El carácter extramuros de la colina vaticana determinaría su
destino, pero su singularidad trascendental estaría ligada al hecho de acoger
los restos mortales de San Pedro. El apóstol, que había sido designado por
el propio Jesús para dirigir la comunidad cristiana, se encaminó hacia la
grandiosa Roma imperial para, desde allí, convertido en el primer obispo de la
ciudad (y, en consecuencia, en el primer Papa) cumplir su misión. San Pedro
murió martirizado en las laderas vaticanas y en ellas fue sepultado. Varios
siglos después, el emperador Constantino ordenó levantar una primera basílica
en ese mismo lugar para honrar su memoria.
Actualmente, transcurridos casi dos mil años, el Vaticano es
un lugar extraordinario, producto de una peculiar mezcla de historias de
religión y política, de arquitectura y urbanismo, con una relación muy particular
con Roma. Su evolución le llevó de ser el centro de la cristiandad a cabeza del
catolicismo, y de los Estados Pontificios al presente Estado Vaticano. En ello,
la contribución de la arquitectura resultaría fundamental para plasmar unas
aspiraciones de representación que superaban en mucho las necesidades de culto,
dentro, además, de una ambiciosa estrategia urbanística que debía expresar el
poder de la Iglesia.
Un apunte previo: la singularidad de la
colina vaticana.
La tradición narra cómo Roma se construyó sobre siete colinas. Aunque hay dudas sobre la lista de
las mismas, el dilema no afecta a la colina vaticana, dado que se encontraba
en el margen derecho del rio Tíber, el lado opuesto a la ciudad imperial y, en
consecuencia, fuera de sus murallas. No está claro el origen del nombre. Para
algunos investigadores, la palabra vaticanus estaría relacionada con el
hecho de que en ese lugar se realizaron oráculos en tiempos etruscos, por lo
que habría sido conocido con el nombre de Vaticum (derivando este
término de vate que significaba profeta, adivino). Con un sentido similar,
otros la asocian con vaticinium, que sería la predicción del augur.
Aunque también hay quien la liga con uno de los dioses menores del panteón
romano llamado Vagitanus o Vaticanus, que asistía a los recién
nacidos en el momento del parto.
El carácter extramuros de la colina vaticana determinaría su
destino como veremos, pero su singularidad trascendental estaría ligada al
hecho de acoger los restos mortales del apóstol San Pedro. Los apóstoles
fueron los encargados de transmitir el mensaje de Cristo por el mundo (con la
imprescindible colaboración de San Pablo). Entre ellos, Simón Pedro (San
Pedro), que había sido designado por el propio Jesús para dirigir la comunidad
cristiana, se encaminó hacia la grandiosa Roma imperial para, desde allí,
convertido en el primer obispo de la ciudad (y, en consecuencia, en el primer
Papa) cumplir su misión. La tradición relata que Pedro acabó sus días en el año
67, bajo el gobierno de Nerón, muriendo martirizado en el Circo que existía en
la colina vaticana o en su entorno, y siendo sepultado en la necrópolis existente
en sus laderas. Poco después, Anacleto, tercer obispo de Roma (y tercer Papa),
construyó en ese punto un oratorio que se convertiría en un lugar de
peregrinaje. Varios siglos más tarde, el emperador Constantino ordenó levantar
una primera basílica en ese mismo sitio para honrar su memoria.
La Crucifixión de San Pedro es un óleo pintado por
Caravaggio en 1601. El apóstol fue el primero de la lista de Papas y murió
martirizado en las laderas vaticanas, siendo sepultado en ellas.
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Actualmente, transcurridos casi dos mil años, el Vaticano es
un lugar extraordinario, producto de una peculiar mezcla de historias de
religión y política, de arquitectura y urbanismo, con una relación muy
particular con Roma. Su evolución le llevó de ser el centro de la cristiandad a
cabeza del catolicismo, y de los Estados Pontificios al presente Estado
Vaticano. En ello, la contribución de la arquitectura resultaría fundamental
para plasmar unas aspiraciones de representación que superaban en mucho las
necesidades de culto, dentro, además, de una ambiciosa estrategia urbanística
orientada a levantar una Segunda Roma fastuosa
que debía expresar el poder de la Iglesia.
Una historia religiosa: Roma de capital
de la cristiandad a capital del catolicismo.
La expansión del cristianismo desde Judea, su territorio de
origen, fue relativamente rápida gracias al poder de atracción de su mensaje.
Pero sus primeros fieles tuvieron una vida difícil, porque sufrieron crueles
persecuciones, viéndose obligados a ocultar su credo y a relacionarse en la
clandestinidad. Esta situación cambió con el Edicto de Milán, firmado en el año
313 por Constantino I el Grande y Licinio, entonces coemperadores romanos de
Occidente y Oriente respectivamente. El Edicto estableció la libertad de culto,
de manera que el cristianismo pudo manifestarse y desarrollarse abiertamente.
No obstante, desde el principio, el cristianismo fue un
hervidero de corrientes que divergían por su interpretación de la palabra de
Cristo o por su entendimiento de la naturaleza divina. La doctrina principal
luchó para consolidarse, tachando de herejías a todas las discrepantes. Una de
las más tenaces fue el arrianismo, aunque acabó solemnemente condenado en 325
en el Primer Concilio de Nicea. Precisamente, en este sínodo de obispos se fijaría
el ideario cristiano que acabaría convirtiéndose en la religión oficial del
imperio, hecho que se proclamó con el Edicto de Tesalónica, decretado por el
emperador Teodosio en 380 (no obstante, el cristianismo seguiría, durante
siglos, siendo cuestionado por nuevas posiciones discordantes que también irían
siendo declaradas heréticas paulatinamente)
En algún caso la disputa alcanzó tal envergadura que se
saldó con una división de credos, aunque estas escisiones, que se justificaban
por cuestiones teológicas, tuvieron más que ver con enfrentamientos por el
dominio y la influencia sobre territorios concretos. Por ejemplo, tras el
Concilio de Calcedonia del año 451 hubo una primera partición relevante con la
separación de las denominadas iglesias ortodoxas orientales (coptas, siríacas y
armenias) que no aceptaron la doctrina cristológica emanada del sínodo.
La organización de la iglesia en los primeros siglos se apoyó
en la dirección compartida de varios obispos-patriarcas que gobernaban extensos
territorios. Los cinco principales eran Roma, Alejandría, Constantinopla,
Jerusalén y Antioquía, que admitían una cierta preminencia del ocupante de la
sede de San Pedro, aunque sólo como un “primus inter pares”. Pero esa
subordinación comenzó a cuestionarse a partir de la caída del imperio romano de
occidente y la consolidación del imperio bizantino en la parte oriental. Roma
quedó fuera de la jurisdicción bizantina y el Patriarca de Constantinopla
reclamó su prioridad, que fue rechazada tajantemente por el primado romano. El
distanciamiento de los Patriarcas orientales, con su afinidad griega, y el Papa,
alineado con lo latino, fue creciendo hasta que las desavenencias encontraron
una excusa teológica que causó el llamado Cisma de Oriente. El resultado
del conflicto que enfrentó en 1054 al Papa de Roma con el Patriarca de Constantinopla
se concretó en la excomunión mutua y en la ruptura del cristianismo en dos: por
un lado quedaba, la cristiandad occidental o católica, dirigida desde Roma y
que luchaba por definir su sitio terrenal y no caer en la órbita de los poderes
temporales vecinos (como veremos al tratar la historia política); y, por otro,
la iglesia ortodoxa, que agrupaba los patriarcados de Constantinopla,
Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y estaba fuertemente vinculada al imperio
bizantino.
Mapa con la distribución de las principales religiones
en Europa.
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La unidad católica sufrió una nueva prueba como consecuencia
de la resolución de Clemente V, que había sido elegido en 1305, de trasladar la
Curia a Aviñón cuatro años después (Clemente V era de origen francés). La
tensión que esa decisión produjo estalló cuando Gregorio XI decidió volver a
Roma en 1378 muriendo ese mismo año. No fue sustituido por un nuevo Papa, sino
por dos, uno en Francia y otro en Italia (hecho sorprendente que, nuevamente,
estuvo motivado por razones políticas). Entonces se inició el periodo denominado
Cisma de Occidente, en el que hubo duplicidad de Sumos Pontífices entre
1378 y 1417 (que llegaron, incluso, a ser tres desde 1410). Finalmente, la
unidad se recuperó en 1417 con la elección de Martín V y la permanencia de la
Santa Sede en Roma.
No sucedería lo mismo en el siguiente siglo, cuando en 1517
Martín Lutero, un clérigo escandalizado por las prácticas y costumbres que
gobernaban la iglesia de entonces invitó al debate teológico clavando sus noventa
y cinco tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg. La Reforma
supuso una tremenda sacudida para la cristiandad católica, provocando la
reestructuración de la Iglesia en la Europa occidental, con la escisión de numerosas
comunidades disconformes, predominantemente en el ámbito germánico, que se
identificarían con la denominación general de protestantes (decisión que no era
ajena a ciertas cuestiones políticas). La respuesta de la Iglesia católica (que
se hizo fuerte en el centro y sur continental, en especial en los ámbitos
hispano, italiano y francés) se inició en el Concilio de Trento, celebrado
entre 1545 y 1563, y sería conocida como Contrarreforma. La
Contrarreforma impulsó cambios litúrgicos y pastorales y también de imagen, así
como la constitución de nuevas órdenes religiosas que fueron vitales para la
propagación del credo católico, utilizando el arte como un aliado principal
para cumplir esa misión.
En la época moderna, el descubrimiento de América o las
relaciones con el Lejano Oriente extenderían el área de influencia católica y
el número de creyentes. En ese contexto, se asistiría a una reducción de las discusiones
teológicas internas, pero a un aumento de las tensiones políticas que
reducirían al mínimo el poder terrenal del Papado. En la actualidad, el Sumo
Pontífice gobierna el país más pequeño del mundo (44 hectáreas), pero es la referencia
espiritual de una comunidad de más de 1.300 millones de fieles repartidos
desigualmente por todo el planeta.
Mapa con la distribución de las principales religiones
en el mundo.
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Una historia política: de los Estados
Pontificios al Estado Vaticano.
La última época del imperio romano de occidente y el periodo
medieval serían malos tiempos para la fastuosa Roma imperial, que entraría en
decadencia. La reorganización del imperio en dos partes auspiciada por
Diocleciano desde el año 285 (occidente y oriente, este con capital en Bizancio/Constantinopla),
redujo la influencia de Roma, que todavía fue menor cuando en el 402 el
emperador Honorio trasladó la Corte de occidente a Rávena, una ciudad más
fácilmente defendible al estar rodeada de marismas. Roma perdió su poder,
siendo el Papa la única autoridad reconocible que permaneció en ella.
Desde la desaparición del imperio romano de occidente, algunos
de los primeros gobernantes del autónomo imperio romano oriental (que sería
conocido como Imperio bizantino) no renunciaron al sueño de recuperar la antigua
unidad con los territorios que habían caído en poder de los “barbaros”. Ese fue
el caso de Justiniano quien mandó expediciones de conquista que lograron
controlar desde mediados del siglo VI algunas de las regiones perdidas, como
sucedió con ciertas partes del norte y del centro de la península italiana que
se agruparon en el denominado Exarcado de Rávena. Roma y su entorno se
integrarían en esa órbita bizantina constituyendo un Ducado dependiente del
exarca, aunque sería administrado por el Papa.
Las relaciones entre el reino ostrogodo, los bizantinos y la
iglesia fueron difíciles, pero tuvieron cierta estabilidad hasta que fueron desequilibrándose
con la llegada de un nuevo actor: el pueblo lombardo que comenzó la conquista
de la península itálica, expulsando a godos y bizantinos para ocupar su
territorio (con algunas excepciones, como el Ducado de Roma). En el año 756, el
reino lombardo decidió avanzar hacia Roma. Ante la amenaza de invasión, el Papa
solicitó ayuda al rey de los francos, Pipino III (el Breve), a quien había
coronado en 754. Las tropas papales con el apoyo de los ejércitos francos no
sólo lograron defender Roma, sino que forzarían la caída del reino lombardo
(desapareciendo definitivamente en el año 774). Además de la defensa de Roma,
Pipino recuperó los territorios del antiguo Exarcado y los donó al vicario de
Cristo, dando origen, en ese mismo año 756, a los Estados Pontificios, que
representarían el poder temporal del Papado. La historia de los Estados
Pontificios fue muy turbulenta, con ganancias y pérdidas territoriales e
intensas disputas políticas y bélicas con sus diferentes vecinos, con quienes
los sucesivos Papas fueron estableciendo alianzas o iniciando contiendas.
Mapa de la península italiana en 1796 en el que se
puede apreciar la extensión de los Estados Pontificios.
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Uno de los grandes conflictos fue la disputa por la
autoridad suprema (el denominado Dominium mundi) entre la Iglesia y el Sacro
Imperio Romano Germánico. Su causa estuvo en la gran ascendencia que los
obispos tenían sobre sus fieles que levantaba suspicacias entre los dirigentes
políticos, quienes temían ver reducido su poder. Para evitar esa situación y
beneficiarse de esa influencia, los emperadores se atribuyeron a sí mismos el
derecho a nombrar (investir) a los obispos. En muchas ocasiones, las
designaciones recaían en personas poco capaces, aunque totalmente subordinadas
a su mentor. Este derecho imperial fue considerado una injerencia inaceptable y
fue totalmente rechazado por los Papas, quienes, además, manifestaron su
superioridad sobre los representantes del poder terrenal, iniciándose la
denominada Querella de las investiduras, que fue el primer
enfrentamiento abierto entre el papado y el imperio. Este conflicto inicial se
resolvió en 1124 tras cincuenta años de agrios y sangrientos combates, pero la
pugna política y espiritual entre el poder imperial y el poder eclesiástico se
prolongaría durante siglos. En Italia, fue especialmente intensa la lucha entre
los güelfos (partidarios del Papa) y los gibelinos (partidarios del emperador) que
se extendió a lo largo de toda la Edad Media.
Tras siglos con altibajos de uno y de otro contendiente, la
Iglesia dominaría durante el siglo XV, aunque iría perdiendo peso a partir de
la siguiente centuria con la creación de los estados modernos y las monarquías
absolutas. No obstante, tras el siglo XVIII, la paulatina aparición de las
democracias por un lado y las tendencias laicistas por otro, modificarían
radicalmente el panorama.
A pesar haber resistido fuertes presiones durante más de mil
años, los Estados Pontificios verían su final con el proceso de unificación
italiana. Entre 1860 y 1870, el naciente Reino de Italia iría anexionándose los
antiguos territorios de la Iglesia, que quedarían reducidos únicamente a la
ciudad de Roma. El Papa había logrado mantener su autoridad civil en la ciudad
eterna gracias a la protección de las tropas francesas, pero, en 1870, Roma fue
ocupada por las tropas italianas y designada capital del país. El Papa Pio IX y
sus sucesores no aceptaron la situación encastillándose en su fortaleza
vaticana (de hecho, se autodenominaron “prisioneros del Vaticano”) desde donde
reclamaron insistentemente la devolución de los territorios arrebatados y se
negaron a reconocer el nuevo estado italiano. La tensa situación terminó en
1929, cuando Pio XI y Benito Mussolini firmaron los Pactos de Letrán.
Mediante esos acuerdos, la Iglesia reconocía a Italia e Italia aceptaba la constitución
de la Ciudad del Vaticano como estado independiente bajo jurisdicción del
Papa.
El tamaño minúsculo del Estado de la Ciudad del
Vaticano (44 hectáreas) queda expresado en la comparación del mismo con el
madrileño Parque del Retiro (118 hectáreas)
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Una historia arquitectónica: la Basílica
de San Pedro y otras construcciones extraordinarias.
La colina vaticana era una elevación que quedaba fuera de la
ciudad y fue conocida en tiempos imperiales como ager vaticanus. Allí,
aprovechando un valle existente entre la parte alta del monte y el río se ubicó
el conocido Circo de Nerón, una impresionante construcción de
unos 540 metros de longitud por unos 100 de anchura, cuya spina estuvo
presidida por el obelisco que Calígula (que fue el promotor inicial del circo)
ordenó traer de Egipto en el año 37 (ese mismo obelisco sería trasladado a la
Plaza de San Pedro en 1586). Nerón completaría el edificio y le daría nombre,
inaugurándolo como circo privado del emperador, aunque, en ocasiones, lo
abriera al público. En sus proximidades había un cementerio y, cuando el circo
fue abandonado hacia mediados del siglo II, esa superficie fue aprovechada para
ampliar la necrópolis. En ella, como sabemos se encontraría la tumba de
San Pedro, razón por la cual, en ese lugar se levantó por orden del emperador
Constantino I el Grande una primera basílica, transformando el modesto oratorio
preexistente.
Plano de superposición del Circo de Nerón, la Basílica constantiniana
y la actual Basílica y plaza de San Pedro.
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Esa primera y desaparecida basílica de San Pedro es recordada con
el nombre de Antigua basílica de San Pedro o basílica
constantiniana. Las obras comenzaron entre 323 y 336 y se prolongaron durante
treinta años. La basílica tuvo forma de cruz latina, con 110 metros de largo
divididos en cinco naves: una amplia central y dos más pequeñas a cada lado. El
techo, de madera, alcanzaba una altura de 30 metros en su cumbrera. Pero la sede
papal y residencia oficial del sumo pontífice no se estableció allí,
extramuros, sino en la Basílica de San Juan en Letrán, la única de las tres
grandes basílicas constantinianas que se construyó dentro de las murallas de la
ciudad. San Juan de Letrán albergó a la Curia romana durante más de mil años,
hasta su marcha a Aviñón (1305).
Tras el periodo de Aviñón, en 1378 los Papas trasladaron la Santa Sede a la Colina Vaticana. Se esgrimieron razones como el
mal estado del Palacio de Letrán o la existencia de las murallas leoninas (de
las que hablaremos más adelante), que facilitaban la defensa en caso de
conflicto. A pesar del traslado de la Curia, la basílica de San Juan de Letrán
conservó su papel como sede episcopal y por lo tanto catedral de Roma, función
que aún desempeña en la actualidad. Seguramente, el cambio de ubicación se
vería también influido por el deseo de aprovechar la proximidad de la tumba de
San Pedro, enfatizando así la misión pastoral y ecuménica de la Iglesia y afianzando
a Roma como Santa Sede. Pero también la antigua basílica de San Pedro se
encontraba deteriorada. Arquitectos como Leon Battista Alberti o Bernardo
Rossellino trabajaron en su consolidación y mejora, añadiendo elementos como el
atrio que daba acceso a la nave principal a través de cinco puertas. Las
intervenciones puntuales continuarían hasta que el Papa Julio II, que
inicialmente pensaba realizar una remodelación intensa e integral, cambió de
opinión en 1505 y decidió levantar una basílica nueva derribando la anterior
constantiniana (algo que levantó muchas voces discrepantes, aunque era una idea
que habían barajado pontífices anteriores sin atreverse a llevarla a cabo). El Papa deseaba disponer en el
Vaticano de un espacio singular, representativo y simbólico, una suerte de
acrópolis imperial, alejada del caos del centro urbano, pero eficazmente unida
a él. Las obras comenzaron en 1506 según el proyecto de Donato Bramante
(1443-1514) que planteaba un tempo con planta de cruz griega y cúpula central.
Esta nueva construcción estuvo envuelta en controversias y escándalos, tanto
por la demolición de la basílica constantiniana como por la venta de
indulgencias para financiar la obra, cuestión que contribuyó indirectamente a
la Reforma protestante.
Junto a la Basílica se había ido construyendo desde la Edad
Media el Palacio Apostólico. El palacio papal es un edificio enrevesado
y multifuncional que forma parte de la imagen exterior del conjunto vaticano. La
complejidad del edificio es el resultado de la agregación paulatina de
proyectos diversos a lo largo del tiempo (algunos de los cuales seguían la
costumbre de muchos Papas de levantar su propia capilla, entre las que destaca
la Capilla Sixtina). Otro de los edificios más destacados es el impresionante Patio
del Belvedere proyectado por Bramante para unir el Palacio Apostólico con
la villa del Belvedere que había construido el Papa Inocencio VIII en 1487 en
lo alto de la colina. Parte del mismo acoge áreas de los fabulosos Museos
Vaticanos. [Para profundizar en el Patio del
Belvedere de Bramante se recomiendan dos libros en los que es analizado con
detalle: “Arquitectura y paisaje” de Clemens Steenbergen y Wouter Reh, y
“Renacimiento, Barroco y Clasicismo” de Jean Castex]
Esquema de la topografía del Vaticano con la inclusión
de las siluetas de la Basílica y la plaza de San Pedro (en blanco) y el Palacio
Apostólico y el Patio del Belvedere (en negro)
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La muerte de Bramante supuso el encargo de la continuación
de la Basílica a Rafael Sanzio (1483-1520) quien al fallecer prematuramente fue
sucedido por Antonio Sangallo el Joven (1484-1546). Ambos propusieron el cambio
de la planta en cruz griega por la de cruz latina, pero la desaparición de
Sangallo y la llegada de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) afianzó el esquema
centralizado con cúpula. Miguel Ángel diseñó una cúpula espectacular y
emblemática, pero no sería finalizada hasta 1588, veinticuatro años después de
su muerte, con la intervención de Giacomo della Porta (1540- 1602) y Doménico
Fontana (1543-1607). Precisamente, Fontana sería el responsable de otra actuación
muy relevante ordenada por el papa Sixto V en 1586: el traslado del obelisco
que presidía la spina del Circo de Nerón a su ubicación actual delante
de la basílica.
La obra de San Pedro sufriría
nuevas interrupciones hasta la llegada en 1603 de Carlo Maderno (1556-1629), quien,
desarrollaría dos cuestiones fundamentales: la definitiva transformación de la
planta hacia un esquema de cruz latina y la fachada principal. Maderno daría
por terminada la basílica en 1626 (aunque habría modificaciones posteriores).
Tras su muerte en 1629, Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) sería nombrado primer
arquitecto de San Pedro, realizando intervenciones muy diversas entre las que
destacan el fabuloso baldaquino del altar, la fallida construcción de
campanarios para la fachada y, sobre todo, la extraordinaria Plaza de San
Pedro (que se realizaría a instancias del Papa Alejando VII).
El conjunto vaticano iría
completándose con construcciones muy diversas. Una de las últimas
incorporaciones a su fabulosa muestra de arquitectura fue el Aula Pablo VI,
inaugurada en 1971 y que también es conocida como Sala Nervi en recuerdo
de su autor, el ingeniero Pier Luigi Nervi (1891-1979).
El Aula Pablo VI, inaugurada en 1971, que también es
conocida como Sala Nervi en recuerdo de su autor, el ingeniero Pier Luigi Nervi.
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Una historia urbanística: de la Ciudad
Leonina a la Ciudad del Vaticano.
La colina vaticana se incorporó al recinto de Roma durante
el papado de León IV, gracias a la ampliación de las murallas de la ciudad que
se realizó entre 848 y 852, con el objetivo de proteger la basílica de San
Pedro, que había sido saqueada por los sarracenos en el año 846. La muralla
leonina fue la primera muralla vaticana y discurría siguiendo una forma de
herradura o de “U” tumbada con su apertura orientada hacia el este. Desde el
extremo norte, que partía de la orilla del rio, junto al Mausoleo de Adriano
(que sería fortificado y rebautizado Castel Sant'Angelo), el trazado se
dirigía hacia las laderas de la Colina Vaticana, rodeaba la basílica y descendía
de nuevo hacia el Tíber, donde se situaba el otro extremo, el sur. Dentro de
ese particular recinto, entre la basílica y el cauce fluvial se levantaría un
nuevo barrio que sería llamado, simplemente “Borgo”. El conjunto
recibiría el apelativo de Ciudad Leonina (Civitas Leonina)
en homenaje a su promotor.
Los muros se ampliaron y fortalecieron en varias ocasiones.
Una de las actuaciones más llamativas es el denominado Passetto di Borgo,
un pasaje elevado de 800 metros que une el Vaticano con el Castel
Sant'Angelo y que fue utilizado por varios Papas como vía de escape cuando
sufrieron ataques (como sucedió, por ejemplo, durante el Sacco di Roma
de 1527)
La construcción de nuevos edificios que sobrepasaban el
recinto leonino original (como el Patio del Belvedere) y la evolución de las
técnicas y maquinarias de guerra recomendaron la ampliación de la superficie
vaticana. Los muros iniciales fueron circunvalados por una nueva fortificación
con bastiones en torno al Vaticano (en su interior quedan todavía restos
del primer muro leonino), realizada fundamentalmente en tiempos de Pablo III
(Papa entre 1534 y 1549) y Pío IV (sumo pontífice entre 1559 a 1565), contando
con la intervención de Miguel Ángel y Antonio Sangallo el Joven.
Proyectos urbanos tan emblemáticos como la Plaza de San
Pedro diseñada por Bernini serían parte de una ambiciosa y más amplia
estrategia urbanística que afectó a toda la capital y que había comenzado con
el deseo de Nicolás V, elegido en 1447, de convertir a Roma en una ciudad
digna para su papel de capital del mundo católico, pretendiendo estabilizar definitivamente la sede de Roma.
Se estableció entonces un plan a largo plazo que se vería reforzado con el
ideario Contrarreformista que busco convertir la ciudad eterna en referente
para la cristiandad, una Segunda Roma
fastuosa que debía expresar el poder de la Iglesia y en la que la Arquitectura y el Urbanismo fueron
los grandes instrumentos de los pontífices
La Civitas Leonina fue considerada una ciudad
independiente de Roma hasta que, en 1586, Sixto V la incorporó como un nuevo rione
(barrio/distrito) de Roma, que se llamaría Borgo y sería el número
catorce (en la actualidad Roma cuenta con 22 rioni). La constitución de
la Ciudad del Vaticano como estado independiente, desgajaría
administrativamente su territorio del Rione XIV siguiendo las murallas
bastionadas e incluyendo la Plaza de San Pedro.
La última actuación de gran trascendencia urbana para el
Vaticano ocurrió entre 1936 y 1950, cuando se demolió la denominada Spina di
Borgo y se abrió la Via della Conciliazione, una avenida con
una longitud de unos 500 metros que conecta la plaza de San Pedro con Sant'Angelo
permitiendo una aproximación novedosa, con la visión lejana de la fachada de la
basílica.
La última actuación de gran trascendencia urbana para
el Vaticano ocurrió entre 1936 y 1950, cuando se demolió la denominada Spina di
Borgo y se abrió la Via della Conciliazione
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Excelente síntesis del origen y de la evolución histórica y urbanística de la llamada Ciudad Leonina y por tanto también, del peculiar Estado Vaticano. Claramente explicada, precisa, bien fundamentada y, muy importante, además en un lenguaje accesible hasta para personas no vinculadas al ámbito arquitectónico y urbanístico, como el suscrito, pero que desean comprender en plenitud el basamento territorial de la fascinante historia de este trascendente e impactante sector de la Ciudad Eterna. Muchas gracias y felicitaciones
ResponderEliminarExcelente exposición sobre el origen y la evolucion urbanistica de este celebre y trascendente e históricamente impactante territorio, inicialmente períferico a la Ciudad de Roma y despues, sector destacado de la urbe. Claramente desarrollada, precisa, bien fundamentada y además ( muy Importante) utilizando un lenguaje facilmente accesible para el lector corriente, no especializado en el ámbito arquitectonico ni urbanístico, como el suscrito. Muchas gracias y congratulaciones. Saludos desde Santiago de Chile
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