una proporción de 2 a 3. El término sesquiáltero se aplica en matemáticas a las cosas que se componen
de una unidad y media de ella, lo que trasladado a la geometría y a las
proporciones se concreta en la razón de
dos es a tres. Esta relación es una de las más utilizadas históricamente en
la arquitectura y en el urbanismo. Dado que multiplicar por la unidad conduce
la identidad, es decir, a la repetición infructuosa, el producto de los dos números
siguientes (2 y 3, a los que la tradición asigna un valor femenino y masculino
respectivamente) es el símbolo más elemental de la fecundidad, del desarrollo,
del progreso. Muchas ciudades de la antigüedad apostaban por esa proporción
como “garantía” de la futura prosperidad del asentamiento. Esas cifras, junto
al 6 (resultado del producto 2 x 3), al 4 (número de lados del rectángulo) y al
8 (4 x 2) justificarán la mayoría de las relaciones geométricas del proyecto.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 1. El rectángulo
sesquiáltero de la Plaza Mayor y a la derecha esquema de los entronques con las
calles
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La gran plaza
quedaría determinada por esa proporción, señalando con nitidez los 6 cuadrados
que la integran, al menos desde la abstracción teórica, ya que los vértices de dichos
cuadrados ubican los entronques de las calles con la plaza. Esto se comprueba al
constatar las cuatro calles que salen hacia el norte: calle Viana, calle Jesús, calle Manzana y el
tramo que conecta con la plaza del
Corrillo (en el centro de este lado se ubicó la Casa Consistorial que se
vería magnificada por efecto de la simetría). De las esquinas septentrionales
del rectángulo no salen calles en dirección este-oeste pero sí lo hacen
siguiendo esa dirección tanto desde el punto medio de los lados cortos (que son
vértices de los cuadrados internos de los que parten las calles Calixto Fernández de la Torre y Lencería) como desde los vértices
meridionales (origen de las calles Pasión
y Ferrari). En el lado sur, la
realidad se impuso al modelo ya que la existencia del convento de San Francisco
(que determinó la orientación y ubicación de la plaza) impidió la apertura de
las cuatro calles posibles y de ese lado sur solo salió una, la calle de Santiago.
Superposición del esquema teórico sobre la ortofoto
real (Plaza Mayor)
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No obstante,
la plaza no es perfectamente rectangular, mostrando alguna deformación respecto
a la pureza del modelo (confirmando las diferencias entre el deseo y la
realidad). Por otra parte, las mismas calles generan imperfecciones al no ser
de la misma anchura y no entroncar todas siguiendo la ortogonalidad canónica de
la plaza. En cualquier caso, la aproximación entre el esquema y su aplicación
es suficientemente aceptable como para admitir dicha abstracción geométrica
como el sustrato inspirador del trazado.
Paso 2: Trazado de la
plaza del Corrillo.
El segundo
paso construye un triángulo equilátero
(3 lados iguales) que dio cobijo tanto al mercado de las hortalizas como al
intercambio de noticias y chascarrillos de la ciudad (el “mentidero”). Por su
forma y su contenido, este triángulo se convertiría en un espacio urbano de
mucha personalidad: la plaza del Corrillo. La construcción
del triángulo equilátero parte de la traslación del cuadrado interno noreste de
la plaza hacia el norte, quedando adosado al rectángulo. El lado oriental de ese
cuadrado se divide en 4, siendo las 3 partes superiores uno de los lados del
triángulo que se construye siguiendo la técnica habitual.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 2. El
triángulo equilátero del Corrillo
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El triángulo
es el polígono más elemental. Sus tres puntos definen una superficie plana y
pueden constituir cualquier figura de lados rectos. Su esencialidad ha llevado a
considerarlo símbolo de la divinidad y de la perfección. Aunque es una figura
que siempre ha fascinado al ser humano, no son muchos los casos de plazas
triangulares (que en este caso tiene, además, un eje viario adosado). Puede ser
debido a su excesiva focalidad, a problemas de integración o las dificultades
que suelen ofrecer en sus vértices a la arquitectura (por eso es habitual que
se encuentren abiertos, como sucede aquí).
Superposición del esquema teórico sobre la ortofoto
real (plaza del Corrillo)
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Hay algo de
natural en su formalización dadas las preexistencias que se encontró, pero su
regularidad está forzada para apuntar hacia los nodos urbanos del entorno. Su presencia
se explica, además en correspondencia (y rivalidad) con el otro triángulo de la
actuación (Fuente Dorada) y a su delicado
equilibrio en el fiel de la balanza que constituirá el Ochavo.
Es destacable
el lado que se abre desde el norte porque determinará la alineación noreste de
la calle que delimitará el conjunto. Partiendo de la plaza del Corrillo llegará hasta la de la Fuente Dorada (es una misma alineación integrada por dos calles: Especería y Vicente Moliner que, además se prolonga en la otra dirección hacia La Rinconada con la calle Cebadería)
Paso 3: Ubicación de
la rótula (de momento, solo instrumental, sin formalizar)
Las plazas de
la zona (Mayor, Corrillo y Fuente Dorada)
“gravitan” en torno a un espacio que ejerce de rótula. A pesar de que su repercusión
en el trazado general es importante, su configuración fue débil, como veremos
en el sexto paso.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 3. Ubicación de
la rótula instrumental.
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El punto se
encuentra en la reunión de tres ejes diferentes, dos geométricos y uno tercero
contextual. El primero, parte de la prolongación de la “altura” del triángulo
equilátero (y fijará las futuras calle Alarcón
y Quiñones). El segundo es teórico al
ser la prolongación del eje longitudinal central de la plaza (aunque en ese punto,
arrancarán con otra dirección las calles Lencería
y Matías Sangrador). Finalmente, el
tercero, el que sigue la calle Lonja
y la calle Platerías fue un eje
contextual: una línea perpendicular al borde noreste (que quedó fijado por el triángulo
del Corrillo) apuntando hacia la antigua
puerta del Azoguejo.
La etimología
de la palabra azoguejo señala la
función de mercado del espacio que se abría junto a la puerta de la muralla,
iniciando el espíritu comercial que caracterizaría a toda la zona meridional de
la ciudad. En ese lugar, desaparecida la puerta y la muralla, se construiría la
iglesia de la Vera Cruz, que se convertiría en el telón de fondo de la calle Platerías con la fachada del templo concluida
en 1595 según el diseño de Diego de Praves (1556-1620).
La calle Platerías, eje contextual que se reúne en la rótula
con los otros dos geométricos. Al fondo fachada de la iglesia de la Vera Cruz.
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Esos tres
ejes ubicarían y darían forma a la “rótula” teórica, que era un hexágono
regular (6 lados) aunque no se formalizaría como tal. No obstante, su apotema duplicada
establecería la anchura tanto del eje contextual (Lonja-Platerías) como de la calle del borde noreste (Especería-Vicente Moliner).
Paso 4: Trazado de la
plaza del Ochavo y las calles que la cruzan.
El cruce de estos
dos ejes se convertiría en uno de los espacios más representativos de aquel
trazado: la plaza del Ochavo. Este espacio se configuró
como un octógono (4 x 2 = 8) adquiriendo su personalidad a partir de esa forma
singular.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 4. El octógono
del Ochavo.
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El 8 es un
número con abundantes referencias simbólicas. Tradicionalmente el polígono de esos
lados simboliza el puente entre lo humano y lo divino por su apariencia
intermedia entre el cuadrado (que es el orden terrestre) y el círculo (el orden
celeste). Ese “paso” puede entenderse como acceso a la “vida eterna” y así lo ven
papel distintas religiones que le asignan el poder de la resurrección, de la
regeneración, del renacimiento (muchas pilas bautismales y baptisterios cristianos
son octogonales). De esta manera, si la Plaza Mayor es la fuerza, el octógono
del Ochavo representa el corazón espiritual
de la propuesta y por eso se escogió un polígono
de ocho lados como “centro” de una operación de reconstrucción (de
resurrección).
Superposición del esquema teórico sobre la ortofoto
real (plaza del Ochavo)
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La anchura de
las dos vías que se encuentran en el Ochavo,
queda fijada por la traslación de la apotema doble del hexágono de la rótula,
siendo la misma para ambos ejes perpendiculares, de modo que el cruce estricto
forma un cuadrado. Este cuadrado invisible es la base a partir de la cual se origina
el octógono, porque sus lados tienen la misma dimensión que los ocho de la
plaza. A partir de ese dato y siguiendo la misma ortogonalidad del cuadrado y
sus diagonales se puede construir el polígono final. Este octógono se convirtió
en el espacio estrella (con el permiso de la Plaza Mayor) de la nueva ciudad
renacentista.
Paso 5: Trazado de la
plaza de Fuente Dorada.
El Ochavo “balancea” las plazas extremas
del Corrillo y la Fuente Dorada, lugar que marca el límite sur de la actuación (contrapesando a la primera).
La Fuente
Dorada es la otra plaza triangular de la actuación (triángulo rectángulo en este caso) y dos
de sus vértices se abren hacia el resto de espacios, consolidando la estructura
del conjunto, mientras que el tercero apunta al exterior, en dirección a la
Catedral.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 5. El triángulo
rectángulo de la plaza de la Fuente Dorada.
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La
construcción de este espacio se origina en el rectángulo de la Plaza Mayor. En
primer lugar, es necesario trazar una línea recta auxiliar que testimonia el
peculiar quiebro del conjunto causado por los muros del antiguo convento de San
Francisco. El esquema equipara ese giro con la dirección seguida por la diagonal
que partiendo del vértice suroeste de la plaza llega al punto medio del cuadrado
suroriental (es la diagonal de un rectángulo de proporciones 6:1). Con esa misma
dirección se lanzan otras dos líneas: la primera, desde el vértice sureste del
rectángulo, para marcar el límite meridional de la actuación, sirviendo de alineación
al alzado meridional de la calle Ferrari,
prolongándose hasta encontrarse con el borde norte de la actuación; y la
segunda paralela, desde el punto medio del lado oriental de la Plaza Mayor (que
fijará la alineación septentrional del eje Lencería-Matías Sangrador). Esta línea se
prolonga hasta el cruce con la alineación sur de la calle Vicente Moliner, obteniendo un punto desde el que se traza una
perpendicular a la dirección que protagoniza este paso. Los extremos de esta
nueva línea son la alineación septentrional de la calle Vicente Moliner y la primera de las trazadas (la sur de Ferrari). Estas tres líneas son las que
trazan la plaza de la Fuente Dorada.
Plaza de la Fuente Dorada.
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En este momento,
conviene hacer un breve apunte sobre el desaparecido convento de San Francisco que fue trascendental en el trazado como
se ha indicado. Los monjes franciscanos habían llegado a Valladolid hacia el
primer tercio del siglo XIII. En 1267 recibieron como donativo real una gran finca
en las afueras de la ciudad, junto a los terrenos que se utilizaban como
mercado. En aquel solar extramuros levantarían durante el último tercio de la
centuria el que sería el definitivo convento de San Francisco, que iría ampliándose
hasta convertirse en un lugar de gran influencia en la vida social (y
espiritual) vallisoletana. La guerra de la independencia española fue un golpe
para la orden religiosa que culminaría con la desamortización decretada en 1835
y la demolición del complejo conventual al año siguiente. Su enorme extensión iba
desde la Plaza Mayor, con la denominada Acera de San Francisco; giraba por la
calle Duque de la Victoria (antigua
calle de los Olleros, por los
talleres y hornos de alfareros existentes); seguía por la calle Montero Calvo (antigua calle del Verdugo) para, desde esta, continuar por
la calle de Santiago retornando a la
Plaza Mayor. La desaparición del convento permitió la apertura de las calles Constitución (abierta en 1847) y Menéndez Pelayo (abierta en 1850). La
primera surgió gracias al deseo de unir la Iglesia de Santiago con la Catedral
por medio de un eje directo que partiendo de la calle Constitución seguiría por las calles Regalado (abierta entre 1872 y 1878) y Cascajares (1883)
Convento de San Francisco. A la izquierda plano de Benavides
de 1830, a la derecha ortofoto señalando el área que ocupó antes de su
demolición.
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Paso 6: La formalización
de la rótula.
El punto
central que ejerció de “rótula” recogiendo las tres direcciones principales del
área se formalizó finalmente configurando un discreto cuadrado que seguía la amplitud máxima dictada por la plaza
del Ochavo. No obstante, este cruce
de calles nunca llegó a tener una consideración individual desde el punto de
vista nominal, quizá porque la superposición de las vías le impidió tener una
identidad propia. No obstante, la presencia del cuadrado dejó un leve rastro en
algunas de las edificaciones que acometían a ese punto que fueron achaflanadas siguiendo
la intersección con el polígono.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 6. “Formalización
de la rótula”
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Trazado de Valladolid renacentista. Paso 7. Las calles meridionales
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Paso 7: Trazado de
las calles meridionales.
La Plaza
Mayor y la Fuente Dorada se
conectaron por la antigua calle de la Sortija
(hoy Calle Ferrari) consolidando un
eje que sería principal para el comercio de la zona. En ese punto se produce el
quiebro ya comentado (esquematizado en la diagonal del rectángulo de
proporciones 6:1) y esa será la dirección con la que se conformarán los edificios
ubicados entre las calles Ferrari y el
eje Lencería-Matías Sangrador. La
separación entre los dos edificios es perpendicular a ese eje partiendo del
vértice sur del cuadrado teórico de la rótula.
Plano de 1574 certificando la construcción de los
edificios que configuraban el “salón urbano” que acogía la Lonja (hoy calle
Ferrari). El norte se sitúa hacia abajo.
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Los edificios
proyectados aumentaban su crujía al llegar a las plazas constriñendo la calle
en sus entronques con ellas, creando una especie de “salón urbano” que actuaría
como lonja. Pero finalmente serían transformados llegando a los bloques
actuales que no producen ningún estrechamiento y proporcionan una gran amplitud
a la calle Ferrari.
Calle Ferrari desde la plaza de la Fuente Dorada.
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Paso 8: Trazado de
las calles gremiales.
El área
estaba caracterizada por una fuerte componente comercial que continuaría tras
la reforma, incluso con una intensidad todavía mayor. De hecho, se trazó una
serie de calles para acoger a artesanos y comerciantes que vivirían y tendrían
sus talleres de trabajo en ellas.
Trazado de Valladolid renacentista. Paso 8. Las calles
gremiales
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El esquema de estas calles gremiales era una espina
de pez cuyo eje era la calle Alarcón
y era cruzada por tres callejuelas perpendiculares que inicialmente se llamaron
simplemente primera, segunda y tercera, hasta que en el siglo XIX fueron
bautizadas como “de Don Álvaro de Luna”,
“Figones” y “de la Montera” (según el nomenclátor histórico “Las calles de Valladolid” publicado en
1937 por Juan Agapito y Revilla). El tiempo transformaría radicalmente este
punto, porque solamente el eje que va desde la plaza del Corrillo a la “rótula”, es decir la calle Alarcón, se mantuvo, mientras que las callejuelas transversales
desaparecieron al agruparse todo el espacio a ambos lados de la vía formando dos
grandes manzanas.
Arriba plano de Ventura Seco de 1738 y debajo plano de
1920 en el que ya no se encuentran las calles gremiales.
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El trazado
quedaba concluido, pero habría otro rasgo tipológico característico y
fundamental en el ambiente urbano de la zona: la presencia de soportales en la mayoría de las
alineaciones, comenzando por la propia Plaza Mayor. Habitualmente, la existencia
de las calles porticadas se justifica por el hecho facilitar los recorridos
comerciales en climas adversos (tanto por la lluvia como por el exceso de sol)
y por eso fueron obligados desde el planeamiento.
El centro de Valladolid está caracterizado por la presencia
de soportales, de arriba abajo: Ochavo, Plaza Mayor y Fuente Dorada.
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Con todo, el
nuevo barrio se convertiría en el centro
neurálgico de Valladolid. Su decidida impronta comercial convirtió a este
conjunto urbano en un lugar de máxima intensidad dentro de la vida cotidiana de
la ciudad, viéndose potenciado además por la presencia institucional del Ayuntamiento
en la Plaza Mayor y de la Catedral en las proximidades de la plaza de la Fuente
Dorada. En la actualidad aquella ciudad renacentista se ha desvanecido, pero no
completamente, porque a pesar de la evolución radical de las dinámicas urbanas,
su rastro permanece en alguna medida y la zona mantiene ese carácter especial que
la convirtió en una referencia urbanística.
[Toda esta especulación
sobre el trazado urbano descrito es una interpretación personal, realizada a
partir del análisis morfológico. No hay evidencias que puedan demostrar su
coincidencia con las intenciones proyectuales de sus autores ni tampoco de lo
contrario. No obstante, la precisión con la que se ajustan la mayoría de las
líneas del esquema a la realidad anima a pensar que bien pudiera haber sido así.
Como decían los antiguos italianos, “se non è vero, è ben trovato”]
Fantástico trabajo, enhorabuena!
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