La Ciudadela de Lille es uno de los grandes ejemplos de
fortificación ideados por el Marques de Vauban. Se conserva perfectamente
integrada en un gran parque urbano.
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Una de las
construcciones características de los siglos XVI al XVIII fueron las Ciudadelas, recintos militares que
dominaron algunas ciudades que se convirtieron en “plazas fuertes” dentro de un
periodo de intensos conflictos bélicos. Con el tiempo esas espectaculares y
geométricas fortificaciones perdieron su razón de ser y las ciudades se
encontraron frente al dilema de qué hacer con ellas.
El debate de fondo expresa el
posicionamiento ante el patrimonio histórico heredado y, particularmente, ante
un legado que no se adapta con facilidad a los requisitos de la ciudad
contemporánea.
Como ejemplo,
vamos a aproximarnos a cinco casos muy distintos respecto a la consideración de
esas antiguas Ciudadelas. Las
diferentes posturas van desde la conservación,
manteniendo en cierta medida el uso original (la Ciudadela de Jaca), hasta
la eliminación radical borrando
cualquier rastro en el trazado urbano (la Ciudadela de Turín), pasando por diversas
posiciones intermedias: el mantenimiento
de lo esencial con amputaciones parciales (como es el caso de la Ciudadela de Pamplona); el reciclado drástico para adaptar los
espacios útiles a nuevos usos (como se hizo en la Ciudadela de Montpellier);
o la desaparición relativa, puesto
que la supresión física no evita su recuerdo, tanto por su influencia en la
trama del entorno como por la conservación de algún resto (como sucedió con la Ciudadela
de Barcelona).
Desde el
Renacimiento, los avances de la artillería modificaron las dinámicas de la
guerra, exigiendo una reformulación de las fortalezas defensivas medievales. A
partir de ese momento y hasta el siglo XVIII, se produjo una época de intensos
conflictos bélicos y, en consecuencia, algunas ciudades y puntos estratégicos
de los territorios recibieron una nueva tipología de fortificación militar: las
Ciudadelas.
La ingeniería
militar alumbró una nueva disposición que apoyada en trazados fuertemente
geometrizados se poblaba de bastiones o baluartes, fosos, glacis y muros que
condicionaron de forma muy importante los desarrollos urbanos posteriores. Esos
recintos militares, que en función de su tamaño podían alojar en su interior un
amplio programa arquitectónico, pasaron a ser conocidos como Ciudadelas, palabra procedente del
italiano cittadella, un
diminutivo de ciudad.
Los
planteamientos y trazados comenzaron a ser explorados durante el Renacimiento
(por Leonardo y Miguel Angel, por ejemplo) elaborándose la conocida como “traza
italiana”, que con una fuerte base geométrica (pentagonal habitualmente y
desarrollada como una estrella) sería “exportada” a toda Europa por autores
como Francesco Paciotto (que alcanzaría gran celebridad con el diseño de las
Ciudadelas de Turín o Amberes), Francesco di Giorgio o la familia de los
Sangallo (Antonio y Giuliano da Sangallo).
Las
Ciudadelas alcanzarían una maestría modélica en el siglo XVII, con figuras señeras
como el mariscal e ingeniero militar francés Sébastien Le Prestre, marqués de Vauban, quien construyó
alguna de las más complejas y espectaculares para Luis XIV (como la Ciudadela de Lille, levantada entre 1667
y 1670 y bien conservada en la actualidad como parte de un extenso parque
urbano).
Esquema de la Ciudadela de Lille, mostrando la
complejidad de los diseños de Vauban.
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Pero los
avances técnicos de la guerra continuaron y también acabarían por dejar
obsoletas esas Ciudadelas que ya no podían satisfacer las misiones para las que
fueron creadas. Las ciudades se enfrentaron entonces al dilema de qué hacer con
ese patrimonio construido que no encajaba con los nuevos requisitos urbanos.
Las
circunstancias de cada edificación y de cada ciudad, sumadas a la visión de
cada sociedad respecto al legado recibido ofrecen diferentes casos (cambios de
uso, transformaciones físicas, eliminación, etc.), pero el debate de fondo expresa una discusión recurrente en el cuerpo
disciplinar urbano sobre el papel de las edificaciones monumentales heredadas.
Muchas de ellas resultan difíciles de adaptar a la ciudad contemporánea, ocupando
lugares privilegiados en los centros históricos idóneos para otros usos, con
importantes gastos de mantenimiento y en algunos casos, particularmente los
vinculados a temas militares, evocadores de recuerdos negativos.
Como ejemplo,
vamos a analizar cinco casos muy distintos respecto a la consideración de esas
antiguas Ciudadelas. El primer
ejemplo, la Ciudadela de Jaca, responderá a la conservación ya que, a pesar de la pérdida de su sentido defensivo,
continuó siendo un acuartelamiento militar (función que todavía conserva
parcialmente conviviendo con espacios museísticos). El segundo, la Ciudadela
de Turín, es el caso
contrario, puesto que el desarrollo de la ciudad optó por la eliminación radical de la antigua
fortaleza, borrando cualquier rastro en el trazado urbano, quedando olvidada
fuera de los libros de historia. Entre estas dos posiciones extremas se pueden
encontrar opciones intermedias como el caso de la Ciudadela de Pamplona que
sufrió una transformación parcial,
derribando una parte de la misma, pero manteniendo lo esencial; también el caso
de la Ciudadela de Montpellier cuyo drástico reciclado como centro educativo es bastante sorprendente; o
el caso de la Ciudadela de Barcelona, que padeció una desaparición relativa, ya que la supresión física no evita su
recuerdo, tanto por su influencia en la trama del entorno como por la
conservación de algún edificio original (como el Parlamento de Cataluña) o el
testimonio de su existencia en el nombre del actual Parque de la Ciudadela.
Imagen aérea de la Ciudadela de Jaca.
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Jaca, la ciudadela
conservada.
Jaca es un
pequeño municipio situado en el Pirineo aragonés. A pesar de tener poco más de
13.000 habitantes (2014) la ciudad es internacionalmente reconocida por su
relación con los deportes de invierno y particularmente por las cercanas pistas
de esquí.
Plano actual de la ciudad de Jaca en el que destaca la
presencia de la Ciudadela conservada.
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Su ubicación
es estratégica ya que se sitúa en la salida española de uno de los pasos pirenaicos
más importantes desde la antigüedad, el Puerto
de Somport, el “summus portus” de
la época romana que mantendría su importancia como entrada frecuente de
peregrinos que se dirigían hacia Santiago de Compostela (el camino aragonés).
Esa posición privilegiada
llevaría a que, a finales del siglo XVI, dentro de una estrategia de defensa de
la frontera española con Francia, se levantarían varias fortalezas, torres
defensivas y puntos fuertes militares entre los que destacaría la Ciudadela de Jaca.
Grabado de la época con el trazado de la Ciudadela de
Jaca.
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Las obras de
la Ciudadela comenzaron en 1592 bajo la dirección del ingeniero militar
italiano Tiburzio Spannocchi que se
encontraba al servicio del rey Felipe II, el promotor de la iniciativa.
Acceso a la Ciudadela de Jaca.
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La Ciudadela
de Jaca nunca ha perdido la presencia militar e incluso en la actualidad
todavía existe un discreto acuartelamiento dentro de la misma. Por esa razón,
la Ciudadela ha conservado perfectamente todos sus elementos.
El espacio es
visitable al público y cuenta con varias propuestas museísticas gestionadas por
un consorcio que reúne a las diferentes instituciones políticas y militares
implicadas.
Imagen aérea de la Ciudadela de Pamplona.
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Pamplona, la
ciudadela amputada pero viva.
Pamplona, la
capital del Reino de Navarra que se había integrado en España, ocupaba una
posición estratégica en el norte del país. Su situación, expuesta a posibles
invasiones desde Francia, recomendó en el siglo XVI la renovación y el refuerzo
de sus fortificaciones. Por esta razón, en 1571, el rey Felipe II encargó su
diseño y construcción al ingeniero militar italiano Giovan Giacomo Palearo “El Fratin” y a Vespasiano Gonzaga, noble
italiano y persona de confianza del monarca, quien lo había nombrado Virrey de
Navarra.
Esquema de la Ciudadela de Pamplona con indicación de
sus partes desaparecidas.
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La Ciudadela
de Pamplona es un pentágono que se desarrollaba como una estrella de cinco
puntas, que se ubicó en la esquina suroeste de la ciudad de entonces, siguiendo
el estilo de los modelos renacentistas italianos. Además, el municipio
pamplonés fue también reforzado por una muralla perimetral que quedaba conectada
con la Ciudadela. El conjunto defensivo (con las extensas superficies
perimetrales reservadas como zona de seguridad militar) se mantendría durante
más de trescientos años hasta que a finales del siglo XIX, el crecimiento de la
ciudad (impedido hasta entonces por las restricciones y limitaciones obligadas
por el ejército) se convirtió en una necesidad imperiosa.
Plano de Pamplona en 1845 en el que destaca la
presencia de la Ciudadela.
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La ampliación
inicial de la ciudad se concretó en el Primer
Ensanche, un modesto desarrollo interior, que se limitaba a cinco manzanas irregulares
entre la actual calle Navas de Tolosa
y la propia Ciudadela. El proyecto definitivo fue redactado por el arquitecto
municipal Julián Arteaga en 1889 y se situaba en el glacis de la Ciudadela que
quedaba en el interior de la ciudad. No obstante, para facilitar su desarrollo
se acabarían derribando los baluartes de San
Antón y La Victoria, cuya demolición
comenzaría en 1891. Complementariamente a las viviendas, sobre el lugar de los
bastiones derribados se edificarían varios cuarteles militares. El mismo arquitecto
Julián Arteaga construiría en 1892, en una de esas cinco manzanas del Ensanche Viejo, el edificio de la antigua
Audiencia, uno de los referentes
arquitectónicos de Pamplona (el edificio sirvió como palacio de justicia hasta
1996 y hoy se encuentra reconvertido en Parlamento
de Navarra tras la reforma en el año 2002 dirigida por Juan Miguel
Otxotorena, Mariano González Presencio, Javier Pérez Herreras y José Vicente
Valdenebro).
Plano del Primer Ensanche pamplonés que se levantó
sobre el glacis interior de la Ciudadela.
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Finalmente,
el ejército cedió la Ciudadela y sus zonas perimetrales de reserva al
Ayuntamiento de Pamplona desde 1964 (oficialmente en 1966). El municipio
aprovechó los nuevos espacios para reordenarlos como parque (el parque de La Ciudadela en el interior y la Vuelta del Castillo exterior) dotando a
las edificaciones de nuevos usos culturales.
En 1971 se
trazó la Avenida del Ejército que
obligó a redefinir el límite norte de la fortaleza (demoliendo varios de los
cuarteles que se habían construido allí a finales del siglo XIX). En el cruce
de esta nueva avenida con la de Pio XII se levantaría entre 1971 y 1976 el Edificio Singular, uno de los hitos de
la Pamplona moderna (con proyecto de Manuel Jaén Albaitero, Manuel Jaén de
Zulueta, Miguel Ángel Ruiz-Larrea y Luis Lozano Giménez, que contaron con la
colaboración de Javier Guibert). Sobre el espacio del Baluarte de San Antón se levantaría en 2003 el Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra “Baluarte”, según el
proyecto de Francisco Mangado. Finalmente entre 2005 y 2007, soterrada bajo los
glacis de la Ciudadela, se construiría la nueva Estación de Autobuses (con proyecto de Manuel Blasco, Luis Tabuenca y Manolo
Sagastume, y la colaboración en la Dirección de Obra de Jesús Armendáriz).
La Ciudadela
de Pamplona es un referente del paisaje urbano de la ciudad que articula el
casco histórico con los barrios nuevos del sur y del oeste (Iturrama, San Juan, etc.). Con una utilización ciudadana intensa (como
espacio cultural, musical, de esparcimiento y deporte) ocupa un lugar destacado
en el imaginario emocional de la ciudad.
Plano de Barcelona en 1847 en el que destaca la
presencia de la Ciudadela.
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Barcelona, la
ciudadela desaparecida pero presente.
Como
consecuencia de la Guerra de Sucesión española, la Barcelona “conquistada” por
Felipe V en 1714 se convirtió en una “plaza fuerte” militar. Reunía
las condiciones ideales como base de partida para la defensa de los intereses
mediterráneos de la corona, aunque seguramente en la decisión también influyó
el hecho de que la presencia del ejército permitiría controlar a una población
que se había mostrado muy hostil a la causa borbónica.
Grabado de la época con el trazado de la Ciudadela de
Barcelona.
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La pieza más
relevante del nuevo sistema defensivo fue la gran Ciudadela. El proyecto fue
encomendado a Joris Prosper Verboom
(españolizado como Próspero de Verboom), ingeniero militar de origen flamenco
que había sido discípulo de Vauban, el gran maestro francés en el diseño de
fortificaciones. Las obras de la Ciudadela comenzaron inmediatamente, en 1715.
La ubicación escogida requirió el derribo de gran parte del Barrio de la
Ribera, la zona más densamente poblada de la ciudad por su cercanía al puerto.
Maqueta de la Ciudadela de Barcelona.
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La Ciudadela
era una construcción pentagonal compuesta por cinco baluartes en forma de punta de lanza (de la Reina, del
Rey, del Príncipe, de Don Felipe y de Don Fernando) que ocupaba algo más de 60
hectáreas y alojaba a unos 8.000 soldados. La fortificación se rodeó de un foso
que se acompañaba además de un talud de protección. Asimismo, el uso militar
exigía la eliminación de cualquier obstáculo que pudiera perjudicar la
cobertura visual en su entorno próximo, por lo que se habilitó una gran
explanada vacía perimetral. En su interior se levantaron diferentes
edificaciones como el Palacio del Gobernador, un hospital, una cárcel, una
capilla, el arsenal y diversos almacenes. Las obras fueron concluidas en 1725.
Superposición del trazado de la Ciudadela de Barcelona
sobre el plano actual de la ciudad.
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Imagen aérea de la zona que ocupó la Ciudadela de
Barcelona, en la que se aprecian sus influencias en el trazado del entorno.
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Plano de Turín en 1704 en el que destaca la presencia
de la Ciudadela.
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Las luchas
entre el Imperio francés y el español de principios del siglo XVI tuvieron
consecuencias para el Piamonte italiano, ya que su territorio se convirtió en
zona de paso y de lucha entre los dos contendientes. Turín, su ciudad
principal, caería en manos de los franceses, hasta que en 1559 se logró su
expulsión y la recuperación de la soberanía de la Casa de Saboya sobre ese
territorio. Entonces, la capital del Ducado se trasladaría desde la histórica Chambéry
hasta Turín y la ciudad se expandiría definitivamente más allá de la Torino Quadrata que definieron los romanos. El duque Manuel Filiberto con el objetivo de
proteger la ciudad de eventuales ataques y garantizar su independencia ordenaría
la construcción de una Ciudadela que se levantó entre 1564 y 1577 con la
dirección de Francesco Paciotto.
Grabado de la época con el trazado de la Ciudadela de
Turín.
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Superposición del trazado de la Ciudadela de Turín
sobre el plano actual de la ciudad (en negro la ubicación del Maschio
conservado).
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Imagen aérea de la zona que ocupó la Ciudadela de
Turín, indicando su trazado que fue negado en los crecimientos que se
realizaron en esa zona.
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Ortofoto de la Ciudadela de Montpellier hoy convertida
en el complejo educativo Lycée Joffre en la que se aprecia el proceso de
“reciclado”, particularmente en sus bastiones
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Montpellier
es una de las grandes ciudades del sureste francés que cuenta con un largo
historial de rebeldía frente al poder establecido. De hecho, cuando en 1621 la
población de religión protestante se rebeló contra el rey de Francia Luis XIII
de Borbón, éste decidió construir una Ciudadela a las afueras de la ciudad con
el objetivo de controlar a sus ciudadanos y a los habitantes de la levantisca
región.
La Ciudadela
de Montpellier se construyó entre 1624 y 1627 siguiendo los planos de Jean de Beins y siendo dirigida la obra
por Charles Chesnel. La edificación era un cuadrilátero con bastiones en sus
esquinas, separada de la ciudad por una amplia explanada. Los cuatro bastiones
eran los del Rey (noroeste) y de
la Reina (suroeste) que miraban hacia la ciudad y el bastión de Montmorency (noreste) y el de Ventadour (sureste) vueltos hacia el
exterior. Las edificaciones de su interior fueron transformadas numerosas veces
hasta finales del siglo XIX para adaptarse a sus diferentes cometidos, ya que la
Ciudadela se convertiría finalmente en un cuartel del ejército y centro de
reclutamiento.
Plano de Montpellier en 1724 en el que destaca la
presencia de la Ciudadela.
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El Grand Lycée Impérial de Montpellier era
una institución educativa que había sido inaugurada en 1804 y que tenía
problemas de espacio por lo que se decidió su traslado a las instalaciones de
la abandonada Ciudadela. Inicialmente contó con un internado masculino (hasta
1959) fecha en la que fue ampliando sus instalaciones hasta la situación
actual. Su denominación actual es la de Lycée Joffre (en honor al mariscal Joseph
Joffre) y sus instalaciones muestran una inusitada adaptación y reciclado de
las construcciones existentes: los dos bastiones meridionales (de la Reina y Ventadour) siguen unidos por la muralla,
delante de la cual se plantó un palmeral que mira al barrio Antigone. El primero acoge en su
interior el Centre Régional de Documentation Pédagogique (CRDP). El bastión noroeste (del Rey)
se encuentra desaparecido por las múltiples modificaciones sufridas para
posibilitar el trazado de vías de acceso rodado, aparcamientos y algunas
construcciones necesarias para el centro académico. En cambio el bastión
noreste (Montmorency) se mantiene en
perfecto estado exterior y ha sido cubierto para alojar en su interior una
piscina olímpica, gimnasio e instalaciones deportivas.
El lado oeste
queda determinado por la línea ferroviaria que transcurre en trinchera y sobre
la cual está el puente con conecta el Lycée
con la ciudad. En el interior del recinto (aunque solamente se conserva la
muralla sur) se han construido numerosos edificios para dar servicio a las
diferentes instalaciones docentes, algunos adaptando las viejas construcciones
existentes.
Imagen aérea de la Ciudadela de Montpellier hoy
convertida en el complejo educativo Lycée Joffre.
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