La gran Avenida 9 de Julio o la Diagonal Norte, son
algunas de las transformaciones realizadas en Buenos Aires que se contraponían
al modelo colonial.
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Uno de los
tópicos habituales relaciona a los argentinos (y particularmente a los
porteños) con el psicoanálisis. Este es un lugar común, no exento de humor, que
aprovechamos para caracterizar la etapa
postcolonial de Buenos Aires, en la que la ciudad intentó desvincularse de sus
raíces españolas.
En el
comienzo de su andadura autónoma, la ciudad pretendió desligarse del modelo hispano,
planteando transformaciones radicales a su trazado en cuadrícula, que fue
considerado como un “pecado original”. Este rechazo dirigió su mirada hacia
nuevos referentes y, particularmente, hacia la capital francesa. Buenos Aires quiso ser París y, para
ello, debía “eliminar al padre”. La fascinación por la ville lumière se concretó en nuevos ejes, vías diagonales o plazas
(aunque muchas propuestas no se llevaron a cabo) y fue fuente de inspiración para
la arquitectura.
En una
entrega anterior sobre la capital argentina nos acercamos a las circunstancias
de su fundación e “infancia”, que corresponderían con su época colonial, concluida en 1810. En esta
segunda entrega, nos aproximaremos a su evolución tras la emancipación, recorriendo el camino hasta la creación de
la gran metrópoli del sur iberoamericano, consolidada hacia 1930.
Dividiremos el periodo en dos etapas separadas por el año 1880, fecha en la que
la ciudad se asentó como capital federal de la emergente República Argentina.
Desvincularse del
origen: ¿un complejo de Edipo urbano?
Siempre es
arriesgado atribuir a las ciudades comportamientos humanos (aunque reflejen los
de sus gobernantes o ciudadanos). Por ejemplo, trasladar el complejo de Edipo a
las actitudes urbanas es cuestionable, pero puede ayudar a entender ciertas
actuaciones de algunas ciudades con pasado colonial, como la negación o el
rechazo a esa parte de su historia, que podría presentar ciertas similitudes (mutatis mutandis) con el repudio de
algunas personas a su origen (identificado con la “figura paterna”).
Cuando
Sigmund Freud enunció el complejo de Edipo, utilizó como referencia la tragedia
clásica, Edipo Rey, escrita por
Sófocles. El autor griego narraba las desventuras de un personaje que se convertiría
en un arquetipo y que Freud escogió para titular su análisis psíquico. La trama
básica relata cómo Edipo, que había llegado desde Corinto y salvado a la ciudad
de Tebas, se había convertido en su rey. En un momento dado, el monarca, para
conocer la manera de liberar a su ciudad de una epidemia de peste que la estaba
asolando, consulta al oráculo. La respuesta indicaba que debía encontrarse y
castigar al asesino de Layo, el anterior rey de Tebas. En su investigación,
Edipo inquiere al viejo sabio Tiresias, y éste acaba acusándole de ser el autor
del crimen y de tener relaciones íntimas con Yocasta, la viuda de Layo. Esta
afirmación sorprendió a todos, ya que Layo había muerto en un viaje, atacado
por unos bandidos. Entonces, Edipo recuerda que huyó de Corinto acusado de que
sus progenitores no eran los verdaderos, y cómo otro oráculo le predijo que
mataría a su padre y yacería con su madre. Edipo rememora también que, en su
salida de la ciudad, había tenido un enfrentamiento con unos viajeros a quienes
mató. A pesar de no pensar que esos hechos estuvieran relacionados, la
inquietud de Edipo le conduce a descubrir que sus padres en Corinto eran,
efectivamente, adoptivos y que, en realidad era hijo de Layo y Yocasta, quienes
lo habían entregado en adopción. La confesión de un sirviente saca la verdad a
la luz, confirmando que Edipo había matado a su padre (sin saber quién era) y
tenía relaciones incestuosas con su madre (desconociendo el vínculo que los
unía). Consciente de la atrocidad cometida, Edipo se arranca los ojos y marcha al
exilio, vagando por el mundo hasta el final de sus días.
Freud, cuando
analiza la psique humana, y en particular su etapa infantil, identifica a la
madre como la fuente de satisfacción de todas las necesidades del niño y asigna
al padre el rol contrario. El padre aparecería así como un impedimento para la
realización de sus deseos, imponiéndole límites para acceder a la madre, por lo
que su figura se convierte en la depositaria del odio infantil. Según Freud, la
resolución de esas pulsiones de la edad temprana determina la relación adulta
de una persona con sus progenitores, apareciendo, en caso desfavorable, ese
conflicto irracional en el que el padre es un enemigo a vencer, un oponente a
eliminar (junto a otros rasgos complementarios que el psicoanalista define como
característicos del complejo de Edipo). Freud se centró en el niño y por eso,
años después, C.G. Jung enunciaría el complejo de Electra (otra tragedia de
Sófocles) para proponer un paralelo femenino, en el que las mujeres
priorizarían la figura paterna.
El guiño
psicoanalítico acaba aquí y, aunque su aplicación urbana sea más que
discutible, permite introducirse en una serie de casos en los que la ciudad
(sus gobernantes y ciudadanos) rechazan la historia acontecida hasta entonces y
buscan extirpar de alguna manera cualquier testimonio que la recuerde. Esto,
generalmente, se desencadena a partir de algún acontecimiento muy destacado,
como puede ser el logro de la independencia respecto a una autoridad colonial.
En estas circunstancias, es habitual detectar la aparición de referencias inéditas
para la evolución urbana posterior e incluso para inspirar modificaciones en la
ciudad que se ha heredado.
Buenos Aires es un caso en el que
puede rastrearse ese intento de desvinculación del origen. Lo español representaba la opresión y
la limitación de posibilidades y, por eso, fue proscrito durante un tiempo.
Hubo alguna propuesta inicial que apuntaba hacia lo “indiano”, pero finalmente,
la ciudad, en sus ansias de liberación, miraría hacia otros horizontes
internacionales (británicos y franceses principalmente).
Asumir la
tradición puede ser una tarea ardua. No obstante los cambios en las ciudades no
son sencillos ni rápidos. A pesar de que, desde la independencia, los proyectos
de remodelación de Buenos Aires, plantearon un contraste radical con lo
existente, buscando borrar cualquier vestigio de la etapa colonial (su “pecado
original”), las intenciones chocaron con la resistencia de la realidad. La
voluntad rompedora se topó con las dificultades financieras, con conflictos
políticos y con las usuales reticencias de propietarios a ver modificado su
patrimonio, pero el ímpetu reformista acabaría triunfando, sobre todo en las
primeras décadas del siglo XX.
Pero antes de
abordar el desarrollo de la ciudad emancipada, repasaremos el contexto en el
que se produjo, desde la caída del Virreinato del Rio de la Plata hasta la
construcción de un nuevo estado: la República Argentina.
Del Virreinato del
Rio de la Plata a la República Argentina.
La desaparición del Imperio colonial
español en Sudamérica y la independencia de los territorios fueron muy
turbulentas. Primero
por los esfuerzos de la Corona hispana para conservar sus dominios, lo que
provocó guerras entre los rebeldes y el ejército español, pero también por las desavenencias
entre los emancipados. Tras la liberación, los territorios del antiguo
Virreinato del Rio de la Plata entraron en conflicto entre ellos, disgregando
su unidad anterior y con graves enfrentamientos internos (guerras civiles).
El inicio de
las luchas surgiría con la Revolución de
Mayo, ocurrida en Buenos Aires en 1810, que socavó los cimientos del
Virreinato de la Plata. El virrey tuvo que dejar su puesto en favor de una
primera Junta de gobierno, que ostentaría el poder provisionalmente. Esta Junta
integraba miembros de las diferentes regiones del virreinato y propuso la constitución
de un nuevo estado que denominó Provincias
Unidas del Río de la Plata. Aunque en apariencia el nuevo gobierno era leal
a la Corona española, las intenciones ocultas apuntaban hacia la independencia,
aunque intentaban desligarse de la monarquía de una forma tranquila. La
situación en España era delicada. Napoleón Bonaparte había invadido el país, forzando
al exilio o deteniendo como rehenes a los miembros de la familia real, e imponiendo
un nuevo monarca, su hermano José Bonaparte (Jose I), que reinaría entre 1808 y
finales de 1813.
Mapas del Virreinato del Rio de la Plata y de los
países actuales del cono sudamericano.
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Pero la Junta
era demasiado numerosa y acabó por resultar inoperante. Como solución se cedió
el poder ejecutivo en 1811 a un Triunvirato. Entonces, la Junta se transformó
en una cámara legislativa (que se denominaría Junta Conservadora). El
Triunvirato tendría diferentes composiciones entre ese año y finales de 1813,
fecha en la que las tensiones internas conducirían a la disolución del gobierno
de tres personas y a la elección de un único “Director Supremo”,
responsabilidad que recayó inicialmente en Gervasio Antonio de Posadas.
Durante todo
ese tiempo, las aspiraciones independentistas permanecieron ocultas por
recomendación de Gran Bretaña (que, no obstante, las animaba fervientemente).
Los británicos deseaban la emancipación de las colonias españolas para poder
comerciar libremente con ellas, pero la delicada situación en Europa, con un
Napoleón Bonaparte lanzado a la conquista del continente, había forzado la
alianza entre británicos y españoles contra el emperador francés. Por esa
razón, Gran Bretaña, ralentizó el independentismo colonial, ya que no le
interesaba que España destinara recursos a defender sus colonias y desatendiera
el frente napoleónico. Pero, la derrota de Napoleón en 1814 (que sería
definitiva en Waterloo, en 1815) y el retorno del rey Fernando VII de Borbón a
España ese mismo año, abrieron otro panorama.
Entonces, los
acontecimientos se precipitaron. En 1816, el Congreso celebrado en San Miguel
de Tucumán declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la
Plata (llamadas en el documento Provincias
Unidas de Sudamérica). La delimitación de ese nuevo estado y su forma de
gobierno causaron fuertes disputas. El Directorio acabaría también descomponiéndose,
dando paso al periodo conocido como “anarquía” entre 1819 y 1825. Durante esos
años y los siguientes se reconfigurarían los territorios del antiguo
virreinato, desgajándose regiones (por ejemplo, el Alto Perú, que se transformó
en Bolivia en 1826, o Uruguay, que se independizó en 1828). Finalmente
emergerían los diferentes estados soberanos.
La confederación argentina con sus trece provincias y
la situación actual de la República argentina.
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Esta desmembración
política del antiguo virreinato concluiría cuando las trece provincias que
todavía se mantenían dentro de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, se agruparon en lo que desde 1832 se
denominaría Confederación Argentina.
Pero esta decisión tampoco trajo la paz a la región, dado que se produjeron fuertes
tiranteces entre los que propugnaban un estado centralista y los partidarios
del federalismo. Los primeros, llamados “unitarios”, estaban concentrados
fundamentalmente en Buenos Aires y eran liberales, bastante anticlericales y
partidarios de un gobierno central; mientras que los segundos, dominantes en
las provincias, eran conservadores, muy vinculados a la iglesia católica y
partidarios de la confederación.
Las dos facciones
se vieron envueltas en varias guerras civiles. En 1852, las disputas entre Buenos
Aires y el resto de provincias llegaron a su grado máximo y se produjo la separación
entre ambos. La provincia de Buenos Aires se declararía independiente mientras
que las demás se mantendrían como Confederación Argentina, trasladando su
capital a Paraná. No obstante, una década después, en 1862, se lograría la
reunificación (tras la victoria de los bonaerenses) y el estado comenzaría a
ser conocido como República Argentina.
En ese mismo año, Bartolomé Mitre, gobernador y cabeza de las fuerzas de Buenos
Aires, asumió el cargo de primer Presidente constitucional de la Argentina
unida. Buenos Aires se convertía en capital del país, pero los acuerdos,
demasiado beneficiosos para la capital se cerraron en falso y no tardarían en
surgir nuevas hostilidades. El reparto de los beneficios económicos, derivados
de los derechos de aduana recaudados en el puerto, se encontraban en el centro
del conflicto. Las luchas internas entre las diferentes provincias (es decir,
entre las provincias del interior y la de Buenos Aires) se prolongaron hasta la
pacificación definitiva en 1880.
Buenos Aires
post-colonial (1810-1880).
Tras lograr
su independencia, Argentina se enfrentó a un dilema “conceptual” a la hora de
definir su futuro. Por una parte estaban los que aspiraban a un país abierto
hacia el exterior y por otra los que miraban hacia su interior. Esta dicotomía
afectó a la ciudad de Buenos Aires, que se vería tensionada entre los que
apostaban por una remodelación “internacionalista” y los que proponían una
visión más “indiana”, más autóctona. Los únicos puntos en común de ambas
posturas eran el rechazo al periodo
colonial y el deseo de modificar la ciudad en una dirección que hiciera olvidar
el rastro de su pasado español.
En 1810,
Buenos Aires era una ciudad de 44.800 habitantes y se concentraba,
mayoritariamente, dentro el trazado colonial. No obstante, la retícula había
comenzado a extenderse más allá de sus límites originales con construcciones
diseminadas que, en cualquier caso, respetaban las líneas sugeridas por el
esquema dispuesto por los españoles, aunque comenzaban a deformarse por
imperativos topográficos. El plano de 1822 muestra como las 135 manzanas-cuadras,
originales (ó 144 si se considera el damero de 9 por 16) habían aumentado
considerablemente en número.
Buenos Aires en 1822.
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Los deseos de
transformación protagonizarían esos años, pero la realidad discurría muy
alejada de las aspiraciones ideológicas, principalmente por la falta de
recursos económicos que se desviaban al mantenimiento de las guerras constantes
de aquellos años. Sin embargo, a pesar de las turbulencias bélicas
generalizadas, hubo un período de relativa paz y prosperidad entre 1820 y 1827
en el que se lanzaron varias intervenciones urbanas, aunque en su mayoría debieron
esperar un largo tiempo para verse materializadas.
La primera
ruptura con lo español se manifestaría en la arquitectura. Los nuevos ideales,
políticos, económicos y sociales expresarían la apertura hacia otras
referencias europeas que incorporarían patrones neoclásicos y eclecticismos
variados. El barroco español sucumbió ante los nuevos estilos imperantes. Esta
actitud se veía reflejada en las posiciones de los nuevos constructores, como
el arquitecto francés Jacobo Boudier, quien manifestó que “cuando las instituciones del país tienen tendencia a borrar los
últimos rastros del vasallaje español, los edificios públicos deben manifestar
otro estilo que el de los godos, porque como monumentos han de llevar el tipo
de ánimo público en el tiempo donde son edificados; esto no es el dictamen del
buen gusto que puede errar, pero sí bien de las conveniencias que suelen ser
más acertadas” (según cita Ramón Gutiérrez en su “Arquitectura y Urbanismo en
Iberoamérica”)
La figura
clave de ese primer periodo fue Bernardino Rivadavia, quien entre 1820 y 1824
fue Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos
Aires, bajo el mandato del general Martín Rodríguez. Desde su cargo, Rivadavia
activaría una serie de planes para Buenos Aires que propondrían remodelaciones
en la estructura viaria, vías de circunvalación e incluso un nuevo puerto, entre
otras muchas reformas menores. Para ello contaría con técnicos procedentes de
Europa (ingleses, francés o italianos, principalmente). Uno de los más destacados
fue James (Santiago) Bevans (1777-1832), quien llegó desde Inglaterra en 1822 para
dirigir el recién creado Departamento de Ingenieros Hidráulicos. En 1821 se
habían creado tanto ese Departamento como el de Ingenieros Arquitectos de la
Provincia de Buenos Aires, con el objetivo de “generar hacia el exterior una imagen de nación civilizada y culta, a
tono con las modas europeas”.
La primera
misión de Bevans fue diseñar el imprescindible nuevo puerto de Buenos Aires, para el que presentaría varias
alternativas, aunque ninguna de ellas se llevaría a la realidad. Además de este
cometido prioritario, Bevans puso en marcha infraestructuras urbanas esenciales
de las que carecía la ciudad, como el abastecimiento de agua potable o la
iluminación pública con gas. En 1828
propuso una revisión del plano de la
ciudad para remodelar el trazado viario. La propuesta pretendía implantar
un módulo repetitivo consistente en un cuadrado de 800 metros de lado que reorganizaba
la retícula ortogonal, superponiendo diversas diagonales que rompían la
cuadrícula simbólica del dominio español (aunque que tampoco sería realizada).
Con una
visión más pragmática, Rivadavia, promulgó una serie de leyes y ordenanzas que
pretendían reestructurar la trama urbana. Por ejemplo, obligando a achaflanar
las esquinas de las manzanas para mejora la visibilidad de los cruces viarios,
las “ochavas”, que obligaban a los propietarios a ceder el triangulo esquinero.
Otra muestra fue la propuesta de
ampliación de ensanchamiento de varias vías coloniales. La intención en este
caso era doble: por una parte, se pretendía jerarquizar la trama y mejorar su
angosto trazado, que resultaba insuficiente para el tráfico creciente de la
ciudad y dificultaba la movilidad urbana (las calles originales eran de 11
varas, entre 9,2 y 9,5 metros y se pretendía ampliarlas hasta 30 varas, unos 26
metros); y, por otra, también había una clara intención de modificar todo lo
que recordara el pasado colonial (como las estrechas e iguales calles del
damero). Estas nuevas grandes vías se
situaban en dirección este-oeste, cada cuatro manzanas-cuadras. Las
seleccionadas fueron Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Rivadavia, Belgrano, Independencia y San Juan,
pero las circunstancias obligaron a aplazar la ejecución durante décadas. Otra
gran vía propuesta sería la formada por las actuales avenidas Callao y Entre Rios, que entonces estaba a las afueras de la ciudad y podía
ejercer un papel de circunvalación y límite urbano. Este eje norte-sur pudo realizarse desde 1822 (aunque su recorrido era
menor al actual).
Arriba, fachada de la catedral de Buenos Aires. Debajo,
la fuente de inspiración: el Palais Bourbon de París.
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Hubo otras muchas
iniciativas generadas tanto desde el gobierno municipal, como nacional, y
también por empresarios particulares y profesionales independientes. Pero la
distancia entre los deseos y la realidad fue excesiva y fueron pocas las
actuaciones materializadas con ese espíritu europeísta, cuyo emblema podría ser
la neoclásica fachada de la Catedral
Metropolitana (diseñada por Prosper Catelin en 1822 siguiendo el modelo del
Palais Bourbon de París). Rivadavia
sería nombrado primer presidente de las Provincias Unidas en 1826 y desde su nuevo
cargo siguió trabajando a favor de Buenos Aires. Pero su ideología centralista
le enemistó con el resto de las provincias, lo que acabaría forzando su
dimisión en 1827.
En las siguientes décadas, a pesar de las guerras internas, la población porteña
creció muy considerablemente. Entre el final del Virreinato y 1855 se había
duplicado, pasando de 44.800 habitantes a 90.076, y en las décadas de 1860 y
1870, una primera oleada de inmigrantes provenientes de Europa volvió a doblar
los habitantes de la ciudad, que en 1875, alcanzó los 230.000 habitantes.
Durante esos años, Buenos Aires siguió extendiéndose, sin un rumbo claro,
aprovechando en parte la geometría sugerida por el entramado colonial (aunque
la pureza de la retícula se iría perdiendo conforme se alejaba del núcleo
original) y apoyada en los caminos y la topografía. A partir de 1852, se detecta
una etapa más vinculada a la órbita inglesa y centrada fundamentalmente en resolver
déficits infraestructurales (se pavimentaron calles y se trazaron redes de
alcantarillado y drenaje). Pero, las guerras absorbían los recursos y esto
impedía a Buenos Aires la realización efectiva de su sueño cosmopolita, que no
comenzaría a hacerse realidad hasta 1880.
Buenos Aires. Extensión de la ciudad en 1892.
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Buenos Aires. Extensión de la ciudad en 1910.
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Buenos Aires. Extensión de la ciudad en 1947.
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La creación de la
metrópoli de Buenos Aires (1880-1930).
Ese año de
1880 resultó trascendental para Buenos Aires. En esa fecha, finalizaron los
conflictos internos argentinos y se
alcanzó un acuerdo para que la ciudad fuera segregada de su provincia convirtiéndose
en la capital federal del estado. Entonces, la sede de los poderes provinciales
se trasladaría a La Plata, una ciudad de nueva creación.
La paz y la
prosperidad que siguieron a 1880, y también el éxito de la exportación de
productos agropecuarios, propiciaron un desarrollo espectacular, tanto de la
ciudad como del país. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el crecimiento
demográfico sería explosivo, asistiendo a una incesante llegada de inmigrantes
(en gran parte europeos) incentivada, en buena medida, por el propio gobierno
argentino. El saldo neto migratorio hacia la Argentina durante el periodo
1871-1940 arrojó la cifra de unos cuatro millones de personas, muchas de las
cuales recalaron en Buenos Aires. Particularmente, durante las dos décadas que
transcurrieron entre 1895 y 1914, la ciudad tuvo una de las mayores tasas de
crecimiento del mundo (que llevaron a Buenos Aires a convertirse en ese año
1914, en la duodécima ciudad del planeta por población). Los datos absolutos son
reveladores: en 1904, la ciudad contaba ya con 950.891 habitantes, que se
convirtieron en 1.575.814 en el año 1914 y llegaron a 2.415.142 en 1936.
En
consecuencia, durante el periodo que abarcó desde 1880 hasta 1930 (solamente
cincuenta años), Buenos Aires sufriría
una transformación extraordinaria, que la convertiría en una metrópolis
internacional. Buenos
Aires deseaba ser París y para ello activaría una serie de ambiciosos planes
que pretendían intervenir en la capital federal a semejanza de las actuaciones
haussmanianas de la capital francesa. Y, aunque muchas de esas propuestas solo
fueron realizadas parcialmente, la nueva metrópolis logró transformar su
“rostro”, apareciendo como una ciudad cosmopolita que dejaba atrás el modelo
colonial.
La estructura
y el funcionamiento de la ciudad se verían alterados profundamente por la
avalancha de población, la proliferación de industrias o la aparición de nuevas
infraestructuras, como el ferrocarril. La “mancha urbana” se extendería por el
territorio municipal absorbiendo pequeños pueblos y arrabales que habían ido
surgiendo en épocas anteriores. La llegada del ferrocarril trastocaría las
dinámicas urbanas tradicionales, fragmentando la continuidad de la trama urbana
y creando nuevos polos de atracción vinculados a las estaciones. Con todo ello
se comenzó a asentar una diferenciación zonal, expresada, por ejemplo, en la
potenciación del centro de la ciudad como núcleo del poder político y
económico; en la aparición de casas-quintas en Belgrano, Flores y la zona norte
o en los procesos de tugurización que surgirían en el sur histórico de
la ciudad (con la construcción de varios miles de conventillos, paupérrimas viviendas colectivas, alquiladas por
cuartos y con servicios comunes para sus inquilinos).
Los puertos bonaerenses: Arriba, Puerto Madero. Debajo,
el Puerto Nuevo.
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Intervenciones portuarias: Puerto
Madero y el Puerto Nuevo.
La primera
gran actuación de esta época fue la construcción del nuevo puerto, cuyos
intentos anteriores habían resultado infructuosos. El puerto natural de la Boca, en la desembocadura del Riachuelo, había sido mejorado, pero resultaba
insuficiente para el creciente tráfico mercantil y además, la fijación de la
frontera entre la ciudad y su provincia, en el cauce del rio, había complicado su
eficacia. Así pues, la creación de un puerto moderno era una necesidad
imperiosa para Buenos Aires. Las características de la costa del rio de la
Plata en la ribera de la ciudad habían sido beneficiosas en épocas anteriores,
ya que su calado poco profundo impidió ataques navales, pero, una vez
desaparecidos los conflictos bélicos, se convirtieron en un hándicap muy
importante. Los grandes barcos debían quedarse en el interior del rio y ser
descargados allí por barcazas que posteriormente llevaban las mercancías a la
ciudad. La complicación de esas acciones sumada al riesgo que asumían las naves
ante cualquier contingencia meteorológica ponía en riesgo la preeminencia del
puerto bonaerense que, por otra parte, estaba incrementando mucho su uso.
Tras varias
propuestas y diversas polémicas, se decidió ejecutar el planteamiento promovido
por Eduardo Madero y diseñado por el ingeniero John Hawkshaw. El nuevo puerto,
que sería denominado Puerto Madero
en honor a su impulsor, se construyó entre 1882 y 1884, en el frente histórico
de la ciudad. Pero el incesante aumento de la actividad portuaria en los años
siguientes, fue de tal envergadura que pronto las instalaciones de Puerto
Madero serían incapaces de dar un servicio eficiente. La decisión fue obligada.
Entre 1911 y 1928 se construyó otro puerto (el Puerto Nuevo), que nació como el mayor de Latinoamérica (y sigue
activo en la actualidad). Las instalaciones de Puerto Madero quedarían
obsoletas y el espacio decaería, deteriorándose a lo largo de décadas, hasta
que a finales del siglo XX se acometería una exitosa remodelación que lo
integraría en la ciudad.
Buenos Aires. Plaza de Mayo con la Recova que la
dividía en dos.
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Un nuevo centro representativo: un
boulevard urbano y dos plazas emblemáticas.
Otra de las
actuaciones emblemáticas del periodo fue la remodelación del centro representativo de la ciudad, gracias
a diversas operaciones que se sucedieron en el tiempo. La primera supuso la creación
de la actual Plaza de Mayo. La Plaza
Mayor de la ciudad colonial se había visto ampliada más allá de la manzana
original por la agregación de los espacios previos a la fortaleza bonaerense.
Este gran espacio se vería segregado en dos partes cuando en 1802, ya en los
últimos años del virreinato, se decidió la construcción de una Recova, un “centro comercial” para el
abastecimiento de los ciudadanos. El nuevo edificio dividía el espacio entre la
denominada Plaza de la Victoria (coincidente
con la plaza original) y la conocida como Plaza
del Fuerte. Esta Recova fue demolida en 1884 para unificar las dos plazas
coloniales y configurar el principal
espacio urbano de la ciudad moderna, que se vería magnificado con la
desaparición de la fortificación y la construcción en su lugar de la Casa Rosada (la sede del poder ejecutivo
argentino), tras una larga gestación que culminaría en 1896.
Buenos Aires. Avenida de Mayo en 1925.
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Por otra
parte, se aspiraba a crear grandes avenidas representativas de la “nueva
ciudad” (tal como había conseguido el barón Haussmann en París). Hay que tener
en cuenta que, hasta entonces, la principal vía de acceso a Buenos Aires había
sido el Camino Real que unía el
puerto atlántico con Lima en el Perú. Durante el periodo colonial esta vía
había sido el gran eje de comunicación de los virreinatos. Pero el crecimiento
de la ciudad la había convertido en una calle congestionada y carente del anhelado simbolismo. Por eso, en 1884 se
decidió crear un gran paseo urbano que solventara esos déficits de imagen y
diera cabida a los grandes edificios que la nueva ciudad requería. Sería un
nuevo boulevard, reflejo del admirado París, que recibiría el nombre de Avenida
de Mayo. Este nuevo eje este-oeste partiría por la mitad las
manzanas-cuadras centrales desde la Plaza
de Mayo hasta la Plaza Lorea, conectando
eficazmente el centro urbano con las afueras de aquel entonces y, sobre todo, habilitando
solares para la construcción de grandes edificios que renovarían la imagen de
la ciudad (algunos de los cuales contarían, además, con un acceso desde el
antiguo Camino Real, rebautizado como
calle/avenida Rivadavia).
Buenos Aires. Plaza del Congreso en la década de 1910.
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Esta
intervención propiciaría otra de las obras principales de la época, la gran Plaza
del Congreso, que ejercería de gran remate perspectivo, funcional y
simbólico del nuevo eje, contrapesando a la Plaza
de Mayo. La nueva Plaza del Congreso
(también llamada de los Dos Congresos)
albergaría el gran Palacio del Congreso
de la Nación Argentina, que se construiría entre 1896 y 1906 en la manzana delimitada
por las actuales avenidas Entre Ríos
y Rivadavia y las calles Hipólito Irigoyen y Riobamba (proyectado por el arquitecto italiano Vittorio Meano). La
plaza sería diseñada por Carlos Thays y finalizada en 1910, integrando la
antigua Plaza Lorea. De esta forma,
la Avenida de Mayo adquiriría un
fuerte contenido simbólico al enlazar las sedes del poder ejecutivo (Casa Rosada) y del poder legislativo (Palacio del Congreso).
Delimitación del territorio de Buenos Aires con la vía
de circunvalación (Avenida General Paz) y el Riachuelo.
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El límite de la capital federal: la
gran vía de circunvalación.
Tras la ley
de federalización, se promulgó un decreto que determinaba con precisión los
límites entre la Buenos Aires y la provincia. Se acordó que la Capital Federal
incluyera los municipios de Belgrano y San José de las Flores como parte de su
territorio. Para delimitar el territorio se definió, en 1887, un nuevo
perímetro por medio de una gran vía de circunvalación, de 100
metros de anchura, que actuaría como límite entre la jurisdicción federal y
provincial por el norte y el oeste, mientras que al Riachuelo lo haría por el sur (el rio de la Plata era la frontera natural oriental). No obstante, su
trazado obligó a rectificar alguno de los linderos realizando ajustes entre
partidos vecinos (intercambiando terreno entre San Jose de las Flores, Belgrano
y San Martín). El resultado sería la actual Avenida General Paz, trazada según la propuesta que los ingenieros
Pablo Blot y Luis Silveyra realizaron en 1888 y que sería finalmente concluida
e inaugurada en 1941.
Esquema de la reestructuración de la trama del centro
histórico de Buenos Aires.
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La reestructuración de la trama
histórica (ensanches, derribos, aperturas y vías diagonales)
Otro hito
temporal para Buenos Aires sería el año 1910. En esa fecha se celebraría el primer siglo de la independencia argentina
y la capital se debía preparar para un evento tan señalado. Con el impulso
del centenario, Buenos Aires se transformó definitivamente. Se mejoraron los
servicios públicos, se construyeron nuevos edificios institucionales o se
abordaron impactantes reformas urbanas.
Hubo una
intensa producción arquitectónica, que levantó algunos de los edificios más icónicos de la ciudad,
como la Casa Rosada en 1898, el Palacio del Congreso en 1906 (proyectado
por Vittorio Meano) o el Teatro Colón
de 1908 (obra de Francesco Tamburini, Vittorio Meano y Jules Dormal).
También se acometieron,
por fin, algunas de las ideas pendientes desde décadas atrás. Entre estas
destaca la ampliación de la anchura de ciertas
calles del centro histórico tal como pretendió Rivadavia en su momento (Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Rivadavia, Belgrano, Independencia y
San Juan). La propuesta se realizó en
1904, pero los ensanchamientos tardarían muchos años en completarse, debido a
la dificultad consustancial a este tipo de intervenciones (expropiaciones,
derribos, etc.). Por ejemplo, las avenidas Belgrano
y Corrientes se ampliaron en la
década de 1930, la Avenida Córdoba se
finalizó en 1945 o la avenida de la
Independencia no terminaría su regulación hasta 1978.
Respecto a la
estructura general de la ciudad, en 1907, se encargó al arquitecto y urbanista
francés Joseph-Antoine Bouvard un plan urbanístico que debía “modernizar” la
capital de cara a la celebración del centenario. El ambicioso proyecto de
Bouvard superponía una trama romboidal sobre el damero colonial y sus
extensiones.
Propuesta irrealizada para modificar con vías
diagonales el centro de la ciudad (Joseph-Antoine Bouvard)
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Una de las propuestas
más impactantes de ese periodo fue la creación de una inmensa avenida que
simbolizaría el nuevo rumbo de la capital argentina (aunque también tardaría
décadas en ser una realidad).
La gran avenida ejercería de Campos Elíseos bonaerenses, aportando una escala y una
representatividad a la ciudad que le otorgaría definitivamente el estatus de
gran metrópoli. Aprobada en 1912, la Avenida del 9 de Julio, se superpondría sobre la trama
original de la ciudad, implicando la expropiación y derribo de las manzanas
(cuadras) comprendidas entre las calles Cerrito
y Lima por un lado, y Carlos Pellegrini y Bernardo de Irigoyen por el otro. Con ello se constituía un nuevo
eje monumental, perpendicular a la Avenida
Mayo, en dirección norte -sur, de 140 metros de achura y una longitud
cercana a los cuatro kilómetros para conectar la Avenida del Libertador con la Plaza
de la Constitución. Su desarrollo fue realizándose por etapas que se
prolongaron hasta 1980 (en 1936, en su cruce con la Diagonal Norte, se instalaría el icónico obelisco bonaerense).
Buenos Aires. Primeras etapas de la construcción de la
Avenida 9 de Julio
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Hacia 1930, Buenos Aires se había
transformado completamente. Había conseguido ser esa metrópoli cosmopolita deseada, una
deslumbrante ciudad europea que no estaba en Europa. Pero en ese año, se
produjo el primer golpe de estado en Argentina protagonizado por los militares.
El crack bursátil de 1929 en Nueva York había afectado considerablemente a la
economía del país y la crisis consecuente fue utilizada como excusa para
derrocar al presidente Hipólito Yrigoyen, dando comienzo a la dictadura y al
periodo conocido como la “década infame”. Esa fecha, tan significativa en la
política argentina, marcaría el cambio hacia la tercera etapa vital bonaerense, que la llevará a
constituirse en la Megalópolis actual.
Muy buen trabajo. Además es una visión original de la actitud de la sociedad porteña a lo largo de muchas décadas. Felicitaciones
ResponderEliminarLa verdad es que no veo el problema de que Buenos Aires e haya inspirado (y aún se inspire en el futuro) en una ciudad como París, Londres y otras ciudades que se encuentran entre las más lindas del mundo. No se trata de deshacerse del pasado por simple hecho de deshacerse del mismo, sino mejorar mirando al futuro. Recuerdo que París también se transformó a fines del siglo XIX inspirada en las ciudades italianas como Torino (Luego de la invasión de Napoleón a Italia). Buscar inspiración en los demás para mejorar uno no es un problema sino un acto de sabiduría.
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