Tras casi 150 años de su muerte, la figura de Marx no
es indiferente. La tumba de Marx en Londres es tanto honrada con flores como vandalizada
con cierta frecuencia.
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En el Londres
victoriano/dickensiano de la segunda mitad del siglo XIX, Karl Marx maduraría
su pensamiento, pero su influencia en vida fue limitada. En cambio, la
repercusión que tuvo tras su muerte, como muestran los acontecimientos
políticos ocurridos durante el siglo XX fue extraordinaria, aunque Marx hubiera
abominado de mucho de lo realizado en su nombre.
El fracaso y caída del régimen soviético está permitiendo
revisar la obra de filósofo, despojándola de barnices añadidos que la
oscurecían. No obstante, no resulta fácil separar a Marx de sus
interpretaciones posteriores. Porque el marxismo no es Marx. De hecho, los
estudiosos de su pensamiento proponen utilizar dos calificativos diferentes: marxismo
para las proyecciones y reelaboraciones realizadas por sus seguidores y marxiano
para las reflexiones originales.
El artículo consta de dos partes. Dedicamos la primera al Londres de Marx, la contradictoria capital imperial,
mientras que en esta segunda nos aproximamos al Marx de Londres,
apuntando rasgos de su ideario y de su controvertido legado.
Nota sobre el Marx de
Londres.
Cuando llegó a Londres, Marx tenía 31 años y gozaba de
cierto reconocimiento. Alguno de sus textos más influyentes como el Manifiesto
Comunista, escrito con Friedrich Engels, ya había sido publicado,
precisamente en la capital británica, en 1848. También había protagonizado
algunos altercados, en concreto durante las revoluciones de ese mismo año, que
provocaron su expulsión de Alemania, Francia y Bélgica. El destierro londinense
sería definitivo y allí residiría el resto de su vida. En la primera parte del
artículo atendimos a ese Londres de Marx, aquí
lo haremos al Marx de Londres.
La llegada del filósofo-activista a la capital británica fue
como lluvia sobre un suelo mojado. Los movimientos sociales derivados de la
Revolución Industrial eran intensos desde hacía tiempo, con ejemplos que iban
desde las sublevaciones luditas que, entre 1811 y 1816, protestaron contra las
nuevas máquinas que quitaban empleos en el campo, hasta las revueltas
campesinas de 1830, que bajo la firma de “capitán Swing”, lograron aminorar la
implantación de maquinaria en la agricultura inglesa. Estas insurrecciones de los
campesinos contra las innovaciones contrastaban con la desorganización de los
trabajadores industriales. Marx se afanaría para que esa situación cambiara.
Los especialistas en la obra del filósofo discuten acerca de
su unidad. Para unos (como Louis Althusser), habría dos Marx, uno joven y otro
maduro, con objetivos diferentes, situándose el umbral entre ambos en la
segunda mitad de la década de 1840; para otros, por el contrario (como es el
caso de Erich Fromm), esa “duplicidad” no existe y el filósofo mantuvo una
continuidad temática y de pensamiento. Sin entrar en debates profundos, sí
puede apreciarse una primera etapa que tendría como escenario el convulso
continente europeo, en la que pueden rastrearse sus filiaciones, comenzando
por la más directa procedente de G. F. W. Hegel, cuya dialéctica sería asumida
por Marx como método de trabajo; y también la de Ludwig Feuerbach, de quien
tomaría la visión materialista del mundo. En esos primeros años, formaría parte
de los “jóvenes hegelianos”, un grupo que interpretaría el pensamiento de Hegel
desde la izquierda política (hubo otros que lo harían desde la derecha) y la
orientación de su trabajo sería más filosófica, más humanista, preocupándose
por nociones como la alienación por el trabajo o el papel de las ideologías. El
exilio le proporcionaría un nuevo escenario. En esta segunda etapa vivida en
Gran Bretaña su pensamiento estaría caracterizado por un enfoque
pretendidamente más científico, con una mayor atención por la economía, donde
analizaría con precisión obsesiva el capitalismo y sus contradicciones,
proponiendo conceptos innovadores. La constante más clara en ambas etapas fue
su papel como agitador social en favor del proletariado.
De una forma elemental podríamos seguir el análisis
histórico-económico de Marx, según el cual, las comunidades humanas nacieron
para garantizar su supervivencia. Las necesidades surgidas para conseguirla iban
desde la obtención de alimento a la defensa ante depredadores o incluso hasta la
búsqueda del mayor bienestar posible. Estos requerimientos obligaron a los
primitivos a relacionarse de una manera especial con la naturaleza, a través de
una actividad que Marx llamó trabajo. Esta correspondencia entre humanidad
y naturaleza estaría caracterizada por los “medios de producción” (un
concepto esencial en la historia marxiana, que incluía todo lo necesario para
realizar el trabajo: desde las materias primas a las herramientas, y también,
en su momento, el dinero o las fábricas).
Para el filósofo, los medios de producción eran el factor
decisivo para definir y estructurar una sociedad, de manera que, si estos
cambiaban, la sociedad también lo hacía. Además, dependiendo de la relación que
tuvieran los diferentes miembros de cada grupo con estos medios se determinaba
su posición en la comunidad. De su investigación histórica, dedujo que esos
medios de producción siempre se habían encontrado en manos de una parte minoritaria
de la sociedad, en lugar de pertenecer al grupo completo (en las categorías
históricas que Marx detectó se sucedían las sociedades primitivas y asiáticas,
el clasicismo esclavista, el feudalismo y el capitalismo).
Detalle de una magen de Karl Marx en 1875.
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En consecuencia, la posesión diferenciada de los medios de
producción clasificaba y jerarquizaba a los miembros de cada comunidad en
subgrupos o clases que acababan teniendo diferentes intereses, a veces totalmente
contrapuestos y que solían causar enfrentamientos internos (la lucha de
clases). Para Marx, todas las sociedades precedentes y también, incluso en
mayor grado, su contemporánea capitalista, tenían incrustado el conflicto que
era, además, el motor de los cambios sociales.
Marx sostenía que solo había una forma de evitar ese
conflicto: que los medios de producción fueran propiedad de la comunidad y así
poder dirigirlos hacia el interés común, lo cual, al mismo tiempo, permitiría
la desaparición de las clases sociales. Esta situación generaría un nuevo tipo
de sociedad (el comunismo) que abriría la etapa definitiva de la historia
humana en la que todos sus miembros compartían tanto los medios de producción
como las decisiones (una democracia total). Ahora bien, Marx era consciente de
que las clases dominantes (capitalistas en su tiempo) no cederían
voluntariamente su posesión de los medios de producción (que les proporcionaban
riqueza, prestigio, poder, etc.) y justificaba el derrocamiento violento del
sistema como la única manera de llegar al comunismo (incluso aceptando una
temporal “dictadura” del proletariado que, en cualquier caso, era una dirección
grupal, asamblearia, nunca unipersonal o de partido, y que debería disolverse
en la utopía final). La historia tenía reservada una paradoja contra ese
pensamiento porque no fue en las industrializadas Alemania o Gran Bretaña sino
en la campesina Rusia donde triunfaría la revolución (hecho que ponía en
cuestión algunas de las bases del pensamiento marxiano)
El Marx londinense dedicaría los mayores esfuerzos a su obra
principal, El Capital, cuyo primer volumen lograría publicar en 1867. En
cualquier caso, es reseñable otra paradoja que acompaña al filósofo: su escasa
influencia efectiva durante su vida frente al inmenso éxito posterior a su
muerte. Marx nunca ocupó una posición destacada en el Londres de la época, ni
intelectualmente ni, por supuesto, políticamente. Desde luego, era un personaje
conocido gracias a su activismo y a alguna de sus motivadoras publicaciones
anteriores (particularmente al ya aludido Manifiesto Comunista); pero,
su gran tratado sobre economía política, en el que estaba vertiendo todo su
saber, quedó inconcluso (sería Engels quien impulsaría su finalización póstuma
a partir de los manuscritos de Marx en un segundo y tercer volumen). Además,
sus esfuerzos de protesta tampoco alcanzaron las expectativas. Le sucedió con
las fracasadas revoluciones de 1848, en las que se implicó con vehemencia y
acabaron costándole el exilio; y, de alguna manera, también con la Asociación
Internacional de Trabajadores en la que Marx se involucró activamente y que
tampoco tuvo la relevancia esperada (la organización fue más conocida con el
nombre de Primera Internacional y había sido constituida en Londres en
1864 para acabar disolviéndose en 1876).
Grabado de autor desconocido con una imagen de un acto
de la Primera Internacional celebrada en Londres en 1864. Se observa a Marx
sentado en la mesa presidencial.
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Pero esa modesta repercusión se transformaría en una
notoriedad desmedida tras su fallecimiento. Marx obtendría un recuerdo
permanente gracias a los partidos políticos de la clase obrera europea que
fueron fundados en su nombre (como partidos marxistas) y también porque
el “espíritu” del filósofo se utilizó como estandarte de revoluciones
realizadas en países del Tercer Mundo. Con todo, a mediados del siglo XX, casi
una tercera parte de la población del planeta estaba gobernada por regímenes de
partidos comunistas que alardeaban de seguir las ideas de Marx y de hacer
realidad sus aspiraciones. El resultado es conocido por todos.
En la revisión que se está efectuando de la obra de
filósofo, no resulta fácil separar a Marx de sus interpretaciones posteriores. Porque
el marxismo no es Marx. De hecho, los estudiosos de su obra proponen utilizar
dos calificativos diferentes: marxismo para las proyecciones y
reelaboraciones realizadas por sus seguidores y marxiano para las ideas
propias del alemán. No es este el lugar para ahondar en el complejo pensamiento
socio-económico y político marxiano y por eso, en los apartados siguientes, solo
apuntaremos esquemáticamente hacia los antecedentes y hacia los herederos.
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En primer lugar, se encontraron las investigaciones sobre la noción de trabajo
desarrolladas desde finales del siglo XVIII en la Inglaterra protoindustrial
por economistas como Adam Smith (1723-1790) o David Ricardo (1772-1823),
e incluso, también, alguna de las contribuciones realizadas en el siglo
anterior por William Petty (1623-1687). Marx aceptaría algunos presupuestos y
rebatiría otros, pero la relación con esas bases teóricas sería intensa.
•
También las investigaciones sobre la naturaleza como realidad objetiva
realizadas por pensadores materialistas como Paul Henri d'Holbach
(1725-1789), Denis Diderot (1713-1784), Claude-Adrien Helvétius (1715-1771), o,
algunos años después, Ludwig Feuerbach (1804-1872) al que ya nos hemos
referido. Todo ello sin desdeñar las aportaciones de numerosos científicos que
fueron descubriendo muchas leyes de la naturaleza.
•
Otro influjo destacable estuvo en las investigaciones sociales de ciertos historiadores
franceses que se habían centrado especialmente en la lucha de clases, como Augustin
Thierry (1795-1856), François Guizot (1787-1874) o François-Auguste Mignet
(1796-1884).
•
Un cuarto grupo de ascendientes lo constituyeron filósofos que a
mediados del siglo XVIII comenzaron a advertir la ruptura de la armonía con el
mundo natural, particularmente Voltaire (1694-1778), Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778) y también Immanuel Kant (1724-1804), sin olvidar las advertencias
económicas y demográficas de Thomas Malthus (1766-1834) o la coetánea teoría de
la evolución de Charles Darwin (1809-1882). Aunque, sin duda, el pensador más
determinante, como hemos anticipado, sería Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831)
y su método dialéctico.
•
Otro grupo de influencia muy notable estuvo constituido por los precursores socialistas
utópicos del siglo XIX francés. Especialmente Henri de Saint-Simon (1760-1825),
Charles Fourier (1772-1837) y Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865).
Imágenes del Falansterio de Fourier
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Caso aparte en la configuración
del pensamiento marxiano merecen las contribuciones de su amigo y colaborador Friedrich
Engels (1820-1895).
En cualquier caso, todos
estos poderosos antecedentes no disminuyeron la originalidad de Karl Marx. Su capacidad
para captar los aspectos comunes que subyacían bajo esas visiones fragmentarias
de la realidad en las nuevas sociedades industriales, algunas de las cuales
mostraban contradicciones entre ellas, indicaba una extraordinaria intuición,
además de una gran habilidad sintética para integrarlas dentro de un sistema
completo y coherente.
Marx propondría una
concepción del mundo, el materialismo dialéctico, que se complementaría
con un novedoso método de estudio pretendidamente científico y racional de la
realidad, el materialismo histórico. Estos instrumentos le ayudarían a
definir sus innovadoras nociones para la economía y la sociedad o sus políticas
específicas para el proletariado, al que pretendía encaminar hacia un futuro
esperanzador. No obstante, para bien o para mal, la filosofía de Marx no era
estática, no estaba limitada a la recopilación de conocimientos o a la
proposición de escenarios utópicos, sino dinámica, siendo capaz de aceptar
nuevas contribuciones y con una efectiva voluntad de revolución social. Algo
que realizaron, con mayor o menor acierto, sus seguidores, los marxistas.
Nota
sobre los herederos de Marx.
Ese carácter abierto hizo que no hubiera un marxismo, sino
muchos. El pensamiento del filósofo alemán tuvo interpretaciones variadas,
numerosos matices, aportaciones sintonizadas y contribuciones contradictorias,
así como visiones desde la filosofía, la economía, la sociología y,
especialmente, desde la política (donde hubo muchas contribuciones interesadas).
Fue este el campo en el que tuvo mayor repercusión, aunque desgraciadamente,
muchos de los que se llamaban marxistas conocían poco sobre lo que significaba
ese apelativo. Uno de los biógrafos de Marx, Boris Nicolaievsky, afirmó en 1937
que, de cada mil socialistas, tal vez sólo uno había leído una obra completa de
Marx; y de cada mil antimarxistas, ni uno.
Conviene realizar una advertencia dentro de la confusión.
Los marxistas no se consideraban meros partícipes de un movimiento social y
entendían que su credo (porque llegó a parecer una religión) no se reducía a
una ideología política, sino que lo presentaban como una nueva concepción del
ser humano, tanto del individuo como de la propia sociedad y su historia, y como
una nueva relación entre este y la naturaleza o Dios (enfrentada y opuesta a la
concepción cristiana o al individualismo de la modernidad ilustrada).
En consecuencia, lo que nació como un análisis de situación
iría evolucionando hasta convertirse en un sistema inédito que propugnaba un
nuevo escenario social. Y lo hizo tanto a nivel teórico, proponiendo una teoría
completa sobre la naturaleza humana o una doctrina de comportamiento; como en
un nivel práctico (algo poco habitual en la filosofía tradicional), al alentar
una acción (revolucionaria) para conseguirlo. Pero, del dicho al hecho, había
mucho trecho y … pocos escrúpulos.
De las dificultades para ordenar las numerosas y diferentes
corrientes marxistas da fe la monumental obra del filósofo polaco Leszek Kolakowski:
“Las principales corrientes del marxismo”, desarrollada en tres
volúmenes. En esta nota vamos a apuntar solamente las tres corrientes
principales del pensamiento marxista señaladas por Ramón Valls Plana en su
libro “La dialéctica. Un debate histórico”.
Lenin en un mitin de 1920 en Moscú.
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• Por una parte, se situaría la
corriente denominada (discutiblemente) ortodoxa, que había sido
comenzada por el propio Engels y continuada por personajes como Lenin, quien
con una fuerte vocación política y de acción (fue más estratega que filósofo),
impulsaría la creación de soviets (consejos obreros) y acabaría liderando la
revolución rusa (que paradójicamente fue, como hemos dicho, campesina en lugar
de proletaria). La figura más potente en la conformación del ideario de este marxismo
soviético es precisamente Lenin (1870-1924). Lenin incorporaría muchos
elementos propios al sistema marxista. Su interpretación comenzó simplificando
el esquema de influencias recibidas por Marx a tres, con un efectista criterio
disciplinar y territorial: la filosofía clásica alemana, la economía británica
y la política revolucionaria francesa. Estos tres pilares, justificarían para
el ruso una triple naturaleza del pensamiento de Marx: una crítica de la
filosofía que generó una determinada ontología (que fue más un invento de sus
seguidores, empezando por Engels, que una preocupación real de Marx), una
macrosociología económica que engendró una teoría de la historia, y una
decidida acción práctica encaminada a la transformación de la realidad (de la
que Lenin hizo una interpretación muy particular). La denominada ortodoxia fue también
desarrollada, con sus matices, por Leon Trostky (1879-1940). Antes de
convertirse en un sistema real de gobierno, en esta corriente se reelaboraron
algunos de los postulados marxianos, acentuando el materialismo (por supuesto,
dialéctico, frente al mecanicismo fuertemente implantado en la ciencia del
momento) y, sobre todo, la misión de lucha social contra el capitalismo. El
realismo y el activismo radicalizado de estos “ortodoxos” llegaron hasta tal
punto que tacharían a las otras dos líneas marxistas como simples
especulaciones “intelectuales”.
El hecho de alcanzar el poder la
convertiría en la corriente de referencia internacional, aunque también fue la
responsable de las mayores tergiversaciones de la herencia marxiana. Especialmente
con Stalin, quien tras la muerte de Lenin consiguió el poder en la Unión
Soviética, actuando más como un matón de barrio (eliminando físicamente a todos
sus opositores) que como un ideólogo (puesto que silenció cualquier debate,
favoreciendo el “pensamiento” único del partido, abortando, por ejemplo, las
vanguardias artísticas). A pesar de todo, fue la corriente que inspiró a los
frentes revolucionarios en otros lugares del Tercer Mundo, animando a la lucha
activa hacia utopías que, a la postre, se mostraron irrealizables. La
degeneración de muchos conceptos (como la dictadura del proletariado
reconvertida en dictadura real de partido) y la inadecuada aplicación de otros
(el sistema se mostró incapaz de distribuir la riqueza y muchos ciudadanos
padecieron penosas condiciones de vida) acabaron por forzar el desmoronamiento
del régimen soviético, evidenciando la gran distancia entre este marxismo y los
postulados marxianos.
Herbert Marcuse en un acto con estudiantes de la
Universidad Libre de Berlín en 1967.
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• Una segunda línea se
desarrollaría desde el fructífero ámbito de pensamiento alemán e intentaría
recuperar algunas de las bases hegelianas del pensamiento de Marx, buscando un
equilibrio entre el materialismo y el idealismo. Sus planteamientos fueron muy
diferentes a los del marxismo de la órbita soviética, a los que llegaría a
oponerse acusándolos de desviarse del camino correcto; de hecho, los germanos
se postularían como los mantenedores del auténtico espíritu marxiano. Autores
como Ernst Bloch (1885-1977) o Georg Lukács (1885-1971) destacaron, cada uno
con su enfoque personal, por ese intento unificador realizado dialécticamente,
aunque la mayor exposición de estas ideas vendría del movimiento conocido como Escuela
de Frankfurt, integrada por intelectuales relacionados con el Instituto de
Investigación Social, fundado a principios de la década de 1920 en esa ciudad con
el objetivo inicial de reflexionar sobre el fracaso de la revolución comunista
en Alemania. No obstante, pronto superaron la visión sociopolítica para abordar
el capitalismo como una superestructura de dominación cultural que oprimía
sutilmente al proletariado a través de la cultura de masas (resultando una especie de fusión
entre Karl Marx y Sigmund Freud, que sería llamada freudomarxismo). Entre
sus miembros más reconocidos están Karl Korsch (1886-1961), Max Horkheimer
(1895-1973), Theodor Adorno (1903-1969), Erich Fromm (1900-1980) y Herbert
Marcuse (1898-1979) llegando a incluirse a Jürgen Habermas (1929) como epígono
en la posmodernidad. Todos apostaron por la superación de la sociología
convencional, a la que veían como mera descriptora de hechos, para proponer la teoría
crítica de la sociedad como método, que reunía el análisis dialéctico con
la contribución a la transformación social. Entre sus temas recurrentes
estuvieron la crítica al capitalismo y al consumismo, la desconfianza ante la
técnica (que no era vista como instrumento de emancipación sino de dominación),
o (evidenciando su intelectualidad) la preocupación por cuestiones estéticas,
literarias o musicales.
Jean-Paul Sartre repartiendo panfletos durante mayo de
1968 en París.
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• Finalmente, la tercera
categoría se centraría en el ámbito francés. Los pensadores galos
situarían a Marx en la base de partida, pero recuperando buena parte del discurso
de Hegel. Sobre esos cimientos incorporaron importantes matices procedentes de
Husserl (la fenomenología) y Heidegger (el existencialismo) reconduciendo el
marxismo hacia temas inéditos para Marx, como la libertad humana (que veían
amenazada por la opresión procedente tanto de las corrientes fascistas como del
comunismo soviético, burocrático e imperialista). Entre los autores más
destacados cabe reseñar a su iniciador Alexandre Kojève (1902-1968) pero, sobre
todo, a Jean-Paul Sartre (1905-1980), quien especialmente desde la publicación
en 1960 de su Crítica de la razón dialéctica, propondría un marxismo
fuertemente individualista y que inspiraría los movimientos sociales en el
París de mayo de 1968. También son reseñables en esta línea figuras como
Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), Jean Hyppolite (1907-1968) o Roger Garaudy (1913-2012).
Estas corrientes no agotan las derivadas surgidas de la
filosofía de Marx. Muchas corresponden no tanto a la filosofía sino a
consideraciones políticas (que pueden ir desde personajes tan distintos como
Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci), aunque también hay pensadores que se han
dedicado a reflexionar sobre el mensaje marxiano (destacando figuras como Louis
Althusser o Lucien Goldmann).
Afortunadamente para la figura de Marx, la caída de los
regímenes comunistas (aunque no sea total, porque algunos todavía sobreviven
fuera de Europa, pero ya nadie cree en su relación con el ideario marxiano)
comenzó a liberar su obra de la identificación con aquellos sistemas totalitarios,
permitiendo revisar sus ideas y metodología sin acritud ni idolatría, con
seriedad y equilibrio, separando lo anacrónico, advirtiendo lo dogmático, o eliminando
errores o lo refutado tanto por argumentaciones como por la propia historia. El
objeto es intentar rescatar aspectos del método dialéctico o algunos de sus
lúcidos análisis y teorías (desde la alienación a la explotación o las
conciencias de clase) que mantienen su vigencia en el mundo actual. Porque el
capitalismo neoliberal del siglo XXI queda lejos del capitalismo industrial del
siglo XIX, pero casi 150 años después de la muerte de Marx, todavía hay
muestras de la realidad social equiparables entre ambos y factores del análisis
marxiano que mantienen su vigencia.
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