Nos estamos
aproximando al símbolo del paso en la ciudad histórica con un
artículo en tres partes. En la primera, profundizamos en sus claves conceptuales y formales y, en la segunda, en las Puertas urbanas. En esta tercera y última, nuestra mirada se dirige
hacia los Arcos de Triunfo.
Atendemos así
a otras significaciones de la noción de Puerta, aportadas desde el mundo
del arte (escultura) y de la cultura, que nos permitirán entender algunos
matices de esa peculiar construcción conmemorativa, porque un Arco de triunfo parece una puerta, pero no lo es, porque,
a pesar de tener una configuración similar, su función era muy diferente, dado
que estaban pensados para satisfacer la liturgia del poder.
Los Arcos de triunfo
son una invención romana que proliferaría en tiempos del Imperio.
Durante el periodo medieval serían escasamente utilizados, pero a partir del
Renacimiento volverían con éxito, aunque con ajustes en su simbología. Incluso en
el siglo XX, y también en el XXI, se han erigido estas piezas, algo anacrónicas
respecto a su sentido, pero con una gran eficacia monumental.
Otras significaciones:
Puertas en el arte (la esencia escultural del pórtico)
Desde ámbitos
como el arte y la cultura, la noción de Puerta recibe otras
significaciones que revelan nuevos matices en el simbolismo del paso.
Comenzamos introduciéndonos
en la escultura, otro arte muy implicado con el espacio. Muchos artistas
se han visto subyugados por las sugerencias expresivas y formales de la Puerta.
Un primer tipo de intervención, que aquí simplemente apuntamos, es el que utiliza
las hojas de las puertas como soporte de la creación artística y que, por lo
tanto, no puede evitar los condicionamientos de la funcionalidad (esto sucede,
por ejemplo, en las puertas del Baptisterio de Florencia o en las de la
ampliación del Museo del Prado de Madrid). Nuestro descarte se justifica porque
en este artículo nos interesa la expresión derivada de la fuerza significante
de la abstracción del pórtico.
En esta
línea, la escultura abstracta ha explorado frecuentemente la noción de Puerta, proporcionando
nuevos y enriquecedores significados. Una breve relación de muestras
destacables puede iniciarse por Elogio del Horizonte, concebida
por Eduardo Chillida (1924-2002) e instalada en Gijón, junto al mar Cantábrico.
En ella se realiza una exaltación del límite, que se manifiesta de diversas
maneras: en el acantilado contiguo; también en el confín donde se unen el mar y
el cielo; y, desde luego, en la propia obra, un monumental pórtico de hormigón
armado que enmarca la lejanía y se erige como señal del umbral. Como toda
frontera, está sometida a un efecto de atracción-repulsión, que se manifiesta
en el contraste entre su gran escala, que la distancia del sentir humano, y la
directriz curva de su planta, abierta para acoger (“abrazar”) a las personas
que se acercan a ella. También actúa como una revelación del lugar en el que se
encuentra, sintonizando con las reflexiones de Martin Heidegger sobre el
habitar, compartidas por Chillida (llegaron a trabajar juntos en la realización
de un libro de artista).
El gigantismo
del Elogio del Horizonte, contrasta con otra obra del mismo Chillida, de
mucho menor tamaño y elaborada con acero cortén, que se encuentra en el parque
de Bonaval en Santiago de Compostela: la Porta da música. Es también
una meditación sobre la significación de la Puerta. Desde su esquematismo formal
(con dos jambas y el dintel) enmarca las torres de la catedral compostelana que
emergen en el horizonte, estableciendo un diálogo con el Pórtico de la Gloria
del templo con el que se alinea, retomando la dicotomía lejano-cercano. La referencia
a la música parte de la convicción del escultor de que el vínculo entre el
espacio y el tiempo se produce a través de la música. Por eso, Chillida
manifestó que esa obra, además de un saludo al apóstol desde el acercamiento
del peregrino, era una reflexión sobre la relación
escultura-arquitectura-música, que habría estado inspirada en la lectura del
texto de San Agustín, De música, y sus consideraciones acerca de los
lazos entre la música, la medida y las proporciones.
También Mimmo
Palladino (1948), con la Porta d’Europa, erigida en la costa de
la isla de Lampedusa, recurrió a la noción de Puerta para denunciar una
situación. Su pórtico de “entrada”, construido con materiales refractarios,
busca llamar la atención, despertar conciencias, con dramática ironía, sobre el
problema de la inmigración que muere en el mar en su viaje hacia la tierra de
la esperanza.
La esencia de
la puerta es una referencia permanente del Eje Mayor (Axe Majeur) de
Cergy-Pontoise que Dani Karavan (1930) trazó en las proximidades de la capital
francesa. El significado alcanza máximas expresiones en las 12 columnas
de la Explanada de París, la cuarta estación del recorrido que indica el
comienzo del descenso hacia el río, o en los pórticos rojos de la Pasarela
sobre el cauce del Oise (novena estación).
Una última referencia
podría ser “UP#3” en Le Havre, obra de Sabina Lang (1972) y Daniel
Baumann (1967) (L/B). Fue concebida como instalación efímera en la playa, pero
acabó siendo permanente desde 2018, reconstruida con hormigón blanco. La obra propone
con gran plasticidad una especulación sobre el pórtico, ofreciendo diversos
puntos de vista, así como alternativas de paso, expresando cómo la separación
de ámbitos y su trascendencia es relativa dependiendo de la dirección de
procedencia del espectador-transeúnte.
Otras significaciones:
La trascendencia del paso (aportaciones culturales)
La presencia
de una puerta advierte de la existencia de dos ámbitos diferentes que pueden
comunicarse gracias a ella y resalta el misterio asociado al desconocimiento del
otro lado. Esta afirmación es la base de muchas interpretaciones esotéricas
que le atribuyen la responsabilidad de unir, aunque sea de una manera
alegórica, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, la sabiduría y la
ignorancia, el cielo y el infierno, etc. Estas cuestiones metafóricas, tan
habituales en el ocultismo, en la masonería, o en las religiones, destacan el acto
de la transición (de la trascendencia).
Otra de las
interpretaciones culturales es la que se produce desde la consideración
estricta del pórtico, sin la necesidad del cierre característico de la puerta.
En estos casos, la funcionalidad decae ante la representatividad del paso. No
hay un planteamiento de comunicación entre dos mundos sino la magnificación
del hecho de atravesar la puerta.
Nos interesa
particularmente un caso concreto de acontecimiento conmemorativo y festivo que,
utilizando la noción de Puerta, alcanzó un gran simbolismo durante el Imperio
romano, perdurando durante muchos siglos. Nos referimos a la ceremonia del paso
de un Arco de triunfo. El acto inaugural de un Arco de triunfo celebraba una
victoria bélica, lo cual implicaba ensalzar al dirigente que la había obtenido
(y que solía promocionar el acto), recibiendo tanto reconocimiento para su ego como
afirmación de su poder; también reforzaba la autoestima de las tropas
supervivientes; y, por supuesto, potenciaba en el pueblo el sentimiento
orgulloso de pertenencia al colectivo (que además quedaba subyugado por el
espectáculo). Esto último era importante porque las celebraciones se repetían en
fechas señaladas para evocar una figura, inmortalizada por residir en la mente
social, o un acontecimiento inolvidable. Toda conmemoración supone avivar el
recuerdo en la comunidad de manera que al activar su memoria se refuerza notablemente
la identidad del grupo.
¿Por qué los
romanos utilizaron como escenario ceremonial el Arco triunfal, un elemento que
parecía una puerta sin serlo? La respuesta es una metáfora, una relación
entre dos realidades diferentes pero que guardan una relación entre sí. En este
caso, la realidad “presentada” es el cruce de una “puerta”, mientras que la “representada”
sería la victoria bélica, la conquista y sometimiento del enemigo.
El vínculo
entre ambas realidades parte de la asimilación de la victoria obtenida en la
batalla o en la guerra con la toma de una ciudad. Conquistar la ciudad era la
confirmación del triunfo que se manifestaba con el ingreso de los ejércitos
vencedores en el interior del recinto urbano dominado. El éxito militar se concretaba
en los residentes sojuzgados, los gobernantes sometidos, las riquezas
confiscadas, los territorios anexionados, y todo ello se simplificaba en el
acto de atravesar la puerta que antes estaba cerrada, intentando resistir los
embates de los atacantes. Así los logros de la conquista se focalizaban en el
hecho de traspasar la puerta del enemigo y su celebración se realizaba representando
el paso de otra puerta, un pórtico simbólico que era también cruzado por el
ejército vencedor y por sus generales victoriosos. Las ceremonias que
acompañaban a la inauguración del Arco eran fastuosas, y se acompañaban de elaborados
rituales y apoteosis festivas. Luego, el Arco quedaba como testimonio del
acontecimiento que lo había originado y su presencia en el centro de la ciudad se
encargaba de recordarlo, con abundantes iconografías y epigrafías que
ensalzaban, sobre todo, al gobernante que lideró la victoria.
Arcos de Triunfo: de
la liturgia del poder a otras derivaciones menos solemnes.
Un Arco de Triunfo parece una puerta, pero no lo es. Adopta una formalización similar,
pero su función original era muy diferente, porque estaban pensados para
satisfacer la liturgia del poder. Esto es así puesto que, aunque admitieran el
paso a su través (al igual que las puertas), atravesarlos no era un acto
funcional sino ceremonial, que ocurría en la inauguración y en algunas
ocasiones especiales. Así, su esencia es otra, ya que su papel es celebrar y, sobre todo, conmemorar. Por eso, los arcos
de triunfo no se encuentran en las
entradas de las ciudades sino en su interior.
Su
denominación “arco” hace referencia a su esencia constructiva, como veremos más
adelante, resultando curioso que estos elementos monumentales no hayan sido
bautizados con un nombre específico, y sean conocidos por esa característica
formal, aunque aderezada con el calificativo “de triunfo” para expresar su
función representativa. Quizá la elementalidad de la denominación buscara
recordar el propio arco guerrero, un arma que gozaba de prestigio y de una
fuerte simbología.
Los Arcos de
triunfo se comenzaron a levantar en la
época romana (anteriormente el sistema constructivo de los arcos no era muy
habitual y muchos pueblos lo desconocían). Como ya hemos comentado, su objetivo
era celebrar victorias en campañas guerreras y honrar a gobernantes. Así, el
Arco se levantaba para que las tropas vencedoras pasaran por debajo de él
(durante el acto de inauguración), recibiendo el homenaje de sus gentes. Tras
el estreno ritual, el arco, construido en piedra, permanecía como testimonio
del evento o del personaje.
El Arco de Trajano en Benevento (Italia) es paradigmático
del modelo más básico compuesto por dos pilonos laterales, arco único entre
ellos y ático superior.
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La solemnidad
militar tuvo una derivación festiva, sobre todo durante el periodo barroco.
Se pretendía aprovechar la imagen que los arcos triunfales habían fijado en el
imaginario colectivo para magnificar determinadas celebraciones cívicas. Estos arcos
festivos, eran construcciones muy pomposas que se levantaban para acompañar,
por ejemplo, la entrada de un monarca en una ciudad o las bodas entre
personajes ilustres (particularmente de miembros de la realeza). La metamorfosis
se reflejaba en dos aspectos fundamentales, uno relacionado con el tiempo y
otro con la iconografía. La primera diferencia era temporal porque, frente a la
permanencia de los arcos triunfales, los arcos festivos eran efímeros, se construían
para la ocasión y eran desmontados una vez celebrado el evento. Debido a esa transitoriedad
los materiales utilizados solían ser de bajo coste. Por otra parte, la
transformación iconográfica se constataba en la sustitución de la parafernalia
guerrera por toda una serie de motivos de carácter decorativo y lúdico. La
fiesta sustituía a la seriedad, pero también disfrutaba de sus propias claves y
rituales.
Esta reconsideración
de la significación también afectó a los Arcos construidos para perdurar. Desde
luego, los tiempos en los que Roma honraba a sus gobernantes y ejércitos con
Arcos de Triunfo habían pasado, sin embargo, en épocas modernas los Arcos se siguieron
levantando (aunque durante la Edad Media decayeron). Su motivación iría
cambiando, pero no se renunciaba a la fuerza expresiva de su monumentalidad.
En general fueron perdieron esa adscripción al mundo de la guerra y ya no se
planteaban para el paso de las tropas como antaño, aunque seguían ensalzando a
dirigentes y sus logros, que eran mucho más variados; incluso podían celebrar
hechos y actos relacionados con el pueblo, para lo cual aquellos estandartes de
las liturgias del poder se adaptaban perfectamente (sobre todo en regímenes
políticos autoritarios).
Ya hemos
comentado en la primera parte del artículo su adaptación como puertas de
muralla o para servir de entrada a espacios singulares, pero esta función acabaría
desapareciendo con el derribo de los muros urbanos (solo quedan algunas excepciones
más testimoniales que efectivas). El siglo XVII tiene muestras de puertas-arco que
sustituyeron otras anteriores en la muralla, como el Arco de Triunfo de
Montpellier, también llamado Porte du Peyrou; y sucede algo parecido en el
siglo XVIII, con muestras (en ciertos casos más simbólicas que operativas) como
el Arco de Triunfo de los Lorena en la Piazza della Libertà de Florencia
(levantado junto a la Porta San Gallo para manifestar el cambio de
dinastía de los Medici a los Lorena, y usado estos en todas sus salidas y
entradas a la capital del Gran Ducado de Toscana) o el Arco Héré de Nancy,
que actuaba como conexión entre los ámbitos del pueblo y de la nobleza.
Puerta-Arco monumental de entrada a la Plaza de la
República de Florencia.
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Durante los siglos
XIX y XX siguieron construyéndose Arcos de Triunfo, pero con una notable
evolución en su objeto. A principios del XIX, en París, Napoleón Bonaparte siguió
la tradición romana y ordenó levantar el soberbio Arco de Triunfo para
conmemorar un éxito bélico (la batalla de Austerlitz); pero a finales de la
centuria, la motivación ya era muy diferente como muestra el Arco de Triunfo
que se construyó en Barcelona para la Exposición Universal ensalzando el esplendor
de la ciencia. Ya en el siglo XX, surgieron nuevos Arcos y sus misiones
resultaron muy variadas. Por ejemplo, en los comienzos de la centuria se alzó
un Arco gigantesco en Nueva Delhi (que fue bautizado como “Puerta de la India”)
para recordar a los soldados muertos en el frente; a mediados, en Madrid,
Francisco Franco, impulsó el Arco de la Victoria en la entrada noroeste de la
ciudad para celebrar su triunfo en la Guerra Civil española, con la
particularidad de ser, quizá, el único arco construido en el propio lugar de la
batalla; y, a finales de la centuria, en Corea del Norte, se construyó en Pyongyang
el impresionante Arco del Triunfo que conmemora un logro popular, la
resistencia del pueblo coreano frente al Imperio del Japón (y de paso glorifica
al amado líder que gobernaba el país entonces, Kim Il-sung). Y el siglo XXI
también tiene muestras de Arcos de Triunfo, mostrando un gran anacronismo al
aceptar las formas clásicas para representar logros conseguidos dos milenios
después. Es el caso del Arco levantado en Skopje, la capital de la República de
Macedonia del Norte, entre 2011 y 2012 para celebrar un aniversario: los
veinte años de la independencia de la ex república yugoslava (fue bautizado
como “Puerta de Macedonia”)
Consideraciones
tipológicas.
El origen del
arco es una ingeniosa solución constructiva a la discontinuidad que provocaban
los huecos (fueran puertas o ventanas) en los muros y en la necesidad de soportar
la parte superior de los mismos. Las propuestas más antiguas lo habían resuelto
con dinteles rectos (de piedra o madera habitualmente), pero esto tenía una limitación
dimensional derivada del material elegido y de su capacidad para la transmisión
de fuerzas. Los griegos descubrieron una forma de aumentar la longitud de los
dinteles de piedra: partirlos previamente dando forma de cuña a las piezas que
lo conformaban. Pero serían finalmente los romanos los que darían carta de
naturaleza al arco con la transformación de esas dovelas lineales en otras que
seguían una curva geométrica, por lo general semicircular, que conseguía una
adecuada traslación de cargas y permitía ampliar considerablemente las distancia
entre las jambas. Dado que la mayor anchura del paso favorecía
la travesía simultánea de un contingente numeroso y que el arco estuvo entre
los logros más emblemáticos de la arquitectura romana, fue escogido para
estructurar uno de sus monumentos más característicos: el Arco de Triunfo que,
de hecho, mantendría el nombre del sistema constructivo.
Planta y alzado principal del Arco de Constantino en
Roma.
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El esquema más
elemental de un Arco triunfal presenta dos pilonos macizos (que ejercen de
“jambas”) sobre los que se apoya el “arco” que le proporciona el nombre (aunque
debido a la profundidad que suelen tener estas construcciones es más una bóveda
de cañón). A este pórtico básico suele incorporarse un gran entablamento
superior llamado “ático” que sirve de soporte para grabar en él inscripciones y
relieves, así como para apoyar, eventualmente, estatuas, formando conjuntos iconográficos
que explican la razón de ser del monumento. Los frentes pueden ser complejos en
cuanto a su alineación, ya que pueden contar con columnas y pedestales adosados
o salientes en número y estilo variable, proporcionando una gran posibilidad
combinatoria, base de su gran diversidad formal.
La profundidad de los Arcos de Triunfo convierte el
“arco” en una bóveda de cañón (o medio punto)
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A pesar de
que el nombre es una palabra en singular, puede haber un número de arcos plural,
siendo muy habitual la existencia de tres pasos, incluso cinco en algunas ocasiones,
aunque estas corresponden más a puertas que a arcos triunfales. En las
construcciones triples el vano central suele ser más alto que los laterales. Su
disposición es simétrica para enfatizar el centro por donde se producía la
travesía ritual. Casos especiales son los llamados arcos tetrapilos o
cuadrifrontes en los que el paso es doble y cruzado, con una intersección perpendicular
en el centro.
Mas allá de
la invención romana, otras culturas también han levantado pórticos simbólicos,
con cierto parecido esencial, aunque con rasgos particulares y una iconografía
diferente.
Cuatro
ejemplos de Arcos de paso único
• Arco
de Tito (Roma). Levantado por el emperador Domiciano para recordar a su
hermano mayor, el emperador Tito que le había precedido. [hacia el año 82]. Altura: 15,4 metros; anchura: 13,5 metros;
profundidad: 4,75 metros.
• Arco
de Triunfo (Barcelona). Construido como entrada principal a la Exposición
Universal de Barcelona de 1888. [José Vilaseca, 1888]. Altura: 29,8 metros; anchura: 27,7 metros; profundidad: 12,4 metros.
• Puerta
de la India (Nueva Delhi). Levantada para recordar a los soldados indios muertos
en la Primera Guerra Mundial y en la Tercera guerra anglo-afgana. [Edwin
Lutyens, 1921-1931]. Altura: 42 metros
• Puerta
de Macedonia de Skopje. Construido para celebrar el vigésimo aniversario de
la independencia de Macedonia del Norte. [Valentina Stefanovska, 2012]. Altura: 21 metros
Cuatro ejemplos de Arcos de paso único. De arriba
abajo: Arco de Tito (Roma); Arco de Triunfo (Barcelona); Puerta de la India
(Nueva Delhi); y Puerta de Macedonia de Skopje.
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Cuatro
ejemplos de Arcos de paso triple (arcos de tres vanos)
• Arco
de Adriano (Gerasa, Jordania). [año 129-130]. Altura: 21 metros; anchura: 37,45 metros; profundidad: 9,25 metros.
• Arco
de Septimio Severo (Roma). Construido para glorificar las victorias
militares del emperador Septimio Severo y sus hijos Geta y Caracalla sobre los
partos. [año 203].
• Arco
de Constantino (Roma). Erigido para conmemorar la victoria de Constantino I
el Grande en la batalla del Puente Milvio. [año 315]. Altura: 21 metros; anchura: 25,7 metros; profundidad: 7,4 metros.
• Arco
de Triunfo del Carrusel (París). Napoleón Bonaparte hizo erigir este arco
de triunfo en conmemoración de sus victorias militares. [Pierre-François-Léonard
Fontaine y Charles Percier, 1806 y 1808].
Altura: 14,60 metros; anchura: 19,60 metros; profundidad: 8,65 metros.
Cuatro
ejemplos de Arcos tetrapilos (dos pasos cruzados)
• Arco
de Triunfo de Cáparra, en Cáceres. Situado en la romana vía de la Plata, marcaba el cruce
del cardo y el decumano máximos de Cáparra (Capera). [finales del siglo I]. Altura: 12,50 metros; anchura: 8,60 metros;
profundidad: 7,30 metros.
• Arco
de Triunfo de Septimio Severo en Leptis Magna, en Libia. Situado en la intersección del cardo
máximo con el decumano máximo (la vía Oea-Alejandría) de la ciudad de Leptis
Magna. [203 d.C.]. Altura: 20 metros.
• Arco
de Triunfo de París. Construido por orden de Napoleón Bonaparte para conmemorar la victoria
en la batalla de Austerlitz. Sus dos pasos son diferentes ya que uno de ellos
es el principal al señalar el famoso Eje Histórico de París [Jean-François
Chalgrin, 1806-1836]. Altura: 49,54
metros; anchura: 44,82 metros; profundidad: 22,21 metros.
• Arco
de Triunfo de Pyongyang, en Corea del Norte. Construido por mandato de Kim Il-sung para
conmemorar la resistencia del pueblo coreano frente al Imperio del Japón. Sus
cuatro pasos se orientan en función de los puntos cardinales. Tuvo como referencia
el Arco parisino, pero deliberadamente se proyectó con dimensiones superiores,
siendo el Arco de Triunfo más alto del mundo [1982]. Altura: 70 metros; anchura: 50 metros; profundidad: 50 metros.
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