Arriba, el plano de Edimburgo en 1819 que recoge la
primera y la segunda New Town. Debajo ortofoto actual de la misma zona.
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La identidad
urbana puede surgir espontáneamente, como un destilado de siglos de tradición,
o ser un producto fabricado a partir de una voluntad expresa. Esta última
opción se dio en la Edimburgo del siglo XVIII, cuando la ciudad ilustrada, que
se construyó entre esa centuria y la siguiente, proporcionó un escenario que se convirtió en el vehículo de una
reivindicación identitaria.
En 1707,
Escocia se había integrado con Inglaterra para formar el Reino Unido de Gran
Bretaña y, aunque el resultado fue muy beneficioso económicamente, supuso
la renuncia a su secular independencia.
Con esa decisión, Edimburgo cedía la representatividad característica de la
capitalidad de un estado, lo cual fue un duro golpe para el orgullo de sus
ciudadanos. Pero la ciudad buscó recuperar la primacía por otros medios, desde
la cultura y el pensamiento. La Ilustración
escocesa alzaría a Edimburgo como un foco intelectual de primer nivel con
figuras de la talla del economista Adam Smith, del filósofo David Hume o del
arquitecto Robert Adam, entre otros notables. Entonces, Edimburgo, que tenía la
imperiosa necesidad de crecer, saltó sobre sus límites medievales y propuso una
extensión modélica que se presentó como un manifiesto construido para reclamar
su puesto privilegiado en el panorama nacional e internacional.
Desde
entonces, Edimburgo es una sorprendente
ciudad con dos “rostros” que representan dos concepciones muy distintas del
hecho urbano: la Old Town
medieval, espontánea, orgánica y congestionada, frente a la planificada New Town, racional y elegante, un modelo
admirable hacia el que miraron muchos urbanistas que lo tomaron como
referencia.
La construcción de
una identidad urbana.
Los
crecimientos de las ciudades son momentos críticos en su evolución. Pueden
hacerlo de forma incontrolada, desbordadas por las circunstancias, o
premeditadamente, siguiendo un preciso plan estratégico y formal. En estos
casos planificados, las actuaciones pueden estar dirigidas exclusivamente por
criterios de necesidad, pero también pueden verse orientadas por un conjunto de
valores más etéreos como, por ejemplo, conseguir una determinada identidad.
Es cierto que la identidad urbana puede surgir
espontáneamente, como un destilado de siglos de tradición, presentándose
con un cierto aire casual. Los signos
reconocibles no han sido preconcebidos y pueden adoptar expresiones muy
variadas: desde un color dominante, (ciudad blanca, ciudad roja, ciudad dorada,
etc.) hasta la hegemonía de un material (ciudad de ladrillo, ciudad de piedra, ciudad
de barro, etc.), o la abundancia de muestras de un mismo estilo arquitectónico
(ciudad barroca, ciudad gótica, etc.), por citar algunos ejemplos vinculados a
la forma arquitectónica.
Pero la identidad también puede ser un producto
fabricado a partir de una voluntad expresa, reflejando causalidad. El empeño en la repetición de algunos de esos elementos
comentados en el párrafo anterior, o la aparición de otros, como la propia
estructura de la ciudad, puede acabar constituyendo la ansiada identidad.
Los motivos
para plantearse una cuestión tan trascendental son diversos. Por ejemplo, en la
actualidad, muchas ciudades buscan diferenciarse en estos términos siguiendo
estrategias de competitividad y otras pueden forzar la presencia de algunos rasgos
con fines turísticos. Pero puede haber otras causas más simbólicas, como
sucedió en la Edimburgo del siglo XVIII. La ciudad, que había perdido
posicionamiento e influencia tras la integración de Escocia en el Reino Unido
de Gran Bretaña, buscaba recuperar su preeminencia y se reivindicó conjugando diversos factores, uno de los cuales fue la
reformulación de su escenario urbano.
Reivindicar
es reclamar lo que se considera propio y se ha perdido, tanto respecto a cuestiones
materiales como a ideas, estatus, etc. En este sentido, restituir una identidad
social dañada es una de las más importantes (y está relacionada muy directamente
con la ciudad). Los ciudadanos edimburgueses veían como se desdibujaba su
personalidad y advertían el peligro de una decadencia que, aunque bien
remunerada, les podía conducir a la pérdida de su distinción como un grupo
orgulloso de una historia y de un lugar.
Para
Edimburgo y sus habitantes, la oportunidad de recobrar el estatus de ciudad
principal llegó a mediados del siglo XVIII, cuando la capital de Escocia abordó
su inaplazable crecimiento, obligada por los graves problemas de congestión que
la acuciaban. La extensión, además de solucionar una evidente necesidad
práctica, tuvo también ese otro objetivo emocional aludido. Así pues, en un
contexto intelectual privilegiado (la denominada Ilustración escocesa) surgiría una ciudad nueva (New Town), sofisticada e impactante, que
se presentaría ante el mundo buscando restablecer el protagonismo perdido. La nueva Edimburgo sería el vehículo para
la reivindicación identitaria requerida por el orgullo escocés, que no
quería diluirse en el nuevo reino constituido.
Edimburgo y la
Ilustración escocesa.
El año 1707
fue trascendental para las islas británicas. En esa fecha, el parlamento
escocés aprobó el Acta de Unión (Act of
Union) con el reino de Inglaterra (un año antes el parlamento inglés había
hecho lo mismo). Con la ratificación del Tratado de la Unión (Treaty of Union), acordado en 1706, se creaba oficialmente el Reino de Gran Bretaña. No obstante,
la reunión existía de facto puesto
que ambos reinos compartían soberano desde 1603, cuando Jacobo VI de Escocia,
se convirtió también en rey de Inglaterra, con el nombre de Jacobo I. Pero la
firma de 1707 suponía mucho más, ya que rubricar el pacto implicaba la desaparición de la Escocia independiente y eso fue un
trago duro para los territorios septentrionales. En el nuevo estado ya se
encontraba Gales, la región del suroeste cuya vinculación a Inglaterra venía
desde 1543, y casi un siglo después, en 1800, se incorporaría Irlanda para
constituir el Reino de Gran Bretaña e
Irlanda. No obstante, en 1922, la isla irlandesa se segregaría en dos, la
Irlanda independiente e Irlanda del Norte, que permanecería unida a Gran
Bretaña.
Configuración de la bandera británica (Union Jack) a
partir de las sucesivas incorporaciones territoriales.
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La unión
entre Escocia e Inglaterra no fue sencilla. Las disputas entre partidarios y
detractores fueron intensas, pero las difíciles circunstancias económicas
escocesas inclinaron la balanza hacia la integración. El resultado sería muy
provechoso económicamente, ya que el nuevo estado británico sentaría las bases
de la Revolución Industrial que cambiaría la civilización occidental y
permitiría consolidar un imperio que emergería como primera potencia mundial
durante el siglo XIX. Escocia, en particular, resultaría muy beneficiada por la
alianza, al abrir nuevos horizontes comerciales.
Pero la unión
británica produjo un sentimiento contradictorio en el territorio escocés
porque, aunque estaba siendo rentable, los escoceses habían sido desplazados de
las principales decisiones políticas y sintieron una marginación que no se veía
suficientemente compensada por la riqueza de la nueva situación. La identidad
escocesa, celosa de su autonomía se había visto resentida y buscaba nuevos
campos de expresión. La imposibilidad de reafirmación política (que acabaría generando el sentimiento nacionalista moderno) redirigió
los esfuerzos hacia otros ámbitos, particularmente, hacia la cultura, en la que se apoyaron para reafirmar su identidad.
El periodo de prosperidad generó importantes excedentes que estuvieron en la
base de su esplendor cultural, consolidando a mediados del siglo XVIII la
denominada “Ilustración escocesa”,
su de “edad de oro”.
Este
florecimiento cultural se manifestó en una generación de intelectuales y
artistas que tendrían una influencia muy sobresaliente en Europa y América.
Edimburgo se situaría a la cabeza de ese apogeo del pensamiento que transformó
muchas de las ramas del saber, aportando una nueva visión del mundo. La
economía, la geología, la filosofía o la química vieron nacer ideas
revolucionarias que modificarían la evolución de cada disciplina. Hay quien se
ha atrevido a declarar que el mundo moderno se inventó en Escocia y, los
coetáneos de aquel Edimburgo ilustrado, la calificaron como la “Atenas del
norte”, como testimonio de su similitud con la capital helena en la que proliferaron
filósofos y científicos (y que como veremos más adelante, tuvo también su
reflejo arquitectónico en edificios neoclásicos griegos). En las calles e instituciones del Edimburgo ilustrado convivieron
personajes trascendentales para la cultura occidental como el economista
Adam Smith (1723-1790) que fijó las bases del liberalismo, el filósofo David
Hume (1711-1776) que consolidó la escuela empirista, el arquitecto Robert Adam
(1728-1792) que creó un estilo propio, el historiador Adam Ferguson (1723-1816)
considerado el padre de la sociología moderna, el químico Joseph Black (1728-1799) que hizo
avanzar la termodinámica, o James
Burnett Lord Monboddo (1714-1799)
fundador de la filología comparada, entre otros destacados intelectuales.
Y ese
ambiente exquisito requería un escenario acorde a tal sofisticación. La ciudad vieja (Old Town) no ofrecía el marco racional que predicaban los
intelectuales, así que Edimburgo, que buscaba su reinvención, creó un nuevo
marco urbano, una New Town.
La Old Town de Edimburgo.
A principios
del siglo XVIII, Escocia era, todavía un reino con usos y costumbres medievales.
Su capital, Edimburgo, contaba con unos 30.000 habitantes que se apiñaban en su
antiguo y denso recinto, determinado por la peculiar topografía en la que se
asentaba.
Su “solar”
estaba constituido por un monte que emergía aislado sobre su entorno, excepto
por la vertiente oriental, donde existía una “cola” que iba descendiendo
suavemente hasta alcanzar la cota inferior de los alrededores. La razón de esta
particular configuración paisajística es que la colina fue el cráter de un antiguo
volcán ya extinguido y la “cresta” se había ido formando con la evacuación de
las corrientes de lava, algo que no es extraño encontrar en el territorio
escocés (allí lo llaman “crag and tail”,
traducible como “peñasco y cola”).
Perspectiva de la ciudad antigua de Edimburgo y su
particular topografía.
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Sobre la cima
del cerro se fue consolidando el primer asentamiento urbano, una ciudadela
fortificada, fácilmente defendible por su configuración topográfica y que hoy
acoge al Castillo de Edimburgo. Sobre la cola topográfica se construiría
paulatinamente el primer núcleo propiamente urbano, la Old Town, una ciudad lineal.
La Edimburgo
antigua se asemeja al esqueleto de un
pez. Su cabeza estaría ocupada por el Edinburgh
Castle, mientras que en la aleta caudal terminal se situaría el complejo Holyrood (con la abadía y el palacio) y,
entre ambas, el eje espinoso correspondería con la ciudad y sus calles (la
espina central sería la conocida como la Royal
Mile). Algunos investigadores opinan que la cabeza y la cola deberían intercambiarse,
más aún cuando junto a Holyrood se
construyó el edificio del nuevo Parlamento de Escocia (desarrollado entre 1999
y 2004 por Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, aunque el arquitecto catalán
fallecería antes del comienzo de la obra).
La estructura de la ciudad antigua de Edimburgo
responde a un clásico esquema en espina de pez.
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Esta
configuración lineal, basada en un eje principal y pequeñas calles
transversales es muy típica en las ciudades medievales (“espina de pez”),
aunque lo más habitual es que se apoyaran en un camino, que se constituía como la
arteria central. El caso de Edimburgo es diferente por la especificidad de su
ubicación, que le impediría tener un desarrollo extensivo debido a la
dificultad topográfica de las escarpadas laderas del relieve. En consecuencia,
la ciudad iría densificándose hasta alcanzar cotas sorprendentes (las
edificaciones crecieron en altura, y aunque se intentó limitar a cinco plantas,
hubo ejemplos de construcciones de hasta 14 niveles). La estructura de la Old Town original se concreta en cuatro
calles que conforman la Royal Mile (Castlehill, Lawnmarket, High Street y
Canongate) y los estrechos y angostos
callejones transversales (llamados closes)
que descienden por las laderas de la “cola”.
Edimburgo. Calles actuales de la Old Town. Arriba vista
de la Royal Mile y debajo Victoria Street.
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Edimburgo,
que había sido fundada en el siglo XII, se había convertido en la capital del
reino escocés a mediados del siglo XIV y era un importante y próspero enclave
comercial, además de la ciudad más poblada de la región. La colmatación de ese
tejido congestionó la ciudad, e incluso la llevó a padecer problemas de
salubridad. Esta situación obligó a plantearse, a finales de la Edad Media, su
extensión ineludible, aunque la solución no era sencilla.
Edimburgo en 1574. El plano, poco riguroso, si muestra
los principales accidentes geográficos.
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Por el norte resultaba imposible para
aquellos tiempos. Allí se encontraba el North
Loch, un gran lago longitudinal que frenaba el crecimiento urbano. Además,
era el vertedero de todas las inmundicias y su estado contaminado provocaba el
rechazo de la población (y muy especialmente de las clases pudientes que eran
las que demandaban con mayor insistencia la ampliación). También en la zona
septentrional, junto a Holyrood,
emergía otro monte (Calton Hill) que impedía
el desarrollo. Así pues, las primeras
ampliaciones medievales tuvieron que realizarse necesariamente hacia el sur
que, aunque presentaba terrenos pantanosos, serían más sencillos de colonizar.
Los crecimientos medievales se producirían tímida y espontáneamente en esa
dirección.
Imagen de Edimburgo en 1693 realizada por John Slezer para
el Theatrum Scotiae.
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Pero el hecho
de salir de la protección que proporcionaban los riscos del relieve, hizo que la
anteriormente inexpugnable ciudad se convirtiera en vulnerable, lo cual recomendó
amurallar el nuevo recinto y así garantizar la seguridad de la población. En 1427
se levantaron las primeras murallas de
la ciudad. La construcción de la denominada King’s Wall fue ordenada por el rey James I para proteger la ciudad
y, además, controlar la entrada de mercancías. La segunda muralla, la Flodden Wall se levantaría en 1513 para
prevenir posibles invasiones inglesas y ampliaba el recinto recogiendo los crecimientos
meridionales de la ciudad. Finalmente en 1628 se construyó la Tefer Wall, una ampliación parcial de la
anterior. Estos muros serían derribados paulatinamente durante el siglo XVIII,
aunque quedan unos cuantos restos de los dos últimos.
Murallas de Edimburgo.
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El territorio
de Edimburgo tendría otro desarrollo, discontinuo y alejado del núcleo original
que tuvo, inicialmente autonomía. Al noreste, junto a la desembocadura del rio Water
of Leith en el fiordo-estuario de Forth (Firth of Forth), se crearía un puerto, que acabaría por impulsar
una población a su alrededor (Leith).
Con el desarrollo de Edimburgo, Leith pasaría a formar parte del continuo
urbano, siendo absorbido en 1920 como un barrio más de la ciudad (incorporación
que no fue aceptada con agrado por sus habitantes, orgullosos de la fuerte
personalidad del lugar). El camino que conectaba Edimburgo con el puerto de
Leith será una de las arterias del crecimiento futuro de la ciudad.
Edimburgo y su entorno en 1759 según el plano de Andrew
Bell. Se identifica la ciudad antigua y el puerto de Leith.
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La New Town de Edimburgo.
Edimburgo
volvería a conocer la saturación y resurgiría la necesidad imperiosa de
ampliación, aunque, en este caso, ya en el siglo XVIII, el planteamiento sería
muy diferente al de las extensiones medievales. La nueva ciudad propuesta respondía
a un doble objetivo. Desde luego que era la solución pragmática a los problemas
de la ciudad vieja, pero también respondía a una cuestión más simbólica, por la
cual la ampliación mostraría al mundo la racionalidad alcanzada en la
Ilustración escocesa y situaría la ciudad en el lugar que sus ciudadanos
deseaban recuperar (especialmente los de mayor posición social) tras la pérdida
de posicionamiento derivada de la integración con Inglaterra.
La conocida
como “New Town” de Edimburgo abarca
en realidad una serie de crecimientos desarrollados en el tiempo, que reúne la
emblemática primera ampliación de la ciudad, realizada en el siglo XVIII, junto
con las diferentes extensiones ejecutadas durante el siglo XIX (por eso también
suele hablarse de las “New Towns” de
Edimburgo, en plural). La ciudad antigua
y la nueva Edimburgo ilustrada acabaron por conformar uno de los conjuntos
urbanos más espectaculares del mundo, llevando a la UNESCO a declararlo Patrimonio de la Humanidad.
La búsqueda
de terrenos para la extensión apuntaba a que la zona norte era la más adecuada.
La mayoría de esos terrenos eran de propiedad municipal y en general eran aptos
para la urbanización, aunque para acceder a ellos sería necesario afrontar varias
operaciones de gran calado, como el desecado del North Loch (que se inició en 1759 y no concluiría hasta 1817) y el
establecimiento de conexiones viarias a través de complejos puentes y
aterramientos. No obstante, los enlaces de esa zona con la ciudad antigua
serían muy puntuales, de forma que la nueva ciudad nacería yuxtapuesta e
independiente funcionalmente de la original.
El planteamiento de nuevos accesos.
Hasta la
construcción de los accesos, el territorio septentrional estaba ocupado por
diferentes pueblecitos como Broughton, Stockbridge, Canonmills, Dean, Picardy o
Calton, que tenían relativamente poca relación con Edimburgo, debido a la
dificultad de comunicación provocada por la existencia del North Loch.
En 1765, mientras
continuaba el desecado del North Loch,
se iniciaron las obras del North Bridge.
Este espectacular puente ejercería de primera conexión con aquellos terrenos,
cuya urbanización comenzaría en 1766, con la convocatoria del concurso que
daría origen a la primera New Town, a
la que nos referiremos en el siguiente apartado. Años después, en 1785
arrancaría la construcción del South
Bridge que, alineado con el anterior, daría continuidad al eje norte-sur. Este puente, y la
universidad que se ubicaría junto a él, proporcionarían un acceso majestuoso a
la ciudad para los viajeros procedentes del sur de la isla, y particularmente
de Londres.
El North Bridge y al fondo Calton Hill.
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Otra conexión
con aquellos terrenos septentrionales la proporcionaría el Eastern Mound, un gran terraplén que fue inaugurado en 1781. Sobre
su plataforma, además del eje viario, se construirían varios edificios
institucionales (la Royal Institution,
actual Royal Scottish Academy abierta
en 1836 y la National Gallery of Scotland,
en 1859). Tal como había sucedido con el North
Bridge, el Eastern Mound tendría
continuidad hacia el sur con un nuevo puente, el Georges IV Bridge, levantado en la década de 1830. Aunque, en este
caso, no estaba alineado.
Finalmente el
North Loch sería desecado totalmente
y sobre los terrenos disponibles se ubicaron los jardines de Princes Street Gardens (separados en dos
mitades por la Eastern Mound) y la
estación ferroviaria de Waverley Station desde
1854 (el edificio actual se construyó en 1868).
La primera New Town de Edimburgo.
La primera New Town de Edimburgo venía siendo impulsada
desde 1752 por el Lord Provost (un
cargo propio de algunas ciudades escocesas, equivalente al de alcalde) George
Drummond. El mandatario municipal lideró el crecimiento septentrional de la
ciudad con la puesta en marcha de los nuevos accesos y convocando el concurso
para definir su trazado. La competición fue ganada por un joven arquitecto
escocés, James Craig (1739-1795). Su propuesta fue una ciudad “ilustrada”,
formalista y geométrica opuesta radicalmente a la orgánica ciudad medieval.
Plano de la Primera New Town de Edimburgo realizada por
James Craig en 1766.
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El nuevo
barrio, originalmente residencial planteó un diseño sencillo: una trama
ortogonal paralela a la ciudad antigua siguiendo las sugerencias topográficas.
Este trazado cuenta con una gran calle central (Georges Street) de 100 pies de anchura (30,48 metros) en cuyos extremos
se ubicarían dos iglesias como puntos de fuga de la perspectiva. Paralelas al
eje central, Craig proyectó otras dos vías, una a cada lado (Princes Street y Queen Street, de 80 pies, 24,38 metros) que separarían el tejido
residencial de dos grandes espacios verdes, dos parques formalmente
rectangulares que articularían la propuesta general tanto por el norte como por
el sur y se verían atravesados, al igual que las tres vías principales, por
varias transversales (también de 80 pies de anchura). Las manzanas resultantes
serían edificadas en su perímetro, y su interior quedaría ajardinado, salvo por
la disposición de una vía interior de servicio (de 25 pies, 7,62 metros) que
también daría acceso a unas cuantas viviendas que se encontraban en cada zona
central (en la actualidad estos interiores se han densificado casi totalmente).
Edimburgo. Primera New Town. Arriba Princes Street y
debajo Charlotte Square.
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El plan fue
respetado en lo fundamental, pero tuvo alguna modificación. En primer lugar, la
iglesia de St. Andrews (el templo ubicado
en el extremo oriental) se vería desplazada a la primera manzana por el este de
Georges Street y su lugar focal lo
ocuparía la villa de William Chambers of Glenormiston (que acabaría
reconvertida en el Banco Real de Escocia). Por el extremo oeste el eje central
se remataría con la construcción de Charlotte
Square, edificada según proyectos de Robert Adam, quien creó un conjunto de
gran uniformidad que dio las pautas para la construcción de muchas de las
viviendas que conformarían la New Town
(la iglesia de St Georges, sería
rediseñada por Robert Reid tras la muerte de Adam y transformada en un edificio
institucional -West Register House-
en el siglo XX). Robert Adam (1728-1792) fue el arquitecto escocés más
importante de la época y tuvo una enorme influencia internacional. Fue uno de
los principales introductores del neoclasicismo en las islas británicas y llegó
a implantar un estilo propio, el “estilo Adam”.
La
planificación urbana fue complementada por una arquitectura con una fuerte
personalidad, capaz de crear un ambiente especial en Edimburgo. El estilo georgiano fue el predominante
entre 1720 y 1840 (llamado así por coincidir con el reinado de cuatro reyes
británicos llamados Jorge (George),
monarcas entre 1714 hasta 1830). Este estilo rechazaba el barroco de épocas
anteriores (representado por arquitectos como Christopher Wren, John Vanbrugh o
Nicholas Hawksmoor) y abogaba por línea más clásicas, inspiradas inicialmente en
Palladio y en el que destacarían arquitectos como Inigo Jones, James Gibbs, Sir
William Chambers o el mencionado Robert Adam.
La New Town original, la diseñada por
Craig, vería incrementar su extensión. En primer lugar con una ampliación
proyectada por el propio Craig en 1775 en la zona oriental. Pero sobre todo por la adición de nuevos
desarrollos, que evolucionarían las pautas racionales de Craig, apareciendo un
elenco de formas geométricas que caracterizarían los espacios urbanos de las
diferentes New Towns: círculos,
óvalos, polígonos de diversos lados, cuadrados, etc., que junto a la
singularidad de algunas arquitecturas y sobre todo a la coherencia de la base
residencial georgiana, configuraron un conjunto de gran riqueza espacial.
Edimburgo en 1836. La Old Town y la New Town reunidas.
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Las extensiones de la primera New
Town.
El éxito de
la primera New Town estimuló la
aparición de nuevos crecimientos contiguos.
Las diferentes “piezas” que conforman el conjunto de la
New Town de Edimburgo (los números corresponden con el texto)
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El desarrollo
por el oeste comenzó en 1805 con Shandwick
Place una extensión de Princes Street,
flanqueada por dos crescents. Pero la “colonización” occidental surgiría al
norte de Shandwick Place (Third New Town ó Western New Town) y arrancaría
en 1813 según diseño de Robert Brown quien siguió la tónica planteada por sus
predecesores. La ampliación occidental sería impulsada por la iniciativa
privada e iría desarrollándose paulatinamente a lo largo de muchos años. No
obstante, el planeamiento general ofrece un esquema en cruz en el que la vía
principal (Melville Street) conectaba
con la primera New Town y finalizaba
en la iglesia episcopal escocesa de Saint
Mary, continuando tras ella con otro de los crescents del área (Grosvenor y Lansdowne Crescents construidos en 1865). La calle perpendicular principal
(Walker Street) remata al sur con el
doble crescent reseñado de Shandwick
Place (Coates y Atholl Crescents). Aún aparece un tercer
óvalo formado por dos crescents (Eglinton
y Glencairn Crescents construidos en
1872). El Douglas Crescent y el Magdala Crescent cerrarían la actuación
por el norte y el oeste respectivamente.
La adición
posterior (Fourth New Town ó Calton
New Town) fue planificada por William Henry Playfair en 1818 a los pies
de la colina Calton y supuso un cambio importante de los criterios anteriores
de diseño. La trama dejó de ser una retícula impuesta sobre el territorio para
irse adaptando a las sugerencias del relieve y del paisaje. Con una concepción romántica, las zonas
verdes y las vistas se convirtieron en los criterios directrices. La trama
fundamental se basaba en un tridente viario que era recogido en un crescent (Hillside Crescent) y que finalmente no
se realizó.
Edimburgo. Vista de la cima de Calton Hill.
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Calton Hill, la colina que quedaba al sur de esta nueva ampliación, y
que no era apta para la urbanización, merece un comentario aparte. En su
cumbre, que domina la ciudad, se construirían varios edificios institucionales
y monumentos, con una fuerte impronta neoclásica griega, que harían que el
conjunto fuera etiquetado como la “acrópolis” de Edimburgo, y la ciudad
consolidara su sobrenombre de “Atenas del norte”. En esta colina se ubicaron
algunos de los edificios más icónicos de la ciudad como el National Monument (un “Partenón” parcial construido entre 1823 y
1829 siguiendo el diseño de Charles Robert Cockerell y William Henry Playfair),
el Nelson Monument (la torre diseñada
por Robert Burn y Thomas Bonnar entre 1807 1816) , el Dugald Stewart Monument (el templete de inspiración griega diseñado
por William Henry Playfair entre 1830 y 1831), el Old Royal High School (levantado entre 1826 y 1829 en un estilo
neoclásico griego por Thomas Hamilton, y que actualmente está esperando un
nuevo uso, quizá hotelero), el Political
Martyrs' Monument (el obelisco erigido en 1844 según diseño de Thomas
Hamilton) o el City Observatory (un
complejo de edificios construido desde 1776 con proyectos de James Craig o
William Henry Playfair).
Una nueva
extensión (Fifth New Town ó Moray
Estate) se construyó a partir de 1822, sobre tierras del Earl (título nobiliario traducible como
“conde”) de Moray y siguiendo el diseño de James Gillespie Graham. Se propuso
como un lugar de residencia para la aristocracia y la alta burguesía de la
ciudad, con una espectacular sucesión de plazas que van desde un dodecágono (Moray Place), al óvalo (Ainslie Place) y al crescent final (Randolph Crescent).
Edimburgo. Moray Estate. Arriba la visión del conjunto
y debajo Moray Place.
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La penúltima
ampliación (Sixth New Town ó Dean
State) fue desarrollada en la década
de 1850 sobre terrenos de la ribera norte del rio Water of Leith (enfrente de
Moray Estate), que habían sido conectados con el resto de la ciudad por
medio del espectacular Dean Bridge,
diseñado en 1831 por Thomas Telford.
La última
ampliación (Seventh New Town ó Raeburn Estate) había comenzado tímidamente por la
dificultad de paso del rio sobre unos terrenos que había adquirido en 1789 el
pintor Henry Raeburn. Iniciada en 1813, con diseño de James Milne, su
desarrollo fue lento.
A pesar de todas
estas ampliaciones, el conjunto de la New
Town supo mantener una personalidad que constituiría la mejor muestra de
afirmación de la aristocracia y la burguesía escocesas. Las clases dominantes
habían logrado crear (y segregar) un espacio sofisticado que se alejaba mucho
de la ciudad vieja, incapaz de manifestar las aspiraciones de las nuevas clases
dominantes. Edimburgo logró, con su
novedoso e identificable espacio, recuperar el protagonismo anhelado.
Admiración total a este diseño urbanístico!
ResponderEliminarExcelente articulo! Me ha ayudado muchisimo a comprender mejor la ciudad en la que vivo :)
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