Recibir instrucciones
verbales de orientación desde el navegador de un coche o desde una app en
nuestros dispositivos móviles es algo habitual en la actualidad. Hasta la
llegada de esta revolucionaria tecnología, otros medios cumplían esa misión
(desde mapas en papel o libros hasta brújulas o astrolabios), pero en tiempos
ancestrales, las indicaciones de viaje eran orales y debían recordarse.
Para ello nada mejor que trufarlas con hechos memorables o dotarlas de
musicalidad cantable.
No obstante,
los datos de un itinerario eran entonces algo muy valioso y su transmisión
estaba muy restringida. Por eso se utilizaban mecanismos de difusión en clave, escondiendo
la información para guiar el viaje dentro de relatos míticos. Algunas de las
grandes epopeyas de la antigüedad han sido interpretadas de esta manera, como
sucede con uno de los principales poemas épicos de la Grecia arcaica: la
Odisea, que fue transmitida de generación en generación hasta que Homero la
fijó por escrito. Algunas teorías ven en ella una carta marítima con instrucciones
ocultas para la colonización griega del Mediterráneo occidental (otras más
atrevidas la ven como una ruta atlántica).
No es el
único ejemplo, podemos encontrar desde otros textos milenarios hasta alguna
exitosa canción contemporánea que señalan rumbos.
Las indicaciones
verbales de orientación.
Recibir instrucciones
verbales de orientación desde el navegador de un coche o desde una app en
nuestros dispositivos móviles es algo habitual en la actualidad. Esto es
posible, desde luego, gracias a la tecnología, pero también a las características
de los espacios que recorremos, porque lo que escuchamos parte de la base de
que seguimos un cauce marcado, sea una carretera, dentro de un vehículo, o sea
una calle, como peatones. Por esta razón los comentarios son precisos, sencillos
y fácilmente entendibles como “siga recto”, “gire a la izquierda o a la
derecha” o “en la rotonda coja la tercera salida”. Cuando no existe ese canal predeterminado
(por ejemplo, si nos moviéramos en un paisaje natural), la “navegación” se
complica ya que las indicaciones no funcionan fuera de una “ruta” establecida y
se requiere algo más del interesado, que debe saber, como mínimo, interpretar
un mapa sobre el terreno, aunque sea digital (suponiendo que haya cobertura,
¡por supuesto!)
Recibir instrucciones verbales de orientación desde el
navegador de un coche o desde una app en nuestros dispositivos móviles es algo
habitual en la actualidad.
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Hasta la
llegada de esta revolucionaria tecnología, durante siglos, otros medios
cumplían esa misión. Las indicaciones de orientación se apoyaron en la
cartografía de papel, con mapas de muy diversos formatos e intenciones; también
en libros de viaje que señalaban las referencias fundamentales (desde piedras
miliares a casas de postas o desde perspectivas singulares hasta accidentes
geográficos destacables); así como, dependiendo de la dificultad del viaje, en una
serie de instrumentos, como brújulas o astrolabios, que eran imprescindibles
para precisar la ruta (con la importante colaboración del sol y las estrellas)
Pero si nos
remontamos a tiempos ancestrales, cuando los mapas o los libros no eran
frecuentes (teniendo en cuenta que la mayoría de la población no entendía ni
unos ni otros), las instrucciones para un viaje se transmitían oralmente y
el viajero debía recordar esas indicaciones recibidas. En aquellos lejanos
tiempos, el lenguaje hablado era la única vía de transmisión y para no olvidar
las instrucciones recibidas nada mejor que trufarlas con hechos memorables o dotarlas
de la musicalidad de un romance o una canción.
En esta
línea, David Barrie, en su libro de 2020 titulado “Los viajes más
increíbles. Maravillas de la navegación animal”, cuenta el caso de los
inuits, habitantes de las regiones árticas, que se enfrentan a la dureza de un
territorio inmenso y mayoritariamente blanco por estar helado. En ese lugar tan
abstracto, los inuit fijan determinados puntos de referencia en el paisaje y
componen canciones donde los describen. Esas canciones y sus melodías permiten evocar
las palabras que secuencian los hitos-guía de su camino. Es una especie de
“mapa” cantado que dibuja el recorrido en la mente de los viajeros.
Contador de historias en la plaza Jemaa el Fna en
Marrakech. En la antigüedad la transmisión de información era fundamentalmente
oral.
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No obstante,
los datos de un itinerario eran entonces algo muy valioso y su transmisión
estaba muy restringida. Quien disponía de esa información la guardaba como un
tesoro, particularmente si podía extraer ventajas de ella (por ejemplo,
comerciales y, en consecuencia, beneficios económicos). Por eso se utilizaban
mecanismos de difusión en clave, escondiendo las indicaciones para guiar el
viaje dentro de relatos míticos.
La idea de un
mapa literario, de un relato-guía, era habitual en los pueblos del pasado. De
hecho, algunas de las grandes epopeyas de la antigüedad han sido interpretadas
de esta manera (aunque se desconoce si era esa la intención inicial). Esto
sucede con uno de los principales poemas épicos de la Grecia arcaica: la
Odisea, que fue transmitida de generación en generación hasta que Homero la
fijó por escrito. Algunas teorías ven en ella una carta marítima con
instrucciones ocultas para la colonización griega del Mediterráneo
occidental (otras más atrevidas la ven como una ruta atlántica).
No es el
único ejemplo porque, como apuntaremos más adelante, podemos encontrar desde
otros textos milenarios hasta alguna exitosa canción contemporánea para señalar
rumbos.
Las epopeyas de la
antigüedad y la Odisea, principalmente.
Heinrich
Schliemann (1822-1890) fue un visionario comerciante alemán (realmente prusiano,
en aquellos tiempos previos a la unificación germana) que se hizo millonario y que
reorientó su vida para convertirse en arqueólogo. Según contaba el propio
Schliemann (que fue un gran publicista de sí mismo), lo hizo para confirmar un
sueño que le acompañaba desde niño: demostrar que Troya no era un invento de
Homero, sino que existió en realidad. Obsesionado con esa idea, escudriñó la Ilíada
y fue rastreando las indicaciones del texto por el territorio de la costa turca
de Anatolia, junto al paso desde el mar Egeo al estrecho de los Dardanelos.
Allí, apoyado por el diplomático inglés Frank Calvert, que ya había excavado
por la zona, acabó descubriendo que la colina denominada Hisarlik era en
realidad un monte artificial que escondía en su interior las ruinas de la
ansiada Troya. Corría el año 1871 cuando salieron a la luz los estratos de
ciudades que habían construido una sobre otra. Schliemann designó una de ellas como
la Ilión homérica, aunque luego hubo de cambiarse ese dictamen inicial. El
descubrimiento fue sensacional y asombró al mundo, grabando con letras de oro
el nombre del arqueólogo alemán en la historia (aunque en su afán por excavar y
encontrar tesoros, destruyó algunos vestigios de las capas superiores). Tras su
muerte, el sitio arqueológico continuó siendo objeto de investigaciones
intensas (se han llegado a encontrar nueve ciudades superpuestas) obteniendo la
calificación de lugar Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco.
Añadir leyenda |
A partir de
este extraordinario hallazgo, que sirvió para verificar las indicaciones de
Homero en la Ilíada, nadie puso en duda la historicidad del relato del aedo
griego. No obstante, la guerra de Troya (o las guerras, porque las últimas
investigaciones apuntan a que hubo varios conflictos) fue un acontecimiento bastante
complejo. Para una aproximación al estado de la cuestión se recomienda la
lectura del libro de Eric H. Cline, “La guerra de Troya” publicado
originalmente en 2013 y en el que se analizan las narraciones antiguas, las fuentes
históricas griegas e hititas, así como las aportaciones arqueológicas más
recientes.
La primera
consecuencia fue suponer que esa veracidad alcanzaba también a la segunda
epopeya homérica, la Odisea. Si la Ilíada había visto confirmados los temas esenciales,
¿por qué no podía suceder lo mismo con el largo viaje de Ulises (Odiseo en su
denominación griega)? Desde luego, había dudas porque a pesar de que algunos de
los lugares visitados por el héroe en su largo retorno desde Troya a su patria
Ítaca eran perfectamente identificables, otros quedaban envueltos en un halo de
misterio. Ulises/Odiseo recorrió islas y territorios lejanos, poblados por seres
míticos y mágicos (lestrigones, cíclopes, lotófagos, etc.) y en esos viajes, la
epopeya aporta datos, a veces de difícil comprensión, sobre vientos, distancias
y tiempos que podrían limitarse a ser un mero acompañamiento de las aventuras
del héroe, ¿o no?
Interpretación del mapa perdido de Anaximandro. Los tres continentes que se conocían en la antigua Grecia envolvían al Mar Mediterráneo y estaban circunvalados por un océano ignoto.
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Hay que pensar
que mientras la gran gesta heroica descrita en la Ilíada no planteaba problemas
de interpretación, las aventuras de Ulises/Odiseo eran un enigma. Las
explicaciones y justificaciones del misterio han sido muchas y variadas, recurriendo
para ello a cuestiones simbólicas, a metáforas sobre la vida, o también a
convertir el relato en una guía oculta de viaje. Fueron precisamente las vacilaciones
de los estudiosos de la Odisea las que alimentaron esta teoría según la cual el
largo poema habría sido algo más que un relato de carácter legendario, convirtiéndose
en una narración con un mensaje oculto bajo las maravillosas aventuras del Ulises.
Los defensores de que la Odisea era la descripción de una antigua ruta marítima
aducían que no tenía sentido el hecho de que, generación tras generación, se
transmitieran esas peripecias con tanto rigor si solamente eran un
entretenimiento o una narración mítica sin más. De hecho, otros relatos
mitológicos contaban con numerosas versiones, pero en la Odisea no sucedía lo
mismo.
Dado que, como
hemos anticipado, en aquellos lejanos tiempos en los que la escritura era una
rareza y aún más los mapas, la transmisión oral de información era el canal
habitual para divulgar ciertas informaciones que debían ser memorizadas. Las
reglas nemotécnicas aconsejaron asociar los mensajes con otras cuestiones de
más fácil recuerdo, como sucede por ejemplo con una canción, cuya letra es
evocada casi inconscientemente al seguir la melodía, o con los relatos que
ofrecen acontecimientos impactantes.
Pero el valor
de la información sobre itinerarios restringía su transmisión únicamente a los
iniciados y por eso se utilizaban mecanismos de difusión en clave,
introduciendo las indicaciones para realizar el viaje disimuladas entre los
hechos de los relatos míticos. Algo parecido a lo que sugiere el cuento de
Edgar Allan Poe, La carta robada, que estaba “escondida” a la vista de
todos. Solo hacía falta que, gracias a un código secreto, se transformaran
hechos y protagonistas en referencias geográficas.
La interpretación
más plausible (asumiendo su carácter conjetural) es la que propone que los itinerarios
descritos en la Odisea marcaban las metas idóneas para la colonización griega
del Mediterráneo occidental, que se produjo aproximadamente entre los años
750 y 550 a.C. Así según esta teoría, el poema épico transmitiría indicaciones en
clave destinos, trayectorias, régimen de vientos, corrientes marinas, islas de
abastecimiento o lugares con recursos constituyéndose en una auténtica “carta
marina” codificada cuyo itinerario debía ocultarse de los competidores
(particularmente de los fenicios) porque de ello dependía la prosperidad de
unos pueblos sobre otros.
Un ejemplo podemos
encontrarlo en la aventura con los cíclopes. La lucha del hombre contra
gigantes es un mito muy común en la antigüedad, rastreable en muchas culturas,
pero en la Odisea, los cíclopes muestran una peculiaridad muy destacable al
contar con un solo ojo central y circular (y también por comer carne humana). La
teoría de las claves geográficas llevó a interpretar a estos seres monstruosos
como personificaciones de los volcanes. La propia palabra cíclope muestra
una etimología reveladora porque el original griego Κύκλωπος, kyklopos, está
compuesto de κύκλος, kyklos, que significa círculo, y ὄπος, ópos,
ojo. La unión de ambas identificaba al ojo circular que caracterizaba a
esos gigantes mitológicos, aunque que también podría referirse al gran agujero
circular del cráter de los volcanes. Entre los cíclopes-volcanes destacaría
Polifemo, al que se enfrentó Ulises. Polifemo también muestra una etimología
interesante. Procede de Πολύφημος, Polifemo, palabra compuesta por πολύς
(polys, mucho) y el verbo
φημί (phemi, yo hablo), que podría ser traducido como “el de muchas
palabras”, aunque la tradición llevó a aplicarlo a las personas que gozaban de
fama, porque se hablaba mucho de ellos, algo que encaja más con Polifemo, un
ser que no destacaba por la oratoria sino por ser un gigante afamado, de hecho
era hijo de Poseidón, el dios del mar Mediterráneo. Por cierto, que el ojo
reventado del gigante sería una metáfora de la erupción del volcán.
Imagen del Vesubio (cuya personificación sería el
cíclope Polifemo según algunas teorías) desde el mar.
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Algunas hipótesis
geográficas han propuesto que el cíclope Polifemo podría representar al Etna
siciliano y sus compañeros a los abundantes volcanes de la zona, algunos de
ellos submarinos y otros, como los de las islas Lipari (o Eolias,
en su denominación antigua), activos en la actualidad. No obstante, la
tradición se inclina más por interpretar que Polifemo sería el Vesubio, que
también se encuentra acompañado por otros pequeños volcanes (los Campos
Flegreos). Esta teoría se apoya en la descripción que la Odisea hace de la
tierra de los cíclopes, presentada como fértil y rica: “llegamos a las tierras
de los cíclopes soberbios y sin ley, quienes confiados en los dioses
inmortales, no plantan árboles, ni labran los campos, sino que todo les nace
sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos
grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus” (Odisea,
libro IX). Esos cultivos son habituales en terreno volcánico, que es muy feraz e
idóneo para la agricultura. Así la tierra de los cíclopes sería la abundante
región de Campania en la península itálica, que se encuentra presidida por el
Vesubio y que fue objeto de una intensa colonización griega, fundándose allí
numerosos asentamientos, entre otros Neapolis (ciudad nueva) que sería
el embrión de la actual Nápoles. El Vesubio, como es conocido, entraría en
erupción en el año 79 destruyendo Pompeya y Herculano.
Pero estas especulaciones
no serían la únicas, existiendo otras propuestas geográficas entre las que
sorprende una que resulta más lejana. En ella se defiende que en la Odisea se encontraban
las claves del camino hacia el océano Atlántico y la Europa del Noroeste, un
itinerario que debía mantenerse secreto porque en aquellas tierras remotas abundaba
el oro y el estaño (para la argumentación de esta hipótesis, se puede consultar
el libro escrito por Gilbert Pillot en 1969: “El código secreto de la Odisea”).
Ulises cegando al cíclope Polifemo en un ánfora
conservada en el museo arqueológico de Eleusis (foto: Carole Raddato)
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El secretismo
geográfico fue una tónica en los tiempos que describe la epopeya, pero, tras la
colonización, esa información perdería relevancia estratégica, por lo cual los supuestos
códigos se fueron olvidando y las narraciones quedaron como leyendas. Lo sucedido
con la Odisea es que el poema épico nunca ha dejado de fascinar y el mito de
Ulises se mantendría como un referente simbólico muy poderoso, siendo revisado en
los siglos posteriores con diversos sentidos, como hizo Dante en su Divina Comedia.
De hecho, sigue plenamente vigente en nuestra errante sociedad contemporánea,
con muestras tan extraordinarias como el Ulises de James Joyce (1922) o
la Odisea de Nikos Kazantzakis (1938)
Desde luego,
la Odisea no sería la única epopeya que podría escondería recorridos. También
se atribuye ese objetivo a las historias de Jasón y los argonautas, que
partieron en busca del vellocino de oro hasta la Cólquide (región oriental del
Mar Negro, en la actual Georgia) y regresarían atravesando el continente europeo
siguiendo las rutas de los ríos Danubio, Po y Ródano para continuar por el
Mediterráneo hasta el retorno a la patria helena. Estas aventuras fueron
transmitidas oralmente hasta que Apolonio de Rodas las recogió en sus Argonauticas,
un texto escrito en el siglo III a.C.
Otros relatos
legendarios, como las diversas pruebas de Hércules realizadas en los confines
del Mediterráneo o el periplo de Eneas hasta llegar al Lacio (descrito en la Eneida
de Virgilio) donde sus descendientes, Rómulo y Remo, fundarían Roma, también cuentan
con indicaciones geográficas que despiertan la imaginación de los lectores.
Apéndice
contemporáneo: una exitosa guía de viaje cantada.
Cuando en
1939 Duke Ellington contrató al pianista Billy Strayhorn como arreglista
para su orquesta de jazz, le dio las indicaciones para presentarse en su casa. Strayhorn
llegaba desde Pittsburg a Nueva York y es probable que el viaje finalizara en
la neoyorquina Pennsylvania Station ya que desde allí podía tomar
directamente el metro para llegar a Harlem, donde residía el director.
Strayhorn
contó más tarde que para recordar el recorrido fue componiendo una canción con los
comentarios de Ellington. El resultado fue Take the A train:
El tren A al
que se refería era el metro de la línea A de la división B (antigua IND) que se
había abierto en 1932, siendo la primera de esa división. Conectaba Brooklyn
con Harlem y el norte de Manhattan a lo largo de la Octava Avenida (también se
conoce popularmente como la línea de la octava avenida).
Strayhorn
llegó sin problemas a su destino y trabajaría con Duke Ellington durante
casi tres décadas. Take the A train se convertiría en un éxito
extraordinario que abría los conciertos de la orquesta hasta alzarse como uno
de los grandes estándares del jazz.
A la izquierda trazado del tren A que une Brooklyn con
el norte de Manhattan. A la derecha la orquesta de Duke Ellington que convirtió
“Take the A train” en uno de los grandes estándares del jazz.
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