En la Ciudad Incierta, los conceptos que han venido dirigiendo las reflexiones y las intervenciones urbanas están mutando hacia nuevos modos de entender nuestra forma de habitar. Hemos analizado la evolución del concepto de Estructura hacia la noción de Campo de Fuerzas. Pero no es la única.
Nuestra realidad es dimensional y, partiendo de los grados de libertad que nos permite el movimiento, definimos un entorno abstracto que hemos denominado ESPACIO. Es el concepto urbano más remoto. Pero su objetividad extrema lleva a sobreponerlo, incluso, a nuestra propia existencia, convirtiéndolo en una de esas entelequias capaces de existir aunque nadie las piense. Nuestra ciudad no puede olvidarse de sus ciudadanos, por eso reclama la noción de PAISAJE, que recupera la subjetividad de la mirada humana, la construcción mental de nuestro entorno y la rehabilitación estética y ecológica de la naturaleza.
El ser humano, como entidad física, tiene unas necesidades materiales. Una de las más complejas es habitar, dado que trasciende lo objetivo hacia dimensiones de gran subjetividad.
Habitar trata de la relación de los seres humanos con su exterior material. La reflexión sobre el habitar requiere enfocar al ser humano desde la óptica de su esencia social, emocional y creadora y solicita, además, el recurso a lo dimensional y tecnológico-constructivo. Para referirse a ello surgieron, históricamente, tres nociones básicas: Entorno, Espacio y Lugar.
Entorno es una noción que designa a lo que se encuentra alrededor de un elemento central. Entorno es un contexto que presenta una homogeneidad suficiente para reconocerle una identidad. Si la referencia es el ser humano, un entorno es una amalgama que lo envuelve mezclando cuestiones tanto sociales, económicas o culturales como instrumentales y tecnológicas y en este sentido debe entenderse la idea de entorno urbano.
Espacio es un concepto marco que ofrece múltiples concreciones. En general, nos remite hacia el principio de extensión, que permite movimientos según los grados de libertad admitidos, es decir, según las dimensiones. Un espacio se presenta como un sistema, con elementos y reglas de interacción, que puede bascular desde lo muy concreto hasta lo muy abstracto. Por ejemplo, un espacio, en el que la referencia sean los seres humanos, puede tener consistencia material o puede ser una elaboración mental. Tan amplia y general es la palabra que debe ser adjetivada. Por ejemplo, el espacio construido, creado artificialmente por el ser humano para habitarlo, en un radical enfrentamiento con el entorno natural.
Lugar es el espacio humanizado (construido o no). Es el espacio significativo, puesto que el ser humano lo ha dotado de identidad. Un lugar, puede unir a su presencia material (realidad física) la posibilidad de existir también en la ausencia, alojado en la mente humana (realidad mental).
Cuando Petrarca ascendió al Mont Ventoux (Provenza) en 1336 y narró los sentimientos que le produjo ese paseo, abrió un camino que, lentamente, consolidaría una nueva relación entre el ser humano y la naturaleza. Estaba naciendo la noción de paisaje. Algún siglo después, en Flandes, en el siglo XVI, los pintores holandeses comenzaron el género pictórico paisajístico (quizá como una evolución autónoma de las vedute del siglo XV) que inició un aprecio por la naturaleza que sería consolidado posteriormente por los naturalistas ilustrados y los escritores románticos.
La noción de paisaje pasará de la pintura a la geografía, que lo definirá como la “apariencia visible” de un espacio geográfico cambiante.
El paisaje es una mirada desde lo humano hacia lo natural y por lo tanto participa de la subjetividad propia del ser humano. De la rehabilitación estética inicial estamos pasando a la constatación de la necesidad de convivencia. El planteamiento estético se está transformando en planteamiento ético.
La evolución de la noción de paisaje hacia una definición más compleja está posibilitando su utilización como significante para una realidad más completa que la propuesta por la palabra espacio.
En primer lugar, porque la palabra paisaje implica, necesariamente, tanto al ser humano como a la naturaleza, frente a la palabra espacio, que puede existir independientemente de ambos. Por ello, el paisaje requiere la presencia del ser humano como actor imprescindible. Podríamos decir que paisaje es un espacio inundado por las emociones.
Por otra parte, porque la palabra paisaje es figurativa y sugiere escenas habitables, mientras que la abstracción y la generalidad de la palabra espacio requiere adjetivos para hacerse mínimamente comprensible.
También el término paisaje nos indica la variación del tiempo, el cambio y las transformaciones, que son consustanciales a la ciudad. Hechos que dentro la palabra espacio se disipan por su esencia atemporal.
En definitiva porque, frente a la neutralidad de la palabra espacio, el término paisaje reivindica a la naturaleza como sustrato de la ciudad (en un sentido muy amplio, tanto presencial como ausente, pero tenido en cuenta) y además, devuelve el protagonismo al ser humano que había “desaparecido” tras tupidas cortinas económicas, estéticas o funcionales.
La noción evolucionada de paisaje obliga a repensar la relación entre la ciudad y la naturaleza. Esta relación se plantea desde diversas escalas y con diferentes propuestas. Por ejemplo, en cuanto al papel de la ciudad como centro de consumo y su repercusión en su entorno natural (lo cual supone atender a la naturaleza sin que tenga que estar necesariamente presente). O también, desde otro punto de vista, repasando los beneficios, físicos y psíquicos, que se derivan de la existencia de “lo verde” en la ciudad.
El objetivo final es la convivencia, y para conseguirlo la nueva relación con la naturaleza debe sustentarse en tres pilares fundamentales:
· Respeto (planteamiento de una ÉTICA de actuación)
Es necesaria una refundación ética que, afortunadamente, ya está en marcha: la sostenibilidad. Aunque el abuso que se ha realizado del término amenaza con vaciarlo de contenido, hay que reivindicar lo que subyace en el fondo. Una ética de actuación que haga compatible el desarrollo social y económico humano (y urbano) con el natural, debe ser el espíritu que anime nuestras actuaciones. No es fácil enfrentarse a los intereses temporales que privilegian el presente, pero no hay otro camino, es una cuestión de supervivencia.
· Conocimiento (establecimiento de CRITERIOS de actuación)
Del respeto se deriva la necesidad del conocimiento. Las directrices éticas establecidas solo podrán ser llevadas a cabo desde una profunda compresión de las dinámicas naturales. La ecología, aplicada a las iniciativas urbanas, proporciona un conjunto de criterios de actuación que, a modo de tácticas, desarrollan las pautas de la sostenibilidad. La ciudad debe planificarse y transformarse a partir de ellas.
· Colaboración (impulso a las TÉCNICAS de actuación compatibles)
Colaborar es trabajar en pos del mismo fin. Animados por las adecuadas consideraciones éticas y desde la base proporcionada por el conocimiento, se debe avanzar en el establecimiento de modelos compatibles. Para ello hay que recuperar algunos procedimientos pasivos, tan efectivos como olvidados, y desarrollar nuevas técnicas activas. Por ejemplo, las Eco-Tech (tecnologías ecológicas), que nos ayudan a enfrentarnos a retos como el de la energía, el agua, o los ciclos materiales con garantías de cumplimiento de los objetivos principales. También las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TICs) avanzan en la misma línea, proporcionando una inestimable ayuda para la gestión inteligente de la ciudad.
Recuperar al factor humano como objetivo de la ciudad puede parecer una obviedad, pero la historia nos demuestra que no lo es, y para ello aporta muchos ejemplos de lo contrario. Pero la historia también nos advierte de que la ciudad que olvida a sus habitantes se introduce en una vertiginosa espiral de descomposición.
Por eso, es vital recuperar al ser humano como objetivo urbano. Que la ciudad se oriente hacia el ciudadano significa dar respuesta a todas las facetas del mismo. Significa orientar la ciudad hacia su valor de uso, atendiendo tanto al individuo como al grupo.
La recuperación debe producirse desde cinco fundamentos:
· Funcionalidad
La ciudad es el hábitat humano creado frente a una naturaleza inhóspita. Este espacio artificial, hecho a la medida del ser humano, proporcionó las bases para la subsistencia, la seguridad y finalmente el bienestar. El término funcionalidad pretende designar a un heterogéneo conjunto de elementos que facilitan el sustrato objetivo y eficaz de la ciudad.
La habitual analogía que presenta la ciudad como un organismo con una fisiología particular, nos dirige hacia un cuerpo tecnificado cuyos órganos prestan el mejor de los servicios para satisfacer las necesidades fundamentales. La ciudad es una plataforma proveedora de servicios. Entre ellos se encuentra la provisión logística (desde alimentos hasta mercancías) o infraestructural (desde suministros de energía o agua hasta la movilidad y el transporte. También incluye la adecuada dotación de servicios y equipamientos porque temas como la seguridad, la salud, la educación, etc. inciden de lleno en la consideración de la calidad de vida urbana.
· Emotividad
Frente al anterior escenario de la objetividad, se instala complementariamente la subjetividad de las emociones. La ciudad es el hábitat del ser humano relacional y las interacciones deben ser efectivas pero también afectivas. La afectividad es un proceso plural que trasciende lo individual hacia el grupo. La escena pública alberga la mayoría de las interacciones que conforman nuestra realidad individual y social y condiciona muchos de nuestros comportamientos. Por ello es importante reconquistar el cometido del espacio urbano. El espacio público siempre tuvo la responsabilidad de atender a las relaciones interpersonales, y su adecuada configuración es clave para mantenerlas. Temas tan dispares como el aprendizaje social, la canalización de diversiones y ocio o incluso el potencial emotivo de la naturaleza urbana se relacionan con ello.
· Identidad
Somos hijos de nuestra cultura. La comunidad nos define y el individuo se reconoce en las esencias del grupo. El sentimiento de pertenencia es fundamental para el ser humano, y el colectivo, para poder posibilitarlo, debe estar dotado de identidad. La identidad se construye desde los significados y la ciudad es uno de sus cimientos principales. La ciudad nos muestra las claves sociales, nos acoge, nos orienta, nos proporciona memoria y nos facilita una filiación. Por todo esto, resulta vital que la ciudad rescate muchos de los valores reprimidos durante tanto tiempo. Para conseguirlo, el arte tiene mucho que aportar y el espacio urbano debe recuperar buena parte del protagonismo perdido.
· Motivación
La motivación tiene que ver con la estimulación. La ciudad debe ser excitante e impulsar los deseos individuales. Debe proporcionar el marco adecuado para desarrollar los objetivos particulares. Debe ser el escenario de la potenciación personal, de la prosperidad (económica, profesional, vocacional,…) y de la máxima satisfacción intelectual y autorrealización. Las ciudades con más éxito son las que proporcionan a sus ciudadanos la posibilidad de alcanzar sus retos. Y sobre esta base se eleva el éxito de las ciudades que es la expresión de una colectividad correctamente desarrollada.
· Participación
La ciudad es el escenario de la tensión entre individuo y sociedad. La participación es el interface que los debe relacionar de forma que, a través de ella, el individuo intervenga en la dinámica social. El individuo siente su importancia en el grupo a través de la participación. La voluntad es la facultad individual de decidir y ordenar la propia conducta. La participación permite crear la voluntad colectiva capaz de fijar el rumbo de la sociedad y por tanto de la ciudad. Para ello es clave la libertad. La retribución al esfuerzo de colaboración es una satisfacción que se relaciona con la sensación de poder, pero no en el sentido de dominio, sino en el de dirigir el propio destino.
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