Las cuatro áreas olímpicas (Diagonal, Vall d'Hebron, Montjuïc y Poble Nou-Villa Olímpica) con el hilo conductor de las Rondas. |
Un catalizador es un elemento que,
con su presencia, es capaz de acelerar un proceso químico. Análogamente, muchas
ciudades han experimentado la fuerza motriz de los grandes eventos
internacionales para impulsar sus transformaciones urbanísticas.
Barcelona conoce bien esta
estrategia y ha sabido utilizarla inteligentemente. Desde Exposiciones Internacionales,
que le permitieron reordenar la zona de la Ciudadela (1888) o iniciar la
integración de Montjuïc en la trama urbana (1929), hasta convocatorias como los
XXV Juegos Olímpicos (1992) o el Foro de las Culturas (2004), que alentaron la
consecución de diferentes aspiraciones urbanas.
La década de 1980 fue un periodo
prodigioso que transformó Barcelona. Las Olimpiadas significaron un revulsivo para
ampliar los objetivos de un proceso urbano que ya había ofrecido frutos, y que contaba
con un alto reconocimiento. Barcelona se apoyó en la fuerza de este gran acontecimiento
(fuerza política, ciudadana, mediática y también financiera) para renovar sus
“cuatro esquinas” (las áreas de Montjuïc, Diagonal, Vall d’Hebron y Poble Nou
con la Villa Olímpica) e hilvanarlas con un hilo conductor fundamental, las Rondas de circunvalación.
Al gran éxito deportivo y de
organización, se sumó la admiración por sus logros urbanísticos. Los Juegos Olímpicos
proyectaron internacionalmente a Barcelona como un paradigma urbano tanto por
el innovador diseño de sus espacios públicos como por sus mecanismos de intervención
en la ciudad construida.
Barcelona democrática y preolímpica: una
nueva filosofía de intervención urbana.
En 1979, la democracia llegó
también a la administración de las ciudades españolas. Las principales ciudades
habían sufrido las consecuencias especulativas
del “desarrollismo” de las décadas anteriores, y presentaban un panorama bastante
desolador con graves desequilibrios, crecimientos anárquicos, déficits
infraestructurales y de equipamientos, espacios desfigurados o desestructuración
en su sistema. Los nuevos ayuntamientos iniciaron un giro radical en las
políticas urbanas apostando por un nuevo modelo que tuviera a los ciudadanos
como objetivo.
Barcelona participaba de toda esa
problemática general, pero además tenía sus propias asignaturas pendientes. Una
densidad extraordinaria con clamorosos déficits de espacios libres, una
congestión de tráfico casi permanente, una desconexión física y mental del mar,
graves desequilibrios estructurales y en general un deterioro ambiental
importante.
Sumado a todo, Barcelona se
encontraba con dos circunstancias particulares. Por una parte, su territorio
administrativo se encontraba, desde hacía ya tiempo, prácticamente colmatado.
De hecho los últimos grandes crecimientos se habían producido en las ciudades
perimetrales que integran su área metropolitana. Y por otra parte, el nuevo
ayuntamiento de la ciudad se encontró con un planeamiento aprobado muy recientemente
(Plan General Metropolitano Ordenación Urbana de Barcelona, 1976) que
organizaba los aspectos fundamentales de su área metropolitana.
El Plan General Metropolitano de Ordenación Urbana de la Entidad Municipal Metropolitana de Barcelona, aprobado en 1976. |
El espíritu transformador se
encontró muy apoyado por las reivindicaciones populares. Los movimientos
ciudadanos y de barrio, siempre han sido muy activos en la ciudad. No obstante,
los primeros años de democracia, que estuvieron marcados por ese afán renovador,
también se vieron muy condicionados por la crisis económica que se estaba
atravesando.
Pero a pesar de la ardua tarea, que
en ocasiones alcanzó grados épicos, la ciudad no se desanimó en esa búsqueda de
sí misma. Para ello contó con un fuerte liderazgo político, como fue el de los
alcaldes Narcís Serra y Pasqual Maragall, quienes impulsaron con resolución el
proceso y lo gestionaron con brillantez. En este contexto, también fue decisiva
la designación del arquitecto Oriol Bohigas como concejal delegado de Urbanismo,
quien convirtió a Barcelona en un gran laboratorio urbanístico en el que
experimentar las ideas desarrolladas en la Escuela de Arquitectura, que Bohigas
estaba entonces dirigiendo.
Desde su nueva responsabilidad,
Bohigas defendió una nueva forma de abordar la tarea urbana, apoyándose en el
método del Proyecto frente al Plan General de Ordenación. La primacía del
Proyecto sobre el Plan no significaba suprimir los instrumentos tradicionales
de control urbanístico sino transformarlos en otro tipo de documento y en otra
fórmulas de gestión del mismo. Se trataba de un cambio de escala. De la visión
holística sobre la ciudad se pasaba a una planificación que consideraba
entornos más reducidos y asequibles. Bohigas lo denominaba el “Plan-Proyecto”. No obstante, estos “Planes-Proyecto”
no se encontraban huérfanos de referencias superiores; todo lo contrario, requerían
esa orientación previa que marcara su rumbo. El modelo era necesario, pero se
debía limitar a sentar las bases políticas del futuro de la ciudad, definiendo
las intenciones generales y marcando las grandes decisiones. En esa línea, debía
reducir sus consideraciones figurativas, formales y funcionales, ya que estas determinaciones
corresponderían a cada proyecto concreto.
La flexibilidad de ese esquema
conceptual, de esa orientación global, otorgaba todo el protagonismo a los
proyectos específicos que asumían la responsabilidad de sobre la programación
de usos y formas. Desde lo particular se llegaría a lo general.
Sobre estas bases se planteó la
noción de “acupuntura urbana”, como
una técnica de intervención en puntos “neurálgicos” (o neuróticos) de la
ciudad, para, desde ellos, producir un efecto de “metástasis positiva” que
irradiara e impulsara la renovación. En muchas ocasiones la iniciativa pública
seria la responsable de ese esfuerzo inicial para que la privada continuara y
completara los objetivos.
Esta filosofía urbana, reconocida
como “microurbanismo”, será uno de
los rasgos característicos del nuevo proceder barcelonés.
Barcelona en la década de 1980: del “microurbanismo”
a las transformaciones olímpicas.
La alteración propuesta respecto del
proceso urbano tradicional, y que suponía el diseño de las partes antes que el
conjunto, tampoco era ajena a unas circunstancias económicas duras. No era
viable proponer grandes actuaciones, sino operaciones puntuales que pudieran
financiarse.
Los “Planes-proyecto” de la
Barcelona de los ochenta, fijaron su rumbo a partir de orientaciones políticas generales
que se expresaban por medio de eslóganes rotundos: “Sanear el Centro”, “Recuperar
el Centro”, “Monumentalizar la periferia”, “Barcelona, cara al mar”. También se
apoyarían en una profunda investigación sobre la ciudad. Barcelona fue
analizada y revisada a la luz de los nuevos criterios, para seleccionar
estratégicamente los lugares de intervención, entre los que destacaban los
espacios públicos. Todo ello considerando, además, que el protagonismo del Proyecto
ponía el énfasis en la configuración morfológica de plazas, parques o calles y
en el diseño de los elementos que las poblaban (mobiliarios, esculturas), en un
afán por proporcionar una identidad propia a las diferentes zonas de la ciudad.
Barcelona se lanzó así a un
“urbanismo de guerrilla” cuya misión era construir sobre lo construido,
reordenando, recuperando, saneando, revitalizando, reestructurando, o
reequilibrando lo ya existente.
Algunas intervenciones reurbanizaron
calles y plazas existentes siguiendo las nuevas directrices. Son muchos los
ejemplos de ello, como la Avenida Gaudí
(Màrius Quintana, 1985), Via Julia
(Bernardo de Sola y Josep María Julia, 1985), la Plaça del Sol (Jaume Bach
y Gabriel Mora, 1986) o el Fossar de la Pedrera (Beth Galí,
1985).
También se abordaron intervenciones
más trascendentes socialmente. Se actuó sobre zonas que presentaban un gran
deterioro social y urbano, en algunos casos al borde de la marginalidad, y que vieron
como la “acupuntura urbana” les devolvía una vida renovada. Es por ejemplo el
caso del Rabal y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, MACBA
(que aunque fue inaugurado en 1995, había sido proyectado por Richard Meier en
1990, como culminación de una estrategia que se remonta a 1985).
Uno de los grandes retos al que se
enfrentaba la ciudad era la escasez de espacios libres para uso y disfrute
ciudadano. La nueva Barcelona reivindicaba el espacio urbano y su protagonismo.
La estrategia de recuperación de lugares que hasta entonces habían estado
ocupados por industrias, en muchos casos obsoletas, o instalaciones en desuso, permitió
la construcción de nuevas dotaciones urbanas y, sobre todo, proponer los espacios
públicos de los que la ciudad carecía. Nuevamente los ejemplos son muchos y
variados. Pueden desatacarse casos como el Parc de l’ Espanya Industrial, (Luis
Peña Gantxegi y Francesc Rius, 1985)
sobre los terrenos ocupados anteriormente por una empresa algodonera, el Parc
de la Creueta del Coll (Josep Martorell
y David Mackay , 1987) sobre unas canteras cerradas, el Parc Joan
Miró (Antoni Solanas, Màrius Quintana, Beth Galí y Andreu Arriola, 1985)
sobre los antiguos mataderos barceloneses, o el Parc del Clot, (Dani
Freixas y Vicente Miranda, 1985) sobre talleres ferroviarios.
La Plaça del Països Catalans o Plaza de Sants. Al fondo, el Parc de la Espanya Industrial. |
Una de las actuaciones emblemáticas
del momento fue la Plaça dels Països Catalans (conocida también como Plaza de Sants en referencia a la contigua
estación de ferrocarril). Diseñada por Helio Piñón y Albert Viaplana en 1983, pronto
se convirtió en el icono del nuevo diseño urbano catalán, propiciando intensos
debates y polémicas conceptuales sobre la noción de “plazasduras”.
Pero quizá la actuación que, en mayor
medida, marcó los años posteriores fue la recuperación del puerto para la
ciudad, el redescubrimiento del mar y sus posibilidades lúdicas, a partir de
ese gran salón urbano que es el Moll de la Fusta, inaugurado en 1984
según diseño de Manuel de Solà-Morales.
Hasta entonces, el frente marítimo del centro histórico de la ciudad resultaba
inaccesible al estar separado por una vía de múltiples carriles rodados y por
las vallas e instalaciones portuarias. La ingeniosa integración del viario (que
acabaría formando parte de la Ronda Litoral), así como de los aparcamientos
públicos, la solución de los desniveles topográficos y los equilibrios entre
espacio y arquitectura, convierten a este espacio en modelo de relación entre la
ciudad y el mar. Abrir Barcelona al mar era uno de las grandes intenciones
políticas y ciudadanas y este proyecto iniciaba un camino de reencuentro con el
Mediterráneo que, actuaciones posteriores como el Plan Especial de la
Barceloneta o la Villa Olímpica con sus playas y parques, irían consolidando en
los años siguientes.
Los arquitectos barceloneses junto
con diseñadores gráficos e industriales fueron conformando un referente
internacional. El amplio catálogo de proyectos innovadores puso a la ciudad en
el punto de mira internacional, situándose junto a Berlín, que se encontraba
desarrollando su exposición de arquitectura (IBA 87),
como estandartes de la vanguardia arquitectónica y urbana del momento. En ambos
casos se seguía una metodología disciplinada que privilegiaba los proyectos,
aunque el rumbo era distinto. El reto de Berlín era dar respuesta a la vivienda
social en una ciudad dividida, el desafío de Barcelona se centraba en el
espacio público y en la integración urbana.
El Moll de la Fusta |
Las grandes operaciones urbanísticas de
la Barcelona Olímpica.
El triunfo de la candidatura de
Barcelona para alojar los XXV Juegos Olímpicos que debían celebrase en 1992,
cambió la situación. Corría el año 1986 y había aparecido el catalizador que
podría acelerar los procesos e iniciar otros soñados pero de difícil ejecución.
Las Olimpiadas supondrían la prolongación de las políticas ya iniciadas, pero
ahora impulsadas por la unidad entre los responsables políticos, por una
mayoría ciudadana y sobre todo con una importante dotación de recursos que
permitió acometer operaciones de mayor envergadura, especialmente respecto a
las grandes infraestructuras.
El planteamiento urbanístico para
la acogida de las Olimpiadas fue muy inteligente. Se programaron cuatro
“esquinas” de la ciudad, cuatro vértices de un cuadrado simbólico cuyo
perímetro requería importantes medidas de regeneración. Su elección respondía a su situación
estratégica que facilitaría la transmisión del ímpetu transformador hacia las
áreas colindantes. Las cuatro, además, participaban de la desarticulación
producida entre la ciudad ordenada del Eixample
y los suburbios desordenados surgidos en la segunda mitad del siglo XX. Por el
norte, se definió el sector del Vall d’Hebron; por el oeste, el área Diagonal;
por el sur, la montaña de Montjuïc; y por el este, el Poble Nou. Además, contarían
con el hilo conductor de un nuevo cinturón de circunvalación, las Rondas.
La Rondas
La única circunvalación posible al
centro de la ciudad se encontraba tan asimilada dentro del sistema de vías y
calles de la misma y como consecuencia tan congestionada que no funcionaba. Era
urgente el planteamiento de un nuevo cinturón y aunque este objetivo llevaba siendo
una aspiración desde hacía muchos años, varios intentos habían quedado
interrumpidos, años atrás, bien por discrepancias técnicas o bien por disconformidad
ciudadana.
Era el momento. Las rondas serían
el hilo conductor de las cuatro zonas olímpicas y se lograría al fin, la deseada
vía de circunvalación que descongestionara el centro de la ciudad. La operación
olímpica permitió un nuevo enfoque que culminó en las rondas actuales: la Ronda
de Dalt (B-20) que discurre por la montaña y la Ronda Litoral (B-10) que lo
hace por el mar, ambas separadas por el nudo de la Trinidad y el Nudo del
Llobregat. El anillo tiene una longitud aproximada de 35 kilómetros. Además las
rondas culminaron definitivamente la tradicional geografía sentimental barcelonesa,
ya que su perímetro la enmarcaba entre la montaña y el mar, entre el rio
Llobregat y el Besós.
Desde el inicial Moll de la Fusta se continuó la Ronda Litoral bajo la dirección del
ingeniero Joan Ramón de Clascà. Hacia el norte, acompañando al Mediterráneo y
ascendiendo paralela al rio Besós hasta el Nudo de la Trinidad. Y hacia el sur,
siguiendo el puerto y, dejando a un lado Montjuïc, por la Zona Franca hasta el
Nudo del Llobregat.
El Nudo de la Trinidad que une la Ronda de Dalt y la del Litoral en las proximidades del río Besós. |
La Ronda de Dalt, que unía la zona norte, supuso un esfuerzo técnico
muy importante dada su ubicación en la falda de la montaña de la ciudad. Es una
obra, compleja y espectacular que supone un feliz encuentro entre los
requerimientos de la ingeniería y los
criterios arquitectónicos. La Ronda de Dalt no se proyectó únicamente como una
vía de circulación rápida, sino que entre sus objetivos también estaba el
contribuir a ordenar la ciudad integrando su trazado en el tejido de la misma.
El proyecto fue dirigido por el arquitecto Bernardo de Sola y los ingenieros
Jordi Torrella e Isidoro Muñoz. En algunos tramos, esta ronda se cubrió para proporcional
espacio en el que plantear algún equipamiento ausente o simplemente zonas
libres y verdes en barrios carentes de ellas.
Área Vall d’Hebron
En la zona septentrional de
Barcelona, la Sierra de Collserola presenta una derivación que se introduce en
la ciudad formando una cadena de colinas muy característica (Carmel, de la
Rovira, Creueta del Coll, etc.) que cerraban amplia vaguada, el Valle de Horta.
Esta zona, en la transición entre
la montaña y la ciudad, quedó al margen de los crecimientos ordenados de la misma
y, en cambio tuvo un desgraciado protagonismo en la época del desarrollismo
especulativo. Por eso no había logrado constituir un núcleo auténticamente
urbano y presentaba grandes carencias, espacios baldíos y problemáticas
sociales. Su correcta integración en la ciudad y la solución de sus déficits de
equipamientos fueron dos objetivos fundamentales propiciados por el evento
olímpico. La ordenación general del área fue realizada por Eduard Bru.
El área reunió el reciente
velódromo de Horta (Esteve Bonell y Francesc Rius, 1984) con nuevos
equipamientos como el Pabellón de la Vall d’ Hebron (Jordi Garcés y Enric
Soria, 1992), el Centro Municipal de Tenis Vall d’Hebron (Tonet Sunyer, 1992) o
las instalaciones del tiro con arco (Enric Miralles y Carme Pinos, 1992).
Área Montjuïc (el anillo olímpico)
La montaña que emerge en la costa
barcelonesa y que domina la parte sur de la ciudad siempre estuvo en el punto
de mira de los barceloneses. La fortaleza militar construida en el siglo XVII
(de infaustos recuerdos y hoy reconvertida en museo) o el cementerio ubicado en
las laderas que miran al mar (1883) marcaron el carácter de un lugar que
también había sido utilizado como cantera de la piedra para la construcción de
la Barcelona antigua.
La integración de la montaña en la
trama urbana había comenzado en 1929, con la Exposición Universal celebrada ese
año. El trazado realizado por Josep Puig
i Cadafalch pretendía convertir la montaña en un gran parque urbano que
acogiera además importantes instituciones culturales para la ciudad. La
repercusión para Barcelona fue muy importante ya que supuso la estructuración de un nudo esencial de
comunicaciones como es la Plaza de España y la construcción de varios
equipamientos muy significativos, como el Palau
Nacional (actual Museu Nacional d’Art
de Catalunya), el Estadio Olímpico, el Pueblo Español o algunos de los
palacios que, años después, serían utilizados por la Feria de Barcelona.
La excusa olímpica permitirá finalizar
las tareas pendientes en Montjuïc. Allí se ubicó el Anillo Olímpico con los
principales edificios deportivos que complementaron el Estadio Olímpico. La
ordenación general del área fue realizada por Federico Correa, Alfons Mila,
Carles Buxadé y Joan Margarit (este mismo equipo, junto a Vittorio Gregotti, se
encargó de la remodelación del Estadio)
El Anillo Olímpico de Montjuïc |
El Anillo fue la operación
emblemática de la imagen hacia el exterior con nuevas incorporaciones tan
señaladas como el Palau San Jordi
(Arata Isozaki, 1992), las piscinas Picornell, que fueron remodeladas totalmente
(Francesc Fernández y Moisés Gallego, 1992) o el Instituto Nacional de
Educación Física (Ricardo Bofill, 1991)
Área Diagonal
El comienzo de la avenida Diagonal
en el suroeste de la ciudad era ya un área con importantes instalaciones
deportivas (el Camp Nou, el Palau Blaugrana o el Real Club de Polo y el cercano
y desaparecido Estadio de Sarrià). La zona es uno de los accesos principales a
la ciudad desde la Autovía Nacional II (que conecta la ciudad con Zaragoza y
Madrid) y tampoco ofrecía una clara estructuración urbana. La ordenación
general del área fue realizada por María Rubert de Ventós y Oriol Clos.
Además de la concentración de
equipamientos deportivos existentes, otro de los objetivos que motivó su
selección era influir en la transformación posterior del eje que se dirige
hacia Montjuïc, en el entorno de la calle Tarragona con nuevos usos y espacios.
El área Diagonal fue la zona que menos edificación nueva requirió. Se
completaron equipamientos hoteleros y se facilitaron conexiones entre ambos
lados de la avenida Diagonal.
Área Poble Nou (Villa Olímpica)
El área del Poble Nou, seleccionada
para la ubicación de la Villa Olímpica, se situaba entre el parque de la
Ciudadela y el cementerio. Era un sector industrial muy degradado pero contaba
con un gran valor posicional ya que debía ser el primer eslabón de la gran
estrategia que pretendía abrir la ciudad al mar.
Es, sin duda, el proyecto que más
repercusión tuvo en la cultura urbanística general. Frente al resto de las actuaciones, más
centradas en la edificación singular de los equipamientos deportivos, la Villa
Olímpica (Nova Icaria) fue una propuesta de creación de ciudad. Una propuesta
metodológica y un auténtico manifiesto sobre la forma de intervenir en la
ciudad que atrajo la atención de los arquitectos y urbanistas de todo el mundo.
La ordenación general del área fue
realizada por Oriol Bohigas, Josep Martorell, David Mackay y Albert
Puigdomènech. Incluía la construcción de los alojamientos de los deportistas
que se convertirían en un nuevo barrio residencial tras los Juegos, así como el
Puerto Olímpico y otras edificaciones entre las que destacaba la volumetría
de las dos torres (una destinada a hotel
y la otra a oficinas).
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