En 1931, el
arquitecto y urbanista británico Stanley Adshead declaró: “Sería un error tratar a los africanos como si fueran europeos (…)
sería estúpido ofrecerles las comodidades que ellos nunca han conocido y que,
después de generaciones y generaciones, han llegado a ser necesarias para el
hombre blanco”.
Toda una
declaración de intenciones que justificaba el elitismo y la segregación
presentes en las ciudades coloniales creadas por los británicos de África.
Las ciudades coloniales británicas
muestran una imagen en Blanco y Negro. En esas ciudades “dobles”, la sociedad colonizadora se
mantuvo al margen de la vida de los nativos planificándose espacios diferentes
para cada comunidad. Barrios trazados con una fuerte base geométrica, estructurados
por grandes avenidas, con amplios espacios libres, bien equipados y con lujosas mansiones
coloniales se oponían a barrios orgánicos, casi espontáneos, cercanos a la
infravivienda y con graves carencias dotacionales.
La época del
imperialismo europeo en África tuvo un denominador común en la explotación
económica de los territorios colonizados, pero también mostró rasgos particulares en función de cada
potencia metropolitana. Las diferencias se manifestaban fundamentalmente en
las diversas fórmulas de organización política y también en la distinta
relación personal entre colonos e indígenas.
Puede
resultar paradójico pero, en líneas generales, las metrópolis coloniales
latinas tendieron a una administración directa aunque con el deseo de lograr la
asimilación de los pueblos colonizados; mientras que, por el contrario, la
colonización británica, tendió a una administración indirecta fomentando la
autonomía y la asociación, pero alejada de la idiosincrasia de los pueblos
colonizados.
Estas vocaciones también se
manifestaron en las ciudades. Las ciudades de colonización portuguesa, española o francesa, por
ejemplo, muestran estructuras muy diferentes a los nuevos asentamientos
británicos. Las primeras proponen estructuras
unitarias o ampliaciones que consideran la importancia de las preexistencias,
mientras que las segundas planteaban ciudades
“dobles”, con dos trazados desconectados casi totalmente, apareciendo una
parte planificada y bien dotada (para los blancos) que se oponía a otra
espontánea, desatendida y con graves déficits infraestructurales (para los negros).
En este
artículo nos acercaremos a la particular visión urbana de los británicos.
El denominador común de todas las potencias coloniales fue
la explotación económica del territorio africano.
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Modelos políticos coloniales.
Inicialmente,
las primeras incursiones en el continente se realizaron por medio de compañías
comerciales de carácter paraestatal que disponían de capacidad militar. Este
tipo de compañías, como la British East
Africa Company, implantaban factorías, conquistaban territorios y los
explotaban económicamente rindiendo cuentas a sus respectivos gobiernos, pero acabaron
desbordadas por las rebeliones locales. Entonces los estados coloniales tuvieron que tomar el control. Hubo cuatro
modelos de gobierno administrativo.
En primer
lugar las Colonias, propiamente
dichas. En esta modalidad, los territorios eran totalmente dependientes del
gobierno externo ejercido por la potencia colonizadora y los objetivos iban
poco más allá de la mera explotación económica del territorio colonizado. Los
indígenas eran menospreciados y considerados únicamente como mano de obra para
extraer los recursos naturales de cada región. En algún caso, como el del Congo
Belga, ese aprovechamiento alcanzó cotas delirantes.
En segundo
lugar, estaban los Protectorados.
Los Protectorados surgían de un pacto entre colonizador y colonizado. La
metrópoli permitía el gobierno de los nativos (aunque solía seleccionar los
grupos más afines) y respetaba la mayoría de las instituciones existentes. No
obstante, la potencia colonizadora mantenía un férreo control militar y por
supuesto se reservaba la explotación económica de la región. Un ejemplo pueden
ser los Protectorados de España y Francia sobre Marruecos, en los que la
autoridad recaía en el Sultán pero tutelado por los ejércitos de los países
protectores.
La tercera
opción, fueron los denominados Territorios
Metropolitanos, en los que el territorio colonizado se integraba como una
parte más del país colonizador, constituyendo un departamento del mismo o, como
solían denominarse desde Europa, una “provincia de ultramar”. Estos territorios
eran en todo equiparables a las diferentes provincias de la metrópoli y, de hecho, los ciudadanos tenían la misma nacionalidad. Es el ejemplo de Argelia y Francia o de Guinea Ecuatorial y España (provincia entre 1959 y
1968).
El cuarto y
último tipo de relación eran los Mandatos.
Este modelo surgió a partir de la Primera Guerra Mundial e implicó la
redistribución de las colonias de los vencidos, que pasaron a manos de los
vencedores de la contienda (todo ello articulado a través de la recién creada
Sociedad de Naciones). El
Mandato reconocía la personalidad política del país colonizado, aunque lo
sometía a la “tutela” de la nueva potencia dominante. No obstante los mandatos
presentaban matices en función de cada caso, siendo diferentes, por ejemplo,
los casos de Siria, Líbano, Palestina, Transjordania e Irak, países surgidos de
la desmembración del Imperio Otomano, de los propuestos para las colonias que
habían dependido del Imperio Alemán del África Central como Togo, Camerún,
Tanganica y Ruanda-Burundi .
Las ciudades
africanas de colonización británica.
La frase
referida de Stanley Adshead (1868-1946), citada por Peter Hall en su libro
“Ciudades del Mañana”, expresa y pretende justificar el planteamiento de las nuevas
ciudades que construirían los británicos en sus colonias africanas.
A la hora de
seleccionar el lugar para levantar la nueva ciudad colonial, los criterios
principales fueron de carácter higienista. Hay que tener en cuenta que la
exposición a las enfermedades tropicales fue muy perjudicial para los europeos,
que carecían de defensas ante ellas. Por eso, las decisiones sobre los nuevos
asentamientos tenían muy en cuenta las recomendaciones de los servicios médicos (que además eran militares y
también consideraban otras cuestiones tácticas). En consecuencia, las nuevas
ciudades no mezclarían a los colonos con los nativos (fuera de las horas de
servicio, of course) y los barrios
blancos se ubicarían en sitios elevados, bien ventilados.
En general, el
trabajo de los urbanistas británicos se asentaba sobre una base irreal, sin
atención a la realidad social del territorio. Las concesiones a las costumbres
del lugar se limitaron a temas anecdóticos. La población africana negra no participaba en la nueva ciudad, eran la
población “invisible”, que daba servicio pero que debían desplazarse a sus
residencias situadas en “reservas” o en los poblados cercanos.
La
segregación de poblaciones definió la estructura de los diferentes
asentamientos y ciudades. Las nuevas ciudades
británicas serían ciudades en “blanco y negro”, mostrando dos configuraciones
bien diferentes.
En la zona blanca, generalmente dispuesta en
los puntos más elevados del entorno, destacaba el núcleo central con los
edificios del gobierno y el área de oficinas administrativas. Cercano a esta
área de centralidad se ubicaba el centro comercial. La base del trazado era muy
geométrica, con grandes avenidas que solían unir grandes plazas-rotonda
circulares para distribuir el tráfico. En las áreas que surgían entre las
avenidas se instalaban las villas residenciales para los europeos, con un modelo
de muy baja densidad en el que esas viviendas unifamiliares (bungalows) se encontraban rodeadas de
grandes jardines. Estas residencias se encontraban suficientemente alejadas unas
de otras para permitir una adecuada ventilación y alejar así el riesgo de
eventuales contagios. Las áreas residenciales fueron presentadas como “ciudad jardín” en un ejemplo de incomprensión
sobre las ideas que Ebenezer Howard había lanzado pocos años atrás.
El modelo urbano
aplicado en Nueva Delhi estaba presente en la mente de los
diseñadores de las nuevas asentamientos coloniales africanos, aunque éstos
presentan diferencias con la ciudad india. En primer lugar porque los complejos
trazados geométricos de Lutyens van a verse muy simplificados en los casos
africanos. Además, la imponente presencia de los elementos de gobierno indios
será muy rebajada en el caso africano (quizá porque no se pretendía impresionar
a unos nativos que eran invisibles a los ojos británicos).
Lejos de la
“ciudad jardín”, como mandaban los cánones de la segregación social, se ubicaba
la “ciudad negra” que, en la mayoría
de los casos, quedaba separada de la “ciudad blanca” por alguna infraestructura
importante que ejercía de “barrera física”, como por ejemplo el ferrocarril. La
“zona africana” tenía una gran autonomía de funcionamiento corriente, contando incluso
con sus propios espacios comerciales para evitar la mezcla de públicos.
Sorprendentemente,
tras el final de la dominación británica, los gobernantes de los nuevos estados
independientes se convirtieron en una nueva “aristocracia” alejada de su propio
pueblo. Esa recién creada élite africana pasó a vivir en las villas que habían
dejado los europeos manteniendo el espíritu
segregado de la ciudad. Aunque esta política ha ido cambiando con el tiempo, las
ciudades se han visto desbordadas por otros problemas más graves. Sobre todo
los derivados de la extraordinaria migración recibida desde las áreas rurales.
En general, el acelerado crecimiento ha provocado extensísimas superficies de
infravivienda que dominan sobre la ciudad anterior. En muchos casos, los
centros históricos encarnados por las antiguas ciudades coloniales británicas han
quedado reducidos a un pequeño espacio, un tanto autónomo del funcionamiento
real de las grandes áreas urbanizadas.
Algunos ejemplos.
Los
territorios de dominación británica se encontraron principalmente en el este y
en el sur de África. Allí crearon ciudades como Kampala, Nairobi, Salisbury
(que en 1982 pasaría a llamarse Harare) o Lusaka, que tras la independencia
política se convertirían en las capitales de los nuevos estados de Uganda, Kenya,
Zimbabue y Zambia respectivamente.
El centro de Kampala antes de la independencia de
Uganda.
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Kampala, la capital de Uganda.
Frederick
Lugard (1858-1945) fue el administrador colonial británico que había sido
destinado a la región de la actual Uganda con la misión de controlar ese
territorio. En 1890 seleccionó una ubicación para construir un fuerte militar para
la Compañía Británica del África Oriental (British
East Africa Company). El sitio se encontraba en lo alto de un cerro (Kampala Hill), cercano al Lago Victoria,
en un paisaje de altas colinas que alcanzan más de 1.200 metros de altitud y
entre las que se extendían terrenos pantanosos que serían, con el tiempo,
drenados.
Kampala había
sido uno de los lugares principales del reino de Buganda, el territorio del
pueblo Ganda. En 1962, Kampala se convirtió en la capital del nuevo estado de
Uganda, frente a la cercana Entebbe que había sido la sede del gobierno del
Protectorado de Uganda.
El crecimiento
de la ciudad se fue asentando en las cimas de las colinas quedando en general
los lugares bajos ocupados por las infraestructuras o las clases sociales más
desfavorecidas. Esta situación se mantiene en la actual capital puesto que el
crecimiento urbano ha generado inmensas extensiones de infravivienda que ocupan
los intersticios entre las colinas.
Esquema de Nairobi en 1927, con la indicación de los
barrios segregados para las diferentes etnias.
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Nairobi, la capital de Kenia.
Fue fundada
en 1899 por los británicos en un lugar pantanoso, como un asentamiento para dar servicio a la
línea de ferrocarril que unía el estratégico puerto de Mombasa, en el Océano
Índico con Kampala, en el lago Victoria.
La ciudad fue
planificada siguiendo una zonificación funcional (por ejemplo, el Central Business Distric CBD quedaba
separado de las áreas residenciales) y, sobre todo, desde la segregación étnica
que estableció barrios diferentes para
los europeos, para los asiáticos y para los africanos.
La prohibición
de la segregación, publicada en 1923 (Command
Paper) tampoco logró inicialmente la convivencia interétnica, ya que continuaron
separados por motivos económicos, particularmente los negros que difícilmente lograban
acceder a la propiedad.
Nairobi tuvo
diferentes planes urbanísticos como el de 1927 o el de 1948 que fueron
definiendo el carácter de la capital colonial, que crecería hasta formar una
importante área metropolitana.
El centro de Salisbury-Harare con dos de sus tramas
principales, la orgánica frente a la retícula racional.
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Harare (Salisbury), la capital de
Zimbabue.
Cecil Rhodes
fue un personaje importante para entender la colonización británica del África
austral. Rhodes, instalado en Sudáfrica, triunfó en el mercado de los diamantes
(fue fundador de la compañía De Beers,
que casi llegó a monopolizar el mercado del diamante en bruto y actualmente
sigue controlando el 60%). Ambicioso y visionario trazó un plan para unir el
continente a través de un ferrocarril El Cairo-Ciudad del Cabo, y poder
controlar las ricas tierras del interior. En ese empeño colonizó la región que
finalmente recibiría su nombre y se convertiría en un estado: Rodesia.
Las espectaculares avenidas arboladas de la antigua
Salisbury (hoy Harare)
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Este
territorio se organizaría finalmente en dos: Rodesia del Norte (actual Zambia)
y Rodesia del Sur (actual Zimbabue). Las nuevas denominaciones serían adoptadas
tras la independencia conseguida en 1964.
La capital de
Rodesia del Sur, Salisbury, también cambió su nombre por el de Harare en 1982,
pero la ciudad había sido fundada cien años atrás, en 1890, como un fuerte militar
por la "Columna Pionera", el grupo mercenario organizado por Cecil
Rhodes para colonizar aquellos territorios al norte de Sudáfrica.
Salisbury se
convertiría en una ciudad reconocida con sus espectaculares avenidas arboladas.
Lusaka, tras ser nombrada capital, fue replanteada con
los criterios geométricos característicos de las zonas “blancas” de las
ciudades de colonización británica.
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Lusaka, la capital de Zambia.
La antigua
Rodesia del Norte, cambió su nombre por el de Zambia en 1964, tras obtener la
independencia y mantuvo su capital en Lusaka, la ciudad que había sido fundada
en 1905 por colonos europeos en el lugar de un poblado anterior, para abastecer
una parada del ferrocarril que enlazaba Rodesia y Tanzania. El pequeño
asentamiento se convirtió en capital de la colonia británica de Rodesia del
Norte reemplazando a Livingstone en 1935
gracias a su mejor ubicación estratégica en el centro del territorio.
Para asumir
su nuevo papel de capital, la pequeña Lusaka fue planeada (al menos en su zona
“blanca”) como una “garden city” construyendo
grandes avenidas y extensas zonas ajardinadas que acompañaban a los edificios coloniales.
No obstante,
al igual que las grandes ciudades africanas, Lusaka ha tenido una evolución
vertiginosa (siendo una de las ciudades que más rápido se han desarrollado en
la África postcolonial). Este crecimiento espectacular ha generado un desarrollo
sin control con graves problemas de infravivienda.
Lusaka ha mostrado en los últimos años un crecimiento vertiginoso
del que han surgido inmensas extensiones de infravivienda.
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