El Art Nouveau está muy presente en Bruselas. Imagen de
la Avenue de la Jonction, en Saint-Gilles, con la Casa Hannon haciendo esquina.
|
Entre 1880 y
1890, Bruselas se convirtió en un centro principal del arte contemporáneo. Era
la capital del país más industrializado de Europa y había conseguido consolidar
una clase burguesa amante del arte y deseosa de novedades. Exposiciones,
conciertos o publicaciones llevaron a la ciudad a posiciones de vanguardia,
incluso superando en algunos aspectos a París. En ese caldo de cultivo
emergería una visión del mundo diferente, en la que los artistas y arquitectos,
opuestos al academicismo imperante, crearon un estilo innovador, apoyándose en
los avances tecnológicos y aspirando a la “obra de arte total”.
Bruselas, con
el Art Nouveau, se situó a la cabeza
definiendo el nuevo rumbo, pero ese espíritu también fructificó en otros
lugares recibiendo nombres diferentes, como el Jugendstil germano, el Modern
Style británico, la Sezession
vienesa, el Liberty italiano o el Modernismo catalán. No obstante, fue un
movimiento muy contestado y tuvo una vida efímera, aunque imprescindible para
entender los inicios de la modernidad del siglo XX.
La Belle Époque y el Art Nouveau.
Los últimos
años del siglo XIX y los primeros del XX recibieron, en Europa, un nombre muy significativo:
la
Belle Époque. Con el final de la guerra franco-prusiana se inició un
periodo de paz que duraría hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, caracterizado
por una prosperidad alimentada por la consolidación industrial y el
imperialismo colonial. En ese contexto, emergió una nueva sociedad en la que
destacaba una pujante burguesía capitalista y en la que se produjo el
nacimiento de la conciencia de clase del proletariado que trabajaba en las
fábricas. En aquellos años de progreso y optimismo, la ciencia y las tecnologías avanzaron de manera extraordinaria, pero
parecía que los referentes culturales se habían quedado anclados en el pasado.
El mundo del arte se debatía entre el conservadurismo académico y los deseos de
apuntar a nuevos horizontes que reflejaran los nuevos tiempos. Así sucedía, por
ejemplo, en la música, donde se enfrentaron las composiciones de Brahms con las
obras de Wagner, o en la pintura en la que, frente a las posiciones
institucionales, un grupo de artistas revolucionarios apostaron por el
“impresionismo”.
También la
arquitectura se debatía entre mirar al pasado o inventar un futuro. Por una
parte, se estaban levantando edificios eclécticos, que mezclaban los estilos
históricos de una manera muy desinhibida, manifestando un evidente
estancamiento estilístico y, sobre todo, una falta de coherencia con la época
(aunque eran celebrados por la opulenta burguesía que los impulsaba). Pero, en
paralelo, gracias a los avances tecnológicos y materiales, se comenzó a gestar una
nueva arquitectura, con innovadoras tipologías y sistemas constructivos como
los propuestos por la Primera Escuela de Chicago.
En esa
controversia, desde mediados del siglo XIX, varios autores fueron, planteando
propuestas estéticas novedosas. El primero sería Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879), uno de los arquitectos
fundamentales en la Francia decimonónica. Su prolífica actividad profesional como
restaurador de arquitectura medieval (que fue criticada por sus interpretaciones
inventivas) le llevó a formular una teoría sobre la construcción racional, con
pretensiones de atemporalidad. Viollet-le-Duc desarrollaría su metodología en sus
Entretiens sur l'architecture (Conversaciones
sobre arquitectura), que publicó
entre 1863 y 1872. En ese libro explicaba los estilos del pasado, oponiéndose a
las interpretaciones románticas y a los pastiches beauxartianos, y proponía un racionalismo estructural a partir de
la aportación de materiales novedosos. Particularmente el hierro que, según él,
debía superar su papel como soporte estructural revestido con “ropajes”
clásicos para convertirse en un elemento esencial en la expresión
arquitectónica.
Propuesta de mercado, realizada por Eugène Viollet-le-Duc,
para ilustrar su libro "Entretiens sur l'Architecture".
|
En el debate
estilístico entraron también figuras como el escritor John Ruskin (1819-1900). Su ideario expresaba un lirismo
naturalista y antimaquinista que, refutando el academicismo clásico, reivindicaría
el gótico tardío como una referencia moral. Su rechazo a los efectos sociales
de la Revolución Industrial y a la desorientación estética del eclecticismo lo
convirtió en un “oráculo” que anunciaba nuevos caminos. Fue mentor de los
pintores prerrafaelitas y sus obras alcanzaron una gran influencia, en
particular “Las siete lámparas de la arquitectura”, el libro en el que
desarrolló sus ideas estéticas (sacrificio, verdad, fuerza, belleza, vida,
recuerdo y obediencia). La posición de Ruskin sería opuesta a la manifestada
por Viollet-le-Duc ya que el británico abogaba por la conservación a ultranza
frente a las restauraciones “sui generis” del francés.
Un tercer
referente en la discusión fue el también británico William Morris (1834-1896), un personaje polifacético que fundó en
1888, en Londres, el movimiento Arts and
Crafts. Esta asociación rechazaba la producción industrial en las artes
decorativas para reivindicar la artesanía y la manufactura del artista
individual. Para Morris, la fabricación en serie (que separaba el diseño de la
ejecución) producía objetos “fríos” y de baja calidad y, por eso, reclamaba la
“vitalidad” que transmitía directamente la mano del artista. Morris, que estuvo
muy vinculado a la Hermandad Prerrafaelita, también fijaría su mirada en una idealizada
Edad Media y en las formas de elaboración de los artesanos de aquella época.
El movimiento Arts&Crafts fue muy influyente en el
Art Nouveau. A la izquierda cartel de una exposición y a la derecha detalle de
la portada del libro “News from Nowhere” de William Morris.
|
Los tres
autores tendrían una influencia muy notable en el Art Nouveau, pero el movimiento también contaría con otros alientos,
como el nacimiento de los nacionalismos, que adoptaron el estilo, presentándolo como un estandarte de ciertas
identidades regionales. Aquel espíritu renovador sería compartido por
muchos artistas de diferentes lugares que, aunque compartirían los principios
básicos que permiten agruparlos bajo la misma etiqueta, mostrarían rasgos
propios. Así bajo la denominación globalizadora de Art Nouveau (utilizada también para señalar la producción belga y
francesa) se encuentran el Jugendstil
germano, el Modern Style británico,
la Sezession vienesa, el Liberty italiano o el Modernismo catalán entre otras
expresiones emparentadas. Cada uno tendría su particularidad. Dejaremos para el
siguiente apartado la singularidad de Bruselas y aquí haremos una sucinta referencia
a los principales rasgos del resto.
En Francia
destacarían como centros de actuación, la prolífica Escuela de Nancy y París, que actuaría como centro de difusión. Las Exposiciones
Universales celebradas en la capital francesa en 1889 (en la que se levantó la
Torre Eiffel) y en 1900, mostrarían las tendencias del nuevo arte en cerámicas,
cristalerías o mobiliario, y también en su propia arquitectura. Además, en París,
trabajarían autores como Hector Guimard (1867-1942), recordado por sus entradas
al Metro de la ciudad o edificios como el Castel
Béranger, construido entre 1895 y 1898.
En Viena, en 1897, se fundaría la Sezession
por iniciativa del pintor Gustav Klimt. La construcción del edificio de la
asociación, obra de Joseph Maria Olbrich (1867-1908), mostraría las características
específicas del movimiento, mucho menos ondulante y voluptuoso que en Francia o
Bélgica, presentando volúmenes rotundos, con geometrías más estrictas, mas
“cuadrangulares”. Esta impronta aparecerá en Bruselas con el Palais Stoclet, obra del vienés Josef
Hoffmann (1870-1956). Olbrich, Hoffmann y Otto Wagner (1841-1918), mentor de
los anteriores reconvertido al nuevo estilo, son sus principales
representantes.
En las islas
británicas, la repercusión del movimiento, allí llamado Modern Style, se centró
fundamentalmente en Escocia, concretamente en Glasgow, con la obra de Charles Rennie Mackintosh (1868-1928). Este
genial arquitecto construiría ejemplos como la Escuela de Arte, levantada,
entre 1898 y 1909, o la Hill House,
entre 1902 y 1904, que marcarían una impronta más geométrica y rectilínea, de
gran originalidad.
Glasgow. Escuela de Arte diseñada por Charles Rennie
Mackintosh (1897-1909)
|
En Alemania,
el movimiento sería impulsado por la revista artística y literaria “Jugend”, editada por Georg Hirth desde
el año 1896 en Munich. Su título acabaría dando nombre al movimiento Jugendstil,
orientando el Art Nouveau alemán. Munich sería el epicentro de la actuación
de artistas como Hermann Obrist, Richard Riemerschmid o August Endell. Sería
muy destacable la llegada del belga Henry van de Velde (1863-1957), quien
construiría y dirigiría la Escuela de Artes Decorativas de Weimar (que acabaría
convertida en la Bauhaus, enlazando
el modernismo con el funcionalismo).
En España, la
mayoría de las propuestas se realizaron en Cataluña, con especial intensidad en
Barcelona, donde figuras tan
extraordinarias como Antonio Gaudí (1852-1926) definirían un estilo propio, que
sería denominado modernismo, con elementos fantásticos que casi preludiaban el
surrealismo posterior. El nuevo estilo quedaría representado con ejemplos
como la Casa Batlló (1904-1906), la casa Milá (1906-1910) o el inacabado
templo de la Sagrada Familia, cuyas
primeras trazas datan de 1883 y al que el arquitecto dedicó en exclusiva la
última parte de su vida. Junto a Gaudí, destacarían otros autores, como Lluís
Domènech i Montaner (1850-1923) o Josep Puig i Cadafalch (1867-1956).
En los Estados Unidos, el espíritu reformador
también se vería reflejado en la obra de arquitectos como Louis Sullivan (1856-1924).
Barcelona. Casa Batlló de Antonio Gaudí (1904-1906).
|
El
denominador común que unía a todas las manifestaciones del Art Nouveau fue el rechazo a las formas clásicas del pasado y la búsqueda de nuevos modelos de expresión
que, en general, acabaron encontrando en la interpretación de la naturaleza,
aunque fuera en una traducción artificiosa. No obstante, los maestros del
estilo no pretendían copiar el aspecto (de lo vegetal principalmente) sino
inspirarse en los procesos constitutivos y las sugerencias partirían más “del
tallo que de las flores”, más de los principios que de las formas. Lo “natural”
lo impregnaría todo y en arquitectura se propondría una nueva tectónica alejada
del academicismo estable y rotundo del Beaux
Art, para definir nuevas edificaciones, con espacios dinámicos, leves,
sinuosos (al menos en sus vertientes más “canónicas”).
Detalle del Grand Palais de París construido para la
Exposición Universal de 1900. El hierro muestra sus posibilidades decorativas,
más allá de su misión estructural.
|
En esa línea
de integración, el Art Nouveau buscó la obra de arte total, conjugando la
arquitectura con la decoración. Nunca hasta entonces habían llegado a una
integración tan profunda. Aunque el Art Nouveau alcanzaría otros muchos campos
creativos, como el dibujo y las artes gráficas, la cartelería, la pintura o la literatura
con influencia especial en la poesía, sería un movimiento ocupado por la arquitectura y las artes aplicadas en
objetos y mobiliario, (lo individual) y que no dirigiría su atención hacia la
ciudad (lo colectivo). De hecho, no hay una propuesta urbana Art
Nouveau (una excepción se encuentra en el Park Güell de Barcelona, que inicialmente fue una urbanización
residencial diseñada por Antonio Gaudí, que quedó incompleta). Los intereses modernistas iban por otro lado, y sus “construcciones son, pues,
arquitecturas-objeto, a menudo indiferentes al contexto urbano, microcosmos
individualistas, islotes de una estética refinada, especie de antídotos contra
las masificaciones de las producciones y los comportamientos” (LUIGI, Gilbert. “La Arquitectura en Europa”. Ed.
Acento, Madrid 1997). En aquellos años, el pensamiento urbano era muy diverso. Las
reacciones contrarias al vigente modelo de Ciudad
Posliberal, representado en los recientes ensanches, grandes vías y
bulevares, que contrastaban radicalmente con los antiguos cascos urbanos de
ciudades como París, Barcelona
o Viena,
tuvieron posiciones variadas yendo desde la “nostalgia” de un Camillo Sitte a
la radicalidad alternativa de la Ciudad Jardín de Ebenezer Howard, pasando por el
movimiento City Beautiful.
No obstante, aunque solo fuera puntualmente, la ciudad también recibió la
influencia Art Nouveau. La
espectacularidad de sus fachadas o la aparición de cierto mobiliario urbano
(como las icónicas entradas del Metro parisino de Guimard o las farolas de
Gaudí en Barcelona), repercutieron en el paisaje urbano.
La Belle Époque fue una época de grandes
contrastes y tensiones que se manifestaron socioeconómicamente, con la
desigualdad y los enfrentamientos entre burgueses y proletarios, o en la propia
cultura, en cuyo seno pugnaban el materialismo reinante con un movimiento de
desencanto que se refugió afectadamente en el simbolismo y el decadentismo. En
el fondo, el ambiente optimista escondía el germen de su decadencia, y otras
etiquetas como Fin de siècle, menos
entusiastas con la época, intentaron reflejar esa dicotomía advirtiendo de que
se estaba gestando la tragedia (materializada en la Gran Guerra de 1914).
Quizá por
eso, porque el mundo cambió con la contienda, el Art Nouveau tuvo una vida efímera, con un periodo de vigencia que abarca
aproximadamente entre 1890 y 1910. Aunque su declive también se produjo por la aparición
de un manierismo formal estéril que agotó sus posibilidades. Su corta vida y su
exuberante personalidad, tan opuesta al funcionalismo de las vanguardias
posteriores, hizo que durante mucho tiempo el Art Nouveau fuera presentado como un movimiento anecdótico para la
historia “oficial” del arte. Por eso, algunos historiadores califican al Art Nouveau como un simple “intermedio”
entre los siglos XIX y XX y otros críticos le achacaron haber frenado la
evolución racionalista que estaba empujada desde la industria, tildándole además
de estilo caprichoso, esteticista y vacuo. Pese a esas visiones negativas, las
revisiones desideologizadas de la historia del arte reciente están reconociendo
su papel fundamental en el arranque del
arte moderno, como una fuerza poderosa que logró romper con el pasado, abriendo
nuevos caminos. Aunque pueda objetarse que fue un movimiento más preocupado
de la forma que del fondo, esto no es del todo exacto porque las obras de los
grandes maestros (no así la de algunos de los seguidores manieristas)
plantearon muchos de los temas fundamentales que recogería la modernidad
durante el siglo XX. Entre ellos, la asimilación de los avances tecnológicos o
la integración de las artes, entendiendo el edificio como un todo, cuyos
elementos debían ser coherentes en su diseño con la idea general del proyecto
(una idea alumbrada por Richard Wagner, quien preconizaba la obra de arte
total, intentando
integrar la música, con el teatro y las artes visuales). También anticiparon la
continuidad espacial, la relación y conexión entre exterior e interior o la apreciación
de la innovación. Incluso en sus vertientes más moderadas y geométricas (como
las de Viena o Glasgow) se adelantaron a algunos de los planteamientos formales
del racionalismo posterior.
Interior de la Casa Tassel, diseñada por Victor Horta,
buscando la integración de todos los elementos bajo una misma idea.
|
Art
Nouveau en Bruselas.
Hemos
comentado anteriormente como Bruselas, con el Art Nouveau, se situó a la cabeza la corriente renovadora. En ella,
arquitectos como Victor Horta, Paul Hankar o Henry Van de Velde fueron
definiendo el nuevo estilo. De hecho, los
historiadores coinciden en señalar a Bruselas y al año 1890, con la incipiente
obra de Victor Horta, como el punto de partida del movimiento.
La
estratégica ubicación de Bruselas le permitió absorber influencias procedentes
de Inglaterra y de París logrando una síntesis original que asentaría el nuevo
estilo. Bruselas emergería entonces como
uno de los centros principales del arte contemporáneo sirviendo de
escenario para el Art Nouveau.
El nuevo arte
se manifestó principalmente en el campo
residencial. Aunque hubo notables ejemplos de arquitectura “Art Nouveau”
fuera del campo de las viviendas, la primacía residencial tenía todo el sentido
ya que eran los edificios que mejor representaban la consolidación de una nueva
burguesía amante del arte y deseosa de novedades. Una de las peculiaridades de
muchas de las casas modernistas de Bruselas viene dada por la estrechez de las
parcelas en las que se ubican. La casa (hôtel
o maison en su denominación francesa)
se desarrolla por lo general entre medianeras, con una fachada de dominante
vertical y una profundidad importante que acaba en un pequeño jardín que
permite las luces traseras. En su interior, los arquitectos belgas, siguiendo
la estela de Victor Horta, conjugaron espacios continuos con mobiliario
específico e integrado, creando un imaginario particular.
La gran
figura fue Victor Horta (1861-1947),
quien sería uno de los primeros en captar las posibilidades decorativas del
hierro, trascendiendo las misiones portantes que había empezado a asumir. Si la
Primera Escuela de Chicago estaba explorando la capacidad
estructural del acero, la aportación de Horta fue dotarlo de flexibilidad,
moldeándolo para que expresara opciones decorativas, dando forma a las
intuiciones de Viollet-le-Duc. Horta diseñó columnas que actuaban como tallos
vegetales que se abrían en espectaculares formas florales que se prolongaban
por techos y paredes. También las barandillas de las escaleras o las
estructuras de cubiertas conjugaban su funcionalidad con ese afán expresivo que
teñía completamente al edificio. Horta revolucionará la espacialidad interior
de sus residencias con la ausencia de pasillos, la búsqueda de la continuidad, o
el deseo de coherencia de todos los elementos que conforman el espacio, que le
llevó a integrar en una misma idea desde las lámparas a los picaportes de las
puertas, las ménsulas estructurales o los barrotes de las barandillas que se
retorcían, inspirados en el reino vegetal, con gran virtuosismo. Horta marcaría
la pauta con sus construcciones residenciales, destacando la precursora Casa Tassel, el palacete Solvay, la Casa van Eetvelde
o su propia residencia y taller (cuatro obras que la UNESCO designaría como
Patrimonio de la Humanidad). Pero Horta construiría otras obras emblemáticas
como la desaparecida Maison du Peuple
que diseñó en 1895 para el Partido Socialista Belga y que sería una de las más
interesantes realizaciones de la arquitectura de hierro y cristal de aquellos
años, lamentablemente derribada en 1965.
A la izquierda, Casa Ciamberlani, de Paul Hankar (1897).
A la derecha, Casa y Taller de Victor Horta (1898-1901).
|
Otro de los
grandes referentes del movimiento sería Paul
Hankar (1859-1901) prematuramente fallecido que representaba la versión más
contenida del movimiento con una obra menos inclinada al virtuosismo decorativo
y más centrada en el orden constructivo como base de los ritmos ornamentales.
Sus casas Ciamberlani o Jansens dan testimonio de ello.
Un tercer
personaje esencial sería Henry van de
Velde (1863-1957). Iniciado como pintor neoimpresionista, abandonaría este
arte en favor de la arquitectura, disciplina en la que debutaría con su propia
residencia, la Casa Bloemenwerf,
construida en Bruselas en 1895. Van de Velde dejaría la capital belga en el año
1900 para dirigirse a Alemania donde tendría un papel estelar en la
consolidación del movimiento y su evolución hacia nuevos horizontes.
Casa Bloemenwerf, obra de Henry Van de Velde (1895)
|
Fueron otros muchos
los arquitectos que siguieron el nuevo estilo que determinaría el quehacer de
un par de generaciones. Destacaron Jules Brunfaut (1852-1942), Gustave
Serrurier-Bovy (1858-1910), Paul Saintenoy (1862-1952), Paul Cauchie (1875-1952),
o Gustave Strauven (1878-1919).
Un recorrido esencial
por la Bruselas Art Nouveau.
Bruselas
cuenta con numerosas obras Art Nouveau,
aunque algunas de las que influyeron notablemente en la evolución del estilo hayan
desaparecido, derribadas en tiempos en los que no era muy apreciado.
Ubicación de los doce ejemplos en la Ortofoto de
Bruselas (los números corresponden con el listado adjunto y la línea amarilla
enmarca el casco antiguo, el “pentágono”)
|
Seleccionamos
doce ejemplos que por su significación estilística y su repercusión histórica
pueden ser considerados entre las cumbres del género en Bruselas. La UNESCO ha
reconocido la singularidad de algunos de ellas, particularmente de las cuatro “joyas” diseñadas por Victor
Horta (Casa Tassel, Casa Solvay, Casa
Van Eetvelde y la vivienda-taller de Horta) que fueron inscritas en la
Lista de Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 y del Palais Stoclet proyectado por
Josef Hoffmann, que fue incluido en ese exclusivo catálogo en 2009.
Respecto a
las primeras, en una sucinta justificación, la institución apunta que “situadas en Bruselas y diseñadas por el
arquitecto Víctor Horta, uno de los iniciadores del “Art Nouveau”, la Casa
Tassel, la Casa Solvay, la Casa Van Eetvelde y la vivienda-estudio del propio
arquitecto forman parte de las obras arquitectónicas más innovadoras de fines
del siglo XIX. La revolución estilística de la que son representativas se
observa en su plano abierto, así como en la difusión de la luz y la genial
fusión de las líneas curvas de su decoración con las estructuras de fábrica”.
Casa van Eetvelde, de Victor Horta (1898).
|
Sobre la obra
de Hoffmann, la UNESCO dice que “en 1905,
cuando Adolphe Stoclet, banquero y coleccionista de obras de arte, encargó la
construcción de este edificio a Josef Hoffmann, uno de los arquitectos más
destacados del movimiento denominado Secesión de Viena, no le impuso
condiciones estéticas ni financieras de ningún tipo. La finalización en 1911 de
este palacio y su jardín, caracterizados por su geometría austera, fue un
momento decisivo en la historia del Art Nouveau que anunciaba ya la
arquitectura del Art Déco y el Movimiento Modernista. El Palacio Stoclet es una
de las edificaciones más logradas y homogéneas de la Secesión de Viena, cuenta
con obras de Koloman Moser y Gustav Klimt, y encarna la ambición de crear la
“obra de arte total” (Gesamtkunstwerk), en la que arquitectura, escultura,
pintura y artes decorativas se integran en una misma obra. Este edificio es un
testimonio de la renovación artística de la arquitectura europea. Su estado de
conservación es excepcional, ya que se han preservado intactas la mayoría de
las instalaciones y del mobiliario originales”.
Palais Stoclet, proyectado por Josef Hoffmann entre
1903 y 1904. El modernismo “cuadrangular” de la Sezession vienesa también tomó
forma en Bruselas.
|
Merece un
comentario específico la Casa Tassel, por su reconocimiento
como la primera obra representativa del Art
Nouveau. Construida entre 1892 y 1893, supone, en palabras de Aurora
Fernández Polanco, “una global revisión
de la organización espacial y un diálogo continuo entre la flexibilidad del
hierro y la dureza de la piedra, característica que se evidencia en toda su
obra. Como diría Benévolo, no se trata solo de un nuevo vocabulario, sino de
una nueva sintaxis, aunque la casa repita una tipología tradicional en
Bruselas. Victor Horta había usado el hierro colado para la Maison Tassel, que
posibilitará la prolongación en el espacio de los motivos decorativos
aprendidos por él en Inglaterra. El hierro se muestra y añade expresión a lo
que solo era estructura. Los soportes metálicos se dejan vistos. De este modo
varía la espacialidad que se hace así más abierta, más fluida. Lo ingrávido
triunfa sobre lo compacto: la delgadez de los fustes-tallo de las columnas, su
posterior desarrollo-ramificación, sus incursiones por el techo, el
descenso-enredadera por la barandilla. El hierro, casi como un filamento
orgánico, actúa como contrapunto a la rigidez e inactividad de la piedra. Horta
estaba muy interesado por el mundo vegetal y la estructura de las plantas y por
su lógica constructiva. Esto lo traslada a su decoración, pero nunca
reproduciendo o representando explícitamente, de forma naturalista, el mundo
vegetal, sino guiándose por alusiones, sugerencias y evocaciones. (…) La
fachada recibe esa fluidez interior y la traduce en un movimiento flexible:
abombamientos y retrocesos, juegos de tensas membranas vítreas, piedra y hierro
se compaginan en ese juego rítmico” (FERNÁNDEZ
POLANCO, Aurora. “Fin de siglo: Simbolismo y Art Nouveau”. Ed. Historia 16,
Madrid 1989).
El recorrido esencial por la Bruselas
modernista podría resumirse en las siguientes doce obras:
1. Casa Tassel (Victor Horta, 1892-1893)
(Rue P-A Janson 6. 1000
Bruselas)
2. Casa Solvay (Victor Horta, 1895-1898)
(Avenue Louise 224.
Ixelles, 1050 Bruselas-Capital)
A la izquierda, Casa Tassel, de Victor Horta (1892-1893).
A la derecha, Casa Cauchie de Paul Cauchie (1905).
|
3. Casa Bloemenwerf (Henry Van de Velde, 1895)
(Avenue Vanderaey, 102.
Uccle, 1180 Bruselas-Capital)
4. Casa Ciamberlani (Paul Hankar, 1897)
(Rue Defacqz 48,
Ixelles, 1050 Bruselas-Capital)
5. Casa van Eetvelde (Victor Horta, 1898)
(Avenue Palmerston, 4.
1000 Bruselas)
A la izquierda, Casa van Eetvelde, de Victor Horta (1898). A la derecha, Casa Solvay de Victor Horta (1895-1898). |
6. Casa & Taller Horta (Victor Horta, 1898-1901)
(Rue Américaine, 23-25.
Saint-Gilles. 1060 Bruselas-Capital)
7. Old England Building (Paul Saintenoy, 1899)
(Rue Montagne de la
Cour/Hofberg 2. 1000 Bruselas)
8. Casa Saint-Cyr (Gustave Strauven, 1901-1903)
(Square Ambiorix, 11.
1000 Bruselas)
Imagen del edificio Old England (hoy Museo de
instrumentos musicales de Bruselas), obra de Paul Saintenoy (1899)
|
9. Casa Hannon (Jules Brunfaut, 1903-1904)
(Avenue de la Jonction,
1. Saint-Gilles. 1060 Bruselas-Capital)
10. Palais Stoclet (Josef Hoffmann, 1903-1904)
(Avenue de Tervueren, 279/281.
Woluwe-Saint-Pierre, 1150 Bruselas-Capital)
11. Casa Cauchie (Paul Cauchie, 1905)
(Rue des Francs, 5.
Etterbeek 1040 Bruselas-Capital)
12. Casa Nelissen (Arthur Nelissen, 1905)
(Avenue du Mont Kemmel,
5. Forest. 1190 Bruselas-Capital)
A la izquierda, Casa Nelissen, de Arthur Nelissen (1905).
A la derecha, Casa Saint-Cyr de Gustave Strauven (1901-1903)
|
Que fascinante fue la Arquitectura Art Nouveau
ResponderEliminar